Y si recuerdo todo esto es porque hace una semana descubrà que para vencer la soledad debÃa trabajar con mi mente. Hace ocho dÃas que me dejaron al pie de la sierra y desde entonces reconocà que la mayor dificultad no me la plantearÃa la montaña, sino mi propia mente: ese reconocimiento era el primer paso de la supervivencia.
Hace dÃas que trepo rocas y más rocas, que escalo cascadas Â?una tras otraÂ?, que procuro evitar las grandes pozas que ahora tienen agua helada (aunque en dos ocasiones no lo logré y el resultado fue caminar empapado), que recojo leña, que escojo el lugar para dormir, que cocino y que lavo trastes, que hago todo el trabajo de una exploración porque asà lo he querido, porque San Pedro Mártir es el lugar donde uno puede encontrarse a sà mismo tal como es, sin el disfraz con el que nos disfrazan los demás.
Es el lugar más difÃcil, por la ruta más difÃcil, en el tiempo más difÃcil y completamente solo.
Desde el principio, mi compañera fue la bitácora. Comencé a "platicar" con personas. En una anotación escribÃa a una o a otra hasta hacerme de muchos compañeros. Y el rÃo... mi segunda compañÃa. A los dos mil metros de altitud comenzaron los grandes espacios nevados, el rÃo ya se cubrÃa con una costra de hielo y los ocasionales sonidos de aves se esfumaron. El aire se quedó mudo.
Tuve problemas. Súbitamente la dificultad aumentó y no habÃa un ruido constante que me platicara, salvo, al anochecer, la fogata. Durante dos dÃas estuve confundido en mis ideas: dudaba entre seguir a la cumbre o regresar. Fueron dos dÃas de estar buscando la ruta hacia la cima por el tardado método de ensayo y error; y pese a que en esta ocasión no tenÃa la intención de escalar El Escudo, todos mis intentos se veÃan bloqueados.
El 25 de diciembre desperté a las cuatro de la madrugada. Afuera de la espaciosa cueva que durante tres noches habÃa compartido con algunos pajarillos, rugÃa el viento. Era curioso que a esa hora, cuando faltaban todavÃa cuatro horas para el amanecer, me pusiese a escuchar su canción. Entonces descubrà que tenÃa un nuevo amigo: el viento.
Ese dÃa descubrà el acceso a la cumbre cuando ya habÃa decidido regresar porque estaba "perdiendo el tiempo". Juegos que la mente nos hace. A las diez de la mañana estaba ya sobre una arista rocosa que no presentaba grandes dificultades. Y lo más importante de todo: llevaba a la cima.
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