{"id":12227,"date":"2004-12-02T00:00:00","date_gmt":"2004-12-02T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12227"},"modified":"2004-12-02T00:00:00","modified_gmt":"2004-12-02T00:00:00","slug":"la_ruta_de_los_conquistadores","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2004\/la_ruta_de_los_conquistadores\/","title":{"rendered":"LA RUTA DE LOS CONQUISTADORES"},"content":{"rendered":"
11-nov-04.
Junta previa. Hotel Best Western, Jacó<\/b>
Por fin estoy en Jacó, de donde partirá la carrera. Muchos meses de esfuerzo y sacrificios van a ver su culminación el día de mañana. Nos hemos dado cita para esta competencia 344 competidores de muchos lugares del mundo, entre ellos diez mexicanos: Mauricio, Gerardo, Luis y Andrés, consumados ciclistas radicados en Querétaro, Fernando y Claudia, coequiperos de los Bike Adventure<\/i> y atletas sobresalientes ambos, Maricarmen, Manuel y Jesús, experimentados corredores de carreras de aventura y yo. El que varios compatriotas hayamos decidido enfrentar este reto me da confianza y ánimos.
La junta informativa se desarrolla en inglés toda, lo que me parece una falta de respeto hacia los competidores que no hablan ese idioma. Varios formulamos nuestras preguntas en español, pero Román Urbina, el director de La Ruta, nos responde en inglés. Entre otras cosas, nos dice que si bien el trayecto del primer día ha sido recortado unos 30 kilómetros, quedando en sólo 100, no por eso será más sencillo, al contrario. Quien termine la primera etapa tiene muy buenas posibilidades de completar toda la Ruta, pues se trata del trayecto más difícil de toda la competencia. Nos explica cómo serán los señalamientos, nos recuerda las horas de cierre de los puestos de control, y nos desea buena suerte.
Concluida la junta, salgo a probar mi bicicleta un par de kilómetros, voy a una farmacia a rellenar mi camel, ceno en el hotel en compañía de dos noruegos de alrededor de 50 años muy agradables, y me voy a acostar a eso de las 9 de la noche, repasando todos los detalles que las simpatiquísimas panameñas Paty y Malinka, y el colombiano Miguel nos platicaron durante la comida acerca de la competencia del año pasado.
12-nov-04- Jacó a San José<\/b>
Nos despiertan a las 3:30 de la mañana. Me levanto como rayo, me visto y salgo a desayunar algo de fruta, huevos, gallo pinto (arroz con frijoles) y jugo de naranja. Aunque la comida no entra bien a esa hora, todos sabemos que debemos cargar el tanque lo más que podamos, pues el día va a ser muy largo y una hipoglucemia es lo último que necesitamos. Concluido el desayuno y una vez hecho el check-out<\/i>, nos dirigimos a la línea de salida, a unos 500 mts. del hotel, y a eso de las 5:15 A.M., cuando ya hay suficiente luz para ver el piso, suena la sirena de arranque y empieza la competencia.
Comenzamos con unos cinco kilómetros de pavimento y terracería planos, excelentes para calentar las piernas. Mientras me encomiendo a Dios y le pido que todos salgamos bien de ésta, me rebasa un ciclista con una prótesis en una pierna de la rodilla para abajo. Sabía que en la Ruta encontraría a personajes de ese calibre, lo que no impide que la entereza de ese competidor me llene de admiración y respeto. El plano cede el paso a la primera de las interminables subidas que enfrentaremos, pedaleable por momentos, demasiado empinada y técnica en otros.
Después de alrededor de dos horas y media de hiking biking<\/i>, llego al primer puesto de control en Bijagual. A lo largo del recorrido los check-points<\/i> estuvieron siempre provistos de una muy buena cantidad de fruta fresca, galletas, panqués, sandwiches de atún, agua y gatorade. El staff siempre alegre y dispuesto a ayudar, no cabe duda que los ticos son gente fantástica.<\/p>\n
Salí del puesto con rumbo a Surtubal, con el calor empezando a pegar fuerte, y comenzó entonces la temida parte del lodo: subidas y bajadas interminables en medio de la selva, con un lodo arcilloso del tipo que se encuentra en Chiluca, en donde pedalear era imposible, no quedando más remedio que echar la bici al lomo, y cargarla durante horas.
Cruzamos muchos ríos, lo que me permitió lavar la cadena y el desviador, así como empaparme de pies a cabeza para bajar un poco mi temperatura corporal, que subía peligrosamente y me hacía temer un golpe de calor. Lo único que hizo más llevadero este tramo fue la compañía de otros ciclistas, siempre dispuestos a platicar, a contar cómo se rueda en sus países, a decir una palabra de aliento cuando hacía falta.
Cuando se podía pedalear un poco, aprovechaba para contemplar la magnífica vegetación selvática que me rodeaba, sintiéndome agradecida por tener la oportunidad de estar ahí, en medio de la selva costarricense, viviendo una aventura memorable.
Llegué a muy buen tiempo al siguiente puesto de control, en donde Karen, una ciclista de 50 años, enfermera de profesión, madre de dos hijos, y quien invariablemente me ganó los tres días (una de tantas lecciones), me regaló unas e-caps<\/i> para prevenir la deshidratación y los calambres, y continuamos el camino, bajo un sol fuertísimo, para seguir trepando en el lodo, las piedras y cruzando más ríos.
Llegué al último puesto de control veinte minutos antes de que lo cerraran. Los miembros del staff me aseguraron que ya no tenía que preocuparme, que lo que seguía eran nueve kms. de subida, seis de bajada y habría llegado a la meta. Con esa idea en mente me relajé y comencé a pedalear feliz de la vida.
Pasaron los nueve kms., luego diez, luego once y yo no veía que la subida se terminara. De repente, aparece un organizador montado en una cuatrimoto y me dice �Te faltan tres kms. para llegar a la cima de este monte. Si no estás ahí a las 4:30 P.M., voy a sacarte de la carrera. Te quedan veinte minutos�.
¡Dios mío, no puede ser! ¡Acababan de decirme que ya no había por qué preocuparme! ¡Las distancias que me indicaron en el check-point<\/i> son incorrectas! ¡Tengo sólo veinte minutos y esta subida está muy empinada!
Me doy cuenta que mis posibilidades de terminar la carrera se están esfumando. Y quien sabe de donde saco fuerzas y me pongo a pedalear como loca. Bloqueo cualquier pensamiento de desaliento y me concentro en subir lo más rápido posible, en no dejarme vencer, en luchar hasta el final. Y lo logro, llegando a la cima ningún organizador intenta detenerme y comienzo a bajar a toda velocidad por un camino de pavimento. Secretamente albergo la esperanza de que esta bajada me lleve derecho a la meta. Sí, como no. Se me olvida que ésta es la carrera de bici de montaña más dura del mundo.
El camino de repente se desvía a una single track<\/i> de piedra que sube y sube y sube. Encuentro a un pobre gringo tirado en el piso, víctima de calambres y sumamente enojado (a los organizadores deben de haberles zumbado las orejas en ese momento). El single track, después de un buen rato, empieza a bajar y no le veo el fin. Tan cansada como estoy de seguro en cualquier momento me caigo pues mis reflejos ya no son los de diez horas antes. Pero finalmente salgo a una calle pavimentada que sube y baja. Me recibe un atardecer en el que el sol es un enorme disco anaranjado a punto de esconderse tras las montañas, y una parvada de aves blancas empieza a dar vueltas, seguramente buscando sus nidos, en medio de un gran silencio. El espectáculo, la certeza de que ahora sí estoy cerca de la meta, que voy a terminar el primer día, el más duro de todos, me colma de felicidad.
Unos metros más y por fin alcanzo la meta. Once horas cincuenta y dos minutos de esfuerzo. Soy de las últimas en completar el día, pero no me importa, la satisfacción es enorme. Como algo, me formo para un masaje, salimos en autobús rumbo a San José, cenamos como náufragos en el restaurante del hotel, compartiendo anécdotas y escuchando las historias que tiene que contar un ciclista profesional peruano que hizo el recorrido en seis horas y se ve fresco como una lechuga, y nos vamos a descansar a eso de las nueve de la noche.
De los diez mexicanos que comenzamos, ocho logramos completar este día. El desempeño de mis amigos queretanos, de Fernando y Claudia, y de Jesús, un auténtico ejemplo a seguir, ha sido espléndido. Un día redondo, no cabe duda.<\/p>\n
13-nov-04.
San José a Turrialba (96 kms.)<\/b>
La ruta de este día consistirá en una subida de alrededor de 50 kms. partiendo de 1,200 msnm. y hasta alcanzar los 2,900 msnm. en el volcán Irazú, alrededor de 12 kms. de camino mayormente plano y de bajada con piedra suelta cruzando hacia el volcán Turrialba, y cerca de 35 kms. de una bajada constante y sumamente técnica en algunos tramos, que nos llevará a la meta en la ciudad de Turrialba. El descenso está lejos de ser mi especialidad, por lo que anticipo un final del día sumamente difícil, peor aún si el pronóstico meteorológico se cumple y el clima se torna frío y lluvioso al alcanzar la cima y durante el descenso.
La llamada telefónica del servicio de despertador del hotel suena a las cuatro de la mañana. El esfuerzo del día anterior ha dejado su huella en mí, pero mi cuerpo sabe que no puede darse el lujo de sentirse agotado, pues la competencia está aún lejos de haber terminado.
El menú del desayuno consiste nuevamente en fruta, huevos, gallo pinto y café. El autobús que supuestamente pasaría por nosotros al cuarto para las seis para llevarnos al punto de partida hace su arribo hasta pasadas las seis de la mañana. Llegando, comienzo a buscar frenéticamente a mi adorada F-700 entre los montones de bicicletas que el servicio mecánico se llevó un día antes para lavar, lubricar y reparar y que tiene formadas a lo largo de un par de calles. La encuentro después de varios minutos y la monto para probarla. Todo está en orden.
Mientras esperamos el momento de la salida, que se retrasó una hora (hasta las siete de la mañana), el tiempo se nos va en comentar los incidentes del día anterior, felicitarnos por haber logrado terminarlo, hacer un par de bromas y desearnos buena suerte. La calle es una auténtica fiesta multicolor, repleta con más de 300 ciclistas vestidos con vistosos uniformes. Se le alegra a uno el corazón nada más de vernos a todos juntos.
Finalmente suena la sirena de arranque y salimos todos disparados por las calles de San José. No parece que se hayan realizado muchos cortes a la circulación, por lo que de repente no queda más remedio que ir sorteando a los coches. Menos mal que he aprendido a hacerlo en los paseos domingueros del Gato…
Alcanzamos después de un rato las faldas del volcán Turrialba y empiezan 50 kms. de subida, en su mayoría en asfalto o terreno bastante pedaleable, y con una pendiente por momentos francamente muy inclinada. Mis piernas por fin se han calentado, y el pedaleo fluye sin dificultades.
Llego al primer puesto de control y constato que si bien la hora de salida se retrasó una hora, los tiempos de cierre en los check-points<\/i> se han corrido sólo treinta y cinco minutos. Comienza la presión. Como algo, lleno mi camel<\/i>, bebo un Red Bull<\/i> y salgo en pos del siguiente puesto. Yendo totalmente en contra de los pronósticos, el sol brilla radiante, y si bien por momentos llega a calar, es un alivio sentirlo, pues eso quiere decir que no haremos el descenso en medio de una tormenta. ¡Menos mal, una preocupación menos!
A eso de 2,500 msnm alcanzo a un par de ciclistas panameños muy fuertes que no tienen más remedio que ir caminando pues están acostumbrados a pedalear a nivel del mar y la altitud los ha hecho sentirse mal. Recuerdo entonces que en la Ciudad de México los lugares para rodar están siempre a no menos de 2,500 msnm. y de repente me siento muy afortunada…<\/p>\n
Al llegar al penúltimo puesto de control, un estadounidense que hizo el último trayecto del día anterior conmigo me avisa que tenemos cinco minutos para salir de ese check-point<\/i>, que está a punto de cerrarse. Me salgo de mis casillas y me quejo con el juez, pues no me parece justo que no retrasen las horas de cierre en la misma medida en la que retrasaron la salida. Recibo cualquier explicación y decido no perder más el tiempo y seguir mi camino. La subida ha concluido, y comienza el cruce del volcán Irazú al Turrialba, por un camino algo técnico de piedra suelta, bajada y una que otra subida. Me concentro en avanzar lo más rápido posible, y afortunadamente alcanzo el check-point<\/i> cuarenta y cinco minutos antes de que lo cierren.
Sin detenerme más que para una escala técnica, continuo mi camino y comienza la pesadilla del descenso. A las primeras de cambio me caigo y vuelvo a torcerme el tobillo que todo el año me ha dado problemas. El dolor es francamente fuerte, así es que tomo dos anti-inflamatorios y Carlos, un tico sensacional que todo el camino durante los tres días fue echándome porras y arreando a su hermano, me unta en el tobillo una pomada maravillosa que en cuestión de minutos me quita el dolor. Es una lástima que haya olvidado pedirle el nombre, el efecto fue rapidísimo y muy efectivo.
Los golpes normalmente me bajan la pila, así es que decido no arriesgarme más y me resigno a hacer toda la sección técnica del down hill<\/i> caminando. Las piedras son enormes, no me cabe en la cabeza que alguien haya podido bajar por ahí, aunque sé bien que muchos lo hicieron. Me acuerdo de mis amigos queretanos, auténticos kamikazes<\/i>. Imagino cómo deben de haber disfrutado este trayecto y comienzo a sentir una envidia tremenda.
Las piedras enormes ceden el paso a piedras sueltas menos grandes, el camino va haciendo eses mientras sigue bajando entre casitas de madera envueltas por la niebla, un poco como las que pueden encontrarse en la zona del Cofre de Perote, y me animo a subirme a la bici. Pero no me atrevo a soltar los frenos lo suficiente como para que la bici pase rápido los obstáculos, que es la manera correcta de descender en ese tipo de terrenos, así que los impactos en las manos y los hombros son fuertes y constantes. Tengo que detenerme varias veces para que las manos se desentuman. Hay momentos en que verdaderamente ya nos las siento. El estrés es tal que llega un momento en que tengo que hacer un alto en el camino y darme un par de minutos para calmarme.
Afortunadamente, como todo en la vida, los momentos difíciles en algún momento quedan atrás, y las piedras sueltas terminan por fin. Sigue una larga bajada de terracería en medio de cafetales, en la que me encuentro con Karen y Kevin, un neozelandés radicado en San Francisco sumamente gentil amigo de Karen. Seguimos bajando, ambos se me adelantan y, finalmente, cuando comienza a caer la noche, llego por fin a la meta, después de diez intensas horas de subidas y bajadas.
Un día muy estresante sin duda, que gracias a Dios terminó bien. La rutina en el hotel es la misma, un baño reparador, una cena copiosa, esta vez en compañía de Diego, un colombiano que el año pasado ganó el segundo lugar de la Ruta, con un palmarés impresionante, campeón panamericano, centroamericano, sudamericano, etc., etc., y que me asegura que de todas las competencias que ha hecho, no hay una más dura que La Ruta de los Conquistadores. No lo dudo.<\/p>\n
14-nov-04.
Turrialba a Puerto Limón (150 kms.)<\/b>
De mucha cabeza. Sin duda así iba a ser este día. El más largo en kilometraje de los tres, y de ninguna manera el más fácil. Comenzaría con mucha subida en pavimento, terracería y caminos con piedra suelta bajo un sol infernal. Seguirían subidas y bajadas en pavimento, que darían paso a interminables caminos planos de piedra en medio de platanares, para rematar con las temibles vías del tren acerca de las cuales había oído historias muy poco agradables: alrededor de diez kilómetros de ellas en medio de cañaverales, en donde la única opción para pedalear sería en su interior, rebotando a cada pedalazo sobre los durmientes y las piedras que rellenaban el espacio entre cada uno de ellos. Todo esto aderezado por varios cruces de puentes para el ferrocarril, en donde a través de los espacios que separan a cada durmiente observaríamos los cerca de diez metros de vacío que nos separarían de caudalosos ríos. Para rematar, varios kilómetros de camino de arena bordeando la playa, inundados en varios tramos por las tormentas que habían azotado la zona días antes. De mucha cabeza, no cabe duda.
El despertador sonó un poquito más tarde esta vez, al cuarto para las cinco. Cathy, mi compañera de habitación y yo, nos reímos la una de la otra al vernos la cara de cansancio. Pero ni hablar, no había más remedio que levantarse porque a eso habíamos venido y a como diera lugar íbamos a terminar esta competencia. El primer día mis expectativas no iban más allá de aguantar lo más posible cada día, pero ahora me había dado cuenta de que podía terminar La Ruta y lo estaba deseando con toda el alma.
El desayuno entró esta vez con muchos trabajos. Por alguna razón, conforme el cansancio aumenta, alimentarse se vuelve cada vez más difícil. Una vez que el autobús nos hubo depositado en el punto de partida y hube recuperado mi bicicleta, me di a la tarea de encontrar a mis compatriotas para saber qué tal les había ido. Un excelente balance. Tal y como me lo imaginaba, a mis amigos queretanos el down hill<\/i> de un día antes los fascinó, Andrés se sentía en su medio natural, ahora entiendo por qué le apodan �La Cabra�. En mi opinión, lo más destacado fue el tiempazo que hizo Claudia, que dejó a todos pasmados. Nuevamente ocho habíamos concluido la prueba. Y estábamos listos para dar la pelea el último día.<\/p>\n
Sonó la sirena y arrancamos. A subir se ha dicho, por pavimento, con mucho calor. A mi cuerpo �esta vez sí� le costó mucho trabajo agarrar ritmo. Además, no me había informado adecuadamente de cuánto duraría la subida, por lo que no atinaba a escoger un paso que me permitiera administrarme adecuadamente. Salimos del pavimento y entramos a caminos de terracería que subían la mayor parte del tiempo. Repentinamente, después de haber cruzado un río, volví a montar y el asiento hizo un ruido muy raro: el tubo que lo unía al poste se había roto.
¡Vaya contrariedad! Por mi cabeza volaron muchas ideas: ¿Cuánto faltará para el siguiente puesto de control? ¿Estarán ahí los del servicio? ¿Tendrán un asiento de repuesto? ¿Si no lo tienen podrán reparar el mío? ¿Y si le compro a algún lugareño su asiento? ¿Aguantará el asiento hasta el siguiente puesto? ¿Llegaré a tiempo? ¡Qué problema!
Karen y Kevin estaban cerca y Kevin, un experto mecánico en opinión de Karen, muy amablemente se ofreció a tratar de arreglar mi asiento. Se lo agradecí muchísimo, pero le dije que prefería esperar a llegar al puesto de control o a que mi asiento tronara definitivamente. Me apenaba mucho la idea de retrasarlos. Así es que continuamos trepando por caminos de piedra que a mí se me hicieron interminables, preocupada como estaba de que mi asiento no resistiera y tronara en cualquier momento.
Gracias a Dios el asiento aguantó, y llegando al check-point<\/i> me apresuré a pedir ayudar a los chicos del servicio mecánico. No tenían un asiento de repuesto, pero lograron arreglar el mío. Les di las más encarecidas gracias y continué mi camino.
Recuerdo vagamente que el trayecto entre ese puesto de control y el siguiente consistió en columpios y varias subidas de terracería y piedra suelta muy empinadas. Lo que sí recuerdo muy claramente es que al llegar el juez me dijo que tenía tres horas para llegar al siguiente check-point<\/i>, que faltaban 40 kms. y que podía lograrlo, pero tenía que echarle muchas ganas.
¡A darle! Afortunadamente hubo un muy buen tramo de bajada en pavimento que me ayudó a ganar terreno. Comenzó a caer una lluvia bastante fuerte que bajó considerablemente la temperatura. Ya no pensaba en comer, en beber, en si estaba cansada o no. Sólo había una idea en mi mente: pedalear lo más rápido posible, no detenerme, concentrarme y luchar hasta el final. No sabía si llegaría o no, pero iba a intentarlo con toda la fuerza de mi cuerpo y de mi corazón.
Y lo logré. Llegué a las dos horas y cinco minutos. Esta vez me quedaban dos horas para llegar al último puesto de control, a veinte kilómetros de distancia. El tiempo sonaba sobrado, pero caí en la cuenta de que todavía me faltaba el tramo de los caminos de piedra y de las infames vías. Ni hablar, comí algo a toda prisa y salí en pos de esa parte.
Vinieron primero cinco kilómetros de pavimento plano, una delicia que lamentablemente terminó demasiado pronto, y en su lugar comenzaron los caminos de piedra, flanqueados por platanares, largos como la Cuaresma, interminables. Un par de cruces de puentes del tren, en donde los lugareños ofrecían su ayuda, misma que los organizadores nos habían recomendado que rechazáramos. El año pasado en esa zona se robaron una bicicleta.
<\/p>\n
Cuando acabamos de rebotar sobre las piedras, comenzamos a rebotar sobre los durmientes de las vías del tren durante un buen número de kilómetros. Había que pedalear con cuidado, porque el terreno estaba mojado y algún resbalón provocaría una dolorosa caída contra los rieles. Hicimos, si mal no recuerdo, tres cruces de río bastante imponentes. Los durmientes mojados, algunos en no muy buen estado, los ríos corriendo más abajo, demasiado parecidos al que cruzamos el primer día en el autobús que nos llevó a Jacó, con cocodrilos asoleándose en las orillas (la mente le juega a uno malas pasadas en este tipo de situaciones… la verdad es que no vi ningún cocodrilo al cruzar esos puentes). En cierto punto unos trabajadores me ofrecieron ayuda y sin pensarlo dos veces la acepté, no me importaba que se robaran la bici, mientras me sacaran de ese pedazo particularmente comprometido se las regalaba yo misma…
Se acabaron los puentes, siguieron las vías, perdiéndose en el horizonte, mientras el tiempo avanzaba, inexorable. La posibilidad de no lograr llegar a tiempo se hacía cada vez más real, y mientras una parte de mí empezaba a tratar de convencerse de que dos días de tres en esta competencia tan fuerte serían muy buenos, otra parte se empecinaba en seguir luchando, en no rendirse. Así estaba, metida en mis pensamientos, hablando conmigo misma, cuando al ruido de mi bici rebotando sobre las piedras se sobrepuso un ruido diferente, como el del viento soplando, o del agua corriendo �Otro río por cruzar�, pensé. Pero no, al voltear hacia mi izquierda vi al mar.
Se hizo el silencio en mi cabeza. Lo comprendí todo de golpe. Ese mar era el Caribe y verlo significaba que acababa de atravesar el país. Lo había logrado. De costa a costa en tres días. Llegar al puesto de control a tiempo, a la meta incluso, ya no tenía la menor importancia. Lo había logrado. Yo sola, sobre mi bicicleta. No, no es cierto, no lo hice sola. Dice Paulo Coelho que �cuando deseas algo con toda el alma, el universo entero conspira para que lo logres�. En ese momento no tuve la menor duda, así había sido, el universo entero me había ayudado.
Llegué al último puesto de control exactamente en el minuto en el que el plazo para hacerlo expiraba. El staff como siempre de muy buen talante me felicitó y me dijo que me faltaban los últimos diez kilómetros. Un camino de arena bordeando a la playa bastante inundado. De verdad que no hubo una sola parte sencilla en esta competencia, ni siquiera el último tramo. Pero de una manera u otra salió, en medio del buen humor de todos los que en ese momento lo recorríamos, felices por estar a punto de llegar. �ramos los últimos en llegar, pero no nos importaba. La satisfacción era demasiada.
Alcancé por fin la meta. Me felicitaron, pedí mi medalla y no hubo tiempo para festejos, porque había que encontrar la maleta, encargar la bicicleta al servicio mecánico, resolver el asunto del regreso a San José, lavarse los kilos de mugre y comer algo para reponer las fuerzas. Vi a Fernando y a Claudia, nos felicitamos de todo corazón, me despedí de Karen y Kevin a quienes espero volver a ver algún día, y en el corazón me despedí de todas esas sensacionales personas que conocí a lo largo de los tres días que acababan de terminar y que no volveré a ver nunca, con quienes pude conversar un rato o tal vez crucé apenas un par de palabras, pero que dejaron en mi una huella indeleble al compartir esta aventura conmigo, que no olvidaré jamás.<\/div>\n
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La Ruta de los Conquistadores<\/i> es una competencia de bicicleta de montaña de alrededor de 360 kms, con un desnivel acumulado de más de 8,000 mts., y una duración de tres días, durante los cuales se atraviesa todo Costa Rica, partiendo del Océano Pacífico y llegando al Mar Caribe. Se siguen los pasos de los conquistadores españoles que siglos antes recorrieron ese trayecto, de ahí su nombre. La Ruta está considerada como uno de los eventos atléticos más difíciles del mundo. <\/a><\/p>\n","protected":false},"author":1196,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1013],"tags":[],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-3bd","_links":{"self":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12227"}],"collection":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/1196"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=12227"}],"version-history":[{"count":0,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12227\/revisions"}],"wp:attachment":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=12227"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=12227"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=12227"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}