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Montañismo y Exploración
Expedición de reconocimiento al Everest, 1951
10 abril 1999

Después de que la frontera tibetana se cerrara para las expediciones que queríanllegar a la cumbre del Everest, la vertiente del Nepal quedó abierta y Eric Shipton, Edmund Hillary y otros expedicionarios exploraron el lado sur para encontrar la que fuera después la ruta de ascenso en 1953. Un libro en donde se muestra que la alta montaña tiene más que sólo subir montañas: tiene exploración.







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LA MARCHA, II

Durante 11 o 12 kilómetros nos mantuvimos bastante cerca de las riberas del Arun, siguiendo algunas veces un trozo de playa. La selva tropical y la densa maleza, las langostas, mariposas y otros insectos de brillantes colores, eran característicos de los profundos valles del Himalaya oriental. Llevábamos solamente calzón corto y sandalias, con sombrillas para proteger nuestras cabezas del sol. Siempre que llegábamos a un remanso seguro, solíamos meternos en el agua inmediatamente y permanecer sentados allí durante unos momentos. El agua estaba deliciosamente fresca, aunque el efecto refrescante no duraba mucho. Hasta los sherpas, que temen el agua y que normalmente nunca se bañan, comenzaron, primero tímidamente y luego con gran entusiasmo, a imitarnos; todos excepto la pobre Lhakpa, la mujer, que nos miraba con envidia.

Por la tarde del 4 de septiembre subimos 900 metros por una región amena hasta un grupo de aldeas llamado Phalikot, y el día 5, tras una marcha relativamente breve, llegamos a Dingla, que es un pueblo grande y diseminado, encaramado entre bosques y campos en terrazas sobre una alta sierra desde la que se dominan amplios panoramas de la cuenca del Arun y, cuando el tiempo está claro, de las grandes sierras nevadas del norte.

En Dingla tuvimos de nuevo gran dificultad para reclutar porteadores. Los hombres de Dhankuta habían sido contratados hasta Dingla y se negaban a seguir adelante, lo que nos retrasó cuatro días. El 8 de septiembre llegaron Hillary y Riddiford, y entonces necesitamos cuarenta coolies locales, porque además de la impedimenta que habían traído los neozelandeses, habíamos comprado cierta cantidad de arroz y harina por si hubiera escasez de estos productos en las regiones de más allá. Por fin, la tarde del 9, después de largas y exasperantes negociaciones, llegamos a contratar los hombres necesarios. Les dimos una paga adelantada y prometieron estar listos para partir poco después del amanecer del día siguiente. Pero a la mañana siguiente llovía mucho y no se presentaron hasta el mediodía. Sin embargo, al cabo de un par de horas de tumulto y confusión, conseguimos distribuirles las cargas y ponerlos en marcha.

Nuestro objetivo próximo era el Salpa Bhanjyang, un paso de 3,650 metros hacia el noroeste, que comunicaba la cuenca del Arun con la del Hongu Kola. La ruta directa era impracticable debido a algunos torrentes de montaña que bajaban desbordados y habían arrastrado los puentes que los cruzaban. Esto significaba que teníamos que dar un gran rodeo hacia el suroeste para llegar a lo alto de la línea divisoria, que seguimos luego hasta el puerto. La desviación nos costó varios días más de marcha, y resultó muy molesto descubrir que, si lo hubiéramos sabido antes, podríamos haber llegado a la divisoria mucho más pronto marchando directamente hacia ella desde Dhankuta vía Bojhpur.

El 10 de septiembre proseguimos nuestro camino por el sendero que conduce a Bojhpur. Era fácil y bastante llano, pero habíamos salido tan tarde y los porteadores iban tan despacio, que al anochecer solamente llegamos al pueblo de Phaldobala, a 6.4 kilómetros de distancia. A la mañana siguiente, los porteadores se negaron a continuar, diciendo que sus cargas eran demasiado pesadas. Con arreglo a la costumbre local, los habíamos contratado a base del peso a transportar, y por esta razón ellos prefirieron al principio llevar 36 kilos en lugar de 27. Esto significaba que teníamos que distribuir nuevamente todas las cargas y también reclutar más porteadores para llevar el exceso. Estas operaciones, que la lluvia no facilitaba mucho, nos ocuparon todo aquel día.

En la marcha a Dingla, había llovido principalmente durante la noche y los días fueron buenos. Este feliz arreglo no podía esperarse que durara, y ahora llovía durante la mayor parte del día. Salimos de nuevo la mañana del día 12 y ascendimos hasta la cresta de la alta y estrecha sierra que formaba la divisoria del agua. Durante tres días caminamos lentamente a lo largo de la misma dirección norte, sin poder ver nada a nuestro alrededor, debido a periodos alternos de fuerte lluvia y de niebla escocesa que nos empapaba igualmente. Al cabo de algún tiempo perdimos todo sentido de dirección y de distancia; era una sensación curiosa la que se experimentaba al seguir a ciegas aquella estrecha cresta, con el terreno a ambos lados cayendo en fuerte pendiente hacia las profundidades silenciosas cubiertas de bosque, mientras que hacia delante iban asomando, uno tras otro, picos de roca. La maleza estaba infestada de sanguijuelas; en una sola ramita podía verse una docena de estos bichos, rígidos y erectos, como un manojo de palitos negros, prontos a pegarse a nuestras piernas y brazos y ropa, según pasábamos rozando las plantas.

El camino consistía en una serie continuada de las largas pendientes subidas y bajadas. Era un trabajo muy duro para los porteadores, porque las pistas estaban resbaladizas con el barro y escurrían constantemente, perdiendo el equilibrio bajo el peso de las cargas empapadas que se balanceaban de un lado a otro. Pasamos las noches en chozas de pastores, la mayoría desiertas, que había diseminadas a lo largo de la sierra. Nos protegían de la lluvia, y los fuegos que encendíamos dentro ahuyentaban a las sanguijuelas. Sin estas chozas, nuestro sino hubiera sido bastante peor. Una tarde, al ponerse el sol, las nieblas descendieron por debajo de la sierra, y durante un rato vimos, a través de un ancho golfo de nubes, la gran sucesión de picos cubiertos de hielo.

En el Salpa Bhanjyang, adonde llegamos la mañana del 15, tomamos el camino empleado por los sherpas que viajan entre Khombu y Darjeeling. Angtarkay me dijo que cuando estuvo allí la última vez, en diciembre de 1947, había tanta nieve que tardó tres días en cruzarlo y que varios sherpas habían muerto al intentarlo. Era una gran ayuda contar al fin con alguien del grupo que supiera el camino. Desde el puerto descendimos en fuerte pendiente 2,100 metros hasta llegar al Hongu Kola. En el pueblo de Bung, al otro lado del valle, nos informaron de que el puente sobre el próximo gran río, el Inukhu Khola, había sido arrastrado por las aguas, y tuvimos que elegir entre dar un rodeo de tres días por el sur o construir otro puente nosotros mismos, decidiéndonos por esta última tentativa.

Desde Bung cruzamos otro puerto a unos 3,230 metros de altura y llegamos a Khiraunle, que está a unos 300 metros por encima del Inukhu Khola. Allí nos dijeron que varios pueblos de los alrededores habían sido atacados por una epidemia de una enfermedad virulenta que mataba a sus víctimas en cuatro días. Por la descripción de los síntomas, parecía probable que se tratara de la peste bubónica. Había un pueblo enfrente, al otro lado del valle, en el que habían muerto cincuenta personas durante la última quincena. La garganta que nos separaba de él era tan estrecha que, aunque el lugar estaba casi a un día de marcha, podíamos ver a simple vista a al gente moviéndose de un lado para otro. Observamos sus movimientos con prismáticos y vimos que estaban ocupados en alguna actividad que los sherpas dijeron que eran ceremonias de enterramiento.

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