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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Capítulo III EN RUTA HACIA EL VOIAJENKAR
El viaje no tuvo historia. Mis responsabilidades de jefe de la expedición me impidieron pasar todo el tiempo que hubiera querido con los demás, pero me satisfizo mucho ver que el espíritu de cuerpo [sic], tan importante en empresas como la nuestra, hacía de nuestro equipo una comunidad bien homogénea. Es incuestionable la importancia del espíritu de equipo. Como dijo un día Totter: "Cuando uno se balancea desesperadamente al extremo de una cuerda de treinta metros, es importante saber que el hombre que se encuentra al otro extremo es un amigo." Ha sido este estado de espíritu, mas que ninguna otra cosa, lo que nos ha permitido triunfar, y yo estaba encantado de verlo desarrollarse durante el viaje. Divertidos incidentes vinieron a aliviar la monotonía de la travesía. Wish nos hizo reír al llegar una tarde a la cena con un ojo a la funerala. Había tropezado contra un cable de la embarcación. Y aquella misma tarde Burley ostentaba una mano vendada, pues se había lastimado la muñeca jugando al tenis. Los demás gozaban de excelente salud, a excepción de Prone, que fue el único en marearse. Wish se afanaba en medio de sus instrumentos. Medía el punto de ebullición del agua según nuestros diversos termómetros, y llegó, después de varias lecturas, a fijar la altura del navío en cincuenta y un metros sobre el nivel del mar. Burley dijo que era absurdo, pero Wish hizo notar que, no siendo la tierra una esfera perfecta, sino más ancha por el ecuador que por los polos, este resultado concordaba con el estado actual de los conocimientos. Shute rodó numerosas bobinas de film; pero, por un desgraciado azar, las expuso a la luz tan bien, que no poseemos ninguna imagen de esta parte del viaje. Constant descubrió, encantado, una familia yogistanesa y pasó largas horas en su compañía, perfeccionándose en esta lengua. Estas relaciones se interrumpieron brutalmente y de forma bastante extraña. Un día, Constant, aterrorizado, escaló, cuatro a cuatro, los escalones de la escalera, seguido de cerca por un oriental, pequeño pero robusto, que blandía un puñal. Una vez salvado, Constant explicó que había cometido un ligero error de pronunciación. Había querido expresar su admiración por la poesía del Yogistan. Desgraciadamente, la palabra yogistanesa para designar la poesía es idéntica a la que designa a la esposa; no difiere de ésta más que por una especie de borborigmo sobre la final. Incapaz, en el entusiasmo del momento, de emitir este borborigmo. Constant había vejado profundamente a su huésped, lo que había tenido las consecuencias que acabábamos de presenciar. Un día se vio una ballena a estribor. Esto era, naturalmente, un acontecimiento muy interesante para todo el mundo, pero sobre todo para mí, pues eso me permitió tomar una decisión sobre el problema extremadamente importante del agrupamiento del equipo de asalto, problema en el que yo había largamente reflexionado. Debíamos atacar la montaña por grupos de dos hombres, que escalarían atado el uno al otro y que compartirían la misma tienda. Estimé indispensable reunir estos futuros compañeros lo más pronto posible, a fin de darles ocasión de eliminar toda diferencia susceptible de convertirse en causa de fricci6n entre ellos. Yo no había podido Llegar, sin embargo, a una decisión sobre este punto. Burley y Wish me habían parecido formar la pareja ideal en el espacio exiguo de una tienda de vivac, ya que el uno era grande y el otro pequeño; además, tenían cada uno una personalidad y unos intereses tan diferentes, que no había apenas lugar a temer entre ellos celos profesionales ni la monotonía en la conversación que engendra una demasiada similitud de ideas o preocupaciones. Shute y Jungle habían siempre manifestado un vivo interés cada uno por la especialidad del otro, y yo pensaba que sería una lástima separarlos. Shute, además, era antiguo alumno de Cambridge, mientras que Jungle lo había sido de Oxford, lo que ensancharía sus horizontes. Quedaban Constant y Prone, y su caso me preocupaba más; tanto el uno como el otro reunían la cortesía propia de sus profesiones, lo que amenazaba crear un clima un poco asfixiante en los estrechos límites de una tienda. Pero estaban en desacuerdo sobre tantos temas, que yo comenzaba a tranquilizarme, y el episodio de la ballena vino a disipar mis inquietudes. Mientras contemplábamos al enorme cetáceo, Constant declaró que se preguntaba lo que habría de cierto en la leyenda de Jonás. Prone respondió que una tal observación le sorprendía en boca de un hombre cultivado, y se apasionó tanto por la discusión, que hasta se olvidó de estar mareado. Prosiguieron la discusión durante el resto del viaje, y pronto se convirtieron en inseparables, lo que me alivió grandemente. Justamente antes de nuestra llegada al puerto recibí un mensaje por radio: A consecuencia de lamentable error, estoy Buenos Aires. Enviad cincuenta millones de peons.— Jungle.

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