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Montañismo y Exploración
¡Eh, petrel!
1 noviembre 2000

La vuelta al mundo se puede hacer de muchas formas, desde un viaje todo pagado hasta la expedición narrada en “Hasta los confines de la Tierra. Sin embargo, también un hombre solitario sin muchos recursos puede hacerlo, si se lo propone. El viaje de Julio Villar es uno más de los navegantes solitarios alrededor del mundo en un velero pero no se jacta de lo especial que fue para el mundo, sino de lo particularmente importante que le resultó a él.







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Julio Villar. ¡Eh, petrel! Cuaderno de un navegante solitario. Editorial Juventud, Barcelona, 1974.248 páginas. ISBN: 84-261-5671-1

 

Es bonita esta vida. Y este ambiente extraordinario. Flota en el aire estival una sensación de vacaciones continuas y de libertad sin condiciones.

Me gustan estas charlas en las que se mezclan todas las lenguas y todos los acentos imaginables. Me gustan estas dulces borracheras que se fraguan algunas noches y que duran hasta el amanecer. Me gustan las caras de mis compañeros cuando vuelven por las tardes de sus jornadas de trabajo.

Somos hippies?, ¿gitanos?, ¿vagabundos del mar? No sé. No tenemos nombre. Andamos por el mar.


"En un tiempo de mi juventud, pensé que yo había venido a este mundo sólo a causa de las montañas. Pasear por ellas, amarlas, comulgar con ellas. Ser roca, glaciar, arista venteada. Cumbre solitaria y tal vez..." (p. 212) "...los horizontes de mi vida no eran otros que los horizontes de mis montañas. La idea de dar la vuelta al mundo surgió a raíz de un grave accidente de escalada." (p. 7)

Ese accidente en la montaña hace que un joven de 25 años dé la vuelta al mundo en un velero. Lo que el lector encuentra en el libro no es la descripción de su viaje a través del Atlántico, el Pacífico o el Índico, sino ese viaje único que nadie más puede vivir: "Voy conmigo. Voy conmigo. Voy a través de mí y nadie me molesta y nada me distrae. Yo soy mi camino. Y mis océanos. Y mis montañas. Mi viaje no lo podré explicar. Yo no he estado en ningún sitio." (p. 17)

Autodidacta en el velerismo ("Antes nunca había navegado ni nada sabía de las cosas del mar. Todo lo que sé, lo he aprendido solo."), su encuentro con el mar es un encuentro consigo mismo que se da no en la proporción de las dimensiones del viaje, porque, después de todo, "¿Qué diferencia hay entre el ir lento o ir rápido cuando lo que cuenta es estar en el camino?" (p. 117)

Poco a poco descubre una libertad a la que no está acostumbrado: "Yo soy mi mejor amigo, soy aquel con el que puedo hablar y entenderme de verdad, soy aquel con el que a veces discrepo y riño pero con el que en definitiva me siento mejor." (p. 50) En el Pacífico encuentra gente que lo entusiasma: "Hay una limpieza agresiva en la vida de aquí que muchas veces irrita y hiere al que viene de fuera y no está acostumbrado. Es la limpieza de las cosas sin rodeos, con su sola cara, su solo camino. Ese camino que sólo se puede seguir o abandonar. Pero hay también algo más, algo esencial. Las vibraciones de la tierra, el respeto de la tierra, su inmensa soledad." (p. 108)

¿De qué se trata su viaje? "No, no hago colección de escalas , ni de países, ni de trofeos de viajero. ¡No! Busco la vida, y la saboreo, procurando no destruir sus secretos." (p. 141) Sin embargo, una navegación en solitario alrededor del mundo, aceptando trabajo de lo que sea para poder comer en los puertos que toca, también tiene otro lado:

"El barco es una prisión. Una prisión temible, y la bóveda del cielo son sus muros. Unos muros inmensos, de dolorosas resonancias. Imposible esconderme. Imposible perderme para sentirme menos solo y menos miserable. No hay aquí nada más que mar gris y cielo gris y un barco solo, perdido, maldito... Solo con mis miserias, solo con lo que soy y lo que no soy. Débil, derrotable, prisionero de mí mismo, ésta es la otra perspectiva de la soledad, la dolorosas." (p. 145)

Sin embargo, "Mis soledades en el mar me han hecho descubrir la tierra. Después de cientos y cientos de noches solo con la mar, he descubierto que ahora amo más que nunca la tierra, yo que he vivido en la montaña como novio declarado de ésta." (p. 133)

Julio Villar hace de ¡Eh, petrel! una narración poética de encuentro consigo mismo a través de un viaje alrededor del mundo, un mundo que pocos marinos se atreven a confesar como cierto.



 



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