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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Al día siguiente, por la mañana, me desperté tarde; me sentía mal, no sé por qué. En la ausencia de Constant, debía, sin comprender una sola palabra de su lenguaje, dar instrucciones a los portadores. Afortunadamente, toda la impedimenta estaba ya preparada; no tuve más que ir a buscar a los portadores, uno tras otro, y conducirlos hasta su cargamento respectivo. No obstante, pareció que tenían sus ideas sobre la repartición de los fardos, lo que provocó una cierta confusión. Estábamos ya dispuestos cuando llegó la hora del almuerzo, y se fueron todos a restaurarse. Hubo que recomenzar después de la comida, y el día estaba ya muy avanzado cuando estuvimos, al fin, dispuestos a levantar el campamento. Tuve alguna dificultad en persuadir a Prone de que nos confiara el material medico, pero terminó por ceder, no sin haberse antes quedado con todo lo que a él le pudiera hacer falta. Tuvimos una larga discusión sobre la cuestión de saber si el champaña —que formaba parte, claro, del material de enfermería— debería ser transportado hasta el col Sur. Terminamos por adoptar un compromiso: yo le dejaría una caja. El tenía particularmente necesidad de champaña —afirmó—, pues estaba seguro de caer en una anemia. Burley fue incapaz de ayudarme, pues estaba aún encerrado en su saco de dormir. Vino a desearme buen viaje. ¡Un bravo compañero este Burley! Pareció muy inquieto al ver que partía con el material médico; no sabía que me llevaba todo al col Sur. Después de afectuosos adioses a Prone, nos pusimos en ruta, y no habíamos apenas avanzado, cuando Burley se nos reunió. No le gustaba verme partir solo —declaró—, y como se había sentido súbitamente mucho mejor, había decidido acompañarme. Se aclimataría, sin duda, más rápidamente —aseguró— en el col Sur. Me conmovieron a la vez su coraje y su atención. Quizá fuese por aquella prueba de amistad por lo que decidí contar algunas intimidades a Burley. Le hablé de mi familia y de mis amigos, y cuando hicimos alto, le enseñé algunas fotografías. Burley se mostró extremadamente brusco; casi se podría decir que desagradable. Él también, con toda evidencia, se sentía lejos de los suyos y le costaba disimular sus sentimientos. Le puse sobre el hombro una mano amistosa y él soltó un pequeño bufido. Este bufido me dijo más que un largo discurso. Dudé que su brusca decisión de seguirme hubiera sido motivada por su deseo de aprovechar mi compañía, y estaba seguro de que quería decirme algo, pero que le faltaban las palabras. Le dije, pues, con un tono afectuoso: "¿Hay algo que quiera usted decirme, amigo mío?" A lo cual me respondió: "¡No sea idiota!", lo que me parece reflejaba bastante el estado de espíritu en que se encontraba el pobre. El resto de la jornada lo pasamos escalando penosamente los escalones tallados en el hielo. Habíamos tendido cuerdas en los pasajes más difíciles, y no teníamos más que subir regularmente, manteniendo el ritmo tan necesario en alta montaña. A pesar del peso de su carga, los portadores no manifestaban ninguna tendencia a caerse hacia atrás; se comportaban magníficamente. Al fin de la tarde franqueamos la última pendiente dulce que conducía al campamento de base avanzada. No distinguimos al principio ningún signo de vida; pero al aproximarnos más, el eco de sonoros ronquidos proviniendo de las cuatro tiendas nos reveló que nuestros compañeros y sus portadores recobraban fuerzas después de sus terribles esfuerzos de la víspera. Empezamos a levantar nuestras tiendas y Pong no tardó en afanarse sobre sus hornillos de gasolina. Yo no podía comprender como se encontraba en el campamento avanzado; Dios sabe que no estaba en mis intenciones llevarlo conmigo. Por un momento tuve una sospecha, de la que luego me avergoncé. ¿No lo habría mandado Prone a la cola de nuestro pequeño cortejo? Esto hubiera sido muy poco británico por su parte; pero ¡que tentación!, y se le podía perdonar a un hombre como él, en el estado en que se encontraba, el haber cedido a ella. Debo precisar, en descargo de Prone, que el negó toda intervención en este asunto. Más bien habría que creer en que Pong vino por propia iniciativa, furioso ante la idea de dejar escapar tantas víctimas. Fuera por quien fuese, cuando los otros emergieron de sus tiendas se pusieron furiosos al reconocer al verdugo familiar, y forzoso me es decir que en esta ocasión fueron pronunciadas algunas palabras desagradables. A pesar de mis protestas de inocencia, fue tachado de incompetencia, y la cena, que era, como siempre, la más terrible prueba del día, se desarrolló en un ambiente de ásperas recriminaciones. Veía bien que aún no nos habíamos aclimatado, y mis compañeros me confirmaron en esta opinión. El tren endiablado al que los portadores habían tallado los escalones les había agotado a todos —me confiaron—. Aconsejaban unánimemente mostrarse prudentes hasta el extremo en el empleo de los portadores para esta tarea; no sería preciso, en lo sucesivo, considerar su fuerza brutal y su resistencia como uno de los peligros inherentes a las ascensiones en el Yogistán. Este era un serio problema. Está fuera de duda que el yogistanés es un montañero nato. Para Llegar a la cima del Khili-Khili hacía falta el concurso del músculo y del cerebro; el músculo era indispensable, pero debía ser subordinado al cerebro. Convinimos que en lo sucesivo habría que cuidar de que los portadores no pusieran en peligro la salud y la seguridad misma de la expedición.

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