{"id":12608,"date":"2006-11-15T00:00:00","date_gmt":"2006-11-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12608"},"modified":"2006-11-15T00:00:00","modified_gmt":"2006-11-15T00:00:00","slug":"al_asalto_del_cerro_torre","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2006\/al_asalto_del_cerro_torre\/","title":{"rendered":"Al asalto del Cerro Torre"},"content":{"rendered":"
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Fue en aquel entonces , en 1952, cuando vi por primera vez la fantástica montaña. Y cuando la vi nació, sin que yo lo supiera, la idea de darle el asalto. Una idea descabellada que tardó seis años en cobrar forma.<\/p>\n

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Entre todas las montañas del mundo, el Cerro Torre es, sin duda, uno de los más hermosos fenómenos geológicos. Es un inmenso obelisco de granito, de 3,128 metros de altura, delgado y elegante, que parece casi perderse en el cielo. Sus verticales paredes parecen defenderlo de toda posibilidad de ataque. La montaña, cual si fuera una explosión de la Naturaleza, parece lanzarse hacia lo alto. Domina imponente el valle homónimo, emerge de las nubes que hierven a su alrededor o se esconde por días y días tras una impenetrable cortina que sólo deja ver sus contrafuertes. Es una montaña embrujada, encerrada en su propio mundo, semiescondida por el Fitz Roy.<\/p>\n

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Fue descubierta en 1782 por Antonio Viedma, pero por mucho tiempo fue confundida con el Fitz Roy, hasta que la Comisión de Límites argentinochilena le dio el nombre en los primeros años de este siglo, obteniéndose su exacta ubicación geográfica en los mapas gracias a la expedición alemana de 1916 (Koelliker), que por primera vez penetró entre los hielos eternos de la cordillera que hoy llamamos hielo continental.<\/p>\n

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Por muchos años el Torre no constituyó más que una hermosa visión de la cordillera austral. Fue muchas veces fotografiado y su imagen apareció esporádicamente en algunas publicaciones. Sin embargo, sólo después de 1930 la montaña comenzó a adquirir cierto renombre. Su silueta tan característica y extraordinaria comenzó a abrirse camino en el mundo alpinístico internacional. <\/p>\n

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En 1936, cuando una expedición italiana guiada por el conde Bonacossa se acercó al Fitz Roy para intentar su escalamiento, el Torre salió por primera vez de la cortina del anonimato. En Italia y en toda Europa la imponencia de sus paredes, juzgadas invencibles, dió inmediatamente lugar a los más admirados comentarios del mundo alpinístico. Y en los años suucesivos su fama fué cobrando fuerza y el cerro Torre se transformó en una montaña "tabú". Su historia parecía tejerse de admiración y deseos, excluyendo toda posibilidad de una tentativa de asalto.<\/p>\n

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Pero esa historia debía sufrir un vuelco, pues desde el primer momento en que vi esa montaña pensé en la posibilidad de su escalamiento. Bien lejos estaba, entonces, de pensar que justamente yo debía hacerme cargo —años más tarde— de organizar la primera expedición que lanzara un ataque efectivo a esas paredes juzgadas inviolables.<\/p>\n

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Habiendo participado en 1952 en la travesía del Hielo Continental y, posteriormente, realizado varios sobrevuelos sobre el Hielo Continental con un Pioer, el lado oeste del Torre me había parecido relativamente más ventajoso. De modo que nuestra expedición planeó buscar la ruta hacia la cumbre sobre los lados oeste y sur de la montaña. Esta determinación, desde el punto de vista del acceso, complicaba enormemente las cosas, por cuanto nos obligaba a un rodeo de unos 50 kilómetros para alcanzar un punto ubicado, en línea recta, unos 2,000 metros al oeste de la base oriental del cerro, lugar elegido por la expedición trientina.<\/p>\n

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Esto significaba que, en lugar de instalas un solo campamento, debíamos distribuir varios sobre un extenso itinerario que se desarrollaba a través de tres zonas distintas, con fuertes desniveles, expuestos al viento y a la tormenta. Exactamente lo que se necesita para quebrantar la resistencia física de un grupo expedicionario. Sin embargo, no había otra alternativa. <\/p>\n

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Nuestra carta mejor, que contemplaba la probabilidad de lanzar equipos y materiales sobre el hielo continental por intermedio de un Piper o un Cessna, había fallado por causas de fuerzamayor y el único remedio era llevar al hombro las pesadas cargas de la misma manera que los "coolies" o los "hunzas" de las expediciones al Himalaya o al Karakorum.  Solamente que nuestros "coolies" eran los mismos que debían escalar el Torre.<\/p>\n

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Con un programa tan vasto y pese a las innumerables dificultades y contratiempos, hicimos frente a la situación y, colocando cuatro campamentos, nos ubicamos finalmente al pie de la pared oeste del Torre, sobre un filo rocoso, a una altura de 1,700 metros. Desde allí hasta la cumbre mediaban más de 1,400 metros, esto es, doce veces la altura del Kavanagh.<\/p>\n

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El programa previsto, considerando la zona de operaciones como muy opuesta a los vendavales del hielo continental, nos obligaba, además, a estudiar detenidamente nuestro equipo. No podíamos correr el riesgo de que el viento, que puede llegar a soplar a 200 kilómetros por hora, arrancase nuestras carpas. Ni, por otra parte, debíamos recurrir a cuevas o a otro tipo de protecciones por cuanto eso implicaba pérdida de tiempo y de energía. Sin contar que a veces no es posible recurrir a tales defensas. <\/p>\n

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Para no sufrir reveses en este sentido, aprovechando la experiencia de muchos años de cordillera patagónica —donde la fuerza de la naturaleza no tiene rivales—, dibujamos nosotros mismos las carpas, que luego demostraron soportar con facilidad toda clase de tormentas. Por lo demás, todo nuestro equipo era modernísimo e inusitadamente abundante, en parte de procedencia italiana, en parte argentina.<\/p>\n

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Pero cinco expediciones en la cordillera patagónica llevadas a cabo en seis años hicieron madurar en mi subconsciente la idea. Ya en 1954 traté de materializar este descabellado proyecto, que luego dió origen a la expedición trientina que paralelamente a nosotros se propuso atacar la montaña el verano pasado. Y en octubre de 1957, cuando yo creí que nadie se quisiera lanzar hacia esa gran aventura, finalmente me decidí a tomar la iniciativa organizando personalmente una expedición. Mis mejores planes se cifraban en Walter Bonatti y Carlo Mauri, dos colosos del alpinismo italiano.<\/p>\n

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Lejos estoy de querer relatar la historia de esta tentativa, pues muchos son los pormenores, muchos los acontecimientos que han jugado las cartas de un destino que, quiera o no, me han unido a esta montaña, que, luego del primer asalto, espera la segunda arremetida que cuanto antes habremos de llevar a cabo sobre sus paredes heladas. Lo que sólo sé es que la historia del Torre ha cambiado de rumbo. <\/p>\n

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El hombre ha lanzado el desafío y no se contentará con una derrota; si nosotros falláramos, otros se lanzarán sobre nuestra ruta o, siguiendo otras, al asalto de la montaña imposible. El Everest ha tentado durante más de 30 años a los más fuertes escaladores, y al fin ha sido vencido. Así ha acontecido con el K2, el Nanga Parbat. <\/p>\n

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También la pared oeste del Dru (Monte Blanco) resistía desde hacía muchos años, pero Bonatti logró pasar. La historia de una montaña nace en algún momento, cuando el hombre quiere medirse con ella. Cada uno busca su propia historia, su propia montaña. A mí me ha gustado el Torre, y empiezo a contarles su historia. Tal vez podré hacerlo yo, o quizá será otro quien contará el final. De todos modos, creo que tengo suerte: el Torre es una grande, hermosa montaña.<\/p>\n

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Planear la conquista de su cumbre implicaba muchas cosas. Ante todo, conocer el macizo, conocer las montañas patagónicas y todos los problemas que puedan presentarse a una expedición. En el caso del Cerro Torre, puesto que se encuentra en el medio de un cordón que divide los bosques orientales de las masas glaciales del Hielo Continental, se presentaban dos posibilidades: atacar la montaña por el lado oriental —el único conocido— o por el lado opuesto, el occidental, aún desconocido.<\/p>\n

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En cuanto a los hombres, se habían establecido tres grupos: el grupo de asalto, el grupo de apoyo y el grupo de reaprovisionamiento. Walter Bonatti y Carlo Mauri, dos alpinistas de extraordinaria capacidad, formaban el primer grupo, siendo secundados por René Eggmann, guía suizoargentino de Esquel, y por mí, que integrábamos el segundo grupo, en tanto Ángel García y José Losada componían el sacrificadísimo grupo de reaprovisionamiento.<\/p>\n

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Luego de algunas semanas de tiempo tormentoso, caracterizado por precipitaciones y vientos fuertes, hacia fines de enero la cordillera pareció despejar, anunciando un ciclo de buen tiempo. Solamente que la palabra "paciencia" significaba en la práctica imponer una severa tarea al grupo de reaprovisionamiento, que debía mantener en condiciones de eficiencia al grupo de escalamiento, el que, mientras tanto, haciendo malabarismo entre las nubes, colgado de las paredes inferiores del Torre, trataba de trazar una "ruta" hacia el Col del Adela (2,550 metros), mientras viento y nieve castigaban sin cesar. Finalmente, con la luna llena, llegaron los días de buen tiempo.<\/p>\n

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El Col del Adela, nuestra primera meta, es un collado, silla, portezuelo o brecha, que separa el Cerro Torre del Cordón Adela (2,900 metros aproximadamente). Desde nuestro campamento III no podíamos verlo, pero Bonatti y Mauri habían instalado ya unos 400 metros de sogas fijas que nos facilitarían la ascensión al Col, ubicado unos 850 metros más arriba, con las pesadas cargas que debían alimentar con materiales y víveres el asalto final sobre la pared sur del Cerro Torre.<\/p>\n

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Estábamos todos extremadamente cansados. Bonattiy Mauri, por su constante lucha con las paredes del cerro, siempre escondido entre nubes húmedas. Eggman y yo, por el constante ir y venir entre los campamentos I, II y III (20 kilómetros), en colaboración con el grupo de reaprovisionamiento distribuido sobre un itinerario de 50 kilómetros, y en apoyo a Bonatti y Mauri durante la instalación de las sogas fijas. Por fin, todos los demás, por la fatiga que imponía su dura tarea.<\/p>\n

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El 1º de febrero amaneció sin nubes. El viento había amainado totalmente. El hielo continental se había transformado en un mundo estátito, encantado. Rápidamente nos preparamos para trepar hacia el Col del Adela, hasta ahora inalcanzable. El Torre dominaba, imponente y sereno.<\/p>\n

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El 2 de febrero —exactamente seis años después que los franceses salían para encarar la pared sudeste del Fitz Roy— Bonatti, Mauri, Eggmann y yo salimos de nuestra carpa “Upsala”. Eran las 2. La luna llena iluminaba claramente el escenario. Tuve la impresión de que las montañas del Hielo Continental que estaban a la vista, retuviesen la respiración y en el silencio más absoluto nos observaban. La cumbre del Torre, 1,400 metros más arriba, resplandecía bajo los rayos de la luna.<\/p>\n

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Estábamos cansados, pues habíamos dormido apenas una hora, pero la excitación del momento nos hizo acelerar los preparativos. Las cargas estaban listas y nos pusimos en marcha.<\/p>\n

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Lentamente, con nuestras mochilas que pesaban unos 25 kilogramos, atacamos la empinada ladera de nieve dura, en silencio. El Torre, orgulloso, terriblemente alto, nos miraba. Parecía interesado. Superadas las grietas, alcanzamos las sogas fijas y ganamos altura, alternando entre rocas verticales y empinadas laderas de nieve. Hacia las 5:30 alcanzamos el punto tope de las sogas fijas. Sobre la pared de granito a nuestra derecha unos clavos sostenían otras cargas de equipo y víveres dejadas anteriormente. Pusimos todo en nuestras mochilas y su peso subió a unos 35 kilogramos. Empezamos a subir nuevamente. ¡Ahora las cargas resultaban realmente pesadas!<\/p>\n

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Superamos la pared de nieve sumamente empinada hasta alcanzar un filo nevado, que nos separaba de dos abismos. Nos dividimos en dos cordadas: Bonatti y yo, adelante; Mauri y Eggmann, atrás. Sobre nuestras cabezas apareció finalmente el Col del Adela. Parecía cercano, pero, para alcanzarlo, debíamos superar una empinada ladera de nieve hasta alcanzar una verticalísima pared de roca incrustada de hielo sobre la cual descollaban unos inmensos hongos helados, el más grande de los cuales sobresalía unos 30 metros. Desde allí debíamos subir por otra pared de hielo, hacer una travesía, superar unos saltos de hielo verdoso hasta alcanzar el perfil del collado. Mientras tanto, las primeras luces hacían su ingreso sobre el Hielo Continental.<\/p>\n

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En medio de ese extraordinario paisaje seguimos nuestra ascensión. Oía el ruido del martillo de Bonatti sobre el clavo que penetraba en el hielo, unos 40 metros más arriba. Por lo demás, reinaba el silencio absoluto. Doblados bajo el peso de las mochilas y haciendo equilibrio sobre las puntas de los grampones, mirábamos ansiosamente sobre nuestras cabezas esos "coliflores" de hielo que nos amenazaban constantemente.<\/p>\n

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Fotografías de Rene Eggmann<\/em><\/div>\n

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“No te empeñes, Walter —le dije— no hay nada que hacer ahora. Volveremos el año que viene y de alguna forma vas a subir…”<\/p>\n

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Estábamos todos decepcionados antes esa pared infernal de la montaña, una pared vertical y hasta sobrependiente de puro hielo, alta, de 600 metros. Bonatti, asombrado, continuaba recorriendo con la mirada la masa blanca de hielo que se perdía en el cielo. Eggmann y yo, sentados sobre un montón de clavos que nos hacían de asiento sobre la nieve del Col, nos mirábamos de cuando en cuando como para subrayar lo que acababa de decir. Mauri, muy tranquilo por lo general, trataba de explicarnos a todos y a sí mismo que era una locura seguir en ese momento. Estaba excitado; la amargura de la derrota le apretaba el corazón y la barba rubia, abundante, no lograba disimular la tristeza de su semblante.<\/p>\n

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Casi cegados por el reflejo de la nieve, cerrábamos los ojos y tratábamos de secar el sudor que hacía empañar los lentes ahumados. Estábamos a 2,550 metros de altura, sobre una delgada cuchilla de hielo, entre dos abismos, dominados por la imponente pared sur del Cerro Torre, mientras el sol nos castigaba con violencia.<\/p>\n

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Mauri y yo nos habíamos puesto un pañuelo lleno de nieve sobre la cabeza, mientras Eggemann trataba de defenderse con su rompevientos. Bonatti jugaba con un clavo de hielo sobre la nieve. Quería decir algo pero no podía, y volvía a mirar hacia arriba.. Los cuatro, puntos infinitamente pequeños ante la inmensidad de este mundo de hielo que nos circundaba, resumíamos el esfuerzo continuado de veinte días de lucha con la Naturaleza para dar el asalto al cerro más difícil del mundo, a la “montaña imposible”.<\/p>\n

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La historia arrancaba desde unos seis años atrás, cuando los franceses habían venido para escalar otro coloso patagónico, el vecino Fitz Roy. Ellos habían visto el Torre. Desde su último campamento, ubicado a 2,785 metros de altura, podían admirar la imponente pared este de más de 2,000 metros de desarrollo vertical que culminaba con un fantástico trono de hielo. "La montaña surge de un hervor de nubes negruzcas, las que salpican en todas direcciones al impulso de una fuerza que parece salir de la montaña misma.<\/p>\n

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La cima, helado diente vertical, destella, de tiempo en tiempo, con reflejos verdosos. El Torre reina como una divinidad pagana en medio de los vapores que salen de una gigantesca olla de brujas…" Comparadas con formas dantescas que en lo alto se pierden en el cielo y abajo, en el vacío, las paredes del Fitz Roy parecen casi tranquilizadoras." Eso dijeron los alpinistas franceses y, sobre una posibilidad de escalamiento, concluyeron "n’ést papossible".<\/p>\n

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Finalmente, luego de cinco horas de trabajo, alcanzamos el Col, superando los últimos 300 metros. Eran las 12:30 y habíamos empleado diez horas para efectuar esa ascensión. Cuando yo llegué vi a Bonatti inmóvil, mirando hacia el lado opuesto del Col. Un abismo de 1,200 metros nos cerraba el paso. <\/p>\n

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Hasta ese momento no habíamos podido observar que el Col está desplazado hacia el oeste, fuera de la ruta que queríamos seguir hacia la cumbre. Más de 100 metros nos separaban de los que debían ser nuestros pasos inmediatos.<\/p>\n

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Ya todos reunidos sobre esta delgada cuchilla de hielo, observamos la pared sur del Torre. Una sucesión de sobrependientes de hielo no nos permitían ver la parte final. Gigantesca, esa laja informe de hielo durísimo dominaba sobre nuestras cabezas. Sobre la derecha, un techo inmenso —tan característico del Torre— amenazaba grandes desprendimientos de hielo que barrerían nuestro itinerario de ascensión sobre un desnivel de al menos 250 metros y un ancho de 80.<\/p>\n

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A nuestras espaldas, una pared de hielo de 40 metros dominada por un respetable hongo, nos cerraba la vista hacia el cordón Adela, mientras que frente y detrás nuestro se abrían dos abismos. Nuestro campo de acción sobre el Col era, pues, muy pequeño. <\/p>\n

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Comprendimos en seguida que nuestra ruta debía sufrir una importante variante, muy expuesta a los cataclismos de los aludes, lo cual significaba cambiar toda la táctica de asalto y el empleo de una cantidad superior de material, además del abundantísimo que ya poseía la expedición. Evidentemente, esa ascensión no dejaba nada librado al azar: se trataba de una ascensión teóricamente de 580 metros, pero en realidad de más de 800 metros, toda a realizarse haciendo uso de la técnica artificial.<\/p>\n

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Comimos entre todos una lata de conservas. No había agua y el sol golpeaba fuerte. Sin comentarios, Bonatti se ató alrededor de la cintura una soga de nylon de 120 metros y, tratando de establecer una ruta diagonal, atacó la empinada pared de una “espalda” del cerro. Escaloneando, se dio cuenta inmediatamente de la dureza del hielo, que hacía muy complicad el uso de la piqueta. Mauri lo secundaba.<\/p>\n

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Eggmann y yo, entretanto, empezamos a cavar una gruta en el hielo: tiempo perdido. Ese hielo era demasiado duro. Sin embargo, ellos subían y nosotros cavábamos. Luego de cinco horas ellos estaban unos 140 metros más altos y nosotros habíamos hecho un agujero en el hielo de 80 centímetros por 80, de menos de un metro de profundidad…<\/p>\n

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Cuando se acabó la soga, Bonatti descendió. Nos reunimos todos y nos sentamos sobre la nieve. Habíamos ganado 140 metros de altura, pero bien lejos destábamos de poder subir. Unos metros más y habríamos tenido que desviar a la derecha. Inevitablemente, la ruta era la que habíamos observado antes: dificiclísima, larga, expuesta.<\/p>\n

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“No vale la pena que te mates, Walter —le dije—. Ya sabemos cuál es el camino, y esto es lo que nos interesa. Haremos bien nuestros planes”.<\/p>\n

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Bonattiy Mauri sabían perfectamente bien que no había nada que hacer, pero los sacrificios que había significado organizar y llevar a cabo la expedición los empujaban a hacer más de lo que realmente se les pedía. Mirando esa infernal pared de hielo, tejían itinerarios eventuales a realizar de inmediato, aunque sea para poder subir tan sólo 300 metros y tener una idea más concreta de la parte final. Pero comprendí que ellos habían realizado todo lo que estaba a su alcance. No valía la pena arriesgar más. Decidí, pues, dar término a esa tentativa y al mismo tiempo aliviar esa carga psicológica que acosaba a esos muchachos. <\/p>\n

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Querían cumplir lealmente, deseaban ayudarme, querían subir.<\/p>\n

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"Volveremos el año que viene, muchachos, y seguramente llegarán arriba. Creo que debemos estar más que contentos por saber definitivamente lo que debemos hacer. ¡Afuera con esas caras tristes! Vamos abajo y dediquémonos a las otras montañas…"<\/p>\n

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Satisfechos ahora, comimos una tableta de chocolate y emprendimos el descenso. Dejamos atrás, sobre nuestras cabezas, el Col del Adela. Decidimos bautizarlo col de la Esperanza, pues, dentro de unos meses, comenzará allá mismo nuestra nueva aventura. Entonces, decididamente, daremos el asalto final a la verticalísima e informe ladera helada de la infernal pared sur del cerro Torre. ¡Quizá será cierto que podremos clavar con fuerza sobre su cumbre de hielo la piqueta atada con las banderas argentina e italiana!<\/p>\n

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En enero del presente año presentamos un artículo sobre el primer intento al Cerro Torre hecho por Bonatti y Mauri, desde la perspectiva de los argentinos que participaron. El mismo artículo ha sido rescatado de una revista de la época en donde está el relato más ampliamente comentado. Lo colocamos por ser una joya histórica.<\/p>\n<\/td>\n

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