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Montañismo y Exploración
EXPEDICION AKEMATI 1999

La experiencia del Sótano Akemati dejó una profunda huella en los participantes de la expedición y Norman Magaña, otro de los participantes, escribió sus experiencias tiempo después. Esta otra versión ayuda a comprender que cada persona ve las mismas situaciones de forma diferente.







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VIERNES 2 ABRIL 1999
Llegamos a �Le Sec� como a la 1:00 o 2:00 a.m., dos o tres tiros antes de llegar a la zona de vivac Dany ya no aguantaba el roce de su arnés en el cuerpo, Juan y yo veníamos juntos desde muchos tiros atrás y los tres llegábamos al vivac severamente lastimados. Hacía muchos metros que yo no cargaba mi gordo de cuerda, sólo el personal y Dany ya no llevaba ninguno de los dos. Yo seguía muy impresionado por lo del accidente, además de no soportar el dolor en las manos que estaban hinchadas y golpeadas. Fue un error no haber llevado guantes. Juan venía muy lastimado de sus pies y al igual que Dany y yo, anhelaba con ansia llegar al vivac. Hubo personas que me echaron una manísima (espero no olvidar a alguno): Angélica, Dany Sánchez, Javier Martínez.
El lugar de vivac no era, a comparación del lunes (donde habíamos estado a principios de semana), el mismo: se encontraba ahora más congestionado, y al menos yo, lo sentía más frío. Javier Vargas y su cordada habían ocupado ahora la parte superior, mientras que a nosotros nos tocó en la parte de abajo que estaba muy angosta. Como pudimos nos acomodamos Dany, Juan y yo, tratando de no lastimarnos en nuestras múltiples heridas, lo que nos costaba mucho trabajo pues cuando uno se movía, los otros dos salían afectados.
Nos duró poco el gusto de estar durmiendo ya que como a las cuatro horas (cuando ya más o menos tu cuerpo se había amoldado al reducido e incómodo espacio), llegó Víctor con muchas energías, gritando: �¡Levántense, es esto un menos mil o el maratón de la hueva!� Este cuarto vivac había sido el peor de todos, fue el más incómodo y casi no descansamos. Nunca había yo odiado a alguien tanto en mi vida como a Víctor entonces. Contra nuestra voluntad tuvimos que ponernos por enésima ocasión el overol húmedo y equiparnos. Nuestra siguiente meta: el Cicloespeleódromo, y de aquí ver cómo íbamos para saber si hacíamos allí un último vivac o si le dábamos de lleno hasta arriba.
Hacia arriba de �Le Sec� y antes de llegar al tiro de 90 metros se encuentra una zona denominada �Queso Gruyère� por estar la roca agujerada en muchas de sus partes. Pero no me acuerdo haber pasado por ahí de bajada, lo que es normal, pues de bajada apreciamos la cueva de una manera, y de subida de otra; tal parecería que son dos cosas muy diferentes. Fue en esta parte que Juan perdió una de las partes del depósito de su carburera y no lo culpo ya que al ir subiendo parece que el paso es por abajo, pero cuando estás a punto de llegar al otro extremo de ese pequeño túnel, se estrecha tanto que sólo una ardilla cabría por ahí. Bueno en realidad no era tan estrecho, pero con sólo saber que a Angélica �que es pequeña y de complexión delgada� le costó trabajo pasar por ahí, era prácticamente imposible que los demás pasáramos. Y muchos de nosotros erramos el camino: de vuelta y a escalarle por arriba para conseguir conectarse a la cuerda.
Mi gordo personal se atoró un sinnúmero de veces en el tramo �equivocado� del queso gruyère. Cuando logro escalar el tramito que me llevará hacia la cuerda, ya llevo conmigo la parte de la carburera que le hace falta a Juan, se la doy de inmediato porque voy mojado. Esperamos un buen rato y por fin nos toca subir el tramo que nos llevará a la base del tiro de 90 metros.
Estoy al borde de la hipotermia, no aguanto más. En lo que sube Juan el tiro de 90 saco mi manta espacial y tiritando, sin tener algún control sobre mí, cuento ansiosamente los minutos que faltan para que empiece a subir y así entrar en calor. Por fin el tan ansiado grito llega: �¡Librreeeee!�. Comienzo a subir con las manos entumidas por el frío y empiezo a recuperarme conforme avanzo. Después del tiro de 90 metros, viene el de 73 metros antes de llegar al Cicloespeleódromo. Juan me advierte que se aproxima un paso bastante aéreo y en diagonal exactamente igual a aquel en el que tuve el accidente a -800 metros. Más de uno, después de saber mi experiencia, se acordó de mí en dicho pasito. Al llegar ahí me doy cuenta que está rearmado; Soriano lo cambió porque se botó uno de los anclajes que yo puse: Gustavo �voló� y Soriano tuvo que volver a poner un anclaje.
Durante este tramo nos caía bastante agua de subida, a diferencia de los días en que empezamos a bajar. Esto se debió a que el lunes llovió muy fuerte afuera (lo cual supimos por Edgar). Amílcar, Rodrigo y Marisol, se dieron cuenta de esto después de los 500 metros de profundidad y construyeron un dique para desviar el curso del agua. Esto, aunque parece una situación sencilla y sin importancia, tuvo grandes resultados porque facilitaron el trabajo de los que llegamos a -960 y -1,060 metros. No obstante fue imposible librarnos de toda el agua que caía sobre nuestros hombros y era casi un hecho quedar empapado los tiros que precedían al Cicloespeleódromo. El armado dentro de estos dos tiros se había convertido en un ascenso dentro de cascadas que ponían a nuestros cansados cuerpos al borde de la hipotermia. A las 9:30 p.m. ya estábamos cenando y una hora después nos disponíamos a dormir una última noche en Akemati. La mayoría de nosotros deseaba descansar para salir con los rayos del sol del día siguiente y ahora sí festejar el éxito.
SÃ?BADO 3 ABRIL 1999
Inicio el ascenso como a las 12:00 p.m. y en unas cuantas horas estoy arriba, a punto de subir por el último tiro de 50 metros que tiene el desviador hasta arriba y que es una marca porque significa que sólo nos separan unos cuantos metros de la superficie. Rodrigo me grita que la cuerda está libre y que puedo subir un poco más. Tan sólo un poco más y ¡por fin encuentro el desviador; tres metros más y está el nudo! Me quito de la cuerda, le grito a Marisol que suba, escalo el pequeño obstáculo de dos metros, doy vuelta a la izquierda y llegó al meandro de dos niveles donde se encuentra el inicio de la cueva. Subo el tirito inicial de escasos 5 metros y ¡por fin! Camino unos metros y veo el color de la luz después de varios días bajo tierra. No sólo los colores, sino también los sonidos y los olores del exterior cobran un matiz hermoso. Me abrazo con Rodrigo. Por fin, ¡lo hicimos! Y estamos con bien arriba. Edgar nos recibe en la entrada y sólo porque es hombre, pero estuve a punto de darle un beso cuando nos llevó unas cervezas. Rodrigo me toma unas fotos, esperamos a Marisol y los abrazos siguen. Son ahora las 3:30 p.m. ¡He pasado 5 días, 5 horas y 30 minutos dentro de la caverna!
Regreso al campamento yo solo, tengo ganas de disfrutar el bello paisaje de la sierra por el caminito de terracería que me llevará al campamento base. Deseo admirar todo lo que tengo a mi alrededor yo solo, tengo ganas de platicar conmigo mismo. Más arriba alcanzo a ver la silueta de Chabela, que junto con Susana y Gerardo nos han ido a recibir y apoyar. Claudia Soriano estuvo con nosotros desde el principio de la expedición apoyándonos y cuidando el campamento base. La primera en recibirme es Luna, la perra de Chabela, poco más tarde veo a los demás bañándose y celebrando. Me quito todo el equipo, saco ropa limpia y ¡a bañarse! Durante este tiempo soy testigo presencial de las curaciones que Bety le hace a Juan y decido hacerme el desentendido ya que no deseo que me cure a mí también las manos.
Mi agradecimiento pleno a la gente tan sencilla y bella de la sierra que aunque materialmente tiene menos de lo que cualquiera de nosotros en la ciudad pudiera poseer, le brindan a uno su amistad incondicional y lo poco que tienen lo comparten contigo. Napoleón y Alfredo, dos niños indígenas, quedarán por siempre grabados en mi mente y mi corazón; nunca dejaron de estar al tanto de nuestros avances, preguntaban todo sobre el equipo y las tiendas de campaña. Napoleón se cortó una mano con el machete al intentar abrirnos paso a la entrada de Akemati cuando llegamos ya que ésta se encontraba tapada por una abundante vegetación, afortunadamente gracias a Bety se pudo evitar que la cortada empeorara.
DOMINGO 4 ABRIL 1999
Nos levantamos temprano a acomodar el equipo y el material que utilizamos para la expedición, las mochilas están también listas y sólo hay que aguardar la llegada de los señores que traen las mulas para cargar las cosas y regresar a la contaminada, pero bella ciudad de México. Siete integrantes del grupo (Maru, Lorenzo, Dany Sánchez, Víctor, Gustavo, Joel y Soriano) se quedaron algunos días más a recuperar las cuerdas que se habían quedado dentro de la caverna porque varios abandonamos equipo en ciertos puntos de la caverna.
Algunos de nosotros denominamos a esta salida como la �expedición del terror� en broma: yo había sufrido un accidente a 800 metros de profundidad; a Javier Vargas le cayó un bloque de piedra en la pierna cuando Soriano perdió el equilibrio y por accidente lo movió; hubo una pequeña explosión con carburo; a algunos se les rompió el estribo; Amílcar casi incendia a Rodrigo con la carburera; Dany Castro y sus heridas causadas por el arnés; Juan con los pies como Cristo Rey; a Dany Castro, Juan y Manuel les falló carro y camionetas.
Manuel Casanova anunciaba su decisión de retirarse del grupo con este éxito, Javier Vargas era nombrado nuevo Jefe del GEU. La celebración por tanto era nostálgica y no nos quedaba más que desearle la mejor de las suertes a los dos.
¿Por qué hablar del éxito de la expedición hasta que estuvimos todos afuera? Bajar a una caverna de más de mil metros de profundidad requiere de una preparación logística, física, técnica y mental. Hay personas que aseveran que conseguir un �menos mil� es el equivalente a escalar una montaña de más de 8,000 metros de altitud en el Himalaya. Lo que sí es cierto, es que nuestro proyecto fue una gran empresa que concluyó con éxito: la meta de convertir a la UNAM en el único grupo netamente mexicano en descender a dos cavernas de más de mil metros de profundidad. La satisfacción personal de saber que se puede controlar el miedo y la angustia al desenvolverse en un medio que habitualmente no es el propio soportando frío, hambre, dolor, desesperación y el constante fluir de la adrenalina por las venas. Los que hacemos este deporte-ciencia sabemos que podemos vencer este tipo de pruebas, que estamos capacitados para enfrentar cualquier otro reto en la vida diaria. �El éxito no consiste en conseguir la cumbre, sino hay que regresar con ella en el bolsillo hasta el campamento base para sabernos conquistadores de las grandes alturas�. Esta máxima del himalayismo creo que se podría aplicar a la espeleología.

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