{"id":12306,"date":"2005-05-27T00:00:00","date_gmt":"2005-05-27T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12306"},"modified":"2005-05-25T00:00:00","modified_gmt":"2005-05-25T00:00:00","slug":"la_cueva_del_rio_la_venta_la_conexion_de_un_sueno","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2005\/la_cueva_del_rio_la_venta_la_conexion_de_un_sueno\/","title":{"rendered":"LA CUEVA DEL RÍO LA VENTA: LA CONEXIÓN DE UN SUEÑO"},"content":{"rendered":"
Por un lado, las dimensiones de las dos cuevas unidas se suman aritméticamente, dando lugar a una cueva mucho más larga; por otro lado, la historia exploratoria que, mientras sea más larga y sufrida, más confiere valor a esta suerte de acto final.. En particular, mientras más tiempo y esfuerzos se han dedicado a la búsqueda de la unión del pasaje de conexión, mayor es la emoción y la fuerza simbólica del momento en el cual se alcanza el resultado. Se trata de una verdadera suerte, de una iluminación que sucede pocas veces, y usualmente nunca en la vida de un espeleólogo. A mí me sucedió.<\/p>\n

Zona de la colonia López Mateos, 25 de noviembre de 1995. Por varios días estamos empeñados, sobre el altiplano, en la búsqueda de cuevas que puedan llevarnos a la Cueva del Río La Venta, el gran sistema subterráneo que encontramos en 1990, durante el primer descenso del cañón. Ese año una intuición nos llevó a un ingreso escondido entre la vegetación casi en el fondo de la garganta, una serie de amplias galerías, un río subterráneo que descendía en la oscuridad, un universo a explorar en subida hacia el alto. Desde entonces, todas las expediciones y campos subterráneos, las escaladas a veces riesgosas y el vagar a través de inmensos salones de derrumbes como las interminables topografías, no habían tenido otro fin que aquel de llegar arriba al inicio de todo, desembocando en la superficie a través de algún punto de absorción de las aguas en el centro del bosque. Hacerlo habría querido decir coronar un gran sueño exploratorio, convertir en realidad y cumplir la esencia misma del concepto de cueva y conectar la selva al fondo del cañón por medio de un extraordinario viaje subterráneo a lo largo de más de 12 km, por un desnivel de casi 400 m. Una de las mayores �travesías� de la Tierra.<\/p>\n

Pero las tentativas desde abajo se habían finalmente encontrado con un gran lago oscuro y un techo perdido en la oscuridad, simplemente inalcanzable. Así habíamos intensificado la búsqueda en lo alto, buscando encontrar el orificio correcto en la superficie y entrar en el sistema desde arriba, guiados por las topografías detalladas que habíamos realizado a lo largo de los años. Nada que hacer.<\/p>\n

El Túnel de Osmán, Sumidero I, Sótano del Quetzal, Cueva del Tigrillo y muchas otras cavidades parecían cada vez la correcta, posicionadas en el lugar exacto; pero el pasaje no existía. Lo mismo había pasado con la cueva Sumidero II del Río La Venta. Si era la más grande, aquella más similar por dimensiones y morfología a las galerías vistas por nosotros que esperaban más abajo, pero el pasaje no estaba. Los mapas, una vez puestos a punto en La Venta; casi sentíamos su perfume, pero no podíamos entrar. No había trazas de pasaje lógico alguno.<\/p>\n

Al segundo día de exploración estábamos desilusionados. La cueva era bellísima (la primera parte se llama �Sueño Blanco�), pero importaba poco. �Probablemente las topografías están equivocadas, y por mucho�, la duda rondaba siempre más insistentemente mientras descansábamos sudorosos sobre algún montón de piedras.<\/p>\n

Sin embargo yo me sentía inspirado, besado por aquellas fortuitas condiciones de hipersensibilidad que a veces te raptan la mente bajo tierra: había ya tenido un golpe de buena suerte encontrando una continuación sobre la cima de una colada calcítica, a través de la cual estaban un par de kilómetros de cueva grande y repleta de derrumbes; las habíamos sondeado uno por uno aquellos derrumbes, metiéndonos en todas las troneras. Nada. La corriente de aire, gran signo de unión, estaba y no: resultaban demasiado grandes los ambientes para percibirlo. Nada.<\/p>\n

Fue entonces que sucedió.<\/p>\n

Estábamos en el salón final, ocupado por una gran colina detrítica. Después de la enésima verificación mis compañeros se rinden y deciden regresar topografiando. Me dispongo a seguirlos, me encamino pensando que una vez que nos hayamos ido hacia abajo no regresará nadie por años: así funciona normalmente, figurémonos en lugares así de extremos y difíciles. Esta zona de la cueva se dará por explorada, fin del juego.<\/p>\n

Y entonces oigo mi voz que avisa a los amigos: �Hago un último intento, les alcanzo dentro de media hora como máximo.� Me lanzo en el gran derrumbe� Casi de inmediato una pequeña tronera entre dos piedras, de ancho de una decena de centímetros, sopla una ráfaga de aire en la cara: me detengo a evaluar. La corriente no es mucha, el trabajo de excavación por hacer es impresionante, diría que no vale la pena. Tal vez, incomprensiblemente decido dejar la mochila en las cercanías y proseguir el recorrido más ligero, como tratando de retardar la decisión final. Continúo. A veces procedo a gatas, otras escalo en sube y baja entre bloques enormes, pero por suerte suficientemente estables. Nada de nada.<\/p>\n

Después de unos veinte minutos estoy de nuevo fuera del derrumbe, bañado en sudor y cansado. Si no fuera por la mochila que he dejado, evitaría regresar y me iría con mis compañeros que ya se estarán preocupando. Sueño una cerveza fresca. Ahora del pequeño agujero sale más aire, no mucho pero significativo. Es grande como el puño de una mano, pero es la última oportunidad: siento que no debo, no puedo irme. Comienzo a golpear con el martillo y a hacer palanca sobre las piedras, pero la roca es compacta. Improvisadamente cede una gran astilla, el orificio se amplía y la piel se refresca por una ráfaga de aire más fuerte. Aumento mis esfuerzos y lentamente el pasaje cede, luego de una media hora tengo delante un hueco estrecho bajo el cual se entrevé un trecho vertical, un pocito. Aire fuerte, ahora.<\/p>\n

Los manuales y el sentido común enseñan que no se deben forzar pasajes en solitario, tanto más si los compañeros no tienen idea de dónde venir a buscarle a uno. Pero estoy en trance, como me ha sucedido sólo dos o tres veces en 25 años de andar por cuevas. Me siento seguro, lúcido, sólo el corazón palpita demasiado fuerte en la cabeza. Me quito el arnés y casco (el hueco es verdaderamente estrecho), desengancho el balón de acetileno (demasiado incómodo) e ingreso.<\/p>\n

Me filtro lentamente entre las rocas y alargo las piernas en el pocito. Recupero el casco con la luz eléctrica �esperamos a que no se queme la lamparita� comienzo a descender y después de algunos metros veo el fondo. �Es un pozo ciego, ¡maldición!�. Pero llegado abajo descubro una fisura vertical, estrecha, por la cual llega el aire. Me deslizo aún, casco en mano, no antes de haber mirado alrededor para recordar la vía de regreso. Un breve corredor, siempre más grande, aire fuerte y fresco sobre la cara, acelero el paso, el corazón en la cabeza� la oscuridad.<\/p>\n

Delante de mí, de repente, la oscuridad de un gran pozo. Vacío absoluto, aire, y a lo lejos el sordo ruido de un río subterráneo. Es ella, la cueva del Río La Venta, lo sé. El largo vuelo de una piedra dice que bastará descender 40 metros en vertical para tenerla. Apago la pequeña luz y me siento.<\/p>\n

Saboreo la fatiga y la felicidad, aún aquella que provocaré en mis compañeros de siempre. Me aparecen todos sus rostros allá abajo, que miran hacia arriba. �Hey, amigos, estoy aquí arriba! ¡Está hecho!�.<\/p>\n

Un sueño, el instante de un paisaje.<\/p>\n

Tomado de: Giovanni Badino, Alvise Belotti, Tullio Bernabei, Antonio De Vivo, Davide Domenico e Italo Giulivo (coordinadores). Río La Venta, tesoro de Chiapas<\/i>, 1999. páginas 100-101<\/p>\n

Reseña del libro Río La Venta, tesoro de Chiapas<\/i><\/b><\/a><\/div>\n

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¿Qué cosa quiere decir conectar dos cuevas? Encontrar el pasaje que permita desplazarse físicamente de una a la otra y demostrar que se trata de una sola cosa. Una operación aparentemente banal, si no fuera por una larga serie de factores que intervienen usualmente para convertirla en uno de los momentos más altos y simbólicamente importantes de toda la espeleología. <\/a><\/p>\n","protected":false},"author":1089,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1006],"tags":[],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-3cu","_links":{"self":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12306"}],"collection":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/1089"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=12306"}],"version-history":[{"count":0,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12306\/revisions"}],"wp:attachment":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=12306"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=12306"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=12306"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}