Dolores Miranda S.
—Es muy fino el hilo que te separa de la vida y la muerte. Se siente incertidumbre, pero al mismo tiempo una gran paz —asegura Carlos Carsolio.
El reto es la montaña… con su magnetismo, sus secretos. Los alpinistas, exploradores infatigables, abismados en su anhelo ponderan su frágil condición de mortal ante la magnitud de la naturaleza y trepan gélidas paredes rocosas. Luego, el fluctuante estado atmosférico de la cadena montañosa da paso a la tregua climática de quietud radiante, de paisaje despejado, calmo, que ilumina despeñaderos, aristas abruptas, collados níveos, espolones agrestes, pináculos señeros, como sempiternos vigías de la congelada, silenciosa, fastuosa cordillera…
—Hace tiempo que el polaco Noytek [sic, debe ser Voytek] Kurtyka definió al alpinismo como el arte de saber sufrir. Escalamos en condiciones extremas de frío y de terreno muy escarpado que requieren gran preparación física, técnica y mental. En la montaña soportas hambre, bajas temperaturas, sed, cansancio, pierdes compañeros y es muy doloroso; pero sufrir por lograr una meta te deja algo. El alpinismo da mucha satisfacción. Los placeres son mucho más grandes que ese sufrimiento. La satisfacción está en los momentos mágicos, la paz intensa, la vista indescriptible que te llena de lágrimas; ascenso o descenso en un clima perfecto en compañerismo y, por supuesto, en el reto físico e intelectual que significa escalar.
El reto es la montaña
¿Línea de la muerte?... Así se denomina arriba de la montaña helada, agreste, a 7 mil 500 metros, sin tanques de oxígeno. “Es muy fino el hilo que te separa de la vida y la muerte. Se siente incertidumbre, pero al mismo tiempo una gran paz”, asegura Carlos Carsolio quien, con Elsa Ávila, su compañera de vida y aventuras, cometió graves errores en la travesía alpina rumbo al Everest: a menos de 100 metros de coronar su cúspide tuvieron que regresar para que ella sobreviviera al estado grave de hipoxia. Era 1989 e intentaban el primer ascenso al “techo del mundo”. Como en todas sus escaladas, se aventuraron sin tanques de oxígeno, pero por la ruta “Yugoslava”, la más difícil que, a la fecha, nadie ha logrado cruzar.
Continúa Carsolio:
—Si bien el Everest es la montaña más famosa y alta del mundo hay nuevas rutas, más difíciles, ascensos contra reloj. Uno pone los límites con base en su capacidad y experiencia. Quizá hubiéramos hecho cumbre, pero ella no habría bajado viva. Esta clase de decisiones son comunes en la montaña porque el objetivo principal es sobrevivir. Siempre te enfocas a la supervivencia… ¿Y la cima? ¡Bueno!, es un objetivo secundario, aunque también es importante. Lo mejor es tratar de sobrevivir y con la cumbre en el bolsillo.
Después, unos amigos polacos de los Carsolio, con los que compartieron diversas expediciones y gratos momentos, intentaron el mismo camino y cinco de ellos murieron en una avalancha. “Fue un golpe durísimo, terrible, que está presente en nuestra vida, pero tal vez es la experiencia de la que más hemos aprendido”.
Carsolio refiere:
—También he vivido sensaciones cercanas a la muerte en varias ocasiones por compañeros que fallecieron a mi lado de agotamiento, una caída o cualquier otro accidente.
El reto es la montaña… con su magnetismo, sus secretos. Los alpinistas, exploradores infatigables, enfundados en trajes acolchados al estilo de navegantes espaciales, se desempeñan en un oficio sui generis. En inmedibles espacios abiertos rastrean una brecha cubierta de nieve para coronar sus cúspides. Abismados en su anhelo ponderan su frágil condición de mortal ante la magnitud de la naturaleza y trepan a “cuatro patas” gélidas paredes rocosas. Con una sagacidad previsora, pero con un hueco en el estómago, hacen rapel tras rapel y avanzan miles de metros en su cautelosa travesía. El sudor perla su cuerpo y el latido vigoroso de sus corazones se confunde con su jadeo profundo: a cada paso inhalan y exhalan con urgencia en un ambiente plomizo, de borrasca glacial y árida temperatura. Luego, el fluctuante estado atmosférico de la cadena montañosa da paso a la tregua climática de quietud radiante, de paisaje despejado, calmo, que ilumina despeñaderos, aristas abruptas, collados níveos, espolones agrestes, pináculos señeros, como sempiternos vigías de la congelada, silenciosa, fastuosa… cordillera del Himalaya…
—¿El alpinista es un masoquista?
—Hace tiempo que Noytek [sic, debe ser Voytek] Kurtyka, gran alpinista polaco, definió al alpinismo extremo como el arte de saber sufrir. Escalamos en condiciones extremas de frío y de terreno muy escarpado que requieren gran preparación física, técnica y mental, la que considero más importante. En la montaña soportas hambre, bajas temperaturas, sed, cansancio, pierdes compañeros y es muy doloroso; pero sufrir por lograr una meta te deja algo. El masoquismo, en cambio, no te beneficia. El alpinismo es una práctica de mucha satisfacción. Los placeres de la montaña son mucho más grandes que ese sufrimiento aunque se necesita cierto carácter para afrontarlo. La satisfacción está en los momentos mágicos, la paz intensa, la vista indescriptible que te llena de lágrimas; el ascenso o descenso; en un clima perfecto en compañerismo y, por supuesto, en el reto físico e intelectual que significa escalar. Alcanzar la cumbre es muy grato, ciertamente, pero se requiere de disposición y sacrificio para llegar a ella.
—De un espíritu por luchar, por regresar. Hay mucha incertidumbre: no sabes si vas a alcanzar la cumbre, si vas a sobrevivir…
Incorpora su opinión Elsa Ávila de Carsolio, quien en 1987 se convirtió en la mujer más joven de Latinoamérica en conquistar la cima del Shisha Pangma, de más de 8 mil metros. También ascendió en cuatro ocasiones a más de ocho mil metros: en una impuso un nuevo récord femenino latinoamericano al escalar el Makalu hasta los 8 mil 200 metros.
—Cada cumbre es diferente física y espiritualmente, algo de lo que hace tan apasionante la aventura de escalar.
Elsa atestigua en torno a la expedición con Andrés Delgado, hicieron a las montañas del círculo polar ártico, cerca del Polo Norte, en 1991, después del ascenso al Everest:
—Vi picos por doquier, diferentes a cualesquiera que hubiera visto antes, copeteados con grandes casquetes helados que el invierno polar se encarga de mantener.
Sigue Elsa:
—A lo mejor quien no ha vivido este deporte lo ve con mucho riesgo. Han de decir: “¡Están locos, si ya tienen hijos a qué diablos van!” Sabemos que va a llegar un momento del fin de nuestra vida…
—Pero espero que sea de viejos —interrumpe Carlos Carsolio y esboza una risita…
—No buscamos el riesgo —continúa Elsa. Es cierto que hay factores que no controlas porque no están a tu alcance, pero se evitan al máximo. Para regresar nos preparamos lo mejor que podemos y tratamos de ser profesionales en la montaña, como cualquiera en su trabajo. Y hay raíces que nos atan que, como dice Carlos, son un extra, una motivación. Él cumple bien su objetivo en la montaña y quiere regresar con su familia que lo apoya.
Otra motivación más de Carsolio para vivir con intensidad es su hija Karina de tres años. Cuenta que cuando ella ya había nacido hizo una nueva ruta en solitario en una montaña de más de 8 mil metros: escalada por la que ganó más reconocimiento internacional.
—Varias expediciones europeas y japonesas intentaron ascender dicha pared sin conseguirlo; yo fui solo y lo logré.
El Universal
Febrero 26 de 1997