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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Al día siguiente, por la mañana, partimos muy temprano. Wish había pasado toda la noche destilando la exégesis de transversión, que vertió en una botella de exégesis traída expresamente para eso. Burley se había prestado muy amablemente a ayudarle. Wish exultaba. Su presencia en la expedición se encontraba , al fin, justificada; su gloria, asegurada. Tenía probabilidad de conseguir el Premio Nobel —me confió. Shute tomó la cabeza de nuestra pequeña tropa. El también había pasado la noche en pie para ayudar a Jungle a terminar su mapa. Hacia la mañana, Jungle se había quejado de una cierta fatiga y había absorbido todo el alcohol de las brújulas de flotador. Eso había dado por resultado el que estuviera ligeramente ebrio y manifestara una tendencia marcada a marchar hacia el Norte, lo que le hacía ir de lado cuando se dirigía hacia el Este o al Oeste, y a caerse para atrás cuando se dirigía al Sur. Como el sendero describía mil y mil sinuosidades, los movimientos de Jungle tomaron un carácter extremadamente caprichoso. Shute le ayudó muy complacientemente; pero Wish, que le seguía, terminó por ser presa del vértigo al verlo zigzaguear; tanto, que se cayó y se rompió su botella de exégesis. El contenido del frasco le roció los pantalones, helándose inmediatamente. Burley se esforzó en consolarle de la pérdida de su exégesis. Constant y Prone venían después. Privado de la cocina de Pong, Constant había estado despierto toda la noche, horriblemente inquieto de ver a su amigo en tal estado. Constant tampoco se consolaba de haber perdido a sus portadores para consolarlo. Prone marchaba cerca de él, un brazo alrededor de la espalda del pobre Constant. Cayeron, desgraciadamente, los dos en una grieta; pero fueron sacados de este mal paso por el portador. Yo cerraba la marcha. Iba muy entristecido de volver la espalda a la escena majestuosa sobre la que acabábamos de interpretar el drama de nuestros sufrimientos y de nuestro triunfo. Pero me reconforté diciéndome que nuestros sufrimientos aún no habían terminado y, siguiendo a la pequeña tropa, me consolé pensando que nuestra amistad se había reforzado por los peligros que habíamos afrontado juntos. Saboreaba en esto las más deliciosas recompensas del mando.
* * *
Tres días más tarde, hacíamos alto en la cima del Voiajenkar y contemplábamos por última vez el macizo del Khili-Khili. El sol había desaparecido ya del horizonte. La vasta soledad de las montañas que nos rodeaba era una sinfonía de sombras. Sólo el Khili-Khili se erguía al resplandor del sol poniente, recortándose su enorme pirámide sobre el cielo de color turquesa. Las rocas vertiginosas y los campos de nieve brillaban a los resplandores cambiantes del crepúsculo. Este era el adiós que convenía a una tan poderosa montaña. Burley me puso una mano sobre el hombro y, en la noche que caía, descendimos hacia nuestro campamento en el valle.

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