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Montañismo y Exploración
Huertos tropicales y minas de oro
15 septiembre 2000

He preferido utilizar el término legua por varias razones. La primera es que esta medida es más antigua y da la idea de profundidad en tiempo y distancia. Hay otra más real: la gente de la sierra y de las barrancas miden las distancias en tiempo aproximado de recorrido, un tiempo muy personal y subjetivo que nosotros, malamente acostumbrados a la exactitud como si en ello nos fuera la vida, nos hace malas jugadas. Finalmente, pueden escucharse términos de medida como varas y fanegas en vez de metros y kilos; así pues, al hablar de leguas recorridas estoy refiriéndome de una manera sutil al hombre que vive en la sierra. Aunque varía de país en país, la legua en México equivale a 4,190 metros aproximadamente.







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Leyenda: la tubería del diablo

Cerca de San Dimas, población ubicada un poco al norte de Tayoltita, hay ?dicen? evidencias de un pacto con el diablo. Hace muchos años, los habitantes de San Dimas quisieron colocar una tubería para surtir de agua a su pueblo, entonces cabecera municipal. Sin embargo, ningún ingeniero, por bueno que fuese, mexicano o extranjero, se atrevía a aceptar el reto después de haber visto el terreno: se trataba de atravesar un cerro de roca maciza. De entre todos los que se acercaban a ver el reto, un hombre apellidado Milán, pidió unos cuantos millones de pesos por hacer el trabajo sin trabajadores. Le dieron el dinero por dos razones: la primera, que el pueblo necesitaba agua; la segunda, porque nadie creía que pudiera hacerlo, por lo que esperaban que el dinero les fuese devuelto cuando se cumpliera el plazo y el trabajo no estuviera hecho.

Pero el dinero no regresó porque a la mañana siguiente de haberlo pagado, la tubería estaba colocada exactamente como se quería y circulaba por ella el agua que necesitaba el pueblo de San Dimas. "Usted no puede meter ni un alfiler entre la roca y el tubo porque el agujero está hecho a la medida. Dicen que Milán vendió su alma al diablo y que cuando la tubería estuvo colocada, el mismo diablo lo aventó contra las rocas que están en el fondo. La mera verdad es que yo no creía y decía que eran puras habladas, pero un día me llevó un señor al lugar. Parece como si el tubo hubiera atravesado un cerro de manteca. Y no se crea que es un tubo grande. No. Tiene cinco pulgadas de diámetro.

"Arribita hay una laja donde se ven los cascos del caballo del diablo (porque en la sierra hasta el diablo anda a caballo). Es pura roca, pero se ven claritas las huellas del animal, como si las hubieran hecho en lodo. Y hasta abajo hay unas peñas donde se ve una mancha roja de sangre. Las han querido limpiar, pero la mancha no se quita. Ya hasta un cura fue a bendecir el lugar. Y de todo esto, la única que salió ganando fue la viuda porque se quedó muy nueva (joven) y con los millones. La tubería creo que nunca la usaron porque dicen que está maldita y que quien tome agua de ahí está regalando su alma al diablo."

La Onza

La gente no había salido a averiguar qué o quiénes producían las voces que dábamos desde mucho antes de llegar al rancho. Era extraño en gente serrana pero todo tenía una explicación y pronto nos la dieron.

—Yo escuchaba voces, pero le dije a mi señor que no saliera porque podía ser la onza.

—¿La onza?

—Sí.

—¿Qué cosa es la onza?

—Es un animal que come gente. Imita cualquier ruido. Hasta voces de gente para atraparlas.

—¿Y cómo es?

La descripción que hacían del animal era excesivamente vaga ("Parece un león, pero con cabeza de oso." "Es parecido al lobo, sólo que más grande", y descripciones por el estilo que me hacían recordar los bestiarios fabulosos de la Edad Media). Con el paso de los días y conforme avanzábamos en la sierra, la gente nos siguió hablando de la onza y de sus malignos poderes. Todos la describían como algo feroz, capaz de quitar la vida a quien se le atravesara en el camino. Tras estas descripciones y miedos había algo claro: la onza era algo respetado por la gente. Era un mito de la sierra, el primero con el que nos encontrábamos. Tiempo después, comencé a creer que la onza era el equivalente serrano al nahual de los pueblos del centro de México. Lo curioso era que, pese a lo detallado (y disparatado) de las descripciones, nadie la había visto en realidad. "Yo no la he visto, pero mi compadre dice que un amigo suyo..."

Arroyo del Agua está al borde de la barranca o, como dicen aquí, "al filo". Es uno de esos lugares que tienen la magia del paisaje: en los cantiles rosados que rodean la pequeña terraza donde está el rancho, el sol se hace polvo tanto al amanecer como al inicio de la noche, como si el crepúsculo ?el portero del sol y las estrellas? dejara reposar su llave para resaltar cada arruga de la tierra.

A todo esto, habíamos llegado al rancho a ciegas tanto por la carencia de luz como por la ausencia de dos mapas que nos fue imposible conseguir. Así que navegábamos a ciegas, siempre hacia el norte, hacia Tayoltita, que era el primer poblado grande que aparecía en el primero de los mapas que llevábamos. Era el método más antiguo, pero funcionaba. Tenía que servirnos como lo hizo a tantos exploradores que se adentraron en lugares de los cuales no tenían la más remota idea.

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