A estas alturas, yo me preguntaba si debía realmente seguir solo. Alex se acercó y me preguntó nuevamente si seguiría. “Sí”, fue la respuesta. “Llega hasta allá por mí. Tienes que hacerlo porque yo no puedo. Es nuestro sueño, pero confío en ti y todos sabemos que tú puedes. No lo ponemos en duda. Es cosa de tiempo. Sólo cuídate mucho.”

Y se fue.

Muchas de sus palabras se me quedaron en los oídos mucho tiempo:

"Recuerda cuando estábamos escalando en Peña Bernal y yo decía que no íbamos a pasar y tú decías que sí se podía. Ahí yo estuve equivocado y tú pasaste. Así puedes seguir. Tú puedes. Tú y yo sabemos que puedes, que esto es pan comido y que sólo es cuestión de tiempo."

Estaba solo. “Sólo el mar y yo... y Thor (mi kayak)”, como escribí en mi bitácora.

¿Por qué debía continuar solo? ¿Quién me obligaba? Pensaba en nuestros patrocinadores y que no nos volverían a apoyar si cejábamos tan pronto, aunque tuviésemos justificantes tan ciertas como el mal tiempo o cualquier otro. Pensaba en los problemas que habíamos pasado para estar ahí. Pensaba en tantas cosas que se me hacía difícil discernir de qué era cada punto.

La pregunta era una: ¿debía seguir? Uno no hace montañismo o exploración por obligación ni por nacionalismo, como pretenden muchos. Así lo hicieron los nazis de la preguerra y las consecuencias fueron devastadoras. Yo no practico esto (como quiera que se llame) por obligación. ¿Debía poner una justificación a algo que quería hacer?

Había hecho una gran cantidad de exploraciones y ascensiones en solitario. Sabía lo que podría esperarme, aunque esto fuera mar y no tierra o nieve o desierto o selva. ¿Debía seguir? ¿Por qué no? ¿Cuántas veces se me ofrecería la oportunidad de hacer esto?

Y me dormí.