CAPÃ?TULO XV
EL RESULTADO PRINCIPAL
No se habÃa logrado aún escalar el Everest y serÃa necesaria una nueva expedición. Pero, entre las experiencias recogidas durante el segundo intento, ¿cuáles serÃan útiles para el tercero?
Se hizo un descubrimiento de suma importancia, no sólo para las ulteriores expediciones al Everest, sino para el general interés de la Humanidad. Se descubrió que el hombre llega a aclimatarse a los efectos de las grandes altitudes, que se adapta a un aire cada vez más leve y a la disminución de su contenido en oxÃgeno, propia de las zonas muy elevadas. Si el espÃritu humano Â?su noble orgullo, el gozo que experimenta poniendo a prueba sus facultades y ofreciéndose en espectáculo a sus compañeros, cuya aprobación y elogio lo llenan de júbiloÂ?, si el espÃritu humano nos impele a escalar las supremas altitudes, se verá que el hombre es capaz de realizar sus propósitos: cuerpo y mente responderán a la llamada interior.
Tal es el descubrimiento de la segunda expedición al Everest, y, como se verá, obtuvo plena confirmación en la tercera. Para apreciarlo en toda su significación es preciso recordar las opiniones que sustentaban los hombres de ciencia antes de iniciarse tales exploraciones. Creyóse entonces que serÃa imposible aclimatarse a una altitud superior a los 6,100 metros. 0 sea: si se subÃa por dos veces desde los 6,100 a los 7,000 metros, se sentirÃan más los efectos de la altitud (aparte los del cansancio) la segunda vez que la primera. Si se trepaba hasta los 7,000 metros por tercera vez, los efectos serÃan aún peores. De modo parecido, si se permanecÃa durante dos dÃas en aquella altitud, al segundo dÃa el escalador se sentirÃa peor que al primero; el malestar aumentarÃa si se aventuraba a permanecer un tercer dÃa en esa altura, pues se habrÃa rebasado el lÃmite de aclimatación. SerÃa imposible adaptarse a las nuevas condiciones y responder a la llamada del espÃritu. En vez de ponerse uno a nivel de las circunstancias, se doblegarÃa bajo su imperio. El hombre tenÃa que reconocer la derrota infligida por el medio circundante, en vez de experimentar el gozo de someterlo a su señorÃo.
Tal era el sombrÃo concepto de muchos hombres de ciencia antes de la expedición y surgÃa de la falta de fe en sà mismos. Su ciencia les inspiraba la más ardiente fe, pero, por alguna razón misteriosa, sólo concentraban la atención en la fÃsica, la quÃmica y la mecánica del mundo y en los microbios y las dolencias, haciendo muy poco caso del hombre en sÃ, del hombre en su conjunto; si llegaban a estudiarlo, fijaban principalmente la atención en el cuerpo y de modo especial en el cuerpo enfermo. Manejaban ruines abstracciones del hombre y del mundo. Como no abarcaban ningún conjunto, eran erróneas sus conclusiones.
La expedición al Everest demostró que si el espÃritu impele al hombre a conquistar una altura de 7,000 metros, en la segunda ascensión sentirá menos los efectos de la altitud que en la primera. Esta prueba, mediante una auténtica experimentación humana, se repitió una y otra vez, y en altitudes superiores a los 7,000 metros, siempre con idéntico resultado. La expedición tuvo, además, la ventaja de contar con un médico que se habÃa dedicado durante largos años a los experimentos fisiológicos y que fue uno de los que llegaron a mayor altura en el Everest; alcanzó, de hecho, una altitud de 8,235 metros sin usar oxÃgeno, y describió su experiencia.
Hablando de la ascensión al Collado Norte (7,000 metros), dice Somervell: "jamás olvidaré nuestra primera subida por aquella condenada pendiente de nieve y hielo, donde cada paso representaba un durÃsimo esfuerzo y cada palmo de ascensión una batalla; cuando alcanzamos la cumbre, nos echamos, casi sin fuerzas". Tal fue la experiencia de su ascensión a los 7,000 metros. Veamos ahora lo que cuenta de su segunda subida a la misma altitud. "Después de pasar uno o dos dÃas en el tercer campamento (6,400 metros) Â?diceÂ?, volvimos a ascender al collado. Esta vez la subida fue una dura tarea, pero nada más; después de alcanzar el paso, nos quedaron aún suficientes brÃos a Morshead y a mà para explorar la ruta del Everest."
Somervell experimentó, pues, los efectos de la altitud con menos intensidad en la segunda ocasión que en la primera. Veamos lo que dice sobre la tercera ascensión a los 7,000 metros. "Uno o dos dÃas después, volvimos a subir al Collado Norte y ni un solo momento experimentamos más molestia que la ocasionada por el jadeo. En los breves dÃas pasados en una altitud de 6,400 metros nos aclimatamos a ella de modo notable; lo que antes fue una dura pugna convirtióse en tarea relativamente fácil." AsÃ, pues, lejos de experimentar cada vez más los efectos de la altura, los sintió Somervell en cada ocasión con menor intensidad. La experiencia de otros corroboró la suya, de lo que se colige que el hombre logra aclimatarse por lo menos a una altitud de 7,000 metros.
Esa adaptación fÃsica a las grandes altitudes dio a Somervell energÃas suficientes para alcanzar los 8,235 metros sin emplear oxÃgeno. Su experiencia, corroborada por la de otros alpinistas, demostró no sólo la rapidez de la aclimatación a las grandes alturas, sino también su persistencia. La aclimatación a considerables altitudes es, pues, posible y rápida.
Hemos de observar que tal adaptación es, a un tiempo, mental y fÃsica. El cuerpo, sin que el espÃritu registre el fenómeno, pasa por un obscuro proceso de aclimatación al nuevo medio circundante. Aumenta en la sangre el número de glóbulos rojos y se producen indudablemente otros cambios. Pero también se adapta el espÃritu. Cuando los alpinistas y peones se pusieron en marcha por primera vez, dirigiéndose al Collado Norte, abrigaban serias dudas sobre la posibilidad de alcanzar los 7,000 metros conservando suficientes energÃas para seguir subiendo. Una vez conquistada esa altitud, concibieron la idea de que serÃa posible lograr más: concluyeron que llegar a los 7,000 metros no era gran proeza. Una y otra vez los trajineros subieron al collado y volvieron a bajar. Noel durmió allà tres noches consecutivas; Mallory, Somervell, Finch y Bruce aún pernoctaron a mayor altura. Al iniciar sus trabajos la expedición, se consideró como base principal el campamento situado a 6,400 metros; a su regreso, tomaron ya el Collado Norte como punto de partida. También la mente rayaba más alto en la apreciación de las posibilidades y, como el cuerpo, se habÃa aclimatado a mayores alturas.
Pero ¿logró la expedición alguna prueba concluyente acerca de la aclimatación a una altitud superior a los 7,000 metros? En ese aspecto no obtuvo gran cosa. Ninguno de los alpinistas rebasó más de una vez aquella altura, si bien los peones visitaron en dos ocasiones el campamento situado a 7,770 metros. La primera vez resultó difÃcil convencerlos para que llegaran a tan extraordinaria altitud; pero en la segunda ocasión ascendieron sin darle mucha importancia a la hazaña. Como Finch y Geofrey Bruce podÃan hallarse en grave aprieto, Noel Â?que estaba entonces a 7,000 metrosÂ? llamó a unos peones y les dijo: "Lleven esos termos al sahib Finch", y partieron sin más palabras. El viento era terrible y podÃa echárseles la noche encima antes de regresar, pero cumplieron su misión puntualmente. Y lo hicieron a una altitud que rebasaba en 300 metros el punto máximo alcanzado por el hombre hasta entonces.
De esas experiencias coligió Somervell que no existe lÃmite teórico de aclimatación bajo la cumbre del Everest. Predijo que la adaptación a los 7,000 metros bastarÃa para alcanzar la cima y abrigaba la convicción de que se podrÃa conquistar el picacho sin emplear oxÃgeno. Según él, eran muchos los que podrÃan escalar la cumbre del Everest sin ayuda alguna, salvo la previa adaptación de sus reacciones fisiológicas durante breves dÃas, a una altitud de 6,400 metros. "Si diversas personas permanecieran un par de semanas a una altitud equivalente a la del tercer campamento (6,400 metros), ejercitándose, acaso, con excursiones en las que alcanzaran los 7,000 y 7,300 metros, no me cabe duda de que, desde el punto de vista fisiológico, serÃan aptas para escalar el Everest, con tal que el cielo estuviese despejado y no soplase el viento con gran violencia." Predijo, pues, "que el mejor modo de conquistar la cumbre del Everest consiste en enviar a unos diez o doce montañeros, que podrán permanecer en un campamento elevado hasta lograr una completa aclimatación; y luego, hacer una serie de escaladas Â?tres o cuatro grupos a la vezÂ? con la continuidad que permita el cariz del tiempo.
Fue una verdadera lástima que no se tuvieran en cuenta tales conclusiones. El autor del presente libro no se exime de la crÃtica que implica esta frase para los organizadores de la tercera expedición. Pero ni siquiera hoy se acepta enteramente la idea de la aclimatación a las grandes altitudes y en 1923 tenÃase la obsesión de la necesidad del oxÃgeno. El propio Somervell tuvo parte de culpa a este respecto, pues con su persuasiva argumentación logró convencer al Comité del Everest para que facilitara a los expedicionarios de 1922 el equipo de gas. Por eso se dio también oxÃgeno a la tercera expedición.
Lo cierto es que no nos damos cuenta de que el género humano es todavÃa muy joven: no cuenta más de medio millón de años. Nos hallamos aún en una etapa en que se tantean y someten a prueba nuestras facultades. TodavÃa no hemos escalado todas las cimas que nos rodean en nuestro planeta, ni vemos claramente lo que podremos hacer ni adónde llegaremos. De momento, nos resulta duro trepar hasta la cumbre del Everest y tras el primer intento nos tumbamos para tomar un buen descanso. Pero no sabemos aún de qué somos capaces y debiéramos cobrar ánimo observando a las crÃas de los cuadrúpedos y de las aves cuando empiezan a servirse osadamente de sus alas o piernas.
Entre los resultados de esta expedición �asà como de la tercera� se destaca el hecho de que las facultades humanas se hallan aún en pleno crecimiento y, si se las ejercita, se logra su desarrollo. Por numerosas razones, podemos tener más fe en nosotros mismos.
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