{"id":12593,"date":"1998-11-15T00:00:00","date_gmt":"1998-11-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12593"},"modified":"2006-11-09T00:00:00","modified_gmt":"2006-11-09T00:00:00","slug":"al_asalto_del_khilikhili_parte_ii","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/1998\/al_asalto_del_khilikhili_parte_ii\/","title":{"rendered":"Al asalto del Khili-Khili, Parte II"},"content":{"rendered":"
Capítulo III<\/p>\n

EN RUTA HACIA EL VOIAJENKAR<\/strong><\/div>\n

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El viaje no tuvo historia. Mis responsabilidades de jefe de la expedición me impidieron pasar todo el tiempo que hubiera querido con los demás, pero me satisfizo mucho ver que el espíritu de cuerpo [sic], tan importante en empresas como la nuestra, hacía de nuestro equipo una comunidad bien homogénea.<\/p>\n

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Es incuestionable la importancia del espíritu de equipo. Como dijo un día Totter: "Cuando uno se balancea desesperadamente al extremo de una cuerda de treinta metros, es importante saber que el hombre que se encuentra al otro extremo es un amigo<\/em>." Ha sido este estado de espíritu, mas que ninguna otra cosa, lo que nos ha permitido triunfar, y yo estaba encantado de verlo desarrollarse durante el viaje.<\/p>\n

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Divertidos incidentes vinieron a aliviar la monotonía de la travesía. Wish nos hizo reír al llegar una tarde a la cena con un ojo a la funerala. Había tropezado contra un cable de la embarcación. Y aquella misma tarde Burley ostentaba una mano vendada, pues se había lastimado la muñeca jugando al tenis. Los demás gozaban de excelente salud, a excepción de Prone, que fue el único en marearse.<\/p>\n

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Wish se afanaba en medio de sus instrumentos. Medía el punto de ebullición del agua según nuestros diversos termómetros, y llegó, después de varias lecturas, a fijar la altura del navío en cincuenta y un metros sobre el nivel del mar. Burley dijo que era absurdo, pero Wish hizo notar que, no siendo la tierra una esfera perfecta, sino más ancha por el ecuador que por los polos, este resultado concordaba con el estado actual de los conocimientos.<\/p>\n

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Shute rodó numerosas bobinas de film<\/em>; pero, por un desgraciado azar, las expuso a la luz tan bien, que no poseemos ninguna imagen de esta parte del viaje.<\/p>\n

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Constant descubrió, encantado, una familia yogistanesa y pasó largas horas en su compañía, perfeccionándose en esta lengua. Estas relaciones se interrumpieron brutalmente y de forma bastante extraña. Un día, Constant, aterrorizado, escaló, cuatro a cuatro, los escalones de la escalera, seguido de cerca por un oriental, pequeño pero robusto, que blandía un puñal. Una vez salvado, Constant explicó que había cometido un ligero error de pronunciación. Había querido expresar su admiración por la poesía del Yogistan. Desgraciadamente, la palabra yogistanesa para designar la poesía es idéntica a la que designa a la esposa; no difiere de ésta más que por una especie de borborigmo sobre la final. Incapaz, en el entusiasmo del momento, de emitir este borborigmo. Constant había vejado profundamente a su huésped, lo que había tenido las consecuencias que acabábamos de presenciar.<\/p>\n

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Un día se vio una ballena a estribor. Esto era, naturalmente, un acontecimiento muy interesante para todo el mundo, pero sobre todo para mí, pues eso me permitió tomar una decisión sobre el problema extremadamente importante del agrupamiento del equipo de asalto, problema en el que yo había largamente reflexionado. Debíamos atacar la montaña por grupos de dos hombres, que escalarían atado el uno al otro y que compartirían la misma tienda. Estimé indispensable reunir estos futuros compañeros lo más pronto posible, a fin de darles ocasión de eliminar toda diferencia susceptible de convertirse en causa de fricci6n entre ellos. Yo no había podido Llegar, sin embargo, a una decisión sobre este punto. Burley y Wish me habían parecido formar la pareja ideal en el espacio exiguo de una tienda de vivac, ya que el uno era grande y el otro pequeño; además, tenían cada uno una personalidad y unos intereses tan diferentes, que no había apenas lugar a temer entre ellos celos profesionales ni la monotonía en la conversación que engendra una demasiada similitud de ideas o preocupaciones. Shute y Jungle habían siempre manifestado un vivo interés cada uno por la especialidad del otro, y yo pensaba que sería una lástima separarlos. Shute, además, era antiguo alumno de Cambridge, mientras que Jungle lo había sido de Oxford, lo que ensancharía sus horizontes. Quedaban Constant y Prone, y su caso me preocupaba más; tanto el uno como el otro reunían la cortesía propia de sus profesiones, lo que amenazaba crear un clima un poco asfixiante en los estrechos límites de una tienda. Pero estaban en desacuerdo sobre tantos temas, que yo comenzaba a tranquilizarme, y el episodio de la ballena vino a disipar mis inquietudes. Mientras contemplábamos al enorme cetáceo, Constant declaró que se preguntaba lo que habría de cierto en la leyenda de Jonás. Prone respondió que una tal observación le sorprendía en boca de un hombre cultivado, y se apasionó tanto por la discusión, que hasta se olvidó de estar mareado. Prosiguieron la discusión durante el resto del viaje, y pronto se convirtieron en inseparables, lo que me alivió grandemente<\/p>\n

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Justamente antes de nuestra llegada al puerto recibí un mensaje por radio: A consecuencia de lamentable error, estoy Buenos Aires. Enviad cincuenta millones de peons.— Jungle.<\/em> <\/p>\n

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El viaje por tren no tuvo historia. Burley se mostró muy sensible al calor y Prone contrajo la malaria. Constant observó que habíamos hecho bien en llevar un médico con nosotros. Debo decir que Prone tomó a mal esta inocente observación y se mostró muy grosero con el pobre Constant; pero éste le perdonó generosamente, remitiendo la grosería al estado de salud de Prone. Constant se fue a la parte del tren reservada a los indígenas, a fin de mejorar sus conocimientos de la lengua; pero pronto estalló una riña, y él juzgó preferible retirarse. Los indígenas —explicó— eran verdaderamente de un natural amable y de una imperturbable dignidad, que no excluía una cierta alegría; pero se dejaban a veces irritar por naderías. Nosotros quisimos enterarnos de la naturaleza exacta de esta materia, pero Constant dijo que esto era difícil hacérselo comprender a un europeo.<\/p>\n

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Wish se pasó casi todo el viaje con un cronómetro en la mano: contaba los postes telegráficos, a fin de calcular la velocidad del tren. Esta se confesó ser de doscientos cuarenta y cinco kilómetros por hora, pero Wish estimaba que había que tener en cuenta un cierto margen de error para compensar las irregularidades en el espaciamiento de los postes. Burley comprobó sus cálculos y descubrió que la aguja del segundero se había parado. Este incidente nos divirtió mucho.<\/p>\n

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Nuestra llegada a Chaikhosi fue un gran acontecimiento, tanto para nosotros como para la población indígena. Constant había tomado las medidas necesarias para que tres mil portadores nos esperasen a la llegada del tren, a fin de evitar toda pérdida de tiempo. Cuando llegamos, nos quedamos bastante sorprendidos, y emocionados también, al ver que una muchedumbre inmensa, que se extendía hasta donde llegaban nuestras miradas, había venido a darnos la bienvenida. Nada más asomarnos por las ventanillas fuimos aclamados estruendosamente. Constant aprovecho la ocasión para informarnos acerca de la amabilidad de lo indígenas, lo que era uno de sus rasgos de carácter principales.<\/p>\n

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Apenas descendidos del tren, fuimos recibidos por un dignatario, que yo creí sería el clang<\/em> local, o jefe del poblado. Constant inició la conversación con él, en su tono más diplomático. Conversaron así varios minutos, y un espectador europeo hubiera podido cometer el error de concluir que se querellaban violentamente; pero yo me dije que esto sería, sin duda, el idioma del país.<\/p>\n

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Constant terminó por decimos que este hombre no era el clang<\/em>, sino el bang<\/em>, o jefe de los portadores, y que la multitud que nos rodeaba estaba compuesta de los portadores que él había contratado.<\/p>\n

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—Si quiere usted saber mi opinión —dijo Prone— hay muchos mas de tres mil.<\/p>\n

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Yo era de la misma opinión, pero Constant dijo que nadie había preguntado nada a Prone y que él estaba seguro de sus cifras.<\/p>\n

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—¿Por qué no interrogar a su amigo? —propuso Prone. Constant se entregó con el bang<\/em> a una nueva discusión, al término de la cual nos declaré que el hombre hablaba un dialecto oscuro y que parecía no conocer bien el yogistanés corriente.<\/p>\n

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—Bueno—dijo Prone—; no tenemos más que contarlos. Alineémoslos por filas de a diez.<\/p>\n

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Constant se volvió de nuevo al bang<\/em> y, después de mucho ruido y muchas gesticulaciones, nos explicó que no había en yogistanés ninguna expresión que significara filas de a diez, y que como este país ignoraba todo de la instrucción militar, era bastante difícil hacer comprender a un espíritu yogistanés lo que se entendía por alinear.<\/p>\n

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Yo dije entonces a Constant que íbamos a dejarle ajustar esta cuestión con el bang.<\/em> El convino en que era una buena idea, pues, sin duda, nuestra presencia ponía nervioso al pobre indígena.<\/p>\n

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En la estafeta de Correos me esperaba una sorpresa bajo la forma de una carta de Jungle. Había llegado por avión tres días antes y había partido en explorador para preparar el camino. <\/p>\n

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Pasamos en la sala de espera de la estación una noche muy incómoda y hambrienta, pues mientras que no se arreglara la situación con el bang<\/em>, no se podía proceder a la descarga de nuestro equipo, y en la ausencia de Constant no nos atrevíamos a aventurarnos en el hotel del poblado. Al alba volví al anden, donde Constant proseguía su discusión con el bang<\/em>. Nuestro amigo me explicó que, en yogistanés, la palabra que significa tres era idéntica a la que significaba treinta, con la diferencia de una especie de relincho en el medio. Era, evidentemente, imposible significar este relincho por telegrama, y el bang<\/em> había interpretado el mensaje como una demanda de treinta mil portadores. Los treinta mil hombres en cuestión hacían mucho ruido ante la estación, y Constant me dijo que ellos reclamaban comida y un mes de paga. Si rehusábamos, temía que nos robaran todo.<\/p>\n

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No había otro remedio que satisfacer sus exigencias. Se alimentó, pues, a los treinta mil portadores —al precio de muchos esfuerzos y de grandes gastos—, y tres días más tarde pudimos partir para nuestro viaje de ochocientos kilómetros con los tres mil hombres que habíamos escogido. Los trescientos setenta y cinco muchachos que completaban nuestros efectivos fueron reclutados sobre el lugar. Los muchachos no faltan en el Yogistán, y parece que sus madres están encantadas de deshacerse de ellos.<\/p>\n

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El viaje hasta el macizo del Khili-Khili se desarrolló sin incidentes. Seguimos una serie de ríos encajados en gargantas profundas, entre paredes abruptas que se elevaban hasta alturas de diez mil metros, y aún más.<\/p>\n

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Pasábamos, a veces, de un valle a otro por puertos situados a siete mil metros sobre el nivel del mar, para después ir por lechos de ríos a menos de cincuenta y un metros de altura.<\/p>\n

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Tan abruptas eran las pendientes de estos valles, que la vegetación pasaba de las especies tropicales a la flora ártica en una distancia de mil quinientos metros; es decir, que nuestros botánicos estaban en su elemento. Yo no soy naturalista, pero me esforcé en manifestar un interés comprensivo ante el trabajo de mis compañeros, animándoles a venir a mostrarme sus descubrimientos. Yo les debo los pocos conocimientos que poseo ahora en este dominio.<\/p>\n

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Las pendientes bajas estaban amenizadas por espesuras de facetias y persiflajes, entonces en plena floración, y la brisa traía sin cesar a nuestro olfato el perturbador aroma de las rodencias. La nostalgia, que florece en todas partes, excepto entre nosotros, se encontraba en abundancia, así como la universal gogueta. Más arriba, los sombríos parterres de sospechas y melancolías cedían la plaza a los últimos taludes herbosos ante las nieves eternas, donde no crecía nada, salvo, a veces, un excentricular solitario o una vanidad marchita.<\/p>\n

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La fauna tenía también con qué regalar al ojo. El chivo emisario estaba naturalmente muy extendido. A veces, en la noche, yo veía una sombra furtiva que Burley identificó como perteneciente a un patibulario tibetano. Una tarde, Shute, en el colmo de la excitación, me designó una criatura de aspecto poco animador, asegurándome que era un perro de aguas. Burley juró que no era un perro de aguas, sino un horror peludo; quizá había querido bromear. Burley tiene un sentido del humor bastante pobre. Me contó un día que él había sido seguido por una vaga sospecha, lo que era evidentemente absurdo.<\/p>\n

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Todos estábamos, no hay que decirlo, ávidos de ver al abominable hombre de las nieves, que ha hecho correr tanta tinta. Esta criatura fue vista por vez primera por Thudd en 1928, no lejos de la cima del TrahLalah. Thudd le describe como una criatura de apariencia humana, de unos dos metros diez de altura, cubierto de piel azul y con tres orejas. El hombre de las nieves emite un pequeño silbido y huye corriendo a una velocidad asombrosa. El segundo encuentro con el hombre de las nieves tuvo lugar cuando la expedición de reconocimiento emprendida en 1931 por los Bavarois hacia la barrera del Hi. En esta ocasión fue visto por tres miembros de la expedición a una altura de ocho mil metros; sus testimonios son bastante contradictorios, pero todos están de acuerdo en afirmar que la criatura llevaba un pantalón. En 1933, Orgrind y Stretcher descubrieron huellas de pasos sobre una pendiente nevada debajo del Youpala, y al año siguiente, Moodles oyó gruñidos a diez mil metros. Después, nada hasta 1946, fecha en la que Brewody tuvo la fortuna de ver al monstruo desde muy cerca. Según Brewody, no tenía pelos ni piel de ninguna clase, y se parecía a un ser humano de estatura normal. Llevaba un paño y hablaba sólo en rudistanés con un fuerte acento de Birmingham. Al ver a Brewody, el monstruo saltó sobre una roca y desapareció.<\/p>\n

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Tales eran los escasos informes recogidos hasta entonces, y nosotros sentíamos deseos de aportar a nuestra vez nuestra cosecha de informaciones. El más ansioso de entre nosotros era Wish, que alimentaba, quizá, la secreta esperanza de añadir el Eanthropus Wishi<\/em> al árbol genealógico de la familia humana. Wish pasaba largos ratos por encima del límite de las nieves eternas, examinando toda cosa susceptible de ser una huella de pie; pero aunque oyó gruñidos, silbidos, suspiros y borborigmos, no descubrió ningún indicio válido. Su entusiasmo se enfrió considerablemente cuando, después de haber seguido durante toda una semana las huellas de unos pasos sobre una vertiente de montaña muy escarpada, comprobó que era la pista trazada por un portador enviado por Burley.<\/p>\n

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Los portadores parecían poco entusiasmados. La montaña, para ellos, era la oficina. Habíamos convenido una jornada de ocho horas, por la cual recibiría cada uno cinco bohees (1 peseta 80 céntimos). Nada en el mundo podría persuadirles a trabajar más allá de esas ocho horas, a no ser el dinero. Cuando parábamos la marcha, se ponían en cuclillas en grupos, fumando un horrible tabaco llamado groku<\/em>. Tenían un aire en extremo avinagrado. Su aspecto contrastaba tanto con la descripción que de ellos nos había dado Constant, que me vi obligado a preguntarle discretamente. El me explic6 que tenían la costumbre de vivir por encima de los siete mil metros; sus cualidades no comenzaban a manifestarse mas que a esta altura. Me afirmó que irían mejorando a medida que fuéramos ascendiendo, y que a trece mil trescientos metros alcanzarían el summum de esa imperturbable dignidad que no excluía la alegría. Esto me alivio grandemente.<\/p>\n

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En su trabajo de portadores no había nada que reprocharles. A pesar de su pequeña talla —raros eran los que sobrepasaban el metro cincuenta—, eran casi tan anchos como altos y muy robustos. Cada uno de ellos llevaba una carga de cuatrocientos cincuenta kilos. No se podría encomiar demasiado a los portadores, sin los cuales la expedición hubiera conocido el fracaso.<\/p>\n

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De entre todos ellos destacaba el cocinero, un tal Pong. De estos tres mil bárbaros. Pong era, sin duda, el que tenía peor aspecto. Tenía el rostro extrañamente aplastado, como si se lo hubieran planchado. Su alma parecía haber sufrido el mismo proceso de aplastamiento. Su cocina reflejaba fielmente su carácter. Los platos más suculentos, extraídos de cajas de conservas, se convertían en sus manos en una especie de repugnante pasta de un marrón oscuro que había que comer con una cuchara sólida y que contenía los grumos más desagradables. El hecho de que hayamos sobrevivido a sus servicios constituye un verdadero triunfo del espíritu sobre la materia, pues todos sufrimos abominables indigestiones. Todos nuestros esfuerzos para apartarle de la cocina resultaron vanos. A la menor alusión que pudiera darle que pensar que no estábamos contentos de sus repugnantes servicios, entraba en una especie de frenesí y nos amenazaba con sus cuchillos.<\/p>\n

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El bang<\/em> no podía o no quería hacer nada. Quizá tenían leyes sindicales muy estrictas; fuera lo que fuese, tuvimos que acostumbramos a Pong. Y en nuestro ardor por atacar el Khili-Khili, entraba en gran parte el deseo, que pronto se convirtió en obsesión, de escapar a nuestro demoníaco cocinero. Mientras marchábamos, yo me complacía en ensoñaciones en las que Burley y yo, en nuestra tienda, nos cocinábamos deliciosas comidas, mientras que abajo, en el campamento de base, Pong se retorcía de despecho.<\/p>\n

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Atravesamos numerosos poblados, cuyos habitantes eran invariablemente desagradables y poco amables, salvo cuando Constant trataba de entrar en conversación, en cuyo caso su actitud se hacía francamente hostil. Nos explicó que no eran indígenas típicos, sino una clase degenerada de la población que, atraída por la vida fácil mas abajo de los siete mil metros, había terminado por desmoralizarse y por perder las cualidades fundamentales de su raza, a saber: la dignidad y la alegría. Yo podría hacer notar aquí que no encontramos ningún indicio de vida mas allá de los siete mil metros; pero, como dijo Constant, esto era debido al hecho de que nuestro itinerario no seguía las rutas comerciales.<\/p>\n

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Shute se dedicaba a filmar nuestro avance. Para hacer esto le era preciso partir antes, a fin de tener su cámara emplazada en el momento que llegáramos. Este plan, aparentemente sencillo, se reveló más difícil de poner en práctica de lo que nuestro amigo había pensado. Las tres primeras veces que probó a hacerlo no consiguió reunir todo su material antes de que lo hubiésemos alcanzado, y fue dándose mucha prisa como consiguió reembalarlo todo y alcanzamos antes de la noche.<\/p>\n

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Al día siguiente partió mucho antes que nosotros, y no lo volvimos a ver mas que a los dos días, por la mañana; llegó al campamento, vacilando sobre sus piernas, en el momento preciso en que nos disponíamos a partir. Al parecer, habíamos tomado caminos diferentes. Esto le ganó un día de retraso, pues juzgó necesario recuperar su sueño perdido. No nos alcanzó hasta la semana siguiente, y volvió a partir en seguida, velando toda la noche para estar seguro esta vez de no fallarnos. Filmó toda la caravana desfilando ante él y aclamándola al paso. Fue una lástima que en esta ocasión la cámara viera doble, lo que dio una sucesión de imágenes corridas. <\/p>\n

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Esperábamos de un día a otro encontramos con Jungle, aunque no hubiésemos visto ninguna huella de la pista que debía trazar para nosotros. Al vigésimo día fuimos abordados por un corredor que nos traía el mensaje siguiente: "Capturado por bandidos. Enviad rescate cincuenta millones de bohees. —Jungle. <\/em>"<\/p>\n

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Diez días mas tarde, otro corredor nos transmitió el mensaje siguiente: "Repito. Capturado por bandidos. Enviad rescate cincuenta millones de bohees. —Jungle. <\/em>" <\/p>\n

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Concluimos de esto que el primer mensajero se había alzado con el dinero. Después de maduras reflexiones, estimé que no podía conceder ninguna confianza a la honradez de estas gentes, y pedí a Prone, que estaba ya repuesto de su varicela, que acompañara al corredor. Diez días mas tarde se nos reunió Jungle, solo, y trayendo una demanda de rescate de cincuenta millones de bohees<\/em> para Prone.<\/p>\n

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Esto era ya demasiado. Decidí que las finanzas de la expedición no podían soportar tales exigencias. Envié, pues, un mensajero de confianza con este mensaje: “Desolado. Sin fondos. Pónganse en contacto con la Embajada.”<\/p>\n

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Diez días después. Prone regresaba con nosotros. Poco después de su captura por los bandidos había contraído una neumonía doble, complicada con coqueluche, y había dado tanta pena a sus carceleros, que estos le habían soltado. Estaba lamentable: sin afeitar, despeinado, la mirada fija, las ropas hechas jirones y las botas sin tacones.<\/p>\n

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Burley, que se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo en una litera llevada a hombros de los portadores, tratando de superar el agotamiento que sufría en estos valles, se despertó una tarde aullando. Había soñado que la expedición moría de hambre en el Khili-Khili. Reemprendió todos sus cálculos y los verifico minuciosamente. Sus temores estaban fundados. Agotado, sin duda, por el clima londinense, había olvidado prever los víveres para el viaje de regreso. Se había concentrado tanto sobre el gran objetivo: llevar dos hombres a la cima del Khili-Khili, que no había pensado en retirarlos de allí.<\/p>\n

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Esta era una de esas crisis que ponen a ruda prueba las cualidades de un jefe de expedición. Sin decir nada a los demás, lleve solo mi fardo durante toda una semana, buscando desesperadamente una solución. Forzoso me fue, al fin, revelar la gravedad de la situación a mis compañeros. Wish lanzó una mirada a Burley —me es grato pensar que aun en una crisis así uno de nosotros tuvo un pensamiento para el desgraciado responsable— y comenzó a escribir sobre la uña de su pulgar.<\/p>\n

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—La solución es bien sencilla —anunció—. No guarde mas que ciento cincuenta y tres portadores y diecinueve, de los ciento veinticinco muchachos. Las economías de víveres así realizadas nos permitirán salir del atolladero.<\/p>\n

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Este cálculo se reveló correcto. Se pidió a Constant tomara contacto con los portadores para anunciárselo. Durante ocho días, un clima de revuelta reino en la caravana, y Constant temía sin cesar por su vida. Finalmente, nos encontramos en la imposibilidad absoluta de alimentarlos un día mas, y debimos pagarles lo que pedían; es decir, demasiado. Nuestra única consolación era la esperanza de vernos desembarazados de Pong. Pero, no sé por qué razón, esto no fue posible. Constant dijo que se preguntaba a veces si el bang no tenía intereses sobre Pong, pero esto me pareció un punto de vista injustamente cínico de la situación.<\/p>\n

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Un mes más tarde nos encontrábamos en la cima del Voiajenkar, enfrente del macizo del Khili-Khili, la última posición de la Naturaleza que se había resistido hasta entonces al espíritu de conquista del hombre. La gran montaña se erguía majestuosa sobre un cielo sin nubes, inspirando el respeto en el corazón de las minúsculas criaturas que muy pronto iban a poner un pie presuntuoso sobre estas pendientes temibles. ¿Que pluma podría describir nuestros sentimientos mientras que desde la cima del Voiajenkar contemplábamos el macizo del Khili-Khili?<\/p>\n

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Abandonaré un momento a la expedición inmóvil en la cima del Voiajenkar, enfrente del Khili-Khili, a fin de describir la configuración de esta potente montaña y de evocar los acontecimientos que llevaron nuestra presencia a estos lugares.<\/p>\n

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El Khili-Khili fue descubierto por aviadores aliados durante la guerra.<\/p>\n

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Sus informes evaluaban la altitud de la cima entre diez y diecisiete mil metros. En 1947, una expedición de reconocimiento se personó en el Himalaya, conducida por Totter, con la misión de fijar el emplazamiento exacto de la montaña, de medir su altura y de estudiar las vías posibles de acceso a la cumbre. Diversas expediciones agregaron después mas informes, pero la nuestra marcó la primera tentativa seria de ascensión.<\/p>\n

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El macizo del Khili-Khili tiene la forma de una M invertida. La cima comprende dos picos: el Khili-Khili propiamente dicho y el GuiliGuili, que se encuentra un poco al oeste de la verdadera cumbre. Las estimaciones en cuanto a la altura del pico más elevado difieren considerablemente; pero, apoyándose sobre estas diferencias, se puede afirmar que la cima del Khili-Khili está a trece mil trescientos cincuenta metros sobre el nivel del mar.<\/p>\n

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La arista principal del macizo va del Norte al Sur; está interrumpida por la línea de partición de las aguas de dos ríos: el Agenda y el Enigma, que dividen el macizo en tres partes, separadas por gargantas de unos siete mil metros de profundidad. La verdadera cima esta situada en la parte central, y el GuiliGuili, aunque distante un poco más de seiscientos metros, esta separada de ella por la garganta del Enigma. De cada una de estas cimas una cresta desciende en la direcci6n Nordeste; estas dos líneas de cresta se unen para formar un col, el col Sur (8.300 metros). La cara norte del col Sur se une con el glaciar del Voiajenkar, que rodea la cara sudeste de la montaña antes de virar bruscamente hacia el Noroeste. Este glaciar da nacimiento al río Voiajenkar, que corre hacia el Norte después de haber franqueado la garganta del Agenda. La ultima rama de la M invertida es completada por la vertiente sur del valle del Voiajenkar, que corta la arista central del macizo a tres kilómetros alrededor al oeste de la cima propiamente dicha.<\/p>\n

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He aquí cuál era nuestro plan. El campamento de base sería establecido en lo alto del glaciar, a siete mil metros de altura. Pasaríamos algunos días allí para aclimatarnos. Durante este periodo haríamos un reconocimiento hasta la cara Norte, que lleva al col Sur. Instalaríamos un campo avanzado sobre el col, con un campamento intermediario a media altura de la ladera. De allí hasta la cima estableceríamos campamentos en los lugares más apropiados. Trataríamos de instalarlos a cada seiscientos metros a partir del campamento avanzado. El último —el número 7— se encontraría a trece mil metros, a trescientos cincuenta metros solamente debajo de la cima. En cada campamento serían dejados víveres para quince días, lo que nos dejaría un margen suficiente en caso de mal tiempo.<\/p>\n

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La gran cuestión era ésta: ¿la montaña cedería? En 1947, Totter había escrito: "La montaña es, ante todo, difícil —incluso severa—, pero cederá." Los reconocimientos posteriores habían planteado la cuestión de saber si la pared norte cedería, pero se había finalmente decidido por la afirmativa. El mismo Totter había resumido así la cuestión: "Con un buen espíritu de equipo y buenos portadores, la montaña cederá." Todo el mundo sabe hoy que, en efecto, ha cedido.<\/p>\n

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Pero desde la cima del Voiajenkar, donde nos encontrábamos, estabamos muy impresionados por la vista de este importante bastión que erguía su cabeza majestuosa sobre un cielo sin nubes. Fue Constant quien expresó los sentimientos de todos:<\/p>\n

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"Se diría una diosa desafiando a los que quieren posar un pie sacrílego sobre su altar virgen."<\/p>\n

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Un murmullo aprobador le respondió. En este instante nos sentimos muy poco a la altura de la enorme tarea que nos habíamos fijado, y yo dirigí una ferviente oración para pedir del Cielo me pudiera mostrar digno de las pruebas que nos esperaban. Nos quedamos allí hasta el momento en que la puesta de sol vino a florecer de capas rojas los campos de nieve de este potente bastión; la montaña se convirtió entonces en un cuadro que muy pocos ojos humanos habrán visto. Sin una palabra, descendimos, en la noche que caía, hacia nuestro campamento en el valle.<\/p>\n

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La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.<\/p>\n<\/td>\n

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