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Montañismo y Exploración
ATARDECER
15 agosto 2001

Cordialmente a la Revista Alpinismo en su primer aniversario. Ha sido un día feliz y el sol en el ocaso lanza sus últimos destellos para iluminar la agonía de la tarde. Al fondo, la imponente mole de nuestros volcanes se …







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Cordialmente a la Revista Alpinismo en
su primer aniversario.

Ha sido un día feliz y el sol en el ocaso lanza sus últimos
destellos para iluminar la agonía de la tarde. Al fondo,
la imponente mole de nuestros volcanes se va haciendo cada vez
más tenue: la veo a través del marco que forman
las ramas secas de un árbol que da un delicioso encanto
decorativo al paisaje.

Me he quedado sentado en un saliente recoso de la ladera y
ahí en mi improvisado sitial, siento como una tenue y
melancólica tristeza va invadiendo mi espíritu,
tal como la clauca penumbra va envolviendo las faldas de la
montaña.

El aroma de los pinos que las frías rachas de viento
traen hasta mí, me hace vivir intensamente el encanto
de la tarde, y sin embargo siento una punzante y dolorosa tristeza.
Y es que en la montaña se vive y se comprende, y también
se conoce la muerte.

Se da uno cuenta entonces que todo lo que lo rodea es superfluo,
vano, que todo va a perderse obstinadamente en la inmensidad
de la nada... los goces más sublimes son los que nos
proporcionan las cosas más sencillas, las que el creador
ha puesto al alcance de nuestra mano dentro del corazón.

Los minutos se desgranan silenciosos, graves, pausados. Me
he quedado meditando sobre la naturaleza humana.

Todos los hombres de espíritu grande y elevado han sido
desdichados, y es que para crear algo hermoso y perdurable no
basta ser sabio y bueno. Fuerzas aún desconocidas, y
que quizá no llegaremos a comprender jamás, ayudan,
guían y estimulan con la delicadeza de su inspiración
el instante sublime de la creación.

Sólo los seres de alma delicada conocen esto. Ellos
sienten vivir en su pecho todas las miserias y las pasiones
de la humanidad, sus genialidades y bajezas. Las conoce y las
viven intensamente; por eso es que el arte tiene algo de doloroso.
Comprender es sufrir y el arte es triste.

Por eso es también que en esta época en que la
exquisita flor de la cultura superior se ha marchitado, , en
que el materialismo triunfante nos lleva a grandes pasos hacia
la negación del espíritu, en que a las sublimes
musas se les ha reducido a la categoría de monstruos
lúbricos, esta pequeña reminiscencia de los límpidos
cielos del arte infiltra en mí una voluptuosidad dulce
y melancólica, una sensación extraña e
indefinible, casi dolorosa.

Las nevadas alturas han ido tomando un suave tinte volcánico,
las ramas del árbol solitario sólo son ahora vagas
sombras azuladas y mientras dirijo una última mirada
a la sagrada belleza se la sierra, me siento de pronto profundamente
feliz al darme cuenta de que por muy ligeros y triviales que
sean los aires que animan estos tiempos y aunque ignoramos que
cosas terribles nos reserva el porvenir, aún quedan algunos
hombres en la tierra que gustan de venir a la montaña
trayendo en su alma un poco de belleza, de tristeza y de poesía.

Quiero creer que fue la calma sedante y maravillosa de una
tarde así la que inspiró aquellas inmortales palabras.
Adoro los bosques umbríos, y la montaña es el
objeto al cual he prometido eterno amor.


© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número
13, octubre 14 de 1950. Páginas 39-40.





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