Ã?bamos ya de retirada y no regresarÃamos sino hasta tres meses después, pero con un aliciente mayor: ¿existirÃa realmente esa fabulosa cueva?
Era el 4 de noviembre de 1984 en la Colonia Plan del Fierro, habitada sólo por seis familias, un lugar aislado y dirÃase inhabitable de no ser porque ahà viven personas que se han forjado con los rigores del desierto. Es el Valle de Tehuacán, en el estado de Puebla y muy cercano al de Oaxaca. Esperábamos nuestro transporte, que se habÃa retrasado ya hora y media y mientras tanto, habÃamos establecido una plática con el hombre de más edad, algo asà como el patriarca de la pequeña comunidad. Todo habÃa comenzado por la pregunta acerca del tiempo en que habÃan abierto la carretera hasta ahÃ. Ellos la habÃan abierto con sus brazos, con su sudor y su poco tiempo libre porque querÃan que llegase el progreso. Ellos fueron, hace pocos años, sin más presupuesto que su energÃa. Entonces, ¿cómo hacÃan antes para viajar a Tehuacán, la ciudad más cercana?
A pie o en mula, entre los cerros. "TenÃamos que irnos temprano de aquÃ, comprábamos la mercancÃa y regresábamos al atardecer. Ya le digo. Por allá arriba en los cerros, camino a Tehuacán, hay hartas cuevas. Hay una que llaman... Bueno, no recuerdo. Pero allà dentro hay de esas que parecen puntas de flechas y jarras donde comÃan los antiguos y pinturas en la pared. Hasta huesos de los antiguos hay. Yo creo que enterraron a alguien hace mucho tiempo allÃ."
Nuestro transporte llegó rodando entre nubes de polvo bajo el sol perpetuo. Nos despedimos de cada miembro de la familia y mientras nos alejábamos del cerro adonde se habÃa dirigido la mano añosa del hombre, me preguntaba: ¿existirÃa realmente la cueva? A la vista del cerro, la vista se clavaba fijamente en sus pendientes y sentÃa que debÃa regresar ahà lo más pronto posible.
EL RETORNO
Pero eso no pudo ser tan pronto como hubiera querido. Año y medio después, en marzo de 1986, llegamos nuevamente al mismo lugar. Nuestra curiosidad habÃa aumentado tanto que en esta oportunidad nos habÃamos propuesto conocer toda la verdad sobre la existencia o invención de la cueva. Nuestro primer informante, el hombre lleno de paciencia, manos activas mientras trabajaba platicando y voz serena, no estaba. Fuimos con otras personas. "No. No sé decirle. Hace unos ocho años que un gringo le ofreció a un amigo 8,000 pesos para que lo llevara adonde están las pinturas, pero no quiso. Luego me dijeron que habÃan desaparecido. Quién sabe dónde quedaron."
De inmediato comprendimos que ante nosotros tenÃamos una ardua labor, asà que después del desayuno y sin información adicional que nos condujera a la nueva cueva, nos internamos por el desierto hacia la montaña más alta. Todo el dÃa estuvimos caminando y explorando y por la noche dormimos al aire libre con la esperanza de ver el cometa Halley en la madrugada, pero el cansancio de una noche sin dormir nos mantuvo con los ojos cerrados hasta las seis y media. A las once de la mañana comenzamos a subir por las faldas del cerro, conocido con los nombres de Viejo, Colorado o Texcale, un ascenso pesado porque a cambio de camino habÃa un infinito pedregal.
DESIERTO QUE FUE MAR
El cerro tiene una gran pared de más de un kilómetro de largo por 150 metros en su parte más alta. La noche anterior un habitante del extenso y cálido valle nos habÃa mencionado que años atrás trabajaban en la base de la pared para extraer el mármol (en verdad, ónix) que constituye uno de los medios de subsistencia de toda la zona, un enorme valle que comienza en Puebla y termina en Oaxaca y que lleva por nombre Tehuacán-Cuicatlán. Es un valle extenso y árido en donde es difÃcil hacerse a la idea de que todo el suelo que se pisa estuvo una vez por debajo del mar. Las piedras en forma de animales marinos es la clave y la gente ha aprendido a explotar esto: los niños recorren las faldas de los cerros mientras pastorean, recogen los mejores fósiles y los venden a los turistas. Millones de años de historia geológica que no se repetirá por sólo un peso. A veces por sólo un dulce.
Nosotros habÃamos dejado ya las partes bajas y los fósiles se hacÃan cada vez más raros y nos dedicábamos a ver de lo alto las nuevas olas: plegamientos de la tierra que sólo se podÃan ver desde muy arriba. Sin fósiles cercanos ya, era cada vez más difÃcil creer que encontrarÃamos algo que nos moviera a la curiosidad. Algunos ya no creÃan en eso y sólo esperaban a bajar. Al cabo de un rato, hallamos una diminuta vereda que esquivaba la mayor parte de los matorrales espinosos. Por ella llegamos más rápido y descansados a la base de la inmensa pared.
Eran ya las tres de la tarde y algunos caminamos veloces en busca de la cueva. HabÃamos perdido mucho tiempo grabando para los camarógrafos, que nos atormentaban con el "¡Háganlo de nuevo, por favor!", una y otra vez hasta que quedaban satisfechos de las tomas. Descubrimos una pequeña abertura en la pared y trepamos hasta entrar en ella, simple agujero que no medÃa más de tres metros de largo por uno y medio de ancho. Buscamos una continuación y al fin encontramos una gatera de 30 centÃmetros por la que costaba mucho trabajo pasar. Uno de los muchachos entró con la cabeza por delante y nos explicó que inmediatamente habÃa un tiro vertical. Una vez traspuesto el umbral, desapareció, como absorbido por la oscuridad.
�Estoy parado �nos gritó�.
�¿Quepo también ah� �pregunté.
Â?SÃ.