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Montañismo y Exploración
El montañismo en perspectiva
15 febrero 2000

Hasta hace varios años, al caminar por la montaña te encontrabas a algún desconocido, inmediatamente saludabas. Deseabas buena suerte, preguntabas si se ofrecía algo, y seguías feliz. Ahora muchos a veces ni siquiera levantamos la vista…







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Antes, hasta no hace mucho (unos quince años) había muy poco trecho de diferencia entre montañistas: jóvenes o viejos, ricos o pobres, novatos o expertos. Recuerdo que los veía en la montaña juntarse alrededor de una fogata, bebiendo café y platicando sus cosas por la noche. La tecnología era distinta. Las especialidades y las técnicas eran pocas. Se dependía de la fuerza bruta y del compañerismo, no de los materiales, ni de la alimentación, ni de la genética.

Cuando nos encontrábamos en la montaña, todos éramos iguales, incluso desconocidos que coincidían en las rutas y que en 20 minutos de caminata conjunta eran ya amigos. Aún recuerdo aquella ruta tan demoledora para la fortaleza física, símbolo nacional de la técnica llamada "clásica" de ascensión a alta montaña, que era la que partía a San Rafael. Recuerdo las mochilas de marco externo de aluminio, las botas semi-militares de cuero, los colores grises, caquis, y ocre. Las medias de lana, y las boinas.

Recuerdo el límite físico de los montañistas el en Iztaccíhuatl: la Loma Larga. Recuerdo el punto del arrepentimiento: Láminas (o La Mina). Recuerdo el inamovible Tumbaburros. Pero sobre todo recuerdo, la sensación tan inigualable al terminar este trayecto: el brillo plateado y acogedor del refugio de Chalchoapan. Esta misma sensación se repetía cada vez que se variaba la ruta a cada uno de los puntos clave del volcán. El Téyotl, después de aquel recorrido en silencio más allá después de la Ciénega. Al República de Chile, después del agotador cambio de altitud, y del devastador ascenso entre rocas. Por supuesto a Ayoloco, otrora más "escondido" y reservado a los más "conocedores".

Esas visiones no volverán. Los que nos iniciamos en el montañismo viviendo esa vertiginosa transición entre lo clásico y lo actual llevamos esos recuerdos muy marcados. Llegaron los textiles revolucionarios. El Gore-Tex nos refrescó la espalda, y el Polar-Tek nos quitó peso, además de vestirnos de colores, cada vez más "fashion". A su vez, el plástico, el aluminio y los policarbonatos nos reeducaron el cuerpo. Ahora somos más fuertes, más resistentes, y más capaces. Pero han abierto una terrible brecha.

Además de mis mejores recuerdos, también tengo en mi memoria la sensación tan hermosa de llegar al refugio, abrir la puerta, y encontrarme con rostros de desconocidos, cansados, pero amigables. Ya tenían café para ti. Ya cambiaban sus dulces y su comida con la tuya. Ya te aventabas toda la noche sin dormir, y lleno de platicar... Ya aprendías cosas nuevas, y tenías nuevos amigos. Salías cada vez más integrado a tu naturaleza, a la montaña, y a tu medio ambiente. Mirabas la ciudad de México, desde la altura, y entendías su ciclo. Comprendías sus furias, y regresabas a ella siendo mejor. Pero eso también se fue...

O por lo menos se quedó adentro de los que todavía lo captamos.

Muchos aprendimos y evolucionamos con el cambio. Asimilamos las ventajas de la nueva técnica "alpina". Quisimos integrarnos más a la montaña, y comprendimos el mejor uso de las herramientas de la nueva era. Cambiamos nuestro equipo, las técnicas, la moda. Muchos éramos suficientemente jóvenes para seguir con esto. Sin embargo, junto con nuestra evolución, nacieron varios tipos de gente: Los que son producto de la tecnología misma, no de la montaña, que llegan a ella por aquélla, no por su naturaleza. Los que no la tienen, y se niegan a aceptarla. Ambos son gamberros.

Hasta hace varios años, al caminar por la montaña te encontrabas a algún desconocido, inmediatamente saludabas. Deseabas buena suerte, preguntabas si se ofrecía algo, y seguías feliz. Ahora muchos a veces ni siquiera levantamos la vista... ¿Para qué? ¿Para darte cuenta de que aquel desconocido va mal equipado? ¿Drogado? Para que al intentar hacer alguna observación ¿te encuentres con un insulto? ¿Para encontrarte con un desconocido con alguna actitud que te hará suponer que provocará algún destrozo?

Disculpen. Esta ha sido la causa de muchas discusiones aquí, en este foro (por suerte). Hay muchos tipos de mentalidades. Hay también muchos gamberros. También hay los mejores montañistas, por supuesto. Mi queja ahora es que cuando vas a la montaña, ya no es posible sentir esa confianza como antes. Aquella que te hacía tener plática fácil, largas horas de charla. Y un amigo más. Si embargo, aun vamos a la montaña, puesto que ahí aún hay magia. Aun está la naturaleza, aunque cada vez estamos más solos.

Los refugios del Grupo de los Cien ya no son útiles para los montañistas actualmente. La nueva técnica ya no los requiere. Pero son un símbolo y un termómetro. Nos recuerda nuestra historia con la montaña, y nos mide la calidez y confraternidad que conservamos. Olviden aquellas reuniones estúpidas en la montaña, donde se juntan toneladas de excremento, basura y orín, y que denominan "confraternidades". Los fundadores de ellas ni siquiera las mencionan.

Me tocó estar presente en la pasada reunión del Grupo de los Cien. Sentado con aquellos viejos, sentí de nuevo la amistad y el calor del montañista de aquellos tiempos. Y noté también la nostalgia y el dolor por lo que está pasando. ¿No somos capaces de guardar los símbolos que nos dejaron? ¿Acaso somos tan egoístas como para pensar que somos los únicos capaces de hacer montañas, y que inventamos el hilo negro?

Cada refugio que caiga, cada lámina que se desprenda, cada piso que se rompa, cada puerta que se zafe, será un pedazo mayor de esa memoria que nos dio identidad, y que ahora se pierde.

Hasta hace poco, me gustaba invitar gente que nunca había subido montañas, para llevarlos por primera vez. Me gustaba convivir con su admiración y su gusto por esa experiencia. Ahora ya no tanto. Me da miedo llevar a alguien que más tarde hará algo de lo que me arrepienta.

Ahora es frecuente que al caminar en la montaña, y me encuentre con un desconocido, y baje la mirada.



 



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