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Montañismo y Exploración
A MIL METROS BAJO TIERRA: SIMA BERGER
25 mayo 1999

Primer descenso por mexicanos a más de mil metros de profundidad en la Sima Berger (-1,198 metros), Francia. Primera participación de mexicanos en una Expedición Internacional Espeleológica. Agosto 23-27 de 1982. Carlos Lazcano y Guillermo Mora, miembros del Grupo Espeleológico Universitario y de la Sociedad Mexicana de Exploraciones Subterráneas.







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El escándalo es cada vez más fuerte.
El agua comenzó a penetrar por un sinnúmero de fisuras dentro de la galería. De pronto, por una de las paredes, escuché un poderoso estruendo y vi cómo penetró, como una violenta explosión, un enorme torrente que pasó a formar una impresionante cascada. Estaba como hipnotizado viendo este fenómeno cuando la voz de Marco me volvió a la realidad: �La crecida, la crecida�, gritaba con fuerza.
Nos encontrábamos en pleno corazón de los Alpes, a 1,100 metros de profundidad, en una de las cavernas más profundas del mundo.
Rápidamente, Marco, Paul, Laure, Phillipe y yo subimos lo más alto posible dentro de la gran galería con el fin de ponernos a salvo de la fuerza del agua. Comentamos nuestra situación y decidimos intentar el retorno. A la galería habíamos llegado por medio de un tiro de 50 metros. Ahora ese tiro se había convertido en una imponente cascada que casi había cubierto el cable. El agua traía consigo una fortísima corriente que apagó nuestras lámparas de carburo y casi no nos permitía ver, aún con las eléctricas.
Paul fue el primero en intentar la fuga; por medio de una travesía logró esquivar el golpe del agua y pudo salir del tiro. Enseguida fue mi turno. El chorro había crecido más y me fue imposible esquivar el agua. Sentí el fuerte impacto del torrente ¡y el frío! Logré avanzar unos 20 metros antes de que los efectos de la hidrocución y del frío me agotaran por completo.
¡Me sentía desesperado porque mi cuerpo no respondía! Mis manos y pies se entumecieron por completo, mi respiración se cortaba en momentos cada vez más largos. De pronto, cuando creía que ya no podría ascender ni un centímetro más, sentí un jalón en el cable y quedé fuera del violento chorro. Phillipe y Marco habían jalado la cuerda desde el final del tiro y habían conseguido sacarme del agua.
Descansé largos minutos ahí, colgado de un cable en un tiro que estaba a mil metros bajo la superficie. Comprendí que la caverna estaba viva y yo con ella.
Guillermo Mora y yo (miembros de la Asociación de Montañismo y Exploración de la UNAM) estábamos participando, por invitación de la Escuela de la Federación Francesa de Espeleología, en una expedición internacional que intentaba el descenso a la sima Berger, que con sus 1,198 metros de profundidad es la sexta del mundo. En esta expedición había 27 espeleólogos que representaban a siete países: Suiza, Holanda, Inglaterra, Italia, Hungría, Francia y México. Entre los participantes estaban algunos de los espeleólogos más célebres del mundo, como Pierre Rias, director del Espeleo-socorro francés del Centro Nacional de Espeleología y jefe de las últimas exploraciones que han colocado a la sima Jean Bernard como la más profunda del mundo (-1,496 metros). También estaban Mike Meredith, espeleólogo inglés autor de varios libros sobre técnicas espeleológicas; Bernard Piart, director de la Escuela Francesa de Espeleología, y Marco Ghiglia, el más famoso explorador subterráneo de Italia.
Se habían formado cuatro grupos de descenso: dos de ellos para equipar la caverna y otros dos para desequiparla. Para facilitar el trabajo, se había colocado un campamento a 500 metros de profundidad. El recorrido previsto sería de unos siete kilómetros de longitud y se alcanzaría una profundidad de 1,122 metros hasta el primer sifón.
Durante nuestra estancia en Europa, Guillermo y yo ya nos habíamos acostumbrado al frío glacial de la mayoría de las cavernas de la región. La Berger no era la excepción, pues tenía una temperatura ambiente de tres a cuatro grados centígrados y el agua corría a dos grados centígrados. Guillermo participaría en el primer grupo de desequipamiento y yo en el segundo para equipar la caverna.
La Sima Berger se encuentra en plenos Alpes franceses, muy cerca de la población Grenoble. Su descubrimiento y nombre se deben al espeleólogo J. Berger, quien la halló en 1953. En aquella época, su exploración resultó muy difícil y condujo al mejoramiento de las técnicas espeleológicas. Después de tres años de exploraciones, en 1956 una expedición al mando de F. Petzl alcanzó el primer sifón a -1,122, siendo la primera sima que rebasaba los mil metros de profundidad y, en ese entonces, la más profunda del mundo. Duró con esta categoría diez años. Posteriormente se le han explorado varios sifones con técnicas de espeleobuceo y se le han encontrado tres entradas más., con lo cual su profundidad actual es de 1198 metros con una longitud de 18 kilómetros.
El 23 de agosto (1982) descendió nuestro primer grupo, que estaba formado por seis espeleólogos al mando de Mike Meredith. Su objetivo era armar la caverna en su primera sección e instalar el campamento e instalar el campamento a 500 metros de profundidad. Por la tarde de ese mismo día entró el segundo grupo, formado por Laure Garibal (Francia), Marco Ghiglia (Italia), Paul Ramsen (Inglaterra), Phillipe Ete (Francia) y yo (México). Este grupo iba bajo la dirección de Phillipe y su objetivo era armar la caverna hasta el final, lo que representaba unos 20 tiros.
Penetramos a la caverna por la entrada clásica (la descubierta por Berger). La primera parte constaba de una serie de 15 tiros y meandros hasta alcanzar los 260 metros de profundidad. De ahí penetramos a una enorme galería que en algunos puntos alcanza los 70 metros de altura y cuya longitud es kilométrica. Caminamos por el cauce de un río subterráneo entre bloques de derrumbes y lagos durante varias horas hasta llegar al campamento, donde estaba el primer grupo descansando y esperándonos para iniciar el retorno.
Después de platicar unos momentos con ellos, continuamos descendiendo, Unos 50 metros abajo del campamento estaba el sitio quizá más bello de la sima: se observan unas series enormes de piletas y gigantescas y abundantes estalagmitas.
A 800 metros de profundidad penetramos a un gigantesco salón llamado �El Gran Cañón�. Por doquier abundaban enormes bloques de roca que alguna vez se desprendieron del techo de la sala y el silencio de la caverna era intenso. Al final del �Gran Cañón� estaba una serie de tiros, travesías y escaladas en las cuales era necesario emplear todos los recursos de la técnica, ya que el agua que constantemente fluía sobre el cauce dificultaba el avance. El último tiro, de 50 metro de profundidad, penetraba a otra gran galería (�La Galería Final�) que se iniciaba al nivel de los mil metros y finalizaba en el primer sifón, a -1,122. Cuando penetré a esta galería, me convertí en el primer mexicano que descendía a una profundidad superior a los mil metros.
Aun no terminaba de saborear el descenso cuando nos sorprendió la crecida. Al colocar el último cable llevábamos ya 15 horas dentro de la sima. Después de mí, logró salir Laure, pero los demás no, debido a que el torrente crecía más y más, hasta llegar a cubrir el tiro. Así, Paul, Laure y yo quedamos arriba del tiro en una pequeña repisa viendo correr el violento chorro que a veces amenazaba con cubrir la entrada.
El frío y el hambre no se hicieron esperar y poco a poco fui perdiendo la sensibilidad de mis pies. Nos abrazábamos y protegimos con unos cobertores de plástico plateado, pero aún así no era posible evitar el contacto con el agua a dos grados Centígrados. De vez en cuando intentábamos pasar el siguiente tiro, pero siempre fracasamos porque el torrente no permitía acceso alguno.
Pasó casi un día antes de que el nivel del agua bajara un poco y Marco y Phillipe nos alcanzaron. Ya juntos los cinco, realizamos el intento de ascender y logramos superar los siguientes cuatro tiros. Sin embargo, el agua volvió a crecer y prácticamente inundó el paso donde nos encontrábamos. Intentamos efectuar una travesía en tres ocasiones con el fin de librar el torrente, pero la violencia con que penetraba el agua, frustró todas nuestras esperanzas.
Pasamos así muchas, muchas horas. El ruido ensordecedor del agua era agradable a mis oídos. Amo el silencio de la caverna, pero también amo el estruendo que se manifiesta cuando vive. Toda nuestra capacidad de seres humanos estaba a prueba: el feroz escándalo aniquila psicológicamente a quien no está bien preparado. El cansancio y el hambre agotaban nuestras fuerzas; sin embargo, ahí me encontraba, en medio de esa violenta naturaleza. Ahí estaban mis compañeros, pero en el fondo yo me enfrentaba no a la caverna, sino a mí mismo. Sí: ¡a mí mismo!
Llevábamos dentro de la caverna sin ningún contacto con el exterior casi tres días. Ya estábamos a unos 900 metros de profundidad y nuestras reservas de luz estaban casi agotadas. Pronto notamos que el agua empezó a descender rápidamente y, no bien acabábamos de asimilarlo, cuando vimos descender al grupo de rescate. Nos dio gran alegría ver a esas tres personas que traían consigo mucha comida para nuestros estómagos y carburo para nuestras linternas. Platicamos un rato con ellos y luego iniciamos el retorno. La caverna volvía a estar casi en su normalidad. Horas después, volvió el silencio.
Estuvimos atrapados en la sima durante tres días. En tres ocasiones, grupos de rescate intentaron llegar hasta nosotros sin lograrlo. Al salir, Phillipe, Paul y yo mostrábamos en la planta de los pies señales de congelamiento de primer grado. Durante tres días no pude caminar y me tomó un mes y medio recobrar totalmente la sensibilidad de las partes afectadas. En Francia, a diferencia de México, la época de lluvias no está muy bien definida y han sido numerosos los accidentes mortales debidos a esta circunstancia.
La experiencia de conocer una caverna viviente es única -¡bella y terrible!- ya que ponen a prueba toda la capacidad del espeleólogo. En ellas la soledad del explorador se siente en plenitud pues depende únicamente de sí mismo, de su propio dominio. Son cavernas muy difíciles que imponen un cierto temor pero a la vez despiertan una atracción y una gran fascinación. Vivir esto en la Sima del mundo es como sentir todo el peso y el rigor de la montaña sobre uno mismo.
El descenso a la Sima Berger por dos mexicanos y universitarios en una expedición internacional marca un paso importante en la espeleología nacional: es la primera vez que los mexicanos participan en expediciones de este tipo, por vez primera los mexicanos descienden a más de mil metros de profundidad en el �Himalaya espeleológico� actual: Francia.


Tomado de: Carlos Lazcano. �A mil metros bajo tierra: Expedición Espeleológica Internacional a la Sima Berger, Francia�. Montañismo y Exploración. Año 2, No. 5, 1983, p. 14-16.

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