Pero el pueblo de Khiraunle también nos dieron noticias menos deprimentes. Las gentes del lugar estaban ocupadas en construir un puente provisional sobre el Inukhu Khola para sustituir al que había sido arrastrado, y este nuevo estaría terminado para la mañana siguiente. Aquel día fue el peor para la marcha. Una fuerte lluvia caía continuamente, y había que abrir camino en la densa maleza para que los porteadores pudieran bajar por las empinadas laderas de la garganta, hasta el punto donde estaban construyendo el nuevo puente. Este punto estaba solamente a unos cientos de metros aguas abajo del puente viejo, pero la distancia intermedia era infranqueable a lo largo del río. La nueva estructura, muy frágil, estaba construida en dos secciones, cada una de las cuales salvaba una formidable catarata y unía una orilla del río con una isla central. Cada sección se componía de dos ligeros troncos de árbol, atados con bejucos, y de una barandilla de bambú que no hubiera resistido una presión de cinco kilos. El río subía de nivel rápidamente, y antes de que nadie pasara, las olas salpicaban sobre los maderos. Poco tiempo después ambas secciones del puente eran arrastradas por la corriente, dejando las barandillas de bambú agitándose entre la espuma.
Hubimos entonces de subir por un escarpado risco para volver a la pista y al hacerlo tropezamos con un nido de avispas, Como a mí no me habían atacado, no sabía a qué se debían la confusión y el pánico que reinaban, hasta que el grupo volvió a reunirse en el sendero, a 100 metros por encima del río. Dos de los coolies sufrieron picaduras tan fuertes (uno de ellos manifestó que había recibido siete), que ya tenían elevada fiebre. Varios otros aparecieron con la cara y ojos hinchados, y uno de ellos había desaparecido. Su carga fue localizada cerca del nido de avispas y creímos que se habría caído por el risco al intentar escapar. Envié a Angtarkay a un pueblo que estaba a 600 metros más arriba a pedir socorro, mientras Bourdillon, Ward y yo bajamos de nuevo por los riscos y buscamos al desaparecido a lo largo de la orilla, esperando encontrar su cadáver destrozado. Sin embargo, resultó que no se había caído, y luego lo encontramos refugiado en una cueva y con elevada fiebre. Todas las víctimas de este curioso incidente se restablecieron de la noche a la mañana.
Al día siguiente, 19, cruzamos otro puerto de 3,000 metros, que nos condujo al valle del Dudh Kosi. Por la tarde del 20 de septiembre el tiempo aclaró repentinamente y pareció terminar el monzón. Después de diez días de lluvia y niebla continuos, el aire claro y el cálido sol resultaban deliciosos. La selva no era ya opresiva, sino ligera y verde; las cascadas relucían al precipitarse por los enormes precipicios que flanqueaban el ancho valle, como hilos de plata colgando de las agujas de hielo que se alzaban a 3,650 metros por encima de nuestras cabezas.
Estábamos ahora en el país de los sherpas, y una especie de "fiebre del Canal" animaba a Angtarkay y sus compañeros. En cada pueblo por el que pasábamos eran recibidos por una muchedumbre de amigos que se los llevaban a comer y beber a alguna casa, en medio de animada charla y gran algazara. También a nosotros, por supuesto, nos correspondió nuestra parte de esta hospitalidad, que sin duda contribuyó a lo maravilloso de la escena. Comencé a preocuparme de si, cuando llegáramos a nuestro objetivo, quedaría alguno de nosotros en condiciones de escalar.
El valle se dividía en dos estrechas gargantas. El sendero, por medio de una notable serie de plataformas de maderos y escaleras construidas en los riscos, seguía la rama de la derecha durante 800 metros, viéndose el hermoso pico nevado de Taweche entre las paredes verticales del cañón; luego ascendía en zigzag durante 600 metros hasta las alturas intermedias. Allí, en un pequeño repliegue del terreno, a 3,600 metros sobre el nivel del mar, estaba Namche Bazar, adonde llegamos por la tarde del 22 de septiembre. El viaje desde Jogbani, que habíamos calculado realizar en quince días, nos costó casi cuatro semanas.
Namche Bazar, que se compone de unas sesenta casas, es el pueblo más importante del distrito de Khombu, porque es el último lugar de alguna importancia en la ruta principal del Nepal oriental al Tibet, y constituye, por lo tanto, un centro comercial entre ambos países. Es la pequeña metrópoli de los sherpas, que tienen estrechas relaciones, tanto comerciales como religiosas, con el Tibet. Ellos mismos son de origen tibetano y no se distinguen de los habitantes de la gran meseta que se extiende al norte de la cordillera principal. Usan la misma indumentaria y profesan las mismas creencias y costumbres religiosas, y aunque tienen un idioma propio, todos saben hablar tibetano. Llevan una vida seminómada; cada familia posee una casa y tierras en varios pueblos a diferentes altitudes, y se trasladan en masa de un pueblo a otro según las estaciones, para sembrar o cosechar sus campos de patatas y cebada. Por esta razón, es corriente hallar pueblos temporalmente abandonados mientras sus habitantes están trabajando en otro distinto nivel. Apacientan sus corderos, cabras y yacks en los altos valles, con frecuencia a un día de marcha de sus pueblos.
En Namche nos dispensaron una gran acogida, y allí pasamos dos días clasificando nuestros víveres y equipos acopiando suministros de alimentos locales. Encontré a muchos antiguos amigos de expediciones anteriores, la mayoría de los cuales traían frascos de "chang", de los cuales nos invitaban a beber. Se nos cedió una casa para alojarnos, construida con arreglo al modelo de casi todas las casas sherpas. Son éstas de planta rectangular, de dos pisos, construidas en piedra, con marcos de ventana de madera tallada y celosías. La puerta principal conduce a un oscuro establo, por el cual hay que andar a tientas, abriéndose paso entre los bueyes o yacks, hasta una empinada escalera de madera que sube a un angosto pasillo situado en el piso superior. Torciendo a la derecha, según se llega por la escalera, está la letrina, que es un pequeño cuarto oscuro con un agujero en el suelo y el resto cubierto de hierba o de agujas de pino. El otro extremo del pasillo conduce a un cuarto de estar, que ocupa las tres cuartas partes del piso superior. La habitación que queda entre el hueco de la escalera y la fachada se usa como cocina. El hogar está en el suelo, y emplean un soporte de hierro para sostener los pucheros sobre el fuego. Más allá hay una yacija reservada para las mujeres. En la pared que queda a la derecha del hogar hay una hilera de ventanas, y debajo una plataforma que se eleva a unos treinta centímetros del suelo, cubierta con alfombras y mantas. En ella se sientan los hombres, con las piernas cruzadas, detrás de una mesa baja de madera. El sitio de honor está al extremo de la plataforma más próxima al fuego. La pared de enfrente, desprovista de ventanas, está cubierta de anaqueles, llenos de grandes vasijas de cobre, cacharros de madera, tazas de porcelana, mantequeras de bambú y otros utensilios de cocina. El otro extremo de la habitación está atestado de sacos de grano, cuerdas, arados de madera, picos y otros aperos de labranza. Las camas se hacen en el suelo a medida de las necesidades. Algunas casas pertenecientes a gentes acomodadas tienen otras habitaciones amuebladas como pequeños templos budistas.