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Montañismo y Exploración
SÓTANO EL BARRO: ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA
15 octubre 2000

Considerado hasta hace pocos años el abismo subterráneo más profundo del mundo el Sótano El Barro ha atraído a muchos espeleólogos y turistas que, al igual que nosotros, se maravillan al observar su inmensa entrada con un diámetro de 420 metros en su parte más ancha. Su descubrimiento para el mundo espeleológico es relativamente reciente, pues fue hasta 1972 cuando un grupo de espeleólogos norteamericanos lo descendieron por primera vez.







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Sábado 21 de julio. Son las 7 de la mañana y me encuentro parado al borde de un abismo de más de 400 metros. Miro hacia el horizonte y veo gran parte de la hermosa Sierra Gorda: cientos de cerros agrupados unos tras otros en torno a un cielo que se torna más y más azul a medida que el sol avanza. Volteo hacia abajo y la vista no es menos espectacular: decenas de guacamayas de un color verdeazulado revolotean en torno a sus nidos, incrustados a lo largo y ancho de toda la pared que bordea el grandioso Sótano de El Barro. La sensación que me causa estar aquí es la de estar suspendido entre el cielo y la tierra.
Considerado hasta hace pocos años el abismo subterráneo más profundo del mundo el Sótano El Barro ha atraído a muchos espeleólogos y turistas que, al igual que nosotros, se maravillan al observar su inmensa entrada con un diámetro de 420 metros en su parte más ancha. Su descubrimiento para el mundo espeleológico es relativamente reciente, pues fue hasta 1972 cuando un grupo de espeleólogos norteamericanos lo descendieron por primera vez.
Aunque llegar a este fascinante lugar no resulta tan fácil, la gente sigue llegando en pequeños grupos. Ese fue nuestro caso, ya que después de haber manejado desde la ciudad de México por cerca de 7 horas, al llegar al entronque de Puerto Ayutla aún tuvimos que manejar otros 30 kilómetros por una agradable carretera de terracería que poco a poco sube la sierra. Cuando se llega a la parte alta se puede observar a la derecha el cañón Santa María con sus aguas azules, y más a lo lejos, incrustado entre las montañas el imponente sótano de El Barro.
Al final de este camino se encuentra el poblado de Santa María de Cocos. La gente ya nos conocía, así que rápidamente Juan, el presidente en turno de la sociedad de ejidatarios que celosamente resguardan el sótano y sus alrededores, nos alojó en el albergue preparado para los visitantes. Hace pocos meses yo había estado ahí y ahora veía más limpias y cómodas las instalaciones, que cuentan con unas 20 camas, baño, regadera y hasta pequeño estacionamiento.
�En cuanto tengamos un poco de dinero vamos a adecuar más las instalaciones �me comentó Juan entusiasmado.
El propio Juan se encargó de conseguirnos el guía y las mulas que habrían de subir y bajar hasta la boca del sótano los casi mil metros de cuerda, el equipo, las provisiones y agua para los días que habríamos de permanecer ahí. Esa es una de las condiciones que los ejidatarios han impuesto a los visitantes del lugar: contratar a los guías y a las mulas a fin de que ellos mismos vigilen el buen comportamiento de los recién llegados. Y no es para menos pues hace pocos años el lugar fue designado reserva de la biosfera porque en el sótano habitan animales y vegetación endémica que debemos preservar.
Una vez que las mulas estuvieron cargadas y nuestros guías listos comenzamos la caminata. Poco a poco fuimos dejando el bello poblado de Santa María; cada vez que volteábamos lo mirábamos más abajo a la vez que comenzábamos a adentrarnos en un bello bosque de encinos. Después de casi dos horas caminando por una constante subida llegamos al borde de el sótano.
La noche estaba muy próxima, así que rápidamente colocamos el campamento y, aunque no pensábamos descender esa noche, el jefe de nuestro grupo, Javier Vargas, decidió que se colocaran las 2 cuerdas de poco más de 400 metros que habrían de servirnos en nuestro descenso y ascenso al día siguiente. La operación tomó poco más de 5 horas, pues había que revisar los anclajes que tendrían que soportar nuestro peso y el de la misma cuerda. Se colocaron nuevos anclajes y finalmente se comenzó a bajar la cuerda que debe de pesar entre 30 y 40 kilos.
La madrugada sorprendió a algunos de nuestros compañeros trabajando al borde de un abismo que no conocían y que sin embargo estaban preparando todo para descender una vez que clareara. Aunque generalmente el trabajo del espeleólogo no espera el día o la noche en esta ocasión todos deseábamos entrar al sótano con la suficiente luz para poder admirar su gigantesca belleza.
¿Listo para bajar?
Mientras nuestros compañeros que habían trabajado hasta muy entrada la madrugada descansaban, otros tantos nos preparábamos para comenzar los primeros descensos. Mi tarea en ese momento era supervisar los descensos y me encontraba en la última repisa donde es posible estar con cierta libertad. Veinte metros abajo se encontraba mi entrañable amigo Daniel, compañero de muchísimas experiencias tanto en la montaña, como en las cuevas, él era el primero en descender, y se encontraba ya listo en el anclaje principal.
�¿Estás listo para bajar? �le pregunté a través del walkie-talkie.
�Si hubiera visto anoche esto no hubiera estado tan tranquilo trabajando aquí �me respondió.
Sabía que era broma, pues Daniel tiene la suficiente experiencia para descender con toda tranquilidad, así que le deseé suerte y respondió que me informaría en cuanto estuviera otra vez con los pies en la tierra. Recordé cuando meses atrás había estado en el lugar en que ahora se encontraba Daniel. Miraba hacia abajo y sólo veía la cuerda que se perdía en lo infinito de la piedra caliza y el verde de la vegetación que cubre casi todo el perímetro del sótano. Mientras llegaban a mi mente esas gratas imágenes Daniel volvió a llamar para confirmar que ya estaba abajo y que se podía bajar con toda tranquilidad. Habían pasado 20 minutos evocando tan gratos momentos sin casi darme cuenta.
Inmediatamente Diego se preparó para el descenso. Y después de que hubo bajado le siguieron otro par de compañeros, hasta que llegó el turno a Maru, y con el pretexto de auxiliarla por si tenía algún problema la acompañé hasta el mismo borde, donde la vista es aún más espectacular. Mientras bajaba aproveché para tomar un par de fotos desde este magnifico sitio. Muy por debajo podía ver el bosque interior que tapiza de un verde intenso el suelo del sótano. Recordé los árboles de 15 o 20 metros, los helechos y los pequeños riachuelos que en tiempo de aguas se forman al interior del sótano.
La vista allí era insuperable; las guacamayas revoloteaban alrededor del sótano, mientras un gran gavilán volaba por encima de nosotros. Veía buena parte de la sierra, pues el clima era bastante agradable. Al fondo podía observar el gran montículo de piedra caliza que hace millones de años se encontraba justo en el lugar en donde ahora me encontraba yo. Cuando el techo se colapsó, y los millones de toneladas de roca se vinieron abajo ésta casi se pulverizó quedando solamente grava de 4 a 10 centímetros de diámetro. "No me hubiera gustado estar aquí en ese momento", pensé.
Los descensos se prolongaron casi todo el día, pues nuestro grupo era bastante grande. Todos bajaban entusiasmados y un poco temerosos. No era para menos pues un tiro de cuatrocientos metros bien lo amerita. Sin embargo a todos se les notaba en la cara el orgullo de ser de las pocas personas que tienen la fortuna de conocer un sitio como éste. A la par de los descensos comenzaron los ascensos por una segunda cuerda. De hecho, mientras por una cuerda descendía una persona, por la otra ascendían dos, con una distancia de 150 metros.
�¡Fílmalo! ¡Fílmalo!
Todas estas imágenes fueron captadas por nuestra querida amiga Isabel, que junto con su equipo de filmación del Centro de Capacitación Cinematográfica, ha tratado de plasmar en un documental el trabajo que el Grupo Espeleológico de la UNAM está realizando en muchas cuevas de diferentes estados de la república, principalmente en Iztaxochitla, en la Sierra Negra, una zona delimitada por los estados de Veracruz, Oaxaca y Puebla.
El trabajo en la cuerda se prolongó por casi toda la noche y por la mañana del domingo terminaron de salir nuestros últimos compañeros. Se les veía muy cansados pero bastante felices. Una vez que todos estuvieron afuera procedimos a desequipar el sótano y recuperar los cientos de metros de cuerda que utilizamos. Todos sabíamos qué hacer así que rápidamente terminamos y tratamos de dejar el sitio como lo encontramos: sin basura y sobre todo absolutamente apacible.
A eso del medio día empezamos a bajar al pueblo, seguidos de cinco mulas y dos arrieros. Luego de despedirnos de la gente de Santa María de Cocos, que nos trató como conocidos de muchos años y que gentilmente nos recibió en su comunidad, continuamos nuestro camino a Jalpan, aunque algunos se quedaron en Ayutla un día más para disfrutar de las agradables aguas del río Santa María.
Los que nos regresamos a la ciudad de México llegamos aquí como a eso de la una de la mañana. Estábamos cansados, pero muy contentos de haber compartido con tan buenos amigos un sitio tan hermoso como el Sótano del Barro.

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