{"id":12599,"date":"1999-01-05T00:00:00","date_gmt":"1999-01-05T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12599"},"modified":"2006-11-13T00:00:00","modified_gmt":"2006-11-13T00:00:00","slug":"al_asalto_del_khilikhili_parte_viii","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/1999\/al_asalto_del_khilikhili_parte_viii\/","title":{"rendered":"Al asalto del Khili-Khili, Parte VIII"},"content":{"rendered":"
Capítulo IX<\/p>\n

EL CAMPAMENTO PERDIDO<\/strong><\/div>\n

<\/p>\n

<\/p>\n

Aún hoy me ocurre a veces despertarme aullando cuando reveo en sueños los horrores de aquella noche trágica. Una vez montadas las tiendas. Constant y yo nos metimos en nuestros sacos de dormir, esperando la cena. Me preparé a esta prueba pensando en los mártires cristianos y repitiéndome que el Khili-Khili no valdría la pena de ser escalado si no se tratara más que de un viaje de recreo. Pero mis meditaciones fueron bruscamente interrumpidas por un estrépito prolongado de utensilios de cocina procedente de la tienda de Pong. Constant, cuyos nervios comenzaban a saltar, fue a ver que era lo que pasaba. Regresó, todo tembloroso, trayéndome inquietantes noticias. <\/p>\n

<\/p>\n

Había encontrado a Pong en cuclillas ante una gran cacerola, de la que subían indescriptibles efluvios. El suelo, ante la tienda, estaba sembrado de cajas de conservas vacías, y Constant había podido comprobar que eran justamente las que contenían aquellos platos delicados que habíamos escogido para avivar nuestro apetito a grandes alturas. Y cuando se nos sirvió la cena, esta horrible mezcla confirmó las aprensiones de Constant. <\/p>\n

<\/p>\n

Todos nuestros más exquisitos manjares habían encontrado el camino de la marmita de Pong: la sabrosa pechuga de pollo, las conservas de melocotón a la crema que nos hacían salivar cuando pensábamos en ellas, las sardinas, el caviar, la langosta, el magnífico queso de gruyère, el salmón, incluso el café y las galletas con chocolate; todo eso no era ahora más que un pisto descorazonador que hubiera hecho huir, exhalando gritos de espanto, a las brujas de Macbeth. <\/p>\n

<\/p>\n

Los horrores de aquella comida no eran más que el preludio de una noche como pocos seres humanos habrán conocido. Era, creo, alrededor de la medianoche, cuando me desperté de una pesadilla en la que yo estaba enterrado bajo el Khili-Khili para descubrir a Constant acostado sobre mí, roncando pesadamente y diciendo incoherencias en su sueño. Cuando le rechacé, se despertó con un grito de terror y me golpeó sobre la nariz, haciendo saltar lágrimas de mis ojos. <\/p>\n

<\/p>\n

Me excusé de haberle despertado, y volvimos a dormirnos. Yo había debido dormir, en efecto, pues me desperté súbitamente con la impresión de que un monstruo prehistórico se había deslizado bajo la tienda e iba a herirme. Cogí el primer objeto contundente que pude encontrar al alcance de mi mano —en tal circunstancia, un zapato de montaña— y golpeé al monstruo con todas mis fuerzas. <\/p>\n

<\/p>\n

Era Constant, claro. Le pregunté si le había despertado; y si me respondió lo que yo creo que dijo, no es el hombre que yo imaginaba. Después de madura reflexión, concluí que había debido imaginar todo eso, e iba a hundirme de nuevo en el sueño, cuando Constant lanzó un grito bestial y me mordió una oreja. Le desperté, y propuse, para nuestra mutua seguridad, instalarnos en sentido distinto. <\/p>\n

<\/div>\n

<\/p>\n

<\/p>\n

A nueve mil metros recomenzamos a buscar el campamento I, y una vez más, a pesar de las instrucciones que se nos transmitían por radio, no conseguimos encontrarlo. Desesperados, decidimos seguir hasta la base avanzada. Llegamos allí al caer la tarde, en un estado de completo agotamiento. <\/p>\n

<\/p>\n

Nuestro primer cuidado fue deshelar nuestros pies. Para esto, metimos los pies en un cubo lleno de nieve fundida, que hicimos en seguida hervir sobre un hornillo de gasolina. Afortunadamente, teníamos zapatos de repuesto. Tuvimos después de esto una breve conversación con el campamento I y nos fuimos a acostar, rehusando beber nada ni comer nada.<\/p>\n

<\/p>\n

Al día siguiente estábamos casi restablecidos. En circunstancias normales, hubiéramos tomado un largo descanso; pero como esto significaba quedar a merced de Pong, no había ni que pensar en ello. Amparados en la noche, nos habíamos deslizado hasta la tienda en que se encontraban las provisiones y habíamos injerido algún alimento. Fortificados por esta colación, pudimos pasarnos sin el desayuno, y poco después de la salida del día nos pusimos en marcha hacia el campamento I. No intentamos esta vez dejar atrás a Pong. Estábamos ya completamente desmoralizados. <\/p>\n

<\/p>\n

Nos había alegrado saber que Shute, Jungle y Wish estaban ya en camino hacia el campamento II. Burley, que se había quedado solo en el campamento I, había, desgraciadamente, sobrepasado el estado óptimo de su aclimatación, y su estado de salud no era tan magnífico como el de la víspera. Había, pues, juzgado preferible quedarse atrás para recuperar algunas fuerzas. <\/p>\n

<\/p>\n

La ascensión fue dura, sin incidentes. Constant y yo nos las veíamos y deseábamos para seguir el paso de autómatas de los porteadores. Desde que habíamos sobrepasado el nivel de los siete mil metros, yo estaba esperando la mejora de carácter prometida por Constant. Pero no se produjo nunca. Constant me dijo que no lo comprendía; se preguntaba si no serían rudistaneses en vez de yoguistaneses. Me aseguró que, a su regreso, lo comprobaría en las notas de su curso de geografía yogistanesa por correspondencia.<\/p>\n

<\/p>\n

A los nueve mil metros seguimos nuestras búsquedas del camapento I. También sin éxito. Aún hoy me encuentro en la absoluta incapacidadpara explicar nuestros repetidos fracasos para descubrir el Campamento I.<\/p>\n

<\/p>\n

A pesar de nuestro agotamiento, no teníamos otro recuerdo que dirigirnos al campamento II. Era una lástima dejar solo a Burley en el cmapamento I, pero me consolé pensando que pronto seríamos cinco para soportar el fardo de Pong. Quizá uniendo nuestros recursos lograríamos descubrir algún medio de librarnos de él.<\/p>\n

<\/p>\n

Continuamos nuestro ascenso. Gracias a los escalones que habíamos tallado dos días antes, pudimos llegar muy pronto al campamento II cin otro incidente. <\/p>\n

<\/p>\n

Constant y yo habíamos conocido tales pruebas, que casi fue una sorpresa para nosotros encontrar en el campamento II gentes felices. A medida que nos aproximábamos, los ecos de Los Caballeros de la Tabla Redonda vinieron a encantar nuestros oídos como los hosannas de los bienaventurados. <\/p>\n

<\/p>\n

Fuimos acogidos a brazos abiertos y a grandes palmadas en la espalda. Nos echaron nieve por el cuello. <\/p>\n

<\/p>\n

Nunca había visto a mis camaradas de tan buen humor desde el incidente de la grieta. Me pregunté cuál podría ser la causa. <\/p>\n

<\/p>\n

Fue entonces cuando vieron a Pong. <\/p>\n

<\/div>\n

<\/p>\n

<\/p>\n

Jamás he sido testigo de un cambio de humor tan súbito. Fue como si acabara de pasar sobre nosotros una plaga de Egipto. Nuestros tres compañeros, que un momento antes estaban alegres como colegiales, tomaron el aire melancólico de tres viajeros. Se lanzaban miradas malignas y se prodigaban las maldiciones. Se retorcían las manos, agitando la cabeza. Se retiraron, al fin, a su tienda y se metieron en un rincón, mordiéndose las uñas y murmurando frases sin sentido. Cuando nadie los miraba, lloraban en silencio. <\/p>\n

<\/p>\n

Después de todo lo que yo había sufrido, esto era demasiado para mí. Me metí sin cenar en mi saco y me dormí sollozando. <\/p>\n

<\/p>\n

Me desperté al día siguiente por la mañana, para encontrarme a Constant sentado sobre su saco de dormir. Parecía irritado. <\/p>\n

<\/p>\n

—Se han marchado—dijo.<\/p>\n

—¿Es verdad?—grité. <\/p>\n

Movió tristemente la cabeza. <\/p>\n

—Explíqueme—insistí. <\/p>\n

<\/p>\n

Un largo suspiro le sacudió todo el cuerpo. Su boca se abrió y un largo gemido salió de su garganta, como si le costase mucho trabajo evocar un tal horror. <\/p>\n

<\/p>\n

—¡Traicionados! —gimió.<\/p>\n

—¿Es verdad?—dije. <\/p>\n

Movió tristemente la cabeza. <\/p>\n

Era horrible. <\/p>\n

<\/p>\n

Poco a poco conseguí calmarle; y mientras que nuestro amigo el sol se elevaba en los cielos, calentando nuestra pequeña tienda, él recobró algún coraje. Me contó: Jungle y Wish habían dejado el campamento a hurtadillas antes del alba y habían ganado la montaña. Shute había partido poco después, a fin de llegar al campamento I. <\/p>\n

<\/p>\n

Pasamos todo el día metidos en nuestros sacos, afrontando cada uno a su manera la crisis. Hacia, la tarde, Constant rompió el silencio: <\/p>\n

<\/p>\n

—Mañana —anunció— me voy al campamento uno. <\/p>\n

<\/p>\n

Yo asentí. Esto era inevitable. Me volví y me dormí. <\/p>\n

<\/p>\n

Al día siguiente, cuando me desperté. Constant había partido. No me sorprendió. Ni me decepcionó. Apenas si me importó. Esto era el fin: el fin de una bella aventura; el fin de nuestra camaradería, de nuestros sueños; el fin de todo. Me sentí al borde de una nada infinita. Después, sin un suspiro, sin una mirada atrás, con resignación, incluso con gratitud, franqueé el umbral. <\/p>\n

<\/p>\n

Alguien me administraba bofetadas en el rostro de la forma más desagradable. Una voz impaciente repetía: "¡Despiértese, Lazo de Unión, idiota!" Me desperté, abrí los ojos y mire a mi alrededor. Estaba tendido de espaldas sobre la nieve, bajo la luz cegadora del día. Shute estaba inclinado sobre mí. <\/p>\n

<\/p>\n

—¿Donde estoy?—dije. <\/p>\n

—¿Donde cree usted que está?—pregunto él. <\/p>\n

Permanecí algunos instantes pensativo. <\/p>\n

—Pensaba que quizá estuviese en el cielo—repliqué. <\/p>\n

Se echo a reír. <\/p>\n

—¡Oíd, muchachos! Lazo de Unión se cree que está en el cielo. <\/p>\n

<\/p>\n

Las risas redoblaron. Miré a mi alrededor. Wish estaba allí, y Jungle; y sentado sobre una caja, cerca de mí, el aire cansado, Constant. <\/p>\n

<\/p>\n

Y detrás de ellos, los ojos fijos en mí, varios portadores, entre los cuales So Lo, Lo Too y Pong. <\/p>\n

<\/p>\n

Vi entonces las tiendas y comencé a comprender. Era el campamento II. Constant y yo acabábamos justamente de llegar por segunda vez de la base avanzada y nos habíamos encontrado a los otros ya instalados. Había debido de dormirme. El resto no era más que un sueño.<\/p>\n

<\/div>\n

<\/p>\n

\"\"<\/div>\n

<\/p>\n

<\/p>\n

Pero debíamos antes salir de la tienda, lo que a nueve mil seiscientos metros no era una cosa tan fácil. Después de algunos instantes de esfuerzos, tuvimos que parar a recobrar el aliento. Teníamos las manos heladas, y tuvimos que ponernos los guantes, lo que hizo prácticamente imposible nuestros trabajos de desembrollamiento. <\/p>\n

<\/p>\n

En mi desesperación, estuve tentado por un momento de abandonar. Estaba tumbado, jadeante, con Constant sentado sobre mi cabeza, los brazos atados a la espalda por un extremo de la cuerda, las piernas aprisionadas en el saco de dormir y bajo los pliegues de la tienda. <\/p>\n

<\/p>\n

Por tercera vez creí en la posibilidad de un fracaso. ¿La montaña iba, después de todo, a revelarse demasiado fuerte para nosotros? <\/p>\n

<\/p>\n

Para agravar más las cosas. Pong llegó con el desayuno. <\/p>\n

<\/p>\n

Después de una lucha breve y viril contra la náusea, Constant envió a Pong a buscar a So Lo y Lo Too. Estos pusieron en seguida manos a la obra y, después de lo que nos pareció una eternidad, fuimos de nuevo hombres libres. <\/p>\n

<\/p>\n

Dimos la orden a los portadores de instalar de nuevo nuestra tienda y nos retiramos a la suya, donde pasamos un largo momento haciendo hervir nuestros zapatos, a fin de deshelarlos. Pong nos siguió con el desayuno, preparado a partir de los restos de la víspera, hechos más incomibles aún, pues se habían quemado. Nos forzamos a tragar algunos bocados, tapándonos la nariz y cerrando los ojos, repitiéndonos que todo por la expedición. Tomamos después algunos comprimidos para el estómago y discutimos nuestros planes de campaña. Eran muy simples. Teníamos que ganar el campamento I lo más rápidamente posible y repartir sobre el mayor numero posible de estómagos el fardo de Pong. <\/p>\n

<\/p>\n

Avisamos a nuestros compañeros por radio diciéndoles que nos esperaran. No les dijimos nada de Pong, por temor a provocar el pánico. Jungle me respondió que nos esperarían. Burley —nos anunció— acababa de aclimatarse; pero estimaba que un día más en el campamento I no podría hacerle más que bien. Los demás también pensaban que un día de reposo suplementario les sería conveniente. <\/p>\n

<\/p>\n

Partimos de madrugada. Nuestros zapatos mojados se helaron rápidamente; aparte de una elevación —poco probable— de la temperatura, sólo la amputación podría separarnos de ellos. Tropezábamos sin cesar y nos dormíamos a veces donde caíamos. So Lo y Lo Too nos salvaron muchas veces la vida; pero, sin duda, terminaron por cansarse, pues nos echaron encima de su carga y nos llevaron así hasta el final de la jornada. <\/p>\n

<\/div>\n

<\/p>\n

<\/p>\n

Después de algunas extrañas observaciones, aceptó, y yo comencé a girar con mi saco de dormir. A esta altura esto era un trabajo agotador. Debí detenerme varias veces para recobrar el aliento, y cuando hube terminado mi movimiento de rotación, descubrí que había perdido mi almohada en el camino. No podía pensar en buscarla, y la sustituí con un zapato. <\/p>\n

<\/p>\n

Iba a dormirme de nuevo, cuando un ruido espantoso se hizo oír a algunos centímetros solamente de mi rostro. Aterrorizado, golpeé instintivamente, y, ante mi viva sorpresa, me encontré cogiendo con las dos manos una boca. Era horrible; creo que no olvidaré jamás el terror ni el disgusto que me inspiró este contacto. Descubrimos entonces que tanto Constant como yo habíamos efectuado una media vuelta y que de nuevo estabamos instalados con la cabeza del mismo lado. <\/p>\n

<\/p>\n

Brutalmente sacado de la pesadilla que había hecho nacer esta mordaza sobre su boca, Constant se precipitó sobre mí. Aún bajo el aturdimiento del sueño y del miedo, me defendí furiosamente, y la tienda fue muy pronto sacudida por nuestra lucha. No tardé en estar agotado, y ya casi había perdido toda esperanza de sobrevivir, cuando Constant cesó repentinamente, agotado y jadeante. Cuando hubimos recobrado el aliento y la cabeza, le renové mis excusas, y tratamos de desenredarnos. <\/p>\n

<\/p>\n

Pero esto no era tan fácil. Estabamos encerrados en un estrecho complejo, a medias salidos de nuestros sacos de dormir respectivos, en medio de un lío de cuerdas y ropas. La noche era negra. Al tratar de liberarme, terminé por caer dormido sentado, y me desperté, poco después, aullando, con la impresión de que la cuerda era una serpiente que trataba de estrangularme. Me debatí desesperadamente antes de recobrar mi presencia de ánimo, lo que no hizo más que agravar aún más el embrollo. <\/p>\n

<\/p>\n

Continuamos nuestros esfuerzos, pero no llegábamos a coordinarlos. Ya tirábamos cada uno hacia nuestro lado del mismo extremo de la cuerda, ya rodábamos por el suelo, enredándosenos las piernas; a veces, también, en una valiente tentativa para liberarnos un brazo, nos enviábamos mutuamente un puñetazo al ojo. Los dos estábamos al borde del jadeo. Estabamos llenos de cardenales y de dolores de estómago que nos hacían retorcemos por el suelo, complicando aún más la situación. Y no cesábamos de caer dormidos y de despertamos en medio de las más horribles pesadillas. <\/p>\n

<\/p>\n

Para terminar de arreglar la noche, la tienda se cayó sobre nosotros. <\/p>\n

<\/p>\n

Nos resignamos. Nos quedamos donde estabamos esperando el día. <\/p>\n

<\/p>\n

Cuando hubo claridad, logramos levantar la cabeza y miramos. <\/p>\n

<\/p>\n

—Esto no puede continuar— dijo Constant. No se podía resumir mejor la situación, estimé yo. Había que descender, como fuera, al campamento I. <\/p>\n

<\/div>\n

<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"\n\n\n
\n

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.<\/p>\n<\/td>\n

\n
\"\"<\/div>\n<\/td>\n<\/tr>\n<\/tbody>\n<\/table>\n

<\/a><\/p>\n","protected":false},"author":11609,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1013],"tags":[],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-3hd","_links":{"self":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12599"}],"collection":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/11609"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=12599"}],"version-history":[{"count":0,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12599\/revisions"}],"wp:attachment":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=12599"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=12599"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=12599"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}