CAPÃ?TULO XXV
MALLORY E IRVINE
Volvamos ahora junto a Mallory. Un furioso enojo invadió su alma al verse forzado a regresar al quinto campamento; no estaba airado contra los peones, a los que no pudo convencerse para que avanzaran, sino contra el cúmulo de circunstancias que le obligaban a retroceder precisamente cuando el tiempo era favorable. Pero no era posible derrotar definitivamente a Mallory: se encogÃa, mas sólo para brincar a mayor altura. La idea de escalar el Everest dominaba su espÃritu como una obsesión. La conquista del Everest no era un simple incidente en su vida, sino su vida misma. Acaso no tuviera la genialidad de Somervell ni su extraordinario influjo sobre los demás; tampoco poseÃa, tal vez, el don de Norton para dirigir una expedición de grandes proporciones. Pero nadie como él se mostró tan fiel a la idea. Si alguien fue el alma de la expedición, cabe señalar a Mallory. Y su tenacidad no era la del bulldog ni simple y acerado deseo de conquista, sino esa imaginación de artista que no se decide a abandonar la obra mientras no esté terminada de modo cumplido, limpio y perfecto. Mallory era la encarnación del "espÃritu del Everest". Y para apartarlo del Everest antes de que lo rechazara la montaña, debÃan arrancarle las propias raÃces.
Mientras bullÃan en su mente nuevos proyectos, en la misma jornada pasó directamente del cuarto campamento al tercero, deseoso de estudiar allà las posibilidades de una ascensión con oxÃgeno. Mallory nunca fue verdadero entusiasta de su uso, pero si era el único medio de escalar el Everest, lo emplearÃa. Tampoco Irvine era muy partidario del oxÃgeno y, en cierta ocasión, dijo confidencialmente a Odell que preferirÃa ascender a la pirámide final sin oxÃgeno Â?sentimiento que, seguramente, compartiremos muchosÂ?. Es probable que Mallory pensara de igual modo; pero debÃa considerar que Norton y Somervell realizarÃan cuanto cabÃa, sin emplear el oxÃgeno, en aquella expedición. Si fracasaban, debÃa hacerse un supremo intento, pero con oxÃgeno.
Según era en él peculiar, se entregó en cuerpo y alma a los preparativos de la ascensión con oxÃgeno y eligió por compañero a Irvine, no a Odell, pues el primero conocÃa bien el uso del oxÃgeno, lo que no podÃa decirse del segundo. Otra razón fue que Irvine poseÃa un don genial para la mecánica y habÃa ya obrado maravillas componiendo el deficiente aparato Â?deficiente porque no se construirá ningún aparato destinado a contener gases muy condensados y a soportar, además, los extremados cambios de temperatura que se observan entre las llanuras de la India y las zonas altas del Everest, y que no exija algún reajusteÂ?. Otra de las razones que determinaron la elección, y acaso la más importante, es que Irvine fue, en un principio, designado para formar pareja con Mallory en la ascensión y este último le inculcó sus ideas y puso gran empeño en que se compenetraran, creando un aguzado esprit de pair.
A la luz de las ulteriores experiencias podrÃamos dudar de la prudencia del uso de oxÃgeno en aquel nuevo intento. El pesado aparato era un formidable inconveniente. Además, posteriormente se demostró que la aclimatación era de efectos muy superiores a lo que en un principio se supuso. Odell, que se aclimató poco a poco, subió después, por dos veces, a una altitud de 8,200 metros; en una de tales ocasiones llevaba a cuestas un aparato de oxÃgeno que pesaba unos diez kilos, pero se abstuvo de inhalar el gas a partir de los 7,900 metros, por considerar que no le hacÃa gran bien. Si Mallory hubiese elegido a Odell para acompañarlo, realizando el intento final sin oxÃgeno, es muy legÃtimo suponer que se hubiera alcanzado la cumbre. Odell no habÃa compartido la ruda experiencia del salvamento, como Norton, Somervell y Mallory; a la sazón probablemente estaba ya en condiciones de conquistar la cima. Y pese al agotamiento de Mallory por efecto de aquel esfuerzo, teniendo junto a sà a un alpinista experimentado y fuerte, sabiendo que ya se habÃa llegado a los 8,578 metros Â?lo que constituÃa un gran incentivo para el esfuerzo finalÂ? y con el constante estÃmulo de su temple, es probable que Mallory hubiese llegado al fin en compañÃa de Odell. También éste e Irvine, prescindiendo del oxÃgeno, hubieran podido vencer, pues tampoco Irvine gastó energÃas en el salvamento de los peones.
Pero tales consideraciones no son más que conjeturas. En la fecha en que Mallory hacÃa sus preparativos ignoraba aún que Norton hubiese alcanzado los 8,578 metros de altitud, asà es que, hasta entonces, Odell no se habÃa aclimatado tan bien corno los demás. AsÃ, pues, el uso de oxÃgeno proporcionarÃa, al parecer, la mejor probabilidad de alcanzar la cumbre.
El 3 de junio, Mallory y Geoffrey Bruce llegaron al tercer campamento, procedentes directamente del quinto, y ambos estudiaron las posibilidades de reunir suficiente número de peones para transportar reservas de oxÃgeno al sexto campamento. La salud de los trajineros habÃa mejorado, gracias al descanso y al buen tiempo, y, empleando las fuertes armas de la persuasión, Bruce podrÃa congregar a los necesarios. Mientras se llevaban a cabo tales negociaciones, Irvine se dedicaba a preparar cuidadosamente los aparatos de oxÃgeno.
Entre tanto, Odell permanecÃa en el cuarto campamento, en compañÃa de Hazard, y Noel, el incansable y denodado fotógrafo, se habÃa instalado en el Pico del Norte, a una altitud de 7,000 metros, y tomaba allà pelÃculas.
Se ultimaron los preparativos el 3 de junio y a la mañana siguiente Mallory e Irvine, con los nuevos peones, ascendieron al Collado Norte. Los dos alpinistas usaron oxÃgeno y cubrieron aquella distancia en el breve tiempo de dos horas y media. Los satisfizo el resultado, pero Odell se mostró escéptico. La garganta de Irvine se resentÃa ya mucho del aire frÃo y seco y, en opinión de Odell, el empleo de oxÃgeno agravó palpablemente la dolencia.
AllÃ, en el Collado Norte, se reunieron el nuevo grupo de escaladores y el de socorro. El cuarto campamento se habÃa convertido en una especie de base avanzada para asaltar el Everest. Odell nos lo ha descrito. Uno de sus rasgos peculiares era el estar asentado sobre nieve, no sobre roca, como los demás Â?aun los más altosÂ?, pues no habÃa allà ningún espacio roqueño. Encaramado sobre un repecho de hielo, lo constituÃan cuatro tiendas: dos para los sahibs y las restantes para los peones. El repecho era una superficie de nieve helada, cuya máxima anchura serÃa de unos nueve metros. Un alto muro de hielo, que lo cobijaba por el lado oeste, lo protegÃa contra los helados vientos que soplan constantemente desde aquella dirección. A no ser por aquel amparo, no hubiera podido ocuparse el campamento tanto tiempo; Odell pasó allà por lo menos once dÃas, hecho notable, pues unos años antes, montañeros tan distinguidos como el doctor Hunter Workman opinaban que no serÃa posible dormir a una altitud de 6,400 metros.
Las condiciones meteorológicas de aquella altura ofrecen especial interés. Durante dos dÃas en que la temperatura, al sol y al mediodÃa, fue de 38º, a la sombra y a la misma hora era de 2º bajo cero. Odell duda de que allà la temperatura sobrepase nunca el lÃmite de congelación. Es probable que la nieve desaparezca enteramente gracias a la evaporación directa. Era, pues, muy seca y blanda y nunca originaba ningún regato.
Al parecer, aquellas penosas condiciones no afectaron mucho a Odell y afirma que, lograda cierta aclimatación, sus sensaciones fueron completamente normales. Sólo cuando se requerÃa un gran esfuerzo sentÃase "convertido en nada". Pensó que se habÃa exagerado un tanto el efecto nocivo de las grandes altitudes sobre el espÃritu. Tal vez se vuelva más lento el ritmo de los procesos mentales, pero la capacidad intelectual no disminuye.
El 4 de junio, el mismo dÃa en que llegaron Mallory e Irvine al campamento del Collado Norte, procedentes del tercero, Norton y Somervell regresaban de su gran ascensión. Llegaban directamente del punto más elevado que alcanzaron, sin detenerse en el sexto campamento ni en el quinto. Somervell, en un acceso de tos, estuvo a pique de sufrir un colapso y aquella noche Norton quedó del todo ciego por el deslumbramiento que produce la nieve. Según ya hemos referido, estaban muy contrariados (y es natural que asà fuera). Pero sentirse decepcionado por haber llegado sólo a una altura de 8,578 metros sobre el nivel del mar es una notable confirmación de la teorÃa de la relatividad descubierta por Einstein. No hace mucho tiempo, fueron considerados como héroes unos hombres que alcanzaron una altitud equivalente a la de aquel campamento al cual descendieron entonces Norton y Somervell, desde una zona que lo sobrepujaba en 1,500 metros.
Sin embargo, era un hecho innegable que no lograron llegar a la cumbre, y allà estaba Mallory, con la caldera a gran presión, presto a intentar un supremo y desesperado esfuerzo. Norton aprobó plenamente su decisión y nos refiere que se sintió "lleno de admiración ante el indomable espÃritu de aquel hombre, resuelto, a pesar de sus esfuerzos ya excesivos, a no admitir la derrota mientras existiera alguna probabilidad de vencer". Tales eran la voluntad y la energÃa nerviosa de Mallory, que pareció a Norton estar en perfectas condiciones para el empeño. Irvine seguÃa enfermo de la garganta y no era un alpinista consumado como Odell. Además, este último, aunque se aclimató lentamente, empezaba a revelarse como un montañero de resistencia y temple sin par. Pero como Mallory habÃa ya completado sus planes, Norton, con prudente acuerdo, no intentó modificarlos.
Mallory permaneció un dÃa Â?el 5 de junioÂ? en el campamento, en compañÃa de Norton, que sufrÃa mucho a causa de su ceguera, y el dÃa 6 se puso aquél en marcha, con Irvine y cuatro peones. ¿Quién sabe lo que entonces pensarÃa? Cierto es que conocÃa muy bien los peligros de la empresa y no se decidió a afrontarlos de modo irreflexivo y alocado. Aquélla era su tercera expedición al Everest; al final de la primera escribió que la montaña más elevada de la Tierra puede mostrar "severidad tan terrible y fatal que aun los más prudentes hacen bien en meditar y temblar al hallarse en el umbral de tan alto empeño"; y tanto en la segunda expedición como en la tercera habÃa experimentado ya plenamente la severidad del Everest.
SabÃa los peligros que le esperaban y estaba presto a afrontarlos, pero era hombre imaginativo y de ardiente visión, además de valeroso. VeÃa claramente lo que significarÃa el éxito. El Everest era la encarnación de la pujanza fÃsica del mundo y Mallory debÃa incitar al espÃritu humano a medir sus fuerzas con la titánica montaña. VeÃa ya anticipadamente el júbilo retratado en el semblante de sus camaradas si lograba vencer. Imaginaba el estremecimiento que su éxito producirÃa en el corazón de sus compañeros de alpinismo; el honor que recibirÃa Inglaterra; la oleada de interés que se extenderÃa por todo el mundo; la fama que conquistarÃa personalmente con tal proeza; la perdurable satisfacción de pensar que habÃa dado a su vida un alto y noble contenido. Tales reflexiones debieron de ocupar entonces su mente. PoseÃa ya la experiencia del incomparable alborozo que produce la victoria en las ascensiones menores, en los Alpes; ahora, en el poderoso Everest, el júbilo se trocarÃa en exaltación; tal vez no la sintiera en el momento de la hazaña, pero más tarde, indudablemente la experimentarÃa. Quizá nunca llegó a formularlo concretamente, pero el dilema de "todo o nada" debió de dominar su espÃritu. Entre las dos alternativas Â?volver la espalda por tercera vez o perder la vidaÂ? acaso juzgó Mallory más fácil la última. La angustia de la primera resultarÃa insoportable a su espÃritu de hombre, de montañero y de artista.
Irvine, más joven y menos experimentado que Mallory, no advertirÃa tan claramente los riesgos. Por otra parte, tampoco sabrÃa figurarse de modo tan vivo lo que implicaba el éxito de la aventura. Pero Odell refiere en sus memorias que Irvine no estaba menos decidido que Mallory a "luchar a toda costa". Siempre tuvo la ambición de "dispararle una andanada a la cumbre". Ahora que la ocasión se presentaba, la acogÃa "con entusiasmo infantil".
En tal estado de ánimo partieron ambos el 6 de junio por la mañana. Norton, que nada veÃa ya, sólo pudo estrecharles la mano y desearles buena suerte con patética voz. Odell y Hazard (que habÃan subido al tercer campamento, en tanto que Somervell lo dejó para dirigirse a los refugios inferiores) les prepararon un almuerzo de sardinas en lata, galletas y gran abundancia de té caliente y chocolate; se pusieron en marcha a las 8:40. Su carga personal consistÃa en el aparato de oxÃgeno, convenientemente modificado, con sólo dos balones y unas pocas cosas más. como mantas y la ración de un dÃa: su peso total serÃa de unos doce kilos. Los ocho trajineros que los acompañaban llevaban vÃveres, mantas y balones de oxÃgeno de reserva, pero no emplearÃan aparatos de oxÃgeno.
La mañana era espléndida. Por la tarde se encapotó algo el cielo y al atardecer cayó una pequeña nevada; pero no fue ningún serio contratiempo y cuatro de los peones de Mallory regresaron al quinto campamento al caer el dÃa; eran portadores de una nota en la que se afirmaba que allá arriba no hacÃa viento y las cosas ofrecÃan buen cariz. A la mañana siguiente Â?7 de junioÂ?, el grupo de Mallory se trasladó al sexto campamento y Odell ascendió al quinto, presto a facilitarles ayuda. Sin duda hubiera sido preferible que los acompañara, formando asà un grupo de tres escaladores, cifra ideal para tales empresas. Pero las diminutas tiendas sólo permitÃan alojar a dos personas y no se contaba con suficientes trajineros para transportar otra tienda. Odell se limitó, pues, a seguirlos a un dÃa de distancia, en calidad de auxiliar.
Mallory organizó sin tropiezo el sexto campamento, con sus cuatro peones, y tal hecho constituye otra prueba del valor de la tarea de Norton y Somervell. Gracias a haber logrado ellos conducir trajineros hasta aquel campamento, a 8,175 metros de altitud, el segundo grupo de peones ascendió como si se tratara de la cosa más natural del mundo. Desde allà fueron enviados con una nota de Mallory a Odell, en la que afirmaba que el tiempo era magnÃfico, si bien el aparato de oxÃgeno resultaba un antipático estorbo para trepar.
Al atardecer, cuando Odell dirigió la vista hacia lo alto, desde la tienda, el tiempo parecÃa prometedor; se dijo que Mallory e Irvine se acostarÃan muy esperanzados. Al fin, parecÃan tener el éxito al alcance de la mano.
Poco sabemos acerca de lo que ocurrió después. Debido a alguna averÃa en el aparato de oxÃgeno o por alguna otra causa, emprenderÃan la marcha con retraso, pues cuando Odell, que los seguÃa a distancia, logró verlos, eran ya las 12:50 y sólo se encontraban en el segundo estribo rocoso que, según el plan de Mallory, debÃan alcanzar, lo más tarde, a las 8. El dÃa no resultó tan bonancible como la vÃspera permitÃa esperar. En torno a la montaña se cernÃan grandes masas de niebla. Tal vez era mejor el tiempo en la zona donde se encontraban Mallory e Irvine, pues Odell, mirando desde abajo, advirtió que la parte superior de la niebla era luminosa. Pero la cortina de nubes impedÃa o Odell observar la marcha de los escaladores; sólo un momento volvió a distinguirlos entre el deslizarse de la niebla.
Al llegar al extremo de un pequeño tajo, a unos 7,900 metros de altitud, se aclaró de pronto el cielo sobre su cabeza. Separáronse las nubes y surgió sin velos todo el ramal de la cumbre y la última pirámide. Muy lejos, en un declive nevado, Odell distinguió un diminuto objeto avanzando, acercándose al estribo roqueño. Algo atrás, lo seguÃa otro punto negro. Luego, el primero trepó hasta lo alto del estribo. Mientras Odell contemplaba fijamente esa dramática aparición, las nubes volvieron a invadir la escena. fue la última vez que se vio a Mallory e Irvine. Después, todo es misterio.
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