CAPÃ?TULO XXII
EL SALVAMENTO
Preparada ya la ruta por Norton y Mallory, la labor inmediata consistirÃa en instalar el cuarto campamento en el Collado Norte. Confióse la misión a Somervell, Hazard e Irvine. Como el tiempo apremiaba y podÃan comenzar los monzones de un momento a otro, se partió el 21 de mayo, al dÃa siguiente de desbrozar el camino Norton y Mallory. Somervell estaba mejor Â?o se lo figurabaÂ?, y en compañÃa de los otros dos alpinistas y de doce peones que transportarÃan tiendas, fogones y vÃveres, deberÃa instalar el cuarto campamento en el repecho elegido por Norton. AyudarÃa a los trajineros a trepar por la "chimenea" y a fijar cuerdas en los trechos peores, especialmente en los feos sesenta metros inmediatos al repecho; regresarÃa el mismo dÃa con Irvine, dejando a Hazard y a los doce peones en el nuevo campamento. Luego, Odell y Geoffrey Bruce emprenderÃan la marcha el 22 de mayo, pernoctarÃan en el cuarto campamento y el dÃa 23 avanzarÃan con los peones hasta e! punto donde se organizarÃa el quinto.
El plan era sencillo, pero en seguida surgieron dificultades. La mañana del 21 de mayo fue anormalmente calurosa; por el espacio flotaban grandes masas de ligeras nubes. No tardó en caer una nieve húmeda y blanda que cubrió enteramente las pistas que con tanto esfuerzo trazó y apisonó Mallory. La capa de nieve era espesa y el avance se hacÃa difÃcil. Los escaladores tuvieron que hincar estacas y disponer cuerdas en los peores trechos para los peones que los seguÃan. Lo más arduo fue la "chimenea", pues resultaba casi imposible transportar cargas por un sitio como aquél. Tuvo que ensayarse otro expediente. Como no lejos de allà se erguÃa un precipicio vertical de hielo, se izarÃan los fardos desde el fondo de una pequeña plataforma que habÃa en lo alto, lo que permitirÃa a los peones trepar por la "chimenea" libres de carga. AsÃ, pues, Somervell e Irvine se situaron en la plataforma e izaron los fardos, mientras Hazard permanecÃa al pie del muro, dirigiendo la operación. Era muy duro el esfuerzo exigido a Somervell y a Irvine y una giba de nieve acrecentaba sus dificultades; pero lograron subir, uno tras otro, los doce fardos, cuyo peso oscilaba entre doce y dieciocho kilos. Y habiendo dejado a Hazard y a los doce peones en el repecho donde debÃan instalar el campamento Â?operación que realizarÃan bajo la copiosa nevada que seguÃa cayendo aúnÂ?, volvieron al tercero, donde llegaron a las 6:35. Fue una jornada terrible, pero quedó montado el refugio.
Esto, ocurrÃa en 21 de mayo. Por la noche nevó y continuó la nevada durante la mañana siguiente; sólo cesó a las tres de la tarde. Geoffrey Bruce y Odell no pudieron, pues, ponerse en marcha hacia el Collado Norte.
Aunque dejó de nevar por la tarde, aumentó rápidamente el frÃo. Aquella noche Â?la del 22 al 23 de mayoÂ? el termómetro descendió a 31º bajo cero. Y esa temperatura a 6,400 metros de altitud es muy distinta que si se experimenta al nivel del mar. Treinta y un grados bajo cero en una incómoda y minúscula tienda donde debe dormirse en el suelo es cosa muy diferente que observar igual temperatura en el exterior desde las ventanas de una cómoda casa. Claro es que en muchas partes del mundo se registran temperaturas muy inferiores, pero en pocos casos resultan tan difÃciles de soportar como el frÃo que los alpinistas sufrieron en el Everest. En la "Misión tibetana" el frÃo fue muy duro, pero entonces el termómetro sólo descendió a los 27º bajo cero y la altitud era de 4,500 metros; además, por lo menos los que dirigÃan aquella exploración disponÃan de lechos. Quienes hayan experimentado intenso frÃo en grandes altitudes apreciarán mejor que nadie las penalidades que tuvieron que soportar entonces Norton y sus compañeros.
El dÃa 23 de mayo amaneció con cielo despejado y sin viento, aunque el aire cortaba como un cuchillo. Esto permitÃa confiar en que la nieve recién caÃda en los flancos del Collado Norte no ofrecerÃa dificultad. En vista de ello, se permitió que Geoffrey y Odell realizaran su programa. Partieron a las nueve y media, acompañados de diecisiete peones.
Pero ¿qué les ocurrió, entre tanto, a Hazard y a sus doce trajineros? Quedaron en el Collado Norte el 21 de mayo. El 22 nevó casi todo el dÃa y la noche del 22 al 23 fue de las más frÃas que se recuerdan en aquella región. Su campamento no estaba asentado en una morena, como el tercero, sino sobre la nieve... y se hallaba 610 metros más arriba. ¿Qué les habrÃa sucedido entre tanto? Era una cuestión que preocupaba seriamente a Norton. fue para él un alivio cuando, poco antes de la una, al empezar a nevar de nuevo copiosamente, logró distinguir, entre el trémulo velo que todo lo borraba, unas hileras de puntitos negros corno moscas en el blanquÃsimo muro, descendiendo poco a poco desde el cuarto campamento. SerÃa sin duda el grupo de Hazard que regresaba al tercer campamento y se alegró de ello.
Más tarde, a eso de las tres, vio regresar también a Geoffrey Bruce y a Odell en compañÃa de los peones. Llegaron a un punto, donde la nieve era peligrosa y vieron a los del grupo de Hazard más arriba, descendiendo por la "chimenea", de lo que coligieron que era mejor retroceder.
Se esperaba, pues, ansiosamente la llegada de Hazard. Regresó al campamento a eso de las cinco de la tarde, pero sólo lo acompañaban ocho hombres; los cuatro restantes se quedaron atrás. No pudieron pasar aquel peligroso declive, "los últimos sesenta metros", situados bajo el repecho donde se dispuso el cuarto campamento. Hazard abrió la ruta para tantear las condiciones de la nieve recién caÃda y lo acompañaron ocho peones, pero los cuatro restantes volvieron la espalda. Tal vez estaban enfermos; era seguro que dos de ellos sufrÃan los efectos de la congelación. Lo más probable era que uno de los trajineros hubiese entrado en una zona de nieve resbaladiza y temieran avanzar; seguramente no olvidarÃan lo que sucedió un poco más abajo, en aquellas mismas pendientes, durante la expedición anterior.
Sea como fuere, estaban sitiados en el Collado Norte. Entonces caÃa una persistente nevada, de copos blandos como plumón, haciendo cada vez más difÃcil la ascensión y el descenso.
Al parecer, Norton no vaciló ni un solo instante antes de decidir su lÃnea de conducta. Otros hubieran titubeado o considerado desesperada la situación, pero no asà Norton, Hubiera podido argüir en su fuero interno que el tiempo era demasiado hostil para que alguien se aventurase por aquellos flancos de hielo. Era triste abandonar a los pobres trajineros a su sino, pero debÃa velar por la vida de los demás, no sólo por la de los sitiados, y tener también en cuenta el esencial objetivo de la expedición. Si enviaba un grupo de socorro, acaso los que lo formasen perdieran también la vida. Y si no ocurrÃa asÃ, el esfuerzo los dejarÃa tan rendidos que ya no podrÃan utilizarse para el futuro intento supremo en la montaña y tal vez se malograrÃa la posibilidad de conquistar su cumbre.
Con razón hubiera podido Norton argumentar asà en su interior, pero lo cierto es que se dejó de razonamientos. Lo que hizo es obrar de modo instintivo. En el decurso de la gran aventura tuvo el propósito fijo de que, aquel año, debÃan evitarse a toda costa las bajas entre los peones. Sólo podÃa hacerse una cosa: ir a salvarlos. A todo trance debÃa conducirlos con vida al campamento. Además, el propio Norton formarÃa parte del grupo de auxilio Â?él y los otros dos, los mejores entre los alpinistas: Mallory y SomervellÂ?. Sólo los mejores servirÃan para esa tarea. Y llegó a tal decisión Â?a la cual contribuyeron tanto él como sus dos compañerosÂ?, a pesar de que los tres se sentÃan enfermos, tras las fatigosas experiencias de aquel campamento situado a 6,400 metros de altitud y la ardua labor de abrir la ruta hacia el Collado Norte.
A riesgo de su propia vida y la de Mallory y Somervell, debÃa salvarse a aquellos hombres, compañeros en una común aventura. Siempre estaban prestos a arriesgar la vida por sus jefes y era justo que éstos pusieran la suya en peligro para salvarlos.
El compañerismo salió por sus fueros. Y ese sentimiento de camaraderÃa debió de estar muy grabado en el espÃritu de Norton, Somervell y Mallory, pues en aquellas circunstancias de frÃo atroz, malestar y congoja, cuando la vida no era más que una trémula llama en su interior, sólo podÃan sobrevivir los impulsos más hondos. Todo lo superficial se habÃa ya desvanecido hacÃa tiempo. De no haber tenido en la raÃz del alma ese sentimiento de solidaridad, de no pensar que quienes los recordaban desde la lejana patria confiaban en que se comportarÃan como hombres, tal impulso no hubiera surgido en esas tremendas circunstancias.
Sin embargo, los tres advertÃan claramente los riesgos que correrÃan. Mallory y Somervell sufrÃan fuertes accesos de tos y dolor de garganta, lo que reducirÃa mucho su brÃo en la ascensión. El propio Norton, al decir de Mallory, tampoco estaba en condiciones de emprender la marcha. Y el tiempo seguÃa siendo malo. En la lona de la tienda resonaba el tamborileo de la nieve mientras estaban reunidos. Mallory escribe en sus Memorias que, con aquella nevada, sólo habÃa escasÃsimas probabilidades de realizar la ascensión y muchas menos de conducir de nuevo un grupo en el descenso. Personalmente tuvo ya la experiencia de quedar sepultado bajo un alud y de caer en una grieta en aquel mismo Collado Norte.
Por fortuna, dejó de nevar a medianoche; a la mañana siguiente Â?24 de mayoÂ?, a las siete y media, se pusieron en camino. Al llegar a los declives del Collado Norte, vieron que la nieve no era tan mala como se habÃan figurado, pues aún no tuvo tiempo de ponerse pegajosa. Sin embargo, la marcha era muy ardua; exigÃa un rudo esfuerzo, ya que el espesor de la nieve oscilaba entre unos treinta centÃmetros y la altura suficiente para llegar a la cintura; además, se sentÃan mal a causa del frÃo y de la altitud. Sea como fuere, lograron cruzar la nieve recién caÃda en el fondo del glaciar y continuaron subiendo, lenta y fatigosamente, resoplando y con frecuentes accesos de tos. Al principio, Mallory abrió la marcha y luego Somervell guió al grupo hasta el lugar donde, el dÃa anterior, Geoffrey Bruce y Odell dejaron su carga. Después, Norton, que llevaba crampones, se puso al frente y logró conducirlos, sin necesidad de hacer peldaños, en la ascensión por la grieta mayor, donde descansaron media hora.
A eso de la una y media se encontraban al pie del muro que se yergue bajo la "chimenea". Todos los escalones habÃan sido borrados por la nieve, pero quedaba la delgada cuerda fijada allà por Somervell; agarrándose a ella con ambas manos, lograron izarse por el difÃcil paso. En dos puntos de especial peligro, Norton y Somervell, por turno, se pusieron primeros de la cuerda, mientras los demás los sostenÃan. Luego, llegaron a los peligrosÃsimos "sesenta metros finales", y en el repecho que los corona hallaron a uno de los trajineros sitiados, de pie sobre el borde. Norton dio voces, preguntando si se sentÃan capaces de andar. El peón le contestó con otra pregunta: "¿Subiendo o bajando?" "¡No seas necio! Bajando, claro está". Y desapareció en seguida, en busca de sus compañeros.
Hasta aquel punto las condiciones de la nieve fueron menos peligrosas de lo que esperaban, pero la etapa final ofreció verdadero peligro. Somervell insistió en ir delante al cruzar el difÃcil declive, mientras Norton y Mallory se disponÃan a usar los sesenta metros de cuerda que llevaron consigo para casos de apuro. Hincaron en la nieve todo el mango de sus dos piolets y arrollaron en ellos la cuerda, que iban saltando, palmo a palmo, mientras Somervell se abrÃa paso trabajosamente, subiendo por la abrupta pendiente de hielo, cruzándola luego horizontalmente y cortando en la marcha buenos escalones.
Se acercaba más y más a los cuatro hombres que esperaban, en la cresta del declive, pero cuando ya casi los alcanzaba quedó perplejo: la cuerda no daba más de sÃ. Se encontraba aún a unos nueve metros de los peones. ¿Qué hacer? Eran las cuatro de la tarde y el tiempo apremiaba. Los alpinistas decidieron que los trajineros debÃan arriesgarse a salvar sin ayuda aquellos nueve metros. CruzarÃan uno a uno el trecho peligroso y, al llegar junto a Somervell, serÃan transferidos, mediante la tensa cuerda, a Norton y Mallory.
Los dos primeros llegaron sin tropiezo al lado de Somervell; uno de ellos alcanzó a Norton y el segundo acababa de ponerse en marcha cuando cedió la nieve bajo los pies de los dos restantes Â?que cometieron la insensatez de avanzar a un tiempoÂ? y al instante volaron pendiente abajo. Durante unos segundos en que se le paró el corazón, Norton los vio despedidos por el borde del azulado precipicio de hielo, sesenta metros más abajo. Pero de pronto se detuvieron. HabÃan chocado contra una zona de nieve pastosa debido al frÃo matinal y al sol del mediodÃa, y quedaron clavados en ella. Se les ordenó que no se movieran, mientras Somervell, con pasmosa serenidad, traspasó primero a Norton el segundo peón, mediante la cuerda, y dedicó luego su atención a los infortunados compañeros.
El salvamento de aquellos dos, en tan terrible apuro, exigÃa el colmo de la destreza montañera. Primeramente, Somervell tuvo que calmar el nerviosismo de los sitiados y empezó a burlarse de su impericia, hasta que casi los hizo reÃr. Luego hincó todo el mango de su piolet en la blanda nieve, cogió la cuerda que llevaba arrollada a la cintura y la ató al piolet mientras Norton y Mallory sostenÃan el extremo con el fin de asegurarla. Dispuesta asà la cuerda, Somervell bajó por ella hasta la otra punta y mientras se agarraba al extremo con una mano, tendió el otro brazo hasta alcanzar casi a uno de los peones. Después, aferrándolo por el cuello, lo izó sin tropiezo hasta el piolet. Lo mismo hizo con el segundo; y asà llevó a feliz término el salvamento.
La desgraciada pareja volvÃa a estar en relativa seguridad, pero tenÃan tan alborotados los nervios, que tropezaron y dieron un resbalón mientras avanzaban junto a la cuerda hacia el seguro puerto donde los esperaban Norton y Mallory, y sólo agarrándose a ella lograron evitar un nuevo desastre. Al fin, cuando estuvieron ya a salvo, Somervell volvió a atarse la cuerda a la cintura y los siguió. Norton comenta: "Fue una magnÃfica lección práctica de arte montañero verlo seguir, equilibrado y erguido, por la maltrecho pista, sin un error ni un traspié".
Entonces tuvieron que forzar la marcha para evitar que se les echara la noche encima, pues eran cerca de las cinco cuando empezaron el descenso. Mallory iba delante, encordado con uno de los peones. Somervell seguÃa inmediatamente, guiando a otros dos, y Norton formaba la retaguardia, acompañando a un trajinero cuyas manos sufrieron hasta tal punto los efectos de la congelación que las tenÃa inútiles, por lo que en sitios difÃciles, como la "chimenea", Norton tuvo que sostener todo su peso.
A eso de las siete y media dejaban las heladas pendientes del Collado Norte y estarÃan a un kilómetro y medio de "casa" (asà dice Norton, pero se referÃa sólo al tercer campamento), cuando vieron surgir unas siluetas en la obscuridad: eran Noel y Odell que los esperaban, prestos a servirles una sepa caliente. De nuevo llegaba Noel en el momento en que más se necesitaba.
Los alpinistas habÃan salvado a los cuatro trajineros, pero estaban rendidos. Somervell, mientras hacÃa los escalones en el declive, no dejó de toser y de sufrir un terrible ahogo. A Mallory la tos lo mantuvo despierto toda la noche y Norton tenÃa los pies muy doloridos. Los tres salvaron la vida a los peones; pero más tarde, al llegar a trescientos metros de su objetivo, descubrirÃan la importancia del escote pagado por su abnegación.
Tras aquellos sucesos, los expedicionarios no estaban en condiciones de emprender en seguida el asalto al Everest. Era imperiosa una segunda retirada glaciar abajo, hacia los campamentos inferiores, para recobrar las fuerzas perdidas. Ya Norton dio las órdenes oportunas para que empezara el retroceso mientras él y sus compañeros salvaban a los trajineros sitiados. Volver otra vez la espalda a la montaña y precisamente criando podÃan empezar los monzones de un momento a otro, era un rudo golpe; pero no quedaba otro recurso. Ni uno solo de los expedicionarios estaba en condiciones de proseguir la marcha. De momento, el frÃo y el terrible esfuerzo habÃan vencido al grupo, especialmente a los mejores alpinistas, que llevaron la peor parte. Se imponÃan unos dÃas de descanso en inferior altitud.
Geoffrey Bruce, Hazard e Irvine, con la mayorÃa de los peones, ya habÃan empezado a descender por el helero y al dÃa siguiente al del salvamento los siguieron Norton y los demás. Formaban un diezmado y maltrecho grupo de cojos y ciegos y se vieron forzados a avanzar hacia el segundo campamento luchando con una cruel ventisca del nordeste. Al siguiente dÃa Â?26 de mayoÂ?, Norton y Somervell llegaron al primer campamento y el grupo se distribuyó asÃ: Odell, Noel y Shebbeare se quedaron en el segundo campamento, en compañÃa de unos veinte peones; Mallory, Somervell, Bruce e Irvine permanecerÃan con Norton, en el primero; Hazard partió hacia la base principal, donde se unió a Hingston y Beetham.
Se distribuyó asà el grupo escalonadamente para poder reanudar las operaciones con la mÃnima demora en cuanto el tiempo fuese favorable. Los que deberÃan avanzar hacia el Collado Norte estaban en el segundo campamento, de modo que, cuando se cursara la orden, podrÃan ocupar de nuevo el cuarto era el término de un solo dÃa.
La misma noche de la llegada al primero celebróse "consejo de guerra", se examinaron cuidadosamente los medios y arbitrios con que se contaba y se preparó un plan más sencillo. Al estudiarse la cuestión del transporte, se evidenció una situación muy difÃcil. Al decir de Shebbeare y Bruce, de los cincuenta peones de que se dispuso al principio, sólo podÃa contarse con quince. No era muy crecido el número de los que fÃsicamente estaban imposibilitados para proseguir; pero el frÃo extremado, unido a los efectos de las grandes altitudes, habÃa minado su ánimo y no podÃa ya confiarse en ellos. Hasta entonces, poco trabajo se habÃa hecho. Se instaló rudimentariamente el cuarto campamento, con cuatro tiendas y sacos de dormir para doce peones y un alpinista. DebÃa aún transportarse allà todo el combustible y las provisiones, asà como los aparatos de oxÃgeno y los balones que se necesitarÃan en la montaña y todas las tiendas y fogones para los campamentos más elevados. Además, debÃa también instalarse y abastecerse el quinto campamento; y, según el primer plan, sólo para este trabajo se requerirÃan quince peones.
Se imponÃa considerar asimismo la cuestión del tiempo. Faltaban sólo seis dÃas para la fecha en que empezaron los monzones en 1922. Se necesitarÃan dos o tres dÃas de descanso y se emplearÃa otra jornada para llegar al tercer campamento. Era obvio que el nuevo plan debÃa permitir a los escaladores preparar un serio intento, con la mÃnima demora una vez puestos en marcha para el asalto a la cumbre.
También se planteó la cuestión del oxÃgeno y hubo quien expresó sus dudas sobre los beneficios reales que proporcionó a los que lo usaron. El "consejo de guerra" se prolongó sin llegar a un acuerdo a este respecto y Norton convocó una nueva reunión para el siguiente dÃa, invitando a Odell, Shebbeare y Hazard a que acudieran a la base desde el segundo campamento. En el nuevo consejo se pensó en todas las combinaciones posibles de los siete alpinistas con que se contaba y se examinó minuciosamente el asunto. Por fin, se adoptó el plan de mayor simplicidad. Se desecharÃa el oxÃgeno y se emprenderÃa una serie de asaltos, por escaladores emparejados. Cada grupo saldrÃa del cuarto campamento en dÃas consecutivos de buen tiempo y pasarÃa dos noches más allá de aquel campamento: una en el quinto, a unos 7,775 metros de altitud, y la otra en el sexto, a unos 8,300. Norton insistió en la idea de que permaneciese constantemente un grupo de auxilio, formado por dos escaladores, en el cuarto campamento.
Al distribuir a los alpinistas en los varios grupos, Norton estipuló que Mallory tenÃa derecho a unirse al primero, si asà lo deseaba. Su garganta habÃa mejorado mucho, y aunque hasta entonces le tocó en suerte la más ruda labor, la energÃa y el Ãntimo ardor de aquel hombre Â?dice NortonÂ? se reflejaban en todos sus ademanes y nadie dudó de que estaba en condiciones de llegar tan alto como cualquiera. De los demás, evidentemente era Bruce el más fuerte. AsÃ, Mallory y Bruce formarÃan la primera pareja. La garganta de Somervell aún distaba mucho de estar sana; pero ya empezaba a mejorar gracias al calor del primer campamento. Era enorme el prestigio de que gozaba desde 1922 y aumentó con el salvamento de los peones sitiados. Seria él, sin duda, uno de los del segundo grupo y se dejó a Somervell y Mallory la misión de elegir al compañero; Norton les permitió que escogieran entre él, Odell, Irvine y Hazard. Se inclinaron en favor de Norton, y para la elección tuvieron en cuenta la importancia de que en cada grupo figurase un escalador que hablase suficientemente el nepalés para manejar a los peones cuando les empezase a flaquear el ánimo. Odell e Irvine formarÃan el grupo de auxilio en el cuarto campamento y Hazard se quedarÃa en el tercero.
El 28 de mayo, como el dÃa anterior, fue cálido y de cielo despejado; los espÃritus más ardorosos ya deseaban estar de nuevo en la montaña. Pero impresionó tan favorablemente a Norton la mejora de la salud observada en todos los expedicionarios, que decidió quedarse un dÃa más. No se perdió el tiempo: los quince "tigres", según los llamaron, se reunieron en el segundo campamento; y Odell e Irvine se dedicaron a hacer una escalera de cuerda para que los trajineros cargados pudiesen ascender por la abrupta muralla de hielo situada bajo la "chimenea" del Collado Norte.
El 30 de mayo empezó el último avance preparatorio. Los grupos de escaladores, acompañados por Noel �que llevaba su cámara ciematográfica� llegaron al tercer campamento.
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