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Montañismo y Exploración
Punta Herrero
11 diciembre 2000

“Volteó el pico hacia la luna llena e hizo un movimiento de aleteo. De todas maneras no pudo ponerse sobre sus patas. Me levanté de ahí y le dije lo mismo que le dijera Herbert Tichy a Kurt Diemberger: «Te deseo que regreses, pero si no es así, te deseo que sea hermoso»”.







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Cuando salí de Punta Pulticub por la mañana, mis dos hospederos estaban dormidos. Se habían pasado la noche en una larga plática sobre los robos que les hacía la persona a quien vendían toda su pesca. "Pero verás que mañana le voy a decir a hijo de tal por cual de lo que se va a morir y entonces sí me va a pagar lo que debe". El remedio de todas aquellas personas que quieren sacudirse algo que los oprime y que no pueden. Entre interjecciones, el calor dentro de la tienda y los chaquistes que habían podido entrar cuando m metí, pasé una noche verdaderamente atroz. Por eso estaban dormidos y me fui sin despedirme.


Después de tres horas de remar, pasé junto a un barco hundido, atorado en el arrecife. Al parecer estaba hundido ya en 1955 y cuando llegó el huracán Janet, en ese año, sólo lo acercó más a la costa. Del barco sólo queda el esqueleto carcomido por la sal. Poco después hay un espacio de mar abierto en donde el mar cambió de color tres veces: de verde jade a oscuro y luego a un azul profundo.


Punta HerreroAhí, en ese azul intenso, sentí el vértigo de la profundidad. ¿Cuántos metros había entre la superficie del agua y el fondo del mar? Mucha gente toma esto como una idea de lo peligroso que es andar en la mar, pero la respuesta es simple: uno se puede ahogar en agua con profundidad de kilómetros que de dos metros y es generalmente en esa agua poco profunda donde hay más accidentes.


Punta Herrero es el ápice sur de la Laguna del Espíritu Santo, una de las dos extensas lagunas de Sian Ka'an, rodeadas de manglar. Cuando la pasara estaría a la latitud de la Ciudad de México y en el centro de Sian Ka'an, en un lugar realmente incomunicado. A lo lejos vi un faro y remé hacia él (en realidad, hay dos faros, uno que está abandonado y el otro, que transmite cada cuatro segundos una señal de tres destellos) y cuando di la vuelta a la punta, creí haber llegado a mi objetivo.


Estaba completamente exhausto. Simplemente no podía levantar el remo y me faltaban dos kilómetros para llegar al poblado. Ahí, lejos, se veía un muelle de madera y muchas lanchas. Hasta ahí llegué, cubierto con las miradas sorprendidas de la gente, que se preparaba para la fiesta del 12 de diciembre, una fecha especial entre los pescadores. Ahí, unos pescadores me ofrecieron ceviche, huevo con salchicha y agua, además de una muy buena plática. Decidí descansar un día para enfrentarme al cruce de la Laguna del Espíritu Santo, que todos me pintaban como difícil.


En Punta Herrero me enfrentaba a otra decisión importante. Ahí podía dar marcha atrás, regresar a Majahual y a México. O seguir, en cuyo caso estaría solo durante mucho tiempo, hasta Punta Allen. Es posible que no encontrara gente y hasta entonces el contacto con otras personas me había servido de mucho para seguir solo. Pero, ¿podría estar solo, realmente solo?


“Sé que en este viaje hay riesgo de morir. Pero hablemos de otra cosa. Mejor cuento que anoche me bañé por primera vez con agua dulce y me sentí muy bien. Luego, caminé por el muelle y hallé una gaviota en el suelo. No podía volar. Levantaba su cabeza con gran esfuerzo y miraba a la luna. Sentí que moriría y me senté junto a ella para que no muriera sola. Le hablé. Le dije cosas sobre el mar, el cielo, la luna y sobre ese viento tan bueno que ambos recibíamos en la cara, sobre tantas cosas que ella conoce mejor que yo. Después le dije:

















“—Si tienes que irte, te dejo para que lo hagas como lo tienes que hacer. Pero no estás sola. Mi compañero se fue y quizá puedo verme en la misma situación que tú, pero tú y yo sabemos que no cejaré, que lucharé como tú luchas ahora por seguir viva.”


“Volteó el pico hacia la luna llena e hizo un movimiento de aleteo. De todas maneras no pudo ponerse sobre sus patas. Me levanté de ahí y le dije lo mismo que le dijera Herbert Tichy a Kurt Diemberger: «Te deseo que regreses, pero si no es así, te deseo que sea hermoso»”.







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