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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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CAPÍTULO IX EL CAMPAMENTO PERDIDO
Aún hoy me ocurre a veces despertarme aullando cuando reveo en sueños los horrores de aquella noche trágica. Una vez montadas las tiendas. Constant y yo nos metimos en nuestros sacos de dormir, esperando la cena. Me preparé a esta prueba pensando en los mártires cristianos y repitiéndome que el Khili-Khili no valdría la pena de ser escalado si no se tratara más que de un viaje de recreo. Pero mis meditaciones fueron bruscamente interrumpidas por un estrépito prolongado de utensilios de cocina procedente de la tienda de Pong. Constant, cuyos nervios comenzaban a saltar, fue a ver que era lo que pasaba. Regresó, todo tembloroso, trayéndome inquietantes noticias. Había encontrado a Pong en cuclillas ante una gran cacerola, de la que subían indescriptibles efluvios. El suelo, ante la tienda, estaba sembrado de cajas de conservas vacías, y Constant había podido comprobar que eran justamente las que contenían aquellos platos delicados que habíamos escogido para avivar nuestro apetito a grandes alturas. Y cuando se nos sirvió la cena, esta horrible mezcla confirmó las aprensiones de Constant. Todos nuestros más exquisitos manjares habían encontrado el camino de la marmita de Pong: la sabrosa pechuga de pollo, las conservas de melocotón a la crema que nos hacían salivar cuando pensábamos en ellas, las sardinas, el caviar, la langosta, el magnífico queso de gruyère, el salmón, incluso el café y las galletas con chocolate; todo eso no era ahora más que un pisto descorazonador que hubiera hecho huir, exhalando gritos de espanto, a las brujas de Macbeth. Los horrores de aquella comida no eran más que el preludio de una noche como pocos seres humanos habrán conocido. Era, creo, alrededor de la medianoche, cuando me desperté de una pesadilla en la que yo estaba enterrado bajo el Khili-Khili para descubrir a Constant acostado sobre mí, roncando pesadamente y diciendo incoherencias en su sueño. Cuando le rechacé, se despertó con un grito de terror y me golpeó sobre la nariz, haciendo saltar lágrimas de mis ojos. Me excusé de haberle despertado, y volvimos a dormirnos. Yo había debido dormir, en efecto, pues me desperté súbitamente con la impresión de que un monstruo prehistórico se había deslizado bajo la tienda e iba a herirme. Cogí el primer objeto contundente que pude encontrar al alcance de mi mano —en tal circunstancia, un zapato de montaña— y golpeé al monstruo con todas mis fuerzas. Era Constant, claro. Le pregunté si le había despertado; y si me respondió lo que yo creo que dijo, no es el hombre que yo imaginaba. Después de madura reflexión, concluí que había debido imaginar todo eso, e iba a hundirme de nuevo en el sueño, cuando Constant lanzó un grito bestial y me mordió una oreja. Le desperté, y propuse, para nuestra mutua seguridad, instalarnos en sentido distinto. Después de algunas extrañas observaciones, aceptó, y yo comencé a girar con mi saco de dormir. A esta altura esto era un trabajo agotador. Debí detenerme varias veces para recobrar el aliento, y cuando hube terminado mi movimiento de rotación, descubrí que había perdido mi almohada en el camino. No podía pensar en buscarla, y la sustituí con un zapato. Iba a dormirme de nuevo, cuando un ruido espantoso se hizo oír a algunos centímetros solamente de mi rostro. Aterrorizado, golpeé instintivamente, y, ante mi viva sorpresa, me encontré cogiendo con las dos manos una boca. Era horrible; creo que no olvidaré jamás el terror ni el disgusto que me inspiró este contacto. Descubrimos entonces que tanto Constant como yo habíamos efectuado una media vuelta y que de nuevo estabamos instalados con la cabeza del mismo lado. Brutalmente sacado de la pesadilla que había hecho nacer esta mordaza sobre su boca, Constant se precipitó sobre mí. Aún bajo el aturdimiento del sueño y del miedo, me defendí furiosamente, y la tienda fue muy pronto sacudida por nuestra lucha. No tardé en estar agotado, y ya casi había perdido toda esperanza de sobrevivir, cuando Constant cesó repentinamente, agotado y jadeante. Cuando hubimos recobrado el aliento y la cabeza, le renové mis excusas, y tratamos de desenredarnos. Pero esto no era tan fácil. Estabamos encerrados en un estrecho complejo, a medias salidos de nuestros sacos de dormir respectivos, en medio de un lío de cuerdas y ropas. La noche era negra. Al tratar de liberarme, terminé por caer dormido sentado, y me desperté, poco después, aullando, con la impresión de que la cuerda era una serpiente que trataba de estrangularme. Me debatí desesperadamente antes de recobrar mi presencia de ánimo, lo que no hizo más que agravar aún más el embrollo.

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