SOLO EN LA ENCANTADA
25 enero 1999
La sierra de San Pedro Mártir, en Baja California, es una de las más difíciles de México. Las vías para ascender al Picacho del Diablo tienen altas dificultades. Esta es la crónica de una exploración a la sierra más difícil de México, por la vía más difícil, en el tiempo más difícil (invierno) y completamente solo.
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EL ESCUDOAl cuarto dÃa escalamos por las cuerdas que habÃamos dejado el dÃa anterior; al llegar al final de la última comenzó el desafÃo. Todo el tiempo llevarÃa la punta y detrás de mà subirÃan mis compañeros. Se dice con facilidad, como si fuera cualquier pared, pero ésta era diferente: nadie habÃa estado ahà antes que nosotros y todo en adelante era una incógnita.
Después de controlar el cosquilleo en la palma de las manos, ascendà por las grietas verticales, aferrándome a diminutos apoyos que se quebraban porque siglos de erosión habÃan debilitado la capa externa del granito, que se desprendÃa como si fuera un cascarón. Cada reunión era una nueva sorpresa, porque escaseaban los lugares donde colocar una protección. Entonces tenÃa que organizar las reuniones en arbustos, cada vez más escasos, cada vez más débiles. Por eso, a 210 metros de altura, cuando hallé pinos sobre una enorme repisa, pude descansar con tranquilidad.
La dificultad era cada vez mayor. A las tres de la tarde, a 250 metros de altura, me hallé ante lo increÃble: la pared que antes habÃa sido poco menos que vertical, se inclinaba; podrÃa avanzar más rápido. Era un gigantesco espejo de roca. (En escalada, este tipo de avance se conoce como "fricción" porque realmente se desliza uno embarrando pies y manos en la pared. Cualquier cristal de menos de un milÃmetro sirve).
Ya habÃamos practicado ese tipo de escalada, pero en ese momento no llevábamos el material necesario para proteger al escalador de una eventual caÃda. Me quedé allÃ, contemplando la pared. HabÃa soportado el dolor cuando se me clavaron las espinas de un pequeño cardo en los dedos, que buscaban asirse de una grieta; habÃa controlado mi cuerpo durante horas para que no temblara al pensar que si caÃa podÃa arrastrar a mis compañeros; incluso habÃa soportado el deseo de beber. Pero entonces comprendà que era ahà adonde llegarÃamos y no más arriba. Era hora de poner nuevamente los pies en la tierra, en esa tierra que estaba 260 metros por debajo nuestro.
HABLAR CON EL FRÃ?O
SÃ. La pared que tengo ahora enfrente la estudiamos bien en ese mayo de 1979. La ruta por la cual subimos la llamamos "El Escudo", porque el Picacho del Diablo parecÃa protegerse con una placa rocosa que se extendÃa decenas de metros hacia arriba.
Pero ahora estoy solo.
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