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Montañismo y Exploración
UNA VISIÓN DESDE EL INTERIOR
15 junio 2000

Eric Molino Minero Re ofrece aquí lo que quizá es la más completa versión de lo que fue el rescate del Resumidero La Joya, en el estado de Guerrero, desde el punto de vista de los rescatistas.







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VERSIÃ?N DEL ACCIDENTE
Mientras descansábamos un momento y terminábamos de organizarnos, Ricardo Arias, del IPN, nos platicó su versión del accidente: Martín estaba en la maniobra de paso de fraccionamiento. Su cabo de seguro estaba puesto en el fraccionamiento y estaba tejiendo su descensor. Su cabo de seguro, un cordino de 6.5 mm, se rompió, tomando por sorpresa a Martín, quien ya no pudo controlar su descenso. Durante esa noche y los días siguientes escucharía cerca de seis versiones distintas. Lo mejor es esperar que el mismo Martín nos aclare que pasó.
ENCUENTRO
Cruzamos el sifón, pero sin la camilla, el cambio se haría en este lugar. Primero pasó Lorenzo, luego yo. Avanzábamos muy rápido. Yo tenía la impresión de que la camilla iba a estar mas cerca, pero la realidad fue que estaba todavía muy lejos. Finalmente escuché voces y vi luces. Encontré a Betty, que se veía cansada, pero contenta de vernos. Le comenté que había mucha gente fuera y dentro de la cueva. Me parece que eso la tranquilizó mucho.
Luego vi a Manuel, quien también se alegró de vernos, y noté que él estaba coordinando el desplazamiento. Todos nos saludaron con alegría, ahora sabían que ya venía más gente en camino. La ayuda había llegado. Yo esperaba que los que venían detrás de mí llegaran en cualquier momento, pero no lo hicieron, aparecieron cuando ya estábamos cerca del sifón. Así que sólo llegamos a ayudar dos de los seis que veníamos.
Inmediatamente nos pusimos a trabajar y nos integramos al grupo que transportaba a Martín. La dinámica para desplazar a la camilla me pareció un tanto extraña al principio: En vez de cargar la camilla la iban arrastrando. Luego entendí por qué se hacia así: en esa zona hay muchas rampas de arena y pequeñas pozas. La camilla estaba amarrada a una cuerda y entre dos o tres personas la jalaban y los demás hacían lo mismo con las asas disponibles.
El cansancio y las pocas asas los obligaba a arrastrar la camilla, ya sea por la arena e incluso en algunas pozas. La camilla que se usaba en ese momento era flexible. Se enrolla para trasportarla. Martín estaba envuelto como taco dentro de ella, junto con un par de mantas térmicas y en la espalda llevaba un colchón de aire. Era claro por qué debíamos cambiar la camilla: ésta no era adecuada ni cómoda, tanto para Martín, que sentía todas las piedras sobre las cuales pasaba, como para los socorristas, ya que no tenía suficientes asas para levantarla. Martín no llevaba casco, pero la camilla rodeaba también su cabeza y lo protegía un poco.
Gracias a un colchón de aire, la camilla flotaba muy bien en el agua pero siempre había dos o tres personas debajo de ella, cuidándola y guiándola. Al parecer nuestra presencia y nuestra ayuda motivaron al grupo, porque después de un rato varios comentaron que estábamos avanzando mucho más rápido que antes.
Varios compañeros ya llevaban muchas horas dentro de la cueva, algunos desde que ocurrió el accidente. En su mayoría eran del IPN, amigos y compañeros de Martín. Además había uno o dos paramédicos. Varias veces se les dijo a los que ya llevaban mucho tiempo ahí que salieran a la superficie para descansar. Yo mismo se lo dije a uno de ellos y su respuesta fue muy clara, "¡Nos quedamos con él hasta que salga!"
Mientras cargábamos noté que fue un error llevar mi gordito, pues sólo me estorbaba. Pero también me di cuenta que era necesario porque traía agua y algo de comida. Todos sudábamos mucho y teníamos sed. No habíamos considerado que alguien debía traer agua para todos.
Ya llevábamos un buen rato avanzando cuando apareció Santana y los otros compañeros. Se habían quedado para despejar el sifón. Cuando estuvimos más cerca de este paso, Manuel y Santana se adelantaron para ir estudiando el terreno y planear como pasarlo. Estoy seguro que todos, incluyendo a Martín, pensábamos que éste iba a ser uno de los movimientos más difíciles. Nadie sabía a ciencia cierta qué se debía hacer. Hasta llevábamos una manguera de 3 metros para que Martín respirara si debíamos sumergirlo. Aunque nos movíamos relativamente rápido, se me hizo eterno el trayecto hasta el sifón, quizá un par de horas.
EL SIFÃ?N
Entonces Manuel tomó el control de la situación y organizó a la gente. Lo primero que nos dijo fue que una vez que la camilla comenzara a avanzar, no habría marcha atrás. Siempre debía ir hacia adelante. El plan en realidad era muy sencillo, unas cuatro personas iban a estar del otro lado del sifón, tres de ellos iban a ayudar jalando la cuerda amarrada a la camilla y el otro, que en este caso fui yo, iba a guiar a la camilla una vez que estuviera cerca. Más o menos a la mitad del sifón, que mide unos cuatro o cinco metros, hay un hueco donde uno puede pararse y ahí debía colocarse una persona con una buena luz, para que alumbrara esa zona. �ste era el punto más peligroso ya que era la parte más estrecha e inundada. Un amigo de Martín iba a estar ahí para darle ánimos. Lorenzo iba a acompañar a la camilla durante todo el trayecto.
Antes de comenzar se discutió sobre la posibilidad de usar la manguera. Algunos no pensamos que fuera buena idea ya que su longitud era mucha y el aire no se renovaría. Se pensó en cortarla, y al final se decidió esperar a estar en el paso estrecho para ver si era necesario usarla y en cuyo caso ver donde se debía cortar.
Primero pasó quien iluminaría el camino, luego tres compañeros del IPN que iban a jalar la cuerda y finalmente yo pasé al último. Nos llevamos un extremo de la manguera por si se usaba. Yo no lograba ver hasta el otro lado, aunque por las conversaciones entendí que estaban acomodando la camilla. En este momento se dejaron libres las manos de Martín, quien las llevaba sujetas dentro. Se pensó que de esta manera él mismo podría taparse la nariz en caso de ser sumergido o sujetar la manguera en caso de usarla.
Cuando todos estuvimos en nuestros puestos y Martín estaba en la entrada del sifón, de dio la señal de avance. La camilla flotaba en el agua, debido al colchón de aire. La primera parte, aunque algo angosta, no representó mucho problema pero al llegar a la parte más estrecha quedó claro que la camilla no podía pasar flotando. Iba a ser necesario sumergirla. La cuestión era entonces si se usaba la manguera o no. Lorenzo le preguntó a Martín si podía retener la respiración. Pasaron un par de minutos antes de definir la maniobra. Martín aceptó hacer una apnea y no usaría la manguera. Nosotros debíamos jalar cuando nos avisaran.
Nos dieron la señal, Martín respiró con fuerza y se sumergió la camilla. Cinco segundos después escuchamos, con alegría, los gritos "¡Ya pasó, ya pasó!". Martín volvió a respirar y también confirmó que ya estaba del otro lado. El obstáculo era una formación ancha que en su parte central se hundía en el agua. No era muy larga, unos 25 cm.
La segunda parte del sifón fue mucho más sencilla aunque también algo delicada, era un paso muy estrecho y tuvimos que ladear un poco la camilla. Poco a poco vimos cómo salía. Martín se veía muy despierto en ese momento. Jalamos la camilla y la cargamos hasta una playa de arena, cerca de ahí. Era bastante amplia y adecuada para hacer el cambio de camilla. En este momento eran cerca de las 22:30.
CANSANCIO
Betty y un paramédico aprovecharon para revisar a Martín. Los demás buscamos donde sentarnos para descansar, tomar agua y comer algo. Después de un rato empezamos las maniobras para hacer el cambio de camilla. En este momento le pregunte a Betty si le poníamos un casco a Martín, pero dijo que no. El cambio fue muy bueno para todos, ya que podíamos participar ocho personas en el trasporte y resultaba mucho más ligera que antes. Manuel y Betty decidieron adelantarse hasta el tiro del comedor. Ellos llevaban muchas horas dentro y necesitaban descansar.
Seguimos avanzando, al principio íbamos a buena velocidad, pero con el tiempo empezaron a sentirse los efectos del cansancio. �ramos cerca de 14 personas, de las cuales no todos cargaban e iban atrás, caminando muy despacio. Cada vez avanzábamos menos. Si antes nos parábamos cada 30 metros, después lo hacíamos cada 10 y luego cada 5 y luego cada 2... en los pasos estrechos con escaladas. Para avanzar en las escaladas teníamos que esperar un rato a que la gente se adelantara un poco. Las pausas se alargaban cada vez más. Me dio tiempo, en dos ocasiones, de adelantarme un buen tramo para dejar mi gordito y regresar para reemprender la marcha. Hubo un par de pasos estrechos y escaladas que nos frenaron aún más, pero seguíamos avanzando.
Llegó un momento en que decidí adelantarme hasta el tiro del comedor y pedir ayuda. Yo sabía que ahí debía haber dos o tres personas esperándonos, para hacer las maniobras en el tiro. Antes de llegar a la parte que se conoce como El Comedor hay una pequeña pared de menos de dos metros. Ahí encontré a una persona que pretendía desescalarla, pero no podía, a pesar de ser muy sencillo. Me pareció que lo más prudente sería que no bajara y le comenté que ya no tardábamos y que sería mejor si nos esperaba ahí.
Yo seguí hasta que llegué a la base del tiro y le pedí a mis compañeros que se encontraban arriba que nos fueran a ayudar. Regresé inmediatamente con los demás y les comenté que ya venía más ayuda. Poco después llegaron Arturo y Víctor. Su apoyo se sintió de inmediato y empezamos a avanzar mucho más rápido.

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