El Llano de Oriental
A Juan Rulfo, con mis disculpas.
"Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros." Y nosotros, caminando a un lado de la vía de ferrocarril, veíamos sólo la enorme extensión de tierra que estaba arándose. Parda y húmeda por la lluvia de estos dos días. "Uno se ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos." La tierra estaba llena de surcos. Casi todo el Valle de la Cuenca de Oriental es así.
Al regreso del Cofre de Perote, fuimos a la fortaleza de San Carlos. Sorpresa: lo que fue el primer colegio militar en 1825, ahora es la prisión estatal. Edificio enorme con una gran zanja quelo rodeaba. Hace un siglo todavía estaba rodeado de bosques. Ahora, el bosque es un recuerdo. A unos kilómetros más allá está una población que se llama Orilla del Monte. Hasta allá llegaba. Ahora, el monte está mucho más arriba de la ciudad de Perote.
Tazzer y yo nos metimos en la boca del lobo. Pedimos permiso para tomar fotografías y después de habernos sido marcada la muñeca con tinta indeleble de un sello con el escudo oficial del estado de Veracruz, nos dejaron acercar a un poco más a la primera reja. "Queremos fotografiar..." Pero sólo nos dejaron hacerlo por fuera. El interior no. Sólo se podía asar de tres maneras. Siendo familiar, amigo o conocido de un "residente" (nunca usaron las palabras "preso" o alguna otra más común); obteniendo un permiso oficial de las oficinas centrales de los reclusorios en Xalapa (que, nos advirtieron, iba a ser muy difícil obtener) o, por supuesto, entrar de "huésped" por un tiempecito.
"Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza." Y venimos caminando desde Totalco, un pueblecito a la orilla de la carretera que une Perote con Xalapa. Sobre el mapa calculamos que serían 17 kilómetros. Los que fueran, vacíos de otro paisaje que no fuera la tierra abierta, en preparación para la semilla, que no fuera cielo gris que dejaba caer lluvia de a poquito, que no fuera arena sobre la cual caminábamos... "Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca." Con chispas de obsidiana de vez en cuando resaltados en la superficie arenosa, seguíamos caminando. "Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:
"Son como las cuatro de la tarde."
¿Qué más tenía que hacerse en Perote? El Sr. Raúl Loranca, dueño de un hotel donde nos quedamos, me habló de las haciendas que hubo hace tiempo alrededor de la ciudad: La Claudina, ocopila, Ximoco, Tenextepec, Ahuatepec... Y no dejó de decirme: "Si se van para "La Chingada" llegan a la hacienda "La Gloria". No. No es grosería. Así se llama un rancho. Por eso aquí se usa mucho que vaya uno cerquita de La Gloria. Y de palabra en palabra, de dato en dato, acabó prestándome dos libros que ya no se consiguen y que pertenecieron a su difunto padre. Esa noche apenas dormí. Pero como no había mucho qué hacer en la ciudad, ni nos interesaba mucho permanecer por más tiempo ahí, decidimos cruzar esa llanura donde Cortés anduvo "tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy gran frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente padeció de sed y hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado, de que pensé que perecería mucha gente de frío. E así murieron ciertos indios de la isla Fernandina que iban mal arropados."
"Ese alguien es Melitón. Junto con él vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: «Somos cuatro» Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más este nudo que somos nosotros."
Totalco nos pareció muy interesante, pero había que apurarse si queríamos caminar tantos kilómetros hasta Tepeyahualco. Tantas tes en los nombres. Caminamos. Una carreta de jamelgos cansados de la jornada nos pasó y todos tuvimos ganas de subirnos a ella. Pero debíamos ir a pie. "Ya te veo, como si fueras peregrino." Así que la dejamos pasar. Y el tiempo comenzó a lloviznar de a poquito. Me adelanté y seguí solo un tiempo. Pasamos el impresionante cerro Pizarro: con pendientes muy inclinadas, era una pequeña montaña en el llano. El camino comenzó a culebrear y cuando terminó vi a lo lejos un pueblo. "Tepeyahualco", me dije. Y disminuí el paso sin sentirlo. Alguien se me acercó poco a poco. Lo escuché llegar de a poquito.
Ese alguien es Tazer. Junto con él vamos Berna, Nacho y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: «Somos cuatro» Hace días, cuando comenzamos, éramos veinte; pero puñito a puñito se han ido regresando a la ciudad hasta quedar nada más este nudo que somos nosotros. Un mundo que estamos creando.