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Montañismo y Exploración
Cartas de relación de un viaje
1 octubre 1999

Lo que ahora se conoce como la “Ruta de Cortés” fue la primera ruta seguida por los europeos para penetrar un continente que conocían apenas por su costa. Después de Cortés y sus soldados, nadie volvió a recorrerla jamás y dados los pocos detalles que hay de ella, quienes han repetido ese recorrido han tenido que hacer una investigación exhaustiva para elegir una de las variantes que hay. Sin embargo, ninguno ha quedado conforme con la certeza que adquieren de la ruta elegida por Cortés y la vaguedad de sus descripciones en la Segunda Carta de Relación.







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CARTA UNDÍCIMA

La muralla extraviada

La cañada es amplia, casi un valle. Hacia el fondo, los cerros se levantan como fortalezas. Pero lo que llevamos caminado ahora es plano. "Plano. Ja. Es un decir". Un decir porque si bien entre un punto y otro del recorrido apenas tomaríamos 80 metros de desnivel, el camino iba culebreando entre los cerros: arriba, abajo, arriba y nuevamente abajo.

Ixtacamaxtitlán. La famosa Ixtacamaxtitlán que significó para los españoles el fin del avance pacífico y el principio de las batallas: tras aquellos cerros estaba Tlaxcala, la nación de hombres que sin más se lanzaron contra aquellos "teules" sin considerarlos sino hombres, pese a sus caballos y perros. "La frontera de Tlaxcala." (ver apéndice documental)

De repente me doy cuenta que voy caminando rápido. Muy rápido. "¿Me están aguantando el paso los demás?" Volteo y no veo a nadie. Sigo. Pronto aparecerán. Y pasadas dos horas de ese paso muy rápido en el que sólo me detenía a saludar o a fotografiar algo importante, me detuve. Pasó casi una hora para que aparecieran Berna y Nacho. Los demás, llegarían más de una hora después.

Ixtacamaxtitlán. El edificio de la presidencia municipal tiene dos murales. En el primero están Cortés, la Malinche y un sacerdote franciscano. Con el cerro "Colhua" (nombre significativo y revelador para nosotros) de fondo, el fraile bautizaba a los indios. Cierto: por aquí había pasado Cortés. Comenzaba de nuevo la "leyenda cortesiana". ¿Nos hablarían de "Casa de Cortés" o de algo similar? Pero no nos hablaron de nada. El pueblo es pequeño y no llegan a 500 los habitantes. Si vimos algo de animación fue porque estuvimos ahí el domingo, día de mercado. Un mercado con catorce puestos donde vendían los comerciantes lo mismo que en las tiendas de las que eran propietarios. Vendían la misma mercancía, los mismos vendedores, a los mismos compradores, con los mismos precios. Curiosa manera de sostener la tradición de mercado dominical. Menos de 40 personas se reunían a la vez en el jardincito. Porque el jardín estaba muy bien arreglado.

Al salir de Tenampulco, sabíamos que la jornada sería larga. La distancia entre Tenampulco e Ixtacamaxtitlán era de 24 kilómetros en línea recta. Cuando llegamos a San Francisco (finalmente opté por llamarlo así porque la lengua se me atoraba con el Ixtacamaxtitlán) habíamos caminado alrededor de 42 kilómetros. Un maratón con mochila a la espalda.

"¿Qué hay que ver en Ixtacamaxtitlán?" "¿Ver? ¡Nada! Este es un pueblo pequeño. Sólo el museo, a dos cuadras de aquí y la «piedra de los sacrificios», en el parque. No hay nada que ver." La famosa "piedra de los sacrificios" estaba en el parque. Se trataba de una roca enorme en la cual los antiguos habitantes de Ixtacamaxtitlán habían modelado una cabeza de serpiente. Era más que obvio que no se trataba de una piedra para sacrificios. Pero la gente del pueblo así la conoce. El museo estaba en una de las iglesias. Una sola nave que exhibía cerámica del postclásico, salvo una figura de piedra del preclásico "por su excepcionalidad".

"El pueblo es casi inexistente. Se yerguen solas las iglesias, las ruinas, los edificios. La gente pasa como sombra. La vida existe, sin embargo; comienza por las mañanas con los cantos de los gallos y las aves que pernoctan en tantos y tantos árboles como hay en el parque. Poco después se oyen ruidos humanos: pasos por la calle, saludos solitarios. Luego, el paso de los niños hacia la escuela. Más tarde, el trabajo en las carpinterías con sierras eléctricas en donde se hacen masivamente muebles rústicos, con sillas de respaldos altos, muy altos. Luego, el silencio del día. La vida se reduce a las compras, a las ventas, a la casa. Por la tarde, los juegos de basquetbol en la cancha del parque. Y por la madrugada, el ruido amortiguado de la casa donde el panadero hace su mejor trabajo para tener la mercancía lista por la mañana, poco después que canten los gallos.

A pocos kilómetros, la capilla de San Francisquito. "Le nombramos así porque es un San Francisco chiquito". Toda de cantera, sobre un cerro que dominaba el paisaje del valle. Desde ahí (y más tarde desde el mismo pueblo) vimos algo que nos hizo releer las Cartas de Relación de Cortés: sobre uno de los grandes cerros llamados en conjunto "Colhua", se perfilaba una pirámide, en lo alto, dominando todo.

Y si había cinco o seis mil habitantes... ¿cómo sería ahora? El señor Fernando Hernández me lo dijo: "Allá arriba viven no más de 90 personas. Yo he trabajado varios años con el INEGI [Instituto Nacional de Geografía y Estadística] y he levantado censos". Era la persona ideal. Sabía leer un mapa topográfico, conocía la región y sabía la historia de todo el pueblo. Había viajado. "No viven más porque no hay agua. Se la han pasado siempre con el agua de lluvia. Hicieron una como poza de roca donde la guardaban" y mi mente voló... ¿sería prehispánica? De todos modos, la pirámide, que la gente llama "tetele" no tenía gran cosa: había sido saqueada.

"¿Conoce dónde hay una muralla de lado a lado del valle?" ¿Muralla? No sabía nada de eso. "E a la salida del dicho valle fallé una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un pretil de pie y medio de ancho, para pelear desde encima..." Pero si la muralla era la frontera con Tlaxcala. La antigua frontera. ¿Dónde estaría? Su presencia nos diría hacia dónde seguir. "No. No conozco nada de eso. Ni siquiera sus restos." La única persona con experiencia en una gran extensión de la zona... y no la conocía. (ver apéndice documental)

"Estoy un poco confundido. Por primera vez en toda la ruta, no sé hacia dónde ir. El itinerario de Harry Moller [aparecido en la revista México Desconocido, 1977] no me es lógico si pienso como Cortés, con todo un ejército tras él. Debemos encontrar la muralla para seguir por la ruta o pensar como lo hubiera hecho Cortés para averiguarlo. Sin embargo, siempre preferiría la primera opción."

Cuando abandonamos Ixtacamaxtitlán éramos tres. Tazzer había ido a la Ciudad de México para ver a su odontólogo porque no podía comer con tranquilidad a causa de un fuerte dolor de muelas y no se podía pasar el tiempo tomando antihistamínicos. Tres de veinte que habíamos comenzado. Tres que caminamos por lo que parecía el camino lógico. "Con cientos de indios, un puñado de españoles, cañones, polvora y sabiendo que posiblemente adelante encontrarían problemas, no se meterían por un lugar donde los pudieran emboscar." Y la cañada de Xaleneque fue el camino elegido.

Al atardecer estábamos en un caserío. "La Cumbre". (¿Cuántas "Cumbres" hay en México?) Detrás nuestro quedaba la Sierra Norte de Puebla. Frente a nosotros, empañado por la semioscuridad del crepúsculo, estaba Tlaxcala. La gran Tlaxcala. La nación que se enfrentó a los "dioses" sin pensar si eran dioses u hombres. La primer nación india que se enfrentaba valientemente a la penetración al continente de la civilización europea. La incomprendida Tlaxcala. Allí: delante y debajo nuestro, como vista desde lo alto de una montaña.

...Iztacmatitán. El señorío deste serán tres o cuatro leguas de población, sin salir casa de casa, por lo llano del valle, ribera de un río pequeño que va por él; y en un cerro muy alto está la casa del señor, con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España, y mejor cercada de muro y barbacana y cavas; y en lo alto de este cerro terná una población de hasta cinco o seis mil vecinos de muy buenas casas, y gente algo más rica que no la del valle abajo.

Segunda Carta de Relación

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