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Montañismo y Exploración
La epopeya del Everest
10 junio 1999

El primer acercamiento a la montaña más alta del mundo con el propósito de escalarla se realizó en 1921 por la vertiente norte, en el Tibet. Esta es la historia de las primeras expediciones al Everest, de 1921 a 1924, es el descubrimiento de la ruta norte (otra exploración de montaña), el intento sucesivo por llegar a su cumbre y, finalmente, la desaparición de Mallory e Irvine en 1924 mientras subían a la cima, lo que supondría la creación de una hombre legendario.







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CAPÃ?TULO VIII

EL COLLADO NORTE


El único punto realmente incierto en el conjunto de la ruta ascensional era el Collado Norte. Constituía un eslabón débil en la cadena. Mallory llegó a la conclusión de que desde la cumbre del Everest hasta el collado no se interponía ninguna seria dificultad. Desde la zona principal del valle de Rongbuk, Wheeler observó que seguramente no habría graves obstáculos para alcanzar la parte baja del paso. Lo que entonces debían comprobar Mallory, Wheeler y Bullock era la posibilidad de ascender por la abrupta cascada de hielo que vieron desde el Hlakpa La y que constituía la única ruta posible hacia el collado; en realidad, el propio paso estaba cubierto, en cierto modo, por el glaciar. También debían precisar si la ascensión al collado por el lado oriental era mejor o peor que la ruta de la parte occidental, observada por Mallory al subir por el Glaciar Rongbuk.
Tal era la tarea que les esperaba al dejar, el día 23 de septiembre, su ventoso campamento situado en lo alto del Hlakpa La, para descender a la hondonada superior del Glaciar Rongbuk Oriental. El descenso de unos 350 metros se efectuó sin serias dificultades. El grupo avanzó lentamente por la hondonada y montó las tiendas en la nieve abierta, bajo el Collado Norte, a una altura de 6,405 metros.
Protegido como estaba por las montañas en tres de sus lados, era de esperar que en aquel sitio reinaría la calma y que los expedicionarios pasarían una noche tranquila, pero lo que ocurrió fue muy distinto. Furiosas ráfagas sacudieron y maltrataron las tiendas, a riesgo de romper los cables. �nase a ello las demás molestias del vendaval y los efectos de la altura y se comprenderá que los escaladores durmieran muy poco.
El 24 de septiembre no pudieron ponerse en marcha de madrugada, pues el frío era terrible y en aquellas grandes altitudes resulta difícil movilizarse antes de salir el sol. Como la labor que esperaba al grupo era difícil y acaso resaltaría peligrosa, los escaladores sólo quisieron la compañía de los tres peones más competentes. Al cabo de media hora el grupo se hallaba ya en los primeros declives de la gran cascada de hielo, por donde empezaron a ascender. Debían recorrer un trecho como de medio kilómetro, pisando la nieve caída sobre el hielo. Para los expertos no era empresa muy ardua, pero requería juicio. Mallory abordó el caso con su actitud habitual cuando se trataba de resolver un problema montañero.
La parte baja fue, relativamente fácil. Pasado un corto trecho en que se vieron obligados a cortar escalones en el hielo al cruzar el vértice de una grieta, pudieron avanzar sin interrupción, sesgando primero hacia la derecha, por una masa de nieve parcialmente helada, y luego hacia la izquierda, en larga travesía ascensional, hacia lo alto del collado. Pero pasaron momentos de angustia en un punto situado a poca distancia del paso. Era lo que luego se llamó "los sesenta metros finales", casi en el mismo lugar donde, en 1924 el propio Mallory y sus compañeros Norton y Somervell salvaron a duras penas a cuatro peones sitiados en un repecho. Allí, el declive nevado era muy abrupto y la capa de nieve tan espesa, que dificultaba seriamente el avance. Trabajaron afanosamente excavando unos quinientos peldaños y con ello quedó resuelto lo más difícil. A las once y media el grupo alcanzó el Collado Norte.
Ya habían vencido el principal obstáculo que surgía en la ruta hacia la cumbre. No sólo encontraron el camino que conducía a aquel paso septentrional, sino que pudieron comprobar prácticamente sus dificultades. Aquella etapa coronaba las diversas fases del reconocimiento.
Al mirar Mallory desde la cresta del lado norte hacia la sierra nordeste, ya no dudó de que era accesible. El examen desde un punto próximo confirmaba plenamente las impresiones que le produjo su observación desde la lejanía. Según veía Mallory y confirmó más tarde la experiencia, en un largo trecho aquellos fáciles declives de roca y nieve no ofrecían problemas ni riesgo alguno. Era, pues, una ruta practicable hacia la cumbre, y la más fácil. Lo más probable era que fuese la única.
Lo que se propuso descubrir la expedición �y tal fue su objetivo al salir de Inglaterra� estaba ya logrado. Pero los exploradores abrigaron siempre la esperanza de que acaso podrían hacer algo más que hallar el camino: ascenderían por él y ¿quién sabe hasta qué altura? Mallory era uno de los que acariciaban con más ardor esa ilusión y se sentía con fuerzas para subir, pero los demás del grupo no estaban en condiciones de avanzar ya mucho. Wheeler se creía con energías suficientes para intentar otro esfuerzo, pero había perdido toda sensibilidad en los pies. Bullock estaba rendido; sin embargo, a pura fuerza de su voluntad hubiera seguido adelante, aunque tal vez sólo un corto trecho. Mallory durmió mejor que los otros las dos noches anteriores y opinaba que aún podría subir 600 metros más, pero, después de escalarlos, se hubiera visto forzado a retroceder para llegar al campamento, situado al pie del Collado Norte, antes de anochecer.
Apenas podía hacerse más, de momento, y un factor decisivo acabó convenciendo a los expedicionarios. Aun en el lugar donde se hallaba el grupo, al amparo de un pequeño acantilado de hielo, el viento enviaba a menudo fieras ráfagas, levantando en sofocantes remolinos el polvillo de nieve. Al otro lado del collado soplaba un vendaval y en lo alto el espectáculo era aún más terrible. La nieve blanda caída en la cara principal del Everest era barrida, formando una incesante humareda, y la ventisca azotaba en pleno furor la cresta por donde deberían pasar los exploradores. Oleadas de nieve surgían un instante en los puntos donde el viento batía la sierra y bajaban luego violentamente. en pavorosa ventisca, lacia el otro lado. Los escaladores quisieron tantear la dificultad: subieron al collado y se expusieron por breves momentos a la furia del viento. Pero la lucha duró poco. Regresaron a duras penas al cobijo, convencidos de que, durante aquella estación, no podrían ya conquistar el Everest.
Una vez hallada la única angosta senda que conducía a la cumbre, los había rechazado el viento. Más que los obstáculos físicos, más aún que los efectos de la altura, sería el viento la principal dificultad en las ulteriores expediciones. Siempre debía contarse con él y, al arreciar su furia, el hombre no podía medir sus fuerzas con tan temible adversario.
Pero Mallory no abandonaba del todo su ilusión de ascender algo más. Una vez en el campamento situado al pie del Collado Norte, reflexionó sobre la posibilidad de establecer otra base de operaciones en el propio paso. Pero escaseaban las provisiones y los peones se mostraban reacios. Si se producía algún contratiempo, no debían olvidar la ardua ascensión, de 360 metros, al Hlakpa La. ¿Qué probabilidades existían de que amainara el viento? En realidad, ninguna.
Todo nuevo avance resultaba, pues, imposible. Era, además, innecesario, pues ya habían logrado el objetivo que se les señaló. Hallaron una ruta practicable hacia la cumbre; comprobaron prácticamente el trecho más difícil desde el punto de vista del escalador, además de los efectos de las grandes alturas. Y habían coronado la empresa a pesar de la pérdida de dos de los alpinistas más experimentados, los únicos, entre los exploradores, que conocían el Himalaya por anteriores expediciones. Regresaron, pues, al campamento principal.
Sería superfluo describir el viaje de regreso a la India. Bajo la dirección de Howard Bury, la empresa había logrado plenamente sus objetivos. Además de descubrir la ruta hacia la cumbre, se hicieron mapas de toda la región del Everest y se reconocieron minuciosamente los contornos de la montaña. Se efectuaron también observaciones geológicas, se estudió la historia natural y se recogieron ejemplares. Un año después de ponerse en marcha los expedicionarios desde Darjiling, se publicó ya un libro con las observaciones y mapas que se utilizarían para la segunda expedición.
Ya estaban echados los sólidos cimientos, y los que tomaron parte en las dos expediciones ulteriores expresaron su gratitud por la excelente tarea de quienes realizaron el primer reconocimiento.

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