Ideario 21
10 agosto 1999
La cobarde creencia de que uno debe permanecer en un lugar determinado recuerda demasiado la ciega resignación de los animales, bestias de carga, embrutecidas por la servidumbre y, no obstante, siempre dispuestas a aceptar que les pongan los arreos.
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Tener hogar, familia, una finca o una función pública, tener un medio concreto de vida y ser un engranaje útil en la máquina social... todas estas cosas les parecen necesarias, incluso indispensables, a la gran mayoría de los hombres, incluidos los intelectuales y los que se consideran a sí mismos totalmente liberados. Y, sin embargo, tales cosas son tan sólo una forma diferente de esclavitud que procede del contacto regulado y continuo.
Siempre he escuchado con admiración, aunque no con envidia, las declaraciones de ciudadanos que cuentan cómo han vivido durante veinte o treinta años en el mismo barrio o incluso en la misma casa, y que no han salido nunca de su ciudad natal.
¡No experimentar la necesidad torturadora de conocer y ver por uno mismo lo que hay ahí, más allá de la misteriosa pared azul del horizonte, no encontrar la organización convencional de la vida monótona y deprimente, contemplar la carretera blanca que se extiende a lo largo de una distancia desconocida sin sentir la necesidad imperiosa de ceder a ella y seguirla obedientemente por montañas y valles! La cobarde creencia de que uno debe permanecer en un lugar determinado recuerda demasiado la ciega resignación de los animales, bestias de carga, embrutecidas por la servidumbre y, no obstante, siempre dispuestas a aceptar que les pongan los arreos.
Existen límites en todos los dominios y leyes que gobiernan a cada poder organizado. Pero el errante posee toda la vasta tierra que sólo finaliza en el horizonte inexistente, y su imperio es intangible, puesto que su dominio y su goce son cosas espirituales.
Isabelle Eberhardt.
The Oblivion Seekers.