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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Proseguimos durante algún tiempo este manejo. Yo no quería detenerme, por temor a vejarlo. Se produjo entonces algo extraño sobre el rostro de Pong, algo completamente indescriptible, que no se parecía a nada de lo que yo había visto nunca ni a lo que yo imaginaba posible. Miré, fascinado. ¿Que podía ser? Después comprendí. ¿Era una sonrisa? Debo decir que me sentí profundamente conmovido. Que el temible exterior de Pong pudiese dejar aparecer una sonrisa me parecía casi un milagro. ¿Qué indecibles emociones habían podido provocarla? Emprendí con un febril ardor la tarea de aclarar este misterio. No cansaré al lector enterándole de todas las etapas por las que pasamos Pong y yo antes de establecer un lenguaje por signos que nos permitiera al fin comprendernos. La cosa podría parecer imposible, pero yo he tenido a menudo la ocasión de comprobarlo: la buena voluntad es el mejor de los intérpretes. Le hablé de mi familia y describí mi casa natal. Le hablé con calor de nuestra cocina inglesa y le di una o dos recetas. En revancha, él me enseñó como freír caucho y me confió que estaba diplomado en los cursos de cocina por la Universidad del Yogistán. Al fin, después de horas de esfuerzos —pues tenía tendencias a perderse en divagaciones—, le llevé a hablarme de su novia. No había tenido nunca deseos de tener una novia. El tenía —me dijo— un temperamento de artista que creía incompatible con los sentimientos y el comportamiento de un prometido. Insistió en hacerme comprender que no tenía nada contra el sexo opuesto —bien al contrario—, pero que su alma de artista se rebelaba contra la reglamentación que implicaban forzosamente los noviazgos oficiales. La costumbre yogistanesa quiere, desgraciadamente, que los niños sean prometidos a una edad muy tierna, a consecuencia de los arreglos concertados entre los padres. Así es como Pong fue ennoviado largo tiempo antes que se manifestase su temperamento refinado; desde que este se reveló. Pong se encontró en discusión con su familia y con su novia. Pong siempre había tenido horror a las discusiones; su alma delicada no estaba en armonía más que con los acordes más sutiles de la vida social. Parecía estar entonces en una discusión permanente e irremediable con la sociedad en general, y con su familia en particular; esta revelación provocó en él una crisis espiritual. Estimó que le era necesario elegir de una vez para siempre entre su arte y su corazón; podía ser un artista o un amante, pero no las dos cosas a la vez. El conflicto era terrible. Pong me dijo que nadie se podía imaginar lo que había sufrido. Hasta entonces, siempre había estado dispuesto a aceptar a su novia; experimentaba un sincero afecto por su familia y sus amigos. Y he ahí que una imperiosa necesidad le obligaba a abandonarlos a todos para seguir el camino solitario de su vocación. Había vivido durante meses en las torturas de la indecisión. Y la parecía que su alma estaba desgarrada en dos. Pero un día le ocurrió algo que forzó la decisión. Pasaba, como de costumbre, la tarde de un sábado en casa de su novia, que tenía la costumbre de prepararle alguna golosina a su bien amado. Se instaló, pues, en la mesa, se puso la mano derecha sobre la cadera y adoptó una expresión de amable impaciencia. La joven entró orgullosa y depositó un plato ante él. Un instante más tarde. Pong lanzaba un grito de horror y rechazaba su plato. La pobre novia quiso poner una mano sobre el brazo de Pong, pero él la separó y se precipitó fuera de la casa. Todo el día y toda la noche se la pasó en la montaña. Cuando descendió por la mañana, ya no era el mismo: se había convertido en un hombre decidido a dedicarse a algo. Desde aquella mañana se había consagrado a su arte. Su novia, su familia, sus amigos, todos le abandonaron; él era de una extremada intransigencia, y nadie le amaba lo bastante para comprenderle y para aceptar solamente el segundo lugar en la escala de sus afectos. Se convirtió en un paria, no por su culpa ni por un propósito deliberado, pues era de carácter muy sociable, sino porque el artista estaba obligado a andar solo por las alturas desiertas que son su dominio. Y a medida que su habilidad se desarrollaba, que su intuición se afinaba, su deseo de compañía se agudizaba en él hasta el punto de convertirse en algo casi intolerable. Pero la violencia misma de esta necesidad de amistad no era más que una barrera más que le separaba de sus semejantes. En las raras ocasiones en que revelaba sus sentimientos, su intensidad misma enloquecía al hombre del que hubiera querido ser amigo. Y su soledad no hizo más que crecer. Terminó por renunciar a todo esfuerzo que tendiera a alcanzar a sus semejantes. Se retiró completamente a su mundo interior y volcó sobre su arte todo el ardor de sus afectos. Después de haberse diplomado, se entregó a experiencias personales y fundó una nueva escuela culinaria, que fue saludada por los elementos radicales del país como la encarnación misma del espíritu moderno. Fue universalmente honrado y respetado, pero jamás amado. Ahora —me dijo— había cumplido la gran obra de su vida. Jamás subiría más alto. El resto no sería más que repetición. Permanecería reconocido a la vida por haber querido utilizar sus servicios; abrigaba la voluntad de envejecer con gracia y la esperanza profunda e inquebrantable de que aún podría encontrar la amistad de un semejante.

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