UN MUNDO OLVIDADO
La información recabada en el recorrido en solitario de 1987 sirvió para plantear una exploración importante: si la barranca Bacís estaba llena de leyendas y de tradición oral sobre los
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EL CERRO TACOTÃ?NLa Campana estaba vetada, asà que nos trasladamos rÃo arriba, al oriente, y en San José de BacÃs establecimos nuestra base de operaciones. Nuestra primera exploración la dirigimos hacia el TacotÃn, encima del cual Â?nos decÃa la genteÂ? habÃa muchas casas de gentiles. El TacotÃn es un cerro enorme que semeja elevarse del fondo de la barranca solo y aislado pero que en realidad es la última manifestación de una pequeña cordillera que viene desde lo alto. Se cuentan algunas leyendas sobre el cerro en San José y en SapiorÃs.
Nos dividimos. La mitad del grupo comenzamos a subir, entre espinas y roquerÃos que se alzaban hacia el cielo más rápido que nosotros, en busca del único paso hacia la cumbre. Todo el cerro es una muralla rocosa que alcanza casi 200 metros en las partes mas elevadas, pero en algún lugar debÃa estar el paso. Nos detuvieron todas las defensas que es capaz de poseer una verdadera cima en la Sierra: impenetrabilidad mezclada con espinas o pasos verdaderamente estrechos y verticales. A las tres de la tarde alcanzamos un punto alto desde el que vimos el accidentado camino hacia la cumbre. Accidentado y largo. TardarÃamos tres horas más en llegar allá y debÃamos regresar a nuestro campamento ese mismo dÃa. Es invierno y el frÃo es muy severo. Ese punto es, además, un mirador que tiene construida una terraza... sobre la que hallamos fragmentos de cerámica. Nos estremecimos. Comenzábamos a materializar todo lo que habÃamos investigado en bibliotecas y que nos habÃa llevado hasta allÃ
El segundo grupo se dirigió hacia una pequeña cueva que alcanzaba a vislumbrarse desde nuestro campamento. Los caminos, si existÃan en verdad, se volvÃan perdedizos y era frecuente hallar huellas de "jabalines" tan recientes que parecÃan haber espiado el avance. La sorpresa de los muchachos fue grande cuando llegaron a la cueva: lo que de lejos parecÃa una simple rajada en la roca granÃtica, se habÃa convertido en una oquedad de enormes dimensiones: mas de veinte metros de altura y cincuenta de profundidad. Ahà estaban algunas habitaciones en muy mal estado, destruidas por los jabalÃes y los visitantes ocasionales de SapiorÃs que buscan su ganado. Pinturas rupestres en color rojo, un metate Â?signo inequÃvoco de la presencia prolongada del hombreÂ? y pequeños olotes de unos siete centÃmetros de largo completaban el cuadro.
Por la noche, comentábamos nuestras experiencias. SabÃamos que vivÃan en lugares tan inaccesibles para defenderse de sus enemigos, pero... ¿de dónde sacaban el agua? La falta de explicación a esta pregunta habÃa llevado a la gente del lugar a sostener que los gentiles la sembraban.
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