Por donde el Remedios rompe la cordillera en un voluntarioso afán de avance, la Sierra Madre Occidental tiene una bravura de puma acosado. Con ella en torno, no es cosa de estar al descuido. Es mediodÃa y vamos avanzando envueltos de otates verdes y negros, multicolores, que impiden nuestro rápido avance. Es mediodÃa. Por encima de nosotros, un muro de cientos de metros que arranca desde el rÃo y despunta al cielo, como previniéndolo de nuestra presencia.
Alto. Unos centÃmetros delante de mi bota, una huella de puma, fresca como el rocÃo de la mañana. Quedamos pendientes de ella y la consigna es elevar la voz, no dejar de platicar para que jabalÃes y pumas nos escuchen y eviten. No sea que tengamos un encuentro desagradable para ambas partes, aunque sabemos bien quienes llevarÃan la de perder. No llevamos armas, pese a la advertencia de que "Si no tienen un buen rifle, tengan mucho cuidado porque es donde anda el lión".
EL RÃ?O LOS FRESNOS
Cuando abandonamos la zona de Tárula, nos dividimos en grupos de dos para abarcar la mayor superficie posible en nuestras exploraciones. Cuatro nos dirigimos a la barranca del rÃo Los Fresnos, o RÃo Chiquito, como le llama la gente. Nos establecimos en una cueva revestida de muros de adobe que fue habitada hace veinte años por el señor Faustino Delgado. Desde ahà harÃamos viajes pequeños y rápidos en todas direcciones. El rÃo Chiquito cruza la sierra por barrancas profundas y verticales que son propicias para el resguardo de animales como el puma, el jabalà y el venado. Para ellos, salir de ahà significa la muerte. La zona nos atraÃa. "Yo conozco algunas gentileras. Si quieren, los puedo llevar", nos dijo Faustino y como aceptamos, fue él quien nos guió.
El dÃa de la cita, amaneció lloviendo. A poco de haber abandonado el cauce del rÃo, atravesamos una zona amplia y limpia donde distinguimos basamentos. HabÃa sido una zona habitada Â?habÃa un metate Â? de unos quince metros por lado y podÃamos considerar que se trataba de una población relativamente grande porque estaba a unos quince minutos del agua. Completamente mojados llegamos a un pequeño resguardo de la enorme pared donde los antiguos habitantes levantaron unos muros. Estábamos impresionados. El "conjunto habitacional" abarcaba cinco estructuras. "SerÃa aventurado llamarlas casas porque no se identifican con el concepto que tenemos de ellas; mas bien podemos llamarlas estructuras o construcciones".
Dos de estas estructuras nos llamaron la atención: un muro de piedra recubierto de adobe que parecÃa haber tenido una mesa. La altura de todos los muros no excedÃa los 120 centÃmetros aunque podÃamos suponer que llegaron a tener hasta 140 porque faltaba el techo. En el piso, estaban regados adobes grandes, partidos hacÃa quién sabe cuánto tiempo, pero que tenÃan una marca común: los innumerables surcos sugerÃan que habÃan estado sobre un entramado de varas de otates. Si Ãbamos a encontrar una construcción completa, esta deberÃa tener el techo de troncos de pino, encima otates y finalmente una capa de adobe.
La segunda estructura fue una olla hecha con zacate y lodo que estaba semienterrada. En el Museo de Historia en la ciudad de Durango habÃamos visto una similar y si ésta era igual, dentro de ella debÃa haber un cuerpo con todos sus implementos para vivir en el otro mundo: puntas de flecha, adornos, maÃz. La tentación era grande, tentación que finalmente dejamos atrás. No éramos arqueólogos y sabÃamos que podÃamos arruinar una información valiosa.
El conjunto también tenÃa ollas construidas en la pared, seguramente para almacenamiento de agua. Después de todo, ¿quién iba a bajar tantas veces al rÃo?
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