No tardaron las noticias de la tragedia en difundirse por el mundo entero y despertaron general emoción. El Rey de Inglaterra comunicó su condolencia a los familiares de los alpinistas desaparecidos y a los demás expedicionarios y solicitó una entrevista con uno de los miembros del Comité del Everest para que le comunicara cuantos detalles conocieran entonces. Su Majestad deseaba saber especialmente cómo se produjo el accidente que costó la vida a Mallory e Irvine, pues, al principio, creyeron todos que la tragedia fue debida a un accidente. De momento, Norton sólo envió un telegrama muy breve, ya que se proponÃa redactar otro explicando circunstanciadamente lo ocurrido. Entonces nada se sabÃa aún del supremo intento para escalar la cumbre, y se suponÃa que Mallory e Irvine murieron en un accidente, en zonas más bajas de la montaña, probablemente en el peligroso Collado Norte.
Al llegar el detallado telegrama de Norton se experimentó cierto alivio �casi una emoción de triunfo�, pues explicaba cómo los dos alpinistas desaparecidos lograron casi escalar la cumbre y cómo Norton y Somervell alcanzaron algo más de 8,200 metros sobre el nivel del mar. Mallory e Irvine no ofrecieron en vano sus vidas pues se realizó una hazaña memorable.
El Club Alpino y la Real Sociedad Geográfica recibieron mensajes de pésame de los clubes montañeros de todo el mundo. Celebráronse funerales en Birkenhead Â?que era precisamente la población natal de Mallory y también de IrvineÂ?, en el "Magdalene College", de Carnbridge, y en el "Merton College", de Oxford. Y, especialmente, gracias a la iniciativa de Douglas Freshfield, se celebraron cultos de carácter nacional en la catedral de San Pablo, cuando hubieron regresado los miembros de la expedición. El Rey, la reina Alejandra, el PrÃncipe de Gales, el Duque de York y el prÃncipe Arturo de Connaught estuvieron representados en la ceremonia. Asistieron a ella el general Bruce, el coronel Norton y casi todos los miembros de las tres expediciones, asà como el presidente y la mayorÃa de los consejeros de la Real Sociedad Geográfica y el Comité y muchos socios del Club Alpino. Los fieles eran numerosos, y el propio deán de San Pablo leyó los salmos. A petición del Comité del Everest, predicó el doctor Paget, obispo de Chester, en cuya diócesis regentaba una parroquia el padre de Mallory.
Tan cumplidamente expresó el prelado el espÃritu y el sentir de los que organizaron las tres expediciones y de los que intervinieron en ellas, que su oración fue publicada en el número del Geographical Journal correspondiente a diciembre de 1924 y podemos reproducirla en estas páginas. Tomó por lema las palabras del salmo: "En cuyo corazón se hallan Tus sendas", y dijo asÃ:
"Muchos sabrán, sin duda, la equivalencia de esas palabras en la versión latina de los Salmos, versión usada más ampliamente que la nuestra y de belleza más familiar a numerosos fieles que comparten con nosotros la fe cristiana: Ascensiones in corde suo disposuit, «Ha puesto en su corazón el ansia de las ascensiones» o, como dirÃamos nosotros: «Ha puesto su corazón en las cumbres».
"No se referÃa el salmista a ninguna peligrosa escalada por abruptos tajos, sino, a lo sumo, a esa larga y fatigosa jornada que constituye una azarosa empresa para un alma sosegada que vive lejos del Templo y de la Ciudad de Dios. Pero el viaje lo llevaba hacia lo alto, hacia el punto donde querÃa llegar. Ya en el recuerdo o en la esperanza, le era grato el camino. Puso el corazón en él: amaba el sendero que conduce a las alturas. Se hincaba hondamente en sus afectos. Ascensiones in corde suo disposuit.
"Muy distinto de esa fácil peregrinación es el reto a las cumbres que unió en la más estrecha camaraderÃa a muchos de los aquà presentes. Ese espÃritu acorde confiere intenso sentido a vuestra reunión en la Casa del Señor, pues los amantes de las cumbres forman una hermandad más Ãntima, más estrechamente unida y animada de disposiciones más afectuosas que la mayorÃa de los grupos humanos. Es natural y bello que, antes de vuestra gran asamblea de esta noche, os reunáis aquà para recordar, como en presencia de Dios, a aquellos cuyos nombres se inscribieron en vuestros Anales con letras áureas.
"No pretenderemos nosotros, tÃmidos peatones, comprender vuestro enamoramiento de las cumbres. Pero si, aunque sólo sea desde lejos y desde un bajÃsimo nivel, hemos contemplado las montañas; si conocimos el silencio de los ventisqueros, la jubilosa pureza de aquel aire y el perfecto azul que cubre las alturas (no ignoro que os adorna suficiente bondad para creer que aun los más humildes pueden sentirse penetrados por el EspÃritu de los Montes), ¿podrá alguien maravillarse del hechizo que ejercen sobre el verdadero alpinista y de que tengáis tan hincado en el corazón el amor de las cumbres? Ascensiones in corde suo disposuit. ¿No podrÃa ser casi éste el lema del Club Alpino?
"Me han pedido que os hable hoy aquà porque ambos eran oriundos de nuestro condado y de la diócesis de Chester. Debo representar, en lo posible, sus hogares y a las personas que más los amaron. No dudo de que comprenden y aprecian en todo su valor lo que deseáis expresar con vuestra presencia. Por ello sienten hacia vosotros viva gratitud. Les pedà que me refirieran algo de la infancia y la mocedad de sus gloriosos hijos y en ambos casos se me relató la misma historia de humilde energÃa, de infinita perseverancia, de un intenso y tierno amor al hogar, de un corazón limpio y puro, de esas cosas hondas y sencillas que colman de orgullo y gratitud a los padres. Ojalá hubieseis podido acompañarnos en Birkenhead, donde, más cerca de sus hogares, una asamblea no menos significativa, aunque, acaso, no tan solemne como ésta, quiso mostrar su afecto a los desaparecidos y a los suyos.
"Y al leer lo que se escribió tan bellamente, con toda la elocuencia de la sobria emoción, no era difÃcil ver en ello el presagio de lo que seguirÃa en Winchester y en Shrewsbury, en Cambridge y Oxford, en los Alpes y en el Spitzberg y, por último, en el propio Everest. Era el mismo Leigh Mallory que disimulaba la gracia y el brillo de su labor de guÃa bajo una impenetrable modestia; el que, al ocurrir lo que era casi un desastre, insistió en aceptar la responsabilidad del suceso, y cuando su increÃble presencia de ánimo salvó la vida a otros, ocultó cuidadosamente su intervención; el que nos recordaba que en tales empresas todos somos camaradas. Y era también el mismo Andrew Irvine que, pese a sus brillantes, asombrosas y prematuras proezas de alpinista, aceptaba con la sonrisa en los labios la labor más humilde o empleaba su magnÃfica fuerza de gigante en compartir la carga de los demás.
Â?Ascensiones in corde suo disposuit. ¿Era sólo el amor de las cumbres lo que anidaba en corazones de ese temple? No hay duda de que con el enamoramiento de las montañas se mezclaba en ellos el de las alturas del espÃritu, esos espléndidos picachos de valor, abnegación y alegrÃa que no alcanzan precisamente los de firme pie y clara cabeza, sino los compasivos, fraternales y limpios de corazón.
Â?Pues los anales del Everest pueden contribuir, si no a la comprensión del espÃritu de las majestuosas serranÃas, por lo menos a que penetremos más profunda y reverentemente en el espÃritu de los montañeros. Si hemos de agradecer a la expedición lo que hizo, sus intentos, grandes proezas y maravillosos recuerdos gráficos, acaso hable más claramente Â?y de modo especial a los que nos reunimos hoy en el templo de San PabloÂ? en su calidad de historia y documento humano. Su indomable jovialidad, su valor asombroso, la pasión puesta en la tarea, la renuncia a las alabanzas. Abrigáis, ciertamente, el ansia de lo alto en vuestros corazones y nos habéis ayudado más de lo que os figuráis a ver las cosas que se ciernen en las alturas. Nos habéis ayudado a recordar todo lo digno y verdadero, lo recto y puro, lo bueno y atrayente, la viril virtud y la noble alabanza.
"George Mallory, Andrew Irvine, de vida dulce y buena: tampoco la muerte os separó. Dijérase que, cuando Dios se propone que aprendamos, reviste sus enseñanzas con formas de sencilla y solemne hermosura, cuya llamada no es difÃcil resistir. Asà ocurre en nuestro caso. Se apartan un instante las nubes y podemos ver a los dos hombres avanzando hacia la cumbre con paso firme. No los vemos ya más y queda sin respuesta la pregunta de si llegaron o no a la cima; pero algún dÃa se dilucidará esta cuestión. De momento, la implacable montaña conserva su secreto.
"Mas la suprema ascensión, con el bello misterio de su gran Enigma, representa algo más que el heroico esfuerzo para escalar una montaña, aunque sea la más elevada del mundo �Sic ituir ad astra.
"Imaginadlo como queráis: como la ascensión que conduce al espÃritu humano, de real estirpe, hasta la Casa del Señor, como el sendero que, allende la muerte, nos lleva a perdurable vida; como la subida por la cual los hombres de limpias manos y puro corazón alcanzan la montaña celeste y se encumbran en su Mansión sagrada; como el camino que siguiera el que nos dijo: "Voy a disponemos un lugar y, asÃ, donde Yo esté podréis estar también vosotros."
»Designios elevados su fruto lograrán;
también muy en lo alto resplandece.
Dejadlos en la altura que nadie imaginó:
la vida allà encontraron con la muerte.
"Pero es indudable que cobran siempre nuevos ánimos los que pusieron su corazón en las cumbres."
La misma noche del 17 de octubre, dÃa en que se celebró esta ceremonia en la catedral de San Pablo, tuvo lugar en el "Albert Hall" una reunión conjunta de la Real Sociedad Geográfica y del Club Alpino. Ocupó la presidencia lord Ronaldshay, presidente de aquella entidad, y hablaron el general Bruce, Norton, Odell y Geoffrey Bruce. La gran sala estaba atestada; para que los que no pidieron asistir por la mañana a los funerales se unieran al homenaje de admiración y respeto que se tributó entonces a la memoria de los desaparecidos, lord Ronaldshay pidió a los asistentes que permanecieran un rato en pie, guardando silencio.
Asà honró Inglaterra a sus hijos.
Mallory era un simple profesor de Cambridge e Irvine un estudiante de la Universidad de Oxford, pero ambos dieron honor a su patria y merecieron su tributo de gratitud. Su nombre será recordado para siempre.