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Montañismo y Exploración
La epopeya del Everest
10 junio 1999

El primer acercamiento a la montaña más alta del mundo con el propósito de escalarla se realizó en 1921 por la vertiente norte, en el Tibet. Esta es la historia de las primeras expediciones al Everest, de 1921 a 1924, es el descubrimiento de la ruta norte (otra exploración de montaña), el intento sucesivo por llegar a su cumbre y, finalmente, la desaparición de Mallory e Irvine en 1924 mientras subían a la cima, lo que supondría la creación de una hombre legendario.







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CAPÃ?TULO IV

EL VALLE DE CHUMBI


Este valle, donde entrarían los expedicionarios, no posee la exuberancia vegetal característica de la región de Sikkim, ni pueden contemplarse desde allí estupendas cordilleras nevadas, surgiendo de los densos bosques. Todo, en Chumbi, posee menores proporciones, pero el valle brinda un viaje más agradable. Sólo cae una tercera parte de la lluvia que en Sikkim. El aire es más tónico y el sol más persistente. Se asemeja mucho al valle de Cachemira, salvo que en éste no hay rododendros. Lo flanquean unas cordilleras de altura equivalente a la de los Alpes, y el río que discurre por el fondo, aunque raudo y alborotado, no posee la furia destructora y omnipotente del Tista. Una reseña de los principales árboles y flores que se hallan en el valle es, acaso, el mejor modo de evocar su aspecto.
Desde la zona de los rododendros, en Sikkim, los exploradores ascendieron, bajo una lluvia torrencial, hasta el collado de Jelep (4,388 metros) y pudieron contemplar el territorio del Tíbet, aunque no lo era en realidad, si se considera desde un punto de vista estrictamente geográfico, pues no se encuentran todavía en la vertiente principal, sino mirando hacia el valle de Chumbi, enclavado en la parte de la India.
Al cruzar el collado, el clima cambió. Dejaron la niebla y las lluvias y se hallaron bajo un cielo de un limpio azul, uno de los rasgos peculiares del Tíbet. Penetraron en el valle de Chumbi precisamente en la época en que luce sus mejores galas. Al bajar, rápidos, por la senda zigzagueante, los rodearon de nuevo rododendros y prímulas. A unos 3,600 metro sobre el nivel del mar, Wollaston observó que los grandes claros, completamente llanos, aparecían alfombrados con prímulas purpúreas, de un obscuro matiz, o amarillas (P. gammiena), col, otra fina y diminuta flor dorada (Lloydia tibetica) y multitud de saxífragas. En cambio, las flores de los rododendros de mayor tamaño (R. thomsoni, R. falconeri y R. aucklandi) y de los campilocarpos menores lucían los colores más variados en las abruptas laderas. Siguieron descendiendo por bosques de pinos, robles y nogales. Algo más abajo había una hermosa variedad de clemátide blanca, una spiraea color de rosa y nieve, el berberís amarillo y las rosas blancas; abundaban especialmente los iris de un obscuro tinte purpúreo.
El mismo día llegaron a Yatung donde reside un agente comercial británico y un destacamento de veinticinco soldados indios. Se halla a 2,867 metros de altitud. Los manzanos y los perales prosperan en aquella zona, donde se logran también excelentes cosechas de trigo y patatas. Como era en mayo, impregnaban el ambiente los efluvios de las zarzarrosas, que forman grandes arbustos, cuajados de centenares de flores crema.
El 27 de mayo los expedicionarios empezaron a subir por la zona principal del valle de Chumbi, dirigiéndose a Fari y a la meseta del Tíbet propiamente dicha. El camino pasaba junto al río, de aguas limpias y raudas. Abundaban las rosas silvestres �entre las que descollaba una roja, de gran tamaño�, las spiraeas rosadas y blancas, anemones, barberises, clemátides y algunos rododendros enanos. Al acercarse a la llanura de Lingmatan, observaron grandes manchones de rododendros rosa y malva, cerezos en flor, viburnos, berberises y rosas. La llanura se halla a unos 3,300 metros de altitud y es una linda pradera, alfombrada, en aquella época, con minúsculas prímulas rosadas (P.minutísima).
Pasado el llano, la ruta sube de nuevo por bosques de abedules, alerces, enebros y abetos comunes y plateados, a cuya sombra crecen rododendros y fresnos. Bordeaban la senda adormideras azules, unas flores de género fritillaria, orquídeas y prímulas de dulce aroma. En el bosque había grandes matas �que alcanzaban de dos metros y medio a tres� de rododendros cinnabrium, los cuales logran en aquella región su más espléndido desarrollo y cuyas flores abundan en matices, desde el amarillo Y el anaranjado al rojo obscuro.
Los pájaros más comunes en la orilla del río eran los acuáticos, los aguzanieves y el colirrojo. En los bosques vecinos se oía a menudo el canto del faisán, que aparecía a veces. Allí se encuentran también, aunque se esconde siempre a la mirada del invasor, el gran ciervo del Tíbet, que, por su talla, casi puede rivalizar con el wapiti.
Más arriba de Gautsa (3,660 metros), la vegetación y el paisaje empiezan a cambiar. Los rododendros seguían siendo allí los más bellos entre los arbustos que florecen, pero de menor tamaño. Howard Bury observó una variedad de iris azul pálido, y Wollaston anotó la presencia de una prímula amarilla que cubría el suelo más densamente que las de Inglaterra e impregnaba el aire de aroma. Aquí y allí se observaba la gran adormidera azul (Meconopsis sp.)algunas de cuyas flores tenían más de siete centímetros de diámetro, y una anemone blanca que lucía cinco o seis flores en cada tallo.
No tardaron en escasear los árboles, y los pinos desaparecieron del todo; luego, tampoco vieron abedules, sauces ni enebros. Los rododendros enanos, sólo de unos treinta centímetros de altura, con flores nítidas o rosadas, siguieron observándose hasta los 4,000 metros. Después, tiñó las laderas la púrpura del diminuto rhodondendron setosum, que las cubría como la purpúrea flor de los brezales.
Unos doce kilómetros más allá, cambió enteramente el paisaje. Quedaron atrás los desfiladeros y los profundos valles cubiertos de bosque. Los expedicionarios llegaban a la abierta llanura de Fari, el auténtico Tíbet, aunque la verdadera vertiente distaba unos kilómetros todavía. Allí, erguido centinela en los umbrales del Tíbet, se alza la gran cumbre del Chomolhari (7,072 metros). No es una de las cimas más elevadas, pero figura entre las más conspicuas y bellas, por surgir muy apartada de las otras y por su perfil agudo, atrevido y áspero.

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