EL GIGANTE
Por fin partimos hacia el Gigante, sin embargo, llegar a él resulto ser más difícil de lo que habíamos planeado. Tras andar por varias veredas y después de interpretar los mapas, tomamos la dirección adecuada. Nunca dejamos de toparnos con una avalancha de señalamientos puestos por una empresa de ecoturismo de la zona y eso nos desagradó: la sierra perdía el encanto de lo desconocido.
Fuimos a un mirador desde el que se ve el fondo de la barranca, pero para ello nos tuvimos que desviar un kilómetro y medio. Horas después, llegamos al río de Piedra Volada, que conduce directamente a la cascada del mismo nombre y que cae 453 metros en vertical. Poco después estábamos de nuevo por encima de los peñascos, pero no podíamos seguir. Una barranca profunda nos cortó el paso. Era muy tarde para poder llegar a la cumbre de El Gigante y regresar a nuestro campamento, así que decidimos regresar. Finalmente, el objetivo de ver el fondo de la barranca estaba cumplido gracias al mirador que habíamos visitado.
EN LA BARRANCA
Al día siguiente nos internamos por fin en la barranca. El avance fue rápido. Hubo que realizar varios cruces del río para encontrar las veredas que en su mayoría son transitadas solamente por animales de carga perdidos o silvestres. Al atardecer llovió y descubrimos que sería un elemento que nos impediría la progresión, por el aumento del cauce del río y porque las veredas son casi intransitables por el lodo que se forma en ellas. Las veredas son tan angostas que muchas veces solamente se puede seguir caminando en ellas poniendo un pie frente al otro.
Ese cruce del río al atardecer fue bajo la presión de la lluvia: teníamos que pasar antes de que las rocas se hicieran demasiado resbaladizas. Me quité las botas y brinqué de roca en roca con la mochila puesta. Cada brinco era doloroso en las plantas de los pies, pero era la única forma de pasar sin resbalarse. Como todos los cruces de río que uno tiene que pasar con rapidez, éste tenía su paso difícil que nos dificultaba llegar a la otra orilla: a siete metros de la orilla y sobre aguas turbulentas, teníamos que escalar una roca de casi dos metros completamente mojada. Hice un esfuerzo y a base de pura fuerza de brazos, pude llegar arriba. Los demás fueron izados en medio de la tormenta que se había desatado.
Establecimos un campamento bajo la protección de una cueva formada en las paredes superiores de la barranca, la cual tuvimos que limpiar de un sin fin de excremento de animales que nos estorbaban para poder acomodar nuestras cosas. Esta tarea que en un principio fue bastante desagradable se convirtió en toda una orquesta de carcajadas cuando Pavel y Lumi se pusieron a jugar baseball con aquellos desechos. Aprovechamos el tiempo platicando, bromeando, descansando y finalmente gozamos de una excelente comida cortesía de la experiencia culinaria de Chema.
Al día siguiente formamos un grupo de avanzada que marchara por delante y encontrase un paso. Paco y yo nos ofrecimos de voluntarios y comenzamos a explorar las distintas posibilidades que presentaba el terreno.
En esta temporada, el río está tan crecido que es imposible cruzarlo como se hace en temporada de secas, así que nos veíamos obligados a caminar por las pendientes de la barranca, aunque ello supusiera estar muy arriba y luego muy abajo. No teníamos otra alternativa. Sobre la pendiente seguíamos las veredas de animales que, ocasionalmente, se volvían bastante amplias. A veces teníamos que inventar el camino y llegábamos adonde queríamos.
Esto de inventar el camino que uno anda es algo complicado para quien está acostumbrado a andar siempre por caminos con señalamientos. En un terreno como el que estábamos, no había tales y por lo tanto dependíamos exclusivamente de las decisiones que tomáramos en base a la observación del terreno y a la interpretación de los mapas, que pronto dejaron de ser útiles: estábamos en el fondo de una barranca y no teníamos más camino que seguir hacia abajo.