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Montañismo y Exploración
LA SIERRA ZAPOTECA
1 agosto 2000

Una exploración por el corazón de la Sierra Norte del estado de Oaxaca, en tierra de zapotecos y chinantecos, donde las costumbres y el trato humano es lo más importante.







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UN VISTAZO A LA SIERRA ZAPOTECA

En media hora habíamos descendido por un camino que se adentraba en el pequeño barranco vestido de selva y sombras para encontrarnos con un río furioso de crestas blancas y un respirar profundo, tanto que teníamos que comunicarnos a gritos. La vista, encajonada por lo cerrado de la vegetación, se escurría rápidamente hacia ese hipnótico movimiento continuo del agua, arrullador pese a lo agresivo, donde enormes rocas hacían rebotar la corriente más de medio metro de altura.

Debíamos cruzar a la otra ribera y lo único a la vista que servía para ello era un deteriorado cable de acero que cruzaba de un lado al otro y que desplazó a las antiguas "hamacas" de tres puntos (dos cuerdas arriba y sólo una para apoyar los pies) hechas de lianas por donde cruzaba la gente hasta avanzados los años sesenta, cuando comenzó a entrar el cable de acero. Quizá en una de esas "hamacas" que ya no existen el paso sería más seguro, mas no por ese cable.

Era ya temporada de lluvias y el vado estaba crecido; sabíamos que regresar era perder más de un día de camino, así que nos dimos a la tarea de hacer un vado ahí donde el flujo perdía fuerza. Desnudos, para conservar la ropa seca, y con las piernas metidas en el frío constante del agua, colocamos primero una cuerda y luego una piedra sobre otra...

UN PRINCIPIO FESTIVO

�¿Son ustedes de la orquesta? ¿No? ¿No los vieron en el camino? ¿Sí? ¡Qué bueno! Ya se tardaron ¿Cómo que nos están esperando allá arriba si quedamos que llegaban aquí? Pero qué bueno que nos dicen para que entonces vayamos por ellos. Entonces ustedes son deportistas, ¿verdad? ¿De dónde vienen? ¿De tan lejos? ¡Qué contento se va a poner el pueblo de que ustedes vayan a competir en el torneo de basquet de la fiesta! No hay más que hablar. Pasen a la Comisión para que les digan dónde dormir, que les den de comer y de una vez se registran. ¡Ya verán qué buenos premios hay en el torneo!

A cuatro días de camino de Santa María Tlahuitoltepec, tierra mixe (la "X" se pronuncia como "J") donde habíamos comenzado a caminar, entrábamos en Yalálag, un pueblo metido en la sierra zapoteca, justo el día en que comenzaba la fiesta del barrio de Santiago, "el Mayor Apóstol", como decían a cada momento por los altavoces. Y además nos cambiaban la denominación deportiva.

En la Comisión aclaramos la situación, pero no por eso dejaron de darnos un sitio para dormir y, de comer, un guisado de carne con tortillas de treinta y cinco o cuarenta centímetros de diámetro. Todas las que quisiéramos, que para eso había un grupo de mujeres que amasaban con la palma de la mano sobre el metate donde habían molido el maíz para luego ponerlas a cocer sobre un gran comal de barro donde se cocían lentamente para después pasar de mano en mano hasta la mesa donde estábamos comiendo con algunos comensales más.

Una banda (tambora e instrumentos de viento) tocaba continuamente, pero los personajes más importantes de la música parecían ser dos hombres que estaban recargados sobre una barda y que tocaban un tamborcillo y una flauta aguda antes de cada pieza interpretada por la banda. Más parecía que la orquesta esperara ese tañido de música vieja para comenzar. El permiso para ser tocada venía de esos dos hombres.

Por la tarde, varios muchachos, con varios muñecos y figuras de papel, recorrieron el pueblo acompañados de una orquesta. Era el convite. Por la noche, después de la misa en la parroquia del santo, salió otra procesión que estaba organizada en tres secciones, cada una acompañada por diferentes bandas. Caminaban con "focos" (linternas) en la mano y de tanto en tanto se detenían para bailar y uno podía ir a un grupo o a otro y siempre encontraba gente bailando y riendo. Era la calenda. Parejas de hombres y mujeres o únicamente de mujeres que bailaban sin prejuicios, desparramados por todo el pueblo.

El baile se hacía tomándose por ambas manos y haciendo un giro a un lado y luego al otro con un movimiento especial en los pies. Parecía muy sencillo eso de la bailada, pero a la hora de estarle dando, mejor era quedarse viendo cómo lo hacía el vecino para copiarle. Sólo algunas personas bailaban y era más común, como en todas las fiestas, ver espectadores. La mayoría eran trabajadores emigrados a Tijuana o Estados Unidos y ahora regresaban cargando cámaras de videograbación para llevarse hasta allá, lejos de su pueblo, un pedazo de su tierra que no se puede apreciar en fotografías ni en video. Con ese valioso cargamento de recuerdos ancestrales y con la certeza de ser hombres de la tierra, regresarían al norte para seguir siendo llamados despectivamente "oaxaquitas".

A veces las calles se angostaban y se volvían, literalmente, calles pedregosas, resbalosas de guijarros nocturnos.

LLUVIA

�lvaro y Paco tenían azules los pies por el frío; Juan y yo tiritábamos, pero el esfuerzo colectivo de cargar muchas piedras de todos tamaños, hizo que el paso estuviera listo en dos horas. Dos horas en vez de un día. Cruzamos el río desnudos, apoyándonos en la cuerda que habíamos puesto como pasamanos y con las mochilas a la espalda. Si bien al principio era difícil ver alguna ventaja en eso de hacer más alto el vado, la recompensa fue que las mochilas no se mojaran. Una vez en la otra ribera, comenzó la lluvia. Lluvia de selva. Fuerte. No era un aguacero como aquellos a los que estábamos acostumbrados. Juan y yo, que nos quedamos atrás por haber pasado al último, no podíamos vernos de frente porque el agua caía en nuestras caras con tal fuerza que parecíamos estar bajo una cascada. Para caminar veíamos el suelo, sólo el suelo y si queríamos ver arriba, debíamos cubrirnos los ojos como quien se protege del sol. Los demás ya estaban en camino a una cabaña donde dormiríamos.

"Se van por esa vereda de allí, luego suben del otro lado y vuelven a bajar hasta el río grande. Creo que ahí hay un puente. Sí, de cierto que hay. Desde ahí les queda una hora, dos a lo mucho, para llegar al Yatzachi el Bajo. Mírelo: desde aquí se ve el camino y el pueblo. Llegan rápido. Si ya caminaron desde Tlahui [como abreviaban el nombre de Tlahuitoltepec] hasta 'ca, pueden llegar fácil a Yatzachi."

Recordaba palabra por palabra lo que nos habían dicho. Pero el caso es que ya estaba oscureciendo y apenas habíamos comenzado a subir del otro lado. ¿Por qué? �lvaro se había torcido el pie, la mochila de Juan había caído al río desde una roca y luego yo había seguido un camino equivocado que hizo que nos separáramos. Tres incidentes que nos habían retrasado. �lvaro y Paco caminaban conmigo y creíamos seguir a nuestros compañeros, quienes iban delante.

Antes de que cayera la noche, la lluvia se dejó venir de a poquito hasta convertirse en un aguacero. El agua fue traspasando poco a poco nuestra ropa, nuestras botas, nuestra conciencia. Dos, tres horas caminamos en plena oscuridad hasta alcanzar a nuestros compañeros. Entonces cesó la lluvia. Levantamos la tienda de campaña (enorme, donde cabíamos los siete) y pusimos la ropa empapada a escurrir sobre las ramas. Es increíble la sensación de estar seco después de haber caminado bajo la tormenta nocturna. Uno se desnuda y ya es otro, comenzando por el cuerpo seco hasta el humor. Con esa lluvia, a ninguno se nos había ocurrido pensar en la sed, pensando que podríamos beber de los múltiples arroyos que surcaban entonces la tierra. Adrián fue a buscarla, pero donde antes corrieran arroyos, había ya sólo arena humedecida. Y de los mangos tan abundantes en el otro lado de la sierra, aquí no había ni señales.

Por la mañana llegamos a Yatzachi el Bajo, un pueblo apacible que tiene una inmensa iglesia del siglo XVII con la bóveda principal llena de cuarteaduras. Los terremotos de la zona habían dejado la bóveda antigua casi desencajada del resto del edificio, como si se pudiera quitar una enorme tapa de piedra y argamasa. La gente hablaba de remodelar con techo de lámina. Ese era el patrón de "remodelación" que habríamos de ver en lo sucesivo en muchas otras iglesias. Vi el interior de la bóveda y me dije que nunca volvería a quedar tan bella como en ese momento, incluyendo las cuarteaduras.

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