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Montañismo y Exploración
Carlos Carsolio y las alturas (I): En los límites…
25 febrero 1997

Dolores Miranda En las alturas, la cercanía con el fin. Cuando sintió que iba a morir, Carlos Carsolio sacó una grabadora de bolsillo y se despidió de su familia, de sus amigos… —Era triste, lloraba de rabia, de desesperación. Conservo …







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Dolores Miranda




En las alturas, la cercanía con el fin.


Cuando sintió que iba a morir, Carlos Carsolio sacó una grabadora de bolsillo y se despidió de su familia, de sus amigos…


—Era triste, lloraba de rabia, de desesperación. Conservo la grabación y es impactante regresar a esos momentos de tosido constante, de un silbido en los pulmones, de escupir… Estaba tan agotado que descansaba para seguir grabando. Luego vino una paz extraña, cierta tranquilidad.


Escalar montañas de miles de metros de altura arrostrando el viento gélido; trepar por sus aristas, sortear sus precipicios, recorrer sus grietas, deambular por sus oquedades…


—¿Seduce acaso al alpinista una pasión por el peligro o el aniquilamiento?


—¡Si fuera así ya estaríamos muertos! —reacciona Carsolio—. Tantas veces he estado a punto de morir que si no tuviera raíces que me ataran para regresar a esta vida me quedaba arriba, en la montaña. Lo difícil es vivir.


—¿Es morir un poco cuando se está cerca de la muerte?


—¡Es vivir mucho más intensamente! —replica convencido Carsolio, el cuarto hombre más joven de la historia en escalar los 14 ochomiles, sin ayuda de tanques de oxígeno—. Quien ha estado cerca de morir, ama más la vida.




La muerte se alejó…


La montaña no es el infinito, pero lo sugiere

Pierre Dalloz


El Makalu, 8 mil 463 metros de altitud. Una montaña difícil.


La expedición ha sido larga, de meses. En el último ataque Carlos Carsolio fue el único que intentó la cumbre. Sus compañeros, por una u otra razón, cayeron enfermos o agotados. Salió hacia la montaña con un viento terrible y logró la cúspide después de varios días de esfuerzo y aventura, casi en el límite de su resistencia.


Había mucha nieve profunda, el trabajo fue extenuante.


Relata:


—Descendí de noche al siguiente campamento y llegué con congelaciones. Me recosté un par de horas para reponerme. La noche anterior me había sentido raro. El viento y el frío seguían implacables. Desperté más recuperado, pero cuando me incorporé percibí los síntomas de edema pulmonar avanzado; ya escupía sangre. En la montaña esto es mortal; tal vez es cuestión de minutos, horas o un día, cuando más. ¡Quería vivir! Sentí coraje de haber sobrepasado mi límite: exponerme tanto tiempo a la altitud, a la falta de presión y de oxígeno, la razón del edema, pero era difícil aceptar que iba a morir.


El hombre llevaba una grabadora de bolsillo y se despidió de su familia, de sus amigos…


—Era triste, lloraba de rabia, de desesperación. Conservo la grabación y es impactante regresar a esos momentos de tosido constante, de un silbido en los pulmones, de escupir. Estaba tan agotado que descansaba para seguir grabando. Luego vino una paz extraña, cierta tranquilidad.


Cuando aceptó que el fin se acercaba fue con la certeza de morir luchando. Abandonó sus cosas en la tienda y empezó a bajar. No había nada que perder… Se dejaba caer por la ladera de la montaña y seguía bajando. A veces le era difícil detenerse, pero conforme el alpinista descendía, el edema perdía fuerza… que él ganaba. Para entonces ya se había comunicado por radio con la base y algunos compañeros subían a auxiliarlo. Lo alcanzaron como a 7 mil metros, le dieron oxígeno y lo ayudaron a continuar el descenso.




Y la muerte se alejó…


Carlos Carsolio —primer alpinista del continente americano en conquistar catorce cimas, la última el Manaslu, de más de 8 mil metros, en mayo de 1996—, refiere: “De una u otra forma, debajo de los 7 mil 500 metros siempre es posible el rescate y a menos de 4 mil 500 hasta llegan helicópteros. Pero los himalayas empiezan a los 5 mil, por lo que arriba de los 7 mil 500 es imposible un rescate. Pero sucede. El descenso del K2 también fue terrible; en esa ocasión ayudé a un compañero y murió otro”.


Escalar montañas de miles de metros de altura arrostrando el viento gélido; trepar por sus aristas, sortear sus precipicios, recorrer sus grietas, deambular por sus oquedades… Son contados en el mundo quienes se curten en este oficio de alpinista y hacen un arte de vida la acometida a una cúspide glaciar y deslumbrante soportando crudas temperaturas, extenuados por el intenso esfuerzo y, a la vez, arrobados hasta el delirio por el regocijo de sentir la inmensidad  del “techo del mundo” y la magnificencia de su nevado paisaje universal.


¿Los alpinistas son seres especiales, superdotados?, ¿deportistas temerarios que arriesgan la vida? Si no son superhombres ni suicidas, ¿qué son?


Carsolio asegura:


—El alpinismo es una actividad de alto riesgo y el himalayismo, junto con el espeleobuceo extremo, se consideran los deportes más peligrosos del mundo, incluso más que el automovilismo. En cualquier actividad no dura y en la montaña menos, pero alguien que no arriesga no sube, es como la vida misma.


—¿Los seduce acaso una pasión por el peligro o el aniquilamiento?


—¡Si fuera así, ya estaríamos muertos! Tantas veces he estado a punto de morir que si no tuviera raíces que me ataran para regresar a esta vida me quedaba arriba, en la montaña, donde no se razona bien en situaciones extremas de frío. Lo difícil es vivir, luchar por sobrevivir. Es más fácil y cómodo sentarse y morir. Alguien con problemas emocionales quizá encuentre que es su mejor opción; ha de ser una muerte tranquila porque no es dolorosa. Cuando te congelas no hay dolor: ése viene después.


—¿Es morir un poco cuando se está cerca de la muerte?


—¡Es vivir mucho más intensamente! —replica convencido Carsolio, el cuarto hombre más joven de la historia en escalar los 14 ochomiles sin ayuda de tanques de oxígeno—. Quien ha estado muy cerca de morir ama más la vida. Alguien que sobrevive a una grave enfermedad se apasiona por la vida. Lo mismo sucede en la montaña; en cambio hay personas apáticas que nunca han vivido en una situación extrema y se la pasan sin hacer nada.


Continúa:


—Uno de los momentos más drásticos en mi carrera, por lo arriesgado, fue el ascenso al Makalu, la quinta montaña más grande del mundo, en 1988. Sobreviví de milagro al edema pulmonar, en las últimas, con congelaciones severas y varios kilos de menos, valoré mi vida de diferente manera, le di un giro decisivo.


El relato del interlocutor es fluido, ahora espontáneo. Rememora con viveza las experiencias de un oficio avezado:


—Hay que hacerle caso al miedo instintivo que te avisa cuál es una ladera avalanchable o cuándo viene una tormenta, pero hay que evitar al máximo el miedo al fracaso. Perder un compañero es terrible, es una experiencia durísima, pues compartir la montaña hermana, aunque se acepa como parte de la vida. Los cuerpos se quedan ahí, ¡qué mejor tumba que la montaña para el alpinista o el mar para el marinero! Es el encuentro con la libertad. Me parece más sacrílego quemar a alguien o enterrarlo en un sarcófago.


En este momento de la entrevista en la cafetería de un hotel en la avenida Revolución, Carlos Carsolio cuestiona:


—Estas preguntas sobre la muerte no te las hacen en Oriente, en un país budista, en el Tibet o el lado norte de Nepal. Me agradan las filosofías budistas porque consideran a la muerte como parte de la vida y no la ven de modo trágico, como en occidente. Aquí, el viejo piensa en la muerte con terror y es triste porque no vive con plenitud. La vida es un proceso: sólo la tenemos en cada ocasión y sin riesgos no se vive con intensidad cada momento. Puedes salir a la calle y morir al minuto siguiente.


 


El Universal

Febrero 25 de 1997





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