Sin consuelo
Lorétan alcanzó la cumbre el 5 de octubre de 1995 junto con su experimentado compañero, Jean Troillet. Mientras tanto, Chamoux, que había llegado al campamento base con un séquito de periodistas, radiaba informes sobre su ascensión. Las noticias se transmitían inmediatamente vía satélite hasta Francia y se publicaban en todo el mundo. Chamoux sabía muy bien que el primero sería quien diera la noticia del éxito en primer lugar, y no el primero en llegar arriba.
Mientras los dos suizos descendían, 200 metros por debajo de la cumbre, vieron cómo ascendían los dos franceses. Pierre Royer abandonó poco después, Benoit Chamoux siguió adelante, despacio, demasiado despacio. ¿Es posible que ya no se encontrara en forma? ¿Sería que su ego lo estaba llevando demasiado lejos? ¿O es posible que todo se debiera a las expectativas suscitadas en el público, a la sempiterna necesidad de héroes, vivos o muertos? La muerte en la montaña siempre se vende mejor que cualquier éxito. Chamoux, inmerso en su laberinto, no pensaría en ello, ni en Francia. Ã?l no es un héroe trágico al modo del capitán Scott. Él ya no piensa nada.
Allí arriba, bajo la cumbre del "Kangch", el hombre que exhibía sus ochomiles conquistados como si fueran condecoraciones, ya no pudo encontrar la salida. A la mañana del día siguiente radió su último informe. Después silencio. Sin embargo, las retransmisiones en directo desde el campamento base siguieron adelante. Salieron expediciones de búsqueda, despegaron helicópteros y avionetas. Hombres experimentados en salvamento sobrevolaron el flanco de la montaña. ¡nada! El pequeño y bravo Chamoux se quedó fuera de la cuenta atrás y desapareció en el fin del mundo. Cuando su voz calló, multitud de voces extrañas saltaron al éter, voces tristes, interrogantes, enardecidas, fascinadas; voces que no comprendían nada siguieron relatando su historia, una historia que ya no tenía nada que ver con él.
Quizá la mujer de Chamoux se decida a peregrinar al "Kang" en busca de consuelo, en el silencio que Benoit dejó tras de sí. Jim Ballard, el marido de Alison, tiene dos niños pequeños que consolar y a quienes enseñar el K2. "No estoy triste porque haya muerto. Estaría mucho más triste si no hubiera alcanzado la cumbre". A mi, como superviviente, no puede consolarme con estas palabras. A sus hijos seguro que tampoco. Los espectadores de detrás de la barrera, sujetando entre las manos el periódico de la mañana, cuando lean sobre la targedia en el Pisang Peak, el Nanga Parbat o el K2, tan sólo menearán la cabeza. Simplemente por una razón, el ser humano ciertamente no tiene el deber de ascender a ninguna montaña.
Lo que encontramos arriba de las montañas no lo mostramos a nadie cuando publicamos nuestras expediciones, simplemente se trata de la experiencia vital que extraemos de los abismos de nuestro yo y que finalmente logramos llevar de regreso al valle.