Alberto Espinosa Ruiz
A 30 años del sueño que fraguó un trío de jóvenes universitarios, no sólo ha dejado de serlo, sino que fue creciendo día a día. Corría el año de 1971, cuando los preparatorianos Carlos Rangel, Ricardo Monroy y Dolores Noria estaban convencidos de que la vida también significaba retos y obstáculos, y que, por lo tanto, sólo el alpinismo les llevaría a la cumbre más alta: el éxito.
—Nuestro objetivo era que la UNAM tuviera un grupo propio de alpinismo. Sabíamos que ese era el medio idóneo para ser mejores —relata Carlos Rangel, miembro fundador y actual presidente de la Asociación de Montañismo y Exploración de la Universidad—.
Cuenta que los inicios de la Asociación universitaria —la más antigua— fueron un tanto difíciles, había que “homogeneizar” pensamientos para lograr resultados, pues estaba de por medio el buen nombre de la institución, y el propio.
Cuando de “pesos y centavos” se trataba, se tenían que fletar por conseguirlos en abundancia.
—La Universidad nos apoyó bien al principio. Pero con cada devaluación nos reducían el presupuesto. Nos daban su bendición y algo más…
Los patrocinios son la mayor fuente de ingresos. Otra tarea importante era diseñar una filosofía, pues esta actividad lo requiere:
—La filosofía no es subir la montaña, sino subir tantas otras como sea posible…
Convencido dice que su “camino está lejos de las veredas ya holladas, por eso buscamos abrir otros caminos”.
El interés principal del grupo es “propiciar una cultura nacional del montañismo”, y asesorar a otros grupos que se dedican a esto, como la Cruz Roja, el Socorro Alpino y demás grupos de rescate del país.
Actualmente son más de 520 personas afiliadas —cada fin de semana aumenta el registro—, las cuales “egresan bien preparadas, porque nuestros cursos tienen calidad. No hay peor enemigo que uno mismo, si reconoces eso y tus límites al escalar una montaña, lo logras”.
—Nuestra estructura es única y nos ayuda mucho la infraestructura de la universidad.
La AMEUNAM está organizada en 5 grupos, según el grado de dificultad: alta montaña (cumbres con nieve), escalada en roca, espeleología (cavernas), exploración (desierto, mares, bosques, selva, ríos y cordilleras) y cicloexploración (recorridos en bicicleta).
Realizan alrededor de 10 expediciones “mayores” por año, evitando aquellas que “ya se hicieron por otros —como el Himalaya, que cuesta 80 mil dólares por persona, Aconcagua, Popocatépetl, etcétera—. Vamos adonde ningún mexicano haya ido o de preferencia, nadie. Siempre estamos en la búsqueda de derribar mitos. El montañismo es creación, nunca repetición”.
Carlos denota en su mirada y en su voz la experiencia de un hombre que participó en la primera expedición mexicana al trepar el “techo del mundo” el Himalaya —8 mil metros de altura—; aquel que estuvo a punto de caer en un barranco del Popocatépetl a causa de una riesgosa pared de hielo; el mismo que tuvo la exitosa escalada a la Pared del Capitán —que nadie más ha logrado— en California, EU; testigo principal de los descubrimientos arqueológicos en cavernas de Puebla; y así muchas tantas historias que han hecho del montañismo, su vida.
Ahora está concentrado en la continuación del proyecto Mares de México, nombre de una serie de expediciones que recorrerá en kayak de mar las costas de los 4 mares —11 mil kilómetros de litorales— que bañan nuestro país: Caribe, Golfo de México, Océano Pacífico y Mar de Cortés, situación que lo colocaría en el primer mexicano en hacer una hazaña de este tipo.
La primera etapa Chetumal-Cancún correspondiente al Mar Caribe se cumplió en diciembre del 2000. La segunda expedición de Yucatán a la frontera con Estados Unidos para completar el Golfo de México, será en abril del año próximo.
Una experiencia:
En el Mar de cortés, mientras mi compañero dormía, yo sostenía a dos manos el remo que servía de timón. La noche se expandía sobre nuestras cabezas; Golondrina, nuestro velero, se desplazaba con vela hinchada por el viento. Estábamos a muchos kilómetros de la costa más cercana.
—De alguna manera el mar sabe escuchar, si le hablas de la manera apropiada —dijo mi compañero y capitán. Al principio creí que era una superstición de hombre de mar, pero después…
—Con calma, compañero. Es grande, pero ten calma —me advertía el capitán. Una ola de cuatro metros se acercaba por la popa y yo estaba al timón. Se escuchaba su fuerte brama y no había tiempo para cambiar de puesto. Entonces me acordé de lo que él me había comentado momentos antes. Volteé hacia atrás para verla y comencé a dar pequeños y rápidos movimientos al timón. La ola se acercó lo más que pudo y en el último momento se volvió una pequeña colina de agua por la que subimos y bajamos sin ninguna dificultad. ¡Funcionaba! Tal como lo había dicho Carlos, el mar podía escuchar, pues cada ola es una voz que se interioriza, que enseña.
El Universal
Septiembre 27 de 2001