{"id":13245,"date":"1999-05-05T00:00:00","date_gmt":"1999-05-05T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=13245"},"modified":"2012-03-08T12:19:20","modified_gmt":"2012-03-08T18:19:20","slug":"mi_mejor_ascenso_andres_delgado","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/1999\/mi_mejor_ascenso_andres_delgado\/","title":{"rendered":"Mi mejor ascenso: Andr\u00e9s Delgado"},"content":{"rendered":"
\n

Pedro Díaz G.<\/p>\n

Alpinista desde la adolescencia, Andrés Delgado partió hace más de un mes a la cordillera del Himalaya, donde se ubican las montañas más altas del planeta: todos los ochomiles.<\/p>\n

El Cho Oyu ha traído para él una de las satisfacciones más grandes de su historia: tres veces ha alcanzado la cumbre, en estos días. La última, apoyando a Alejandro Ochoa.<\/p>\n

Cuenta Andrés, gracias a la computadora portátil que le acompaña, junto con un teléfono satelital desde el que informó sus cumbres, su relato más intenso. Lo escribió el 25 de abril (de 1999).<\/p>\n

“Como en una última prueba, la cúspide del Cho Oyu posaba su sombra sobre mí. Sólo podía imaginar y recordar lo que era el calor. El frío me estaba agotando. Las pestañas se me pegaban con el hielo en cada respiración; tenía toda la cara helada. Casi inconsciente me escuché decir algunas palabras… ‘por favor Dios, que pare el viento’… ‘sal solecito por favor’.<\/p>\n

El dedo índice de mi mano izquierda había dejado de sentirse hacía unos minutos; me estaba desesperando, me estaba congelando: el frío dolía demasiado.<\/p>\n

Decidí darme la vuelta y emprender el regreso, la cumbre ya no importaba. Pero no podía volverme, algo más poderoso en mi mente me llevaba hacia arriba. Terminé el helero superior y comencé a avanzar sobre una franja rocosa. Sabía que estaba a 8 mil 100 metros de altura. Tan sólo faltaban 100 metros más… Sabía que superando estas piedras el sol me golpearía con toda su intensidad y probablemente el viento no soplara bajo el sol.<\/p>\n

Un último chirrido de los crampones de metal sobre la roca dio paso a la planicie somital del Cho Oyu. Ya sólo tenía que cruzar los 800 metros casi horizontales que me llevarían a la cumbre. El sol brillaba en toda su intensidad, me deslumbraba y me calentaba. El dolor de las manos al calentarse, cuando la sangre vuelve a llenar los pequeños capilares, me despertaba del letargo helado. Estaba casi en la cumbre. A pesar del sol, el viento no paraba. Ya sólo me quedaba andar esa planicie helada que lleva de 8 mil 100 a 8 mil 201 meros.. Quizás, mentalmente, la parte más difícil de toda la escalada.<\/p>\n

Más de diez veces me juré que no daría un paso más. Por momentos el viento parecía amainar y yo volteaba al cielo para dar las gracias. Por fin, un último montículo nevado frente a mí. Esa seguro era la cumbre, lo sabía.  Di los últimos pasos hasta la cúspide. Desde allí vi otro más, una cumbre más… Ya no tenía voluntad para resistirme a mi deseo, resigné mi cuerpo y mente a mi mayor necesidad de triunfo. Me encaminé hacia la cima del Cho Oyu.<\/p>\n

De pronto frente a mí comenzó a aparecer una pequeña cruz de aluminio enredada en escarpadas imágenes budistas, sagradas. Alcé la mirada y vi el Monte Everest. El viento seguía golpeándome pero ahora parecía música al cortar mi cuerpo helado. Giré sobre mi eje y no vi más montaña hacia ningún lado, sólo había cielo frente a mí. ¡La cumbre del Cho Oyu era tan hermosa!<\/p>\n

Volteé hacia arriba, hacia el sol, abrí los ojos hasta que sólo vi un gran astro incandescente, levanté las manos aún aferrado a los piolets y grité con toda mi alma ¡gracias Dios! Como un eco resonaron algunas palabras fugaces en mi mente, no sé si las escuché salir de mi boca o sólo las imaginé: papá, mamá, Santi, Mónica, Santigauito, Cristi… las lágrimas empañaron los goggles que me cubrían del viento y el reflejo.<\/p>\n

ME hinqué y saqué algunas fotografías. Me saqué una ‘autofoto’ en la cumbre. Cinco minutos más tarde emprendí el descenso. El éxtasis y la bendición daban paso al frío y tenía que bajar. Eché una última mirada al Everest, levanté la mano derecha y saludé a todos mis amigos que intentan escalarlo en estas mismas fechas. ‘¡Suerte!’, les dije, y comencé a bajar”.<\/p>\n

El Universal<\/strong>
\nMayo 5 de 1999<\/p>\n<\/div>\n

\"\"<\/div>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

Relatos desde el Cho Oyu <\/a><\/p>\n","protected":false},"author":11609,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1015],"tags":[],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-3rD","_links":{"self":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/13245"}],"collection":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/11609"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=13245"}],"version-history":[{"count":1,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/13245\/revisions"}],"predecessor-version":[{"id":16900,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/13245\/revisions\/16900"}],"wp:attachment":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=13245"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=13245"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=13245"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}