Desde la India hay cuatro caminos para llegar a Namche Bazar, el pueblo principal del distrito del Khombu, donde nos proponíamos establecer nuestra base. La ruta de Darjeeling, empleada generalmente por los sherpas, es larga y muy difícil durante el monzón. La ruta de Katmandu, aunque más fácil, es también bastante larga, y el costo en tiempo y dinero para transportar una gran cantidad de impedimenta desde la India hasta la capital nepalí sería elevado. El camino más rápido con mucha diferencia es desde Jainagar, estación terminal del ferrocarril al norte de Darbahanga. Pero se nos informó que sería imposible llegar de allí a las estribaciones de la cordillera por camión durante las lluvias, y además la marcha por el país cálido y pantanoso sería muy desagradable. Así pues, decidimos hacer el viaje desde Jogbani, otra estación terminal de ferrocarril en el norte de Bihar, más al este. El grupo de Houston había seguido esta ruta el año anterior después de terminar el monzón y consiguieron llegar a Namche en quince días desde Jogbani.
Bourdillon y yo llegamos a Jogbani poco antes de medianoche del 24 de agosto. En la estación nos esperaba un jeep de la fábrica de tejidos de yute de Biratnagar. Llovía mucho y, a juzgar por lo empapado que estaba el terreno alrededor de la pequeña estación, parecía que había estado lloviendo durante semanas enteras. En la carretera veíase tal cantidad de barro, que tardamos una hora en llegar hasta la casa de Mr. Law, el ingeniero jefe de la fábrica, a menos de dos kilómetros. En este viaje cruzamos la frontera, penetrando en territorio nepalí. El señor y la señora Law con Murray y Ward, que habían llegado dos días antes, nos estaban esperando, y nos dispensaron una maravillosa acogida en este hogar escocés. Al día siguiente llegó el coronel Proud, primer secretario de la Embajada Británica en Katmandu. Le enviaba el embajador para ayudarnos y acompañarnos hasta Dhankuta, y su ayuda nos fue valiosísima. Había traído con él al teniente Chandra Bahadur, oficial del ejército nepalí, cuyos servicios fueron amablemente cedidos a la expedición.
El día 25 llegó también Angtarkay de Darjeeling. Es un antiguo amigo mío. Habíamos estado juntos ocho expediciones al Himalaya antes de la guerra, y siempre lo he considerado como un hombre de carácter y facultades notables. Durante los últimos años había montado un negocio en Darjeeling a base de organizar excursiones en Sikkim para los visitantes. Pero todavía formaba parte en las expediciones importantes, aunque ahora lo hacía como sirdar o capataz. Estuvo en la expedición francesa al Annapurna y subió hasta el campamento más alto. LE pedí que se dirigiera a Jogbani para ayudarnos en la cuestión del transporte hasta Namche y después, por supuesto, para el trabajo en la montaña. No le había visto desde 1939, cuando no era más que un simple porteador sherpa, aunque famoso, cobrando la misma paga que los otros y llevando la misma carga. Ahora había mejorado de situación y yo temía que hubiera cambiado, porque el éxito tiende a estropear a estas sencillas gentes por lo menos tanto como a las más cultivadas. Se había cortado la hermosa coleta que solía llevar y su atuendo era lamentablemente elegante; pero me vi gratamente sorprendido al encontrar en él la misma tímida reticencia y el mismo humor tranquilo que recordaba tan bien. No se veían señales de disipación y no parecía más viejo; es más, había cambiado muy poco en los últimos doce años. Era curioso que, a pesar de su continuo contacto con europeos, no hubiera aprendido prácticamente nada de inglés.
Angtarkay había traído consigo a Darjeeling a doce sherpas, incluyendo una mujer. Todos estaban ya de camino hacia Sola Khombu y esperaban "pagarse el pasaje" con nosotros. Contratamos a cuatro de ellos por la duración de la expedición y convinimos en emplear a los demás en la marcha con los mismos jornales que dábamos a los porteadores locales.
La etapa siguiente de nuestro viaje fue un recorrido de cuarenta y ocho kilómetros en camión hasta Dharan, al pie de las montañas. Nos dijeron que con toda la lluvia que caía, la carretera estaría intransitable y que tendríamos que esperar a que aclarase el tiempo. Estas noticias eran deprimentes, porque no parecía haber ninguna razón para que dejase de llover nunca, aunque Mr. Law nos aseguró que cesaría. Entretanto, estábamos ocupados clasificando víveres y equipos y embalándolos en bultos de veintisiete kilos para la marcha. El señor y la señora Law fueron muy amables y nos ayudaron de muchas maneras, desde procurarnos suministros de petróleo hasta coser botones y remendar calcetines. Otra amistad muy agradable que hicimos fue la de Mr. B. O. Koirala, ministro del Interior del Gobierno del Nepal, y la de Mr. J. M. Shrinagest, el asesor político indio, que iban a efectuar una excursión por el Nepal oriental.
En la noche del 26 de agosto cesó de llover y a la mañana siguiente un sol aguado brilló a través de las nubes. Salimos a las 2:30 de la tarde en nuestro camión alquilado. En Biratnagar, a tres kilómetros de distancia, hubo una parada de una hora mientras el conductor tomaba gasolina y ponía remiendos al motor. El camión fue asediado por gentes que querían trasladarse a Dharan, y cuando salimos, estaba ya excesivamente cargado. La carretera aparecía en un estado deplorable. Cada poco trecho, el vehículo se paraba entre el profundo barranco, y cada vez que esto ocurría, teníamos, primero, que cavar trincheras para liberar las ruedas y luego colocar haces de hierba y corteza de yute en el barro. Tardamos más de dos horas en recorrer los primeros diez kilómetros. Sin embargo, aunque de nuevo comenzó a llover intensamente, la situación mejoró a medida que nos acercábamos a las montañas. Llegamos a Dharan de noche cerrada, encontramos alojamiento en una casa vacía y, tras una larga búsqueda, al fin nos procuramos una comida en el bazar.
A la mañana siguiente, reclutamos coolies para la primera parte de la marcha. Vimos que la costumbre local era pagar a los coolies a tanto por "seer" (900 gramos) por etapa. Los hombres, por tanto, preferían llevar cargas de 36 kilos en lugar de 27, y tuvimos que volver a distribuir todo nuestro bagaje tan cuidadosamente preparado. Mientras estábamos en esto, llegó un muchacho y nos preguntó si podría ser contratado como "medio coolie". Esto divirtió a los sherpas, y le dimos una caja que pesaba 18 kilos. La llevó tan bien, que más tarde llegué a lamentar que todos nuestros porteadores no fueran muchachos.
Estos asuntos nos ocuparon toda la mañana y eran las dos de la tarde cuando iniciamos la primera marcha. Al cabo de tres kilómetros llegamos al pie de las montañas. Aquí, como en otras partes a todo lo largo del Himalaya, aquellas se elevaban bruscamente de las llanuras unos 1,500 metros hasta las cumbres de la primera sierra. Andábamos con las sombrillas abiertas, porque al fin lucía el sol y hacía mucho calor; pero al cabo de un par de horas, habíamos ya subido hasta entrar en nubes bajas, donde el aire era deliciosamente puro y fresco. Pasamos la noche en una aldea al pie de la primera sierra y reanudamos la marcha al amanecer del 29 de agosto. Había llovido intensamente durante toda la noche, pero después aclaró, y al cruzar la sierra pudimos contemplar los macizos del Everest y Makalu a 120 kilómetros, brillando por un desgarrón de las nubes de lluvia. Desde el puerto descendimos 1,000 metros hasta el río Tamur y luego volvimos a subir a una altura similar por el otro lado del valle hasta Dhanjuta, donde nos proporcionaron una diminuta casa de descanso en un agradable pinar. A la mañana siguiente, el coronel Proud partió en su viaje de regreso a Jogbani y de allí a Katmandu.