CARTA NOVENA
Del por qué es mejor viajar a pie
Camino por una vereda. Unos delante. Otros, detrás. Ha llovido. Suelo barroso, color café con leche. Bajo la bota se forman planchas de zoquete [barro casi sólido mezclado con algunas hierbas] y nuestra estatura aumenta y no podemos caminar bien. Hay que detenerse continuamente a limpiar las suelas, a sacudirse el barro pegado al pantalón y a la mochila si uno se cayó. Resbalones y eso que no es temporada de lluvias. "Por aquí pasó Cortés con su ejército.... Entonces este camino es muy viejo." ¿Cuánto? Un camino que nos hacía resbalar, con edad de casi 500 años. "Pero si Cortés lo usó es porque ya existía. No iba a detenerse a abrir un camino en plena sierra y menos en temporada de lluvias". Así que tenía más de esa edad. Más de medio milenio. "Si ya existía, qué había antes? Claro: Tenextatiloya y, un poco más lejos, Cantona o Caltonac, la ciudad donde todo es roca." Una ciudad de roca y obsidiana por doquier que no tiene barro... una o más poblaciones que no tenían la obsidiana necesaria para transformar la naturaleza, pero que tenía barro. Claro: había comercio.
"Pero... ¿qué había delante?" Hacia allá íbamos, a Zautla, el pueblo de nombre suigestivo que los historiadores consideran como el más septentrional que Cortés tocó en su marcha hacia la gran Tenochtitlan. Zautla. Al pie de la Sierra Norte de Puebla. La gran sierra. Estábamos entrando a un terreno que ya conocía: un par de días nos dejarían en el legendario Cuetzalan. Cuetzalan: el corazón de la sierra. Y de ahí, tantos nombre líquidos y fluidos: Tlaltepango, donde una organización política mató a un amigo mío hace cinco años; Ahuacatlán, Tepetlacalco, Tlalcocugtla, Coamaxlco... La sierra que tan bien conocía a sólo "dos tiros de piedra".
"Si Cuetzalan esta cerca, pudo tener comercio con Caltonac. O lo que fueran antes. ¿Qué necesita una ciudad para vivir? Piedra... Caltonac lo tiene; la necesaria obsidiana: también y en abundancia; maíz: lo podían sembrar; cal para hacer el nixtamal y poder hacer las tortillas. Tienen roca caliza y podían tenerla también. Pero no tenían nada con qué hacer ollas." Eso era un descubrimiento personal. Un gran descubrimiento, a decir verdad. Caltonac o Cantona era una ciudad muerta. Pero debío tener vida y para ello necesitaba de varias cosas. "¿Qué más necesitaba? ¿Qué más? Alimentos que podrían llevar desde las faldas del Nauhcampatépetl (Cofre de Perote), de Ixhuacán, de Tenextatiloya y... de Zautla."
La curiosidad por conocer Zautla aumentó de repente. Había comenzado por preguntarme las dificultades que Cortés y su ejército habían tenido en este camino y todo me indicaba que hallaría respuestas más adelante. Respuestas a preguntas que ya tenía formuladas y a aquellas que surgirían después.
Hasta San Miguel Tenextatiloya, el pueblo de las ollas y los jarros de barro limpio, llegaron Flor y Juan Carlos. Dos compañeros que nos traían noticias. Las noticias de tierras lejanas que una vez fueron cercanas y cotidianas. Noticias importantes en lo particular. Una carta de un novio. Saludos de los padres. Ínimos de todos los demás. Ahora caminábamos los seis. Seis: una multitud después de ser cuatro durante varios días. Más de una semana. Nos dio mucho gusto verlos. Pero sabíamos que ellos venían frescos y nosotros no.
"Mire: todo comienza por ir a ese cerro a traer el barro. Se trae en camioneta o en burro. Se pone a secar y luego se machaca mucho. Se sigue secando. Se pasa por esa red para que sólo quede el barro fino. Luego, se le echa agua y se hace una masa con la que se trabaja. Las ollas se ponen a secar unas horas a la sombra y luego por varios días hasta que agarren un color amarillo clarito. Pero todavía es barro crudo. Entonces se mete al horno, a ése horno que ve. Así se hace una olla. ¿Cuánto tiempo se tarda uno en hacer una olla? Pues desde la recogida del barro hasta que la tenemos, más de una semana y una sola olla de éstas [toma una de mediano tamaño] se vende por SEIS pesos. Si hace cuentas, uno vive apenas al día."