Hasta allá arriba hay que llegar usando equipo apropiado, las piernas y, sobre todo, la voluntad. Al amanecer, cuando los hombres comienzan el ascenso, apenas se mira la huella ancha de muchos que han pasado por ahí, huella nueva cada vez.
Con frecuencia se escucha la pregunta que refleja la admiración de los niños, de los ancianos, de los jóvenes: "¿Van a subir hasta allá arriba?" Todos, aún aquel a quien se pregunta, provienen de la ciudad. Ahí han nacido, crecido y, muy importante, también han aprendido a caminar. Un mundo plano es la ciudad. Hasta para subir se pisa en escalones planos. Se aprende a cruzar las calles y a esquivar los autos, a vivir sobre el asfalto y el cemento, entre el ruido, la luz eléctrica y las multitudes anónimas en las que se est sumergido.
Quizá por eso es tan imponente, tan demoledor el impacto del silencio, la soledad de la montaña.
¿Por qué va el hombre a la montaña, por qué escala, por qué se trepa en las paredes verticales de agua sólida adonde llega el sol tan sólo un par de horas al día? ¿Por qué ese afán de arriesgarse, de jugarse la vida en lugares tan peligrosos, tan hostiles adonde no puede llegar ayuda inmediata y es posible perder la vida en un instante?
¿Riesgo? ¿Peligro? ¿Hostil? ¿Perder la vida? Mentira. Estigmas gratuitos de las personas que prefieren permanecer en aquellas planicies que se extienden por debajo con la mentalidad de la superficie plana. Quien realmente ha andado los caminos de la montaña sabe muchos secretos que va adquiriendo en silencio y él, conocedor, sabe leer y evitar los peligros como cualquier peatón sereno al cruzar una calle a la hora de mayor tráfico.
La montaña no es hostil. Nunca lo ha sido. La calificamos así porque no es nuestro mundo cotidiano. Desconocemos todo y nos sentimos perdidos. Un mundo desconocido es hostil, es peligroso. ¿De qué otra manera puede ser? Aquellos que no la conocen son quienes han sucumbido a sus propios errores. Debido a ellos la montaña más blanca tiene la más negra fama.
Se necesita paciencia para conocer la montaña. Ese mundo se descubre en sorbos de paisaje, en lluvias torrenciales o tormentas eléctricas, en el cuerpo tirado sobre piedras para dormir, en hambre y sed que se engañan con un puñado de nieve, en cansancio, en intentos fallidos, en triunfos y en autocríticas continuas, pero siempre siguiendo un camino que se ha tomado en alguna parte.
Interminable mundo donde las superficies horizontales no existen, la vista resbala primero hacia arriba, al mundo del descubrimiento personal y solitario. Luego hacia abajo, al mundo conocido, seguro. La elección es encrucijada de muchos.
El montañista verdadero es, ante todo, creativo, nunca repetitivo. Caminando se inventan veredas. Se inventan porque uno las descubre. Es el mundo de los descubrimientos y uno empieza a sentir esa fascinación del explorador de todos los tiempos. Es el principio. La montaña tiene muchos caminos y en cada uno hay algo nuevo, un conocimiento que va llegando silencioso.
Horas de caminar para llegar a la cima. Ahí arriba, el hombre no está solo. El silencio lo acompaña y con él aprende secretos heredados por el viento cantor de las montañas. Ahí, en las montañas, ¿qué otra cosa puede haber sino cantos?
Sabiduría cocida al fuego lento de las soledades de las cumbres, secretos con los colores del arco iris porque esas soledades, aunque iguales, son múltiples. El cielo es infinito... la montaña también. También ella tiene tantos caminos que no se pueden conocer en una vida.
La montaña no una bandera. Es una escuela de canto. La montaña está ahí para quien desee escalar hacia su cumbre. Sólo necesita desearlo... y comenzar a andar, buscar su propia senda.
Amplio es el mundo del montañista. No se reduce a las meras montañas nevadas. Otra de sus pasiones son los kilómetros: hacia arriba en una pared vertical de roca, o hacia abajo, dentro de una caverna de mil metros de profundidad. Pero cualquiera que sea su meta, una vez que ha llegado a ella, se da cuenta que apenas ha recorrido la mitad del camino, pues lo mejor de todo es bajar para contar lo bello que es el mundo visto desde arriba, sin nada ni nadie por encima de uno, solo el compañero, aquel al que se está unido por una cuerda de nylon y que permanece junto a uno, en igualdad.
La montaña también es un mundo de inspiración para muchos. Músicos, poetas, escritores de todos los tiempos, pintores... Pero, además, el montañismo ha llegado a una fase nueva dentro de su desarrollo, pues se está transformando de simple deporte para gente "arriesgada" en herramienta científica. Ahora son o practican montañismo científicos preocupados por medir el grado de deterioro de la capa de ozono de la atmósfera, por ver eclipses de sol, por medir la velocidad de desplazamiento de los glaciares, por establecer el grado de actividad de los volcanes.
Quien ha conocido las veredas de la montaña —sucio, sediento, cansado, solitario, pero convencido de un camino— ha descubierto que el hombre no tiene límites.