{"id":12039,"date":"2004-02-15T00:00:00","date_gmt":"2004-02-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12039"},"modified":"2004-02-04T00:00:00","modified_gmt":"2004-02-04T00:00:00","slug":"recorrido_por_la_sierra_tarahumara","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2004\/recorrido_por_la_sierra_tarahumara\/","title":{"rendered":"Recorrido por la Sierra Tarahumara"},"content":{"rendered":"
DEFINIENDO UN PLAN<\/strong><\/p>\n

Apenas pasada la noche de navidad salimos de la Reserva El Pinacate en el Estado de Sonora Carlos Rangel, Nancy Arizpe, Alfredo Salas, Marco Antonio Cruz, Karel Zapfe, Roberto Rocha y yo, con la idea algunos de conocer algo más de las tierras del norte antes de regresar al centro del país. Los 2,200 kilómetros que nos separaban de la Ciudad de México justifican nuestra idea de seguir adelante.<\/p>\n

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\"\"La idea de explorar la Isla Tiburón, la más grande de México con una superficie de 120,800 Has, habitada por los seris, una de las comunidades indígenas más fuertes que sobrevivió a la esclavitud del territorio mexicano, era en sí misma atrayente y se me había convertido en una obsesión desde que la escuché nombrar. La entrada a esta Reserva está muy limitada por el permiso que los indios otorgan, pero con suerte se podría conseguir pero no queríamos arriesgarnos a no quedarnos en tierra firme por falta de este permiso. A esto se sumaba que no podíamos asegurar un transporte fiable de ida y vuelta para cruzar el Estrecho del Infiernillo, el que separa a la Isla de las costas de Sonora, por lo que optamos por dejar para una próxima ocasión este rumbo.<\/p>\n

Tomamos el mapa de México, y observando hacia el Norte nos topamos con el Parque Nacional de las Barrancas del Cobre, ubicado en la Sierra Madre Occidental, en el Estado de Chihuahua. Pensar en montañas de gran altura con profundos abismos por los que corren ríos y arroyos entre pequeños valles, como nos lo había descrito Carlos, era muy llamativo, sobre todo después de salir de las planicies y sequedad del Desierto de Altar.<\/p>\n

Fue entonces nuestro siguiente plan el cruzar a pie desde el cañón del Río Urique hasta el Río Batopilas, por dos barrancas principales: Urique y Batopilas, las más famosas, en todo el centro de la Sierra, transitando por el llamado “Camino Real”.<\/p>\n

Llegando a Hermosillo (Sonora) algunos compañeros de la excursión regresaron a la Ciudad de México. Nos quedamos Karel, Alfredo, Roberto y yo. Desafortunadamente Roberto sólo nos acompañaría una parte del tiempo pues debía regresar con su familia antes de terminar el año. <\/p>\n

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HACIA LA BARRANCA DEL COBRE<\/strong> <\/p>\n

La Barranca del Cobre es una maravilla natural que hace parte del sistema de barrancas de la Sierra Tarahumara, donde también se cuentan las barrancas de Batopilas, Munérachi y Güérachi. Desde 1961 el Chepe (el Ferrocarril Chihuahua al Pacífico) se interna diariamente entre los majestuosos paisajes de esta Sierra Madre en un recorrido que une al árido interior del norte de México con la costa del Pacífico.<\/p>\n

Este viaje es uno de los trayectos de tren más importantes del mundo y una de las obras de ingeniería más impresionantes, con 656 km de vías, 86 túneles y 37 puentes. Pero más impactante aún es el desnivel que supera el tren en su recorrido, pues inicia en Los Mochis a 200 msnm y alcanza su cota máxima en la población de Creel a 2,200 metros para luego descender a la ciudad de Chihuahua en los 1,600. Y de regreso al siguiente día.<\/p>\n

En las Barrancas habitan cerca de 50,000 indígenas tarahumaras en varias comunidades que mantienen vivas sus tradiciones en parte a lo inaccesible de estas tierras. Encontrarnos y convivir con tarahumares era algo que nos llamaba la atención y que esperábamos lograr a lo largo del camino. <\/p><\/div>\n

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\"\"EL “CHEPE”<\/strong><\/p>\n

 El 27 de diciembre abordamos el Chepe rumbo a Bahuichivo, una de las estaciones del tren ubicada a algo más de nueve horas de Los Mochis. Dejábamos atrás el agradable clima y los cañadulzales de Sinaloa para internarnos en los cañones de la Sierra Madre en Chihuahua. El recorrido fue todo un espectáculo. Por momentos el tren aceleraba, pero en general su lenta marcha permitía contemplar muy bien el paisaje y lograr unas buenas fotografías.<\/p>\n

Una vez instalados en el tren no podíamos esperar a que se moviera de una vez por todas. Pero cuando se movió, lo hizo tan lentamente que parecía que caminando seríamos más rápidos. Esa mañana pasamos por los campos verdes de los valles de Sinaloa. Estábamos llenos de emoción y nerviosismo, pero felices de ver lo que nos esperaba, esos paisajes y nuestra travesía.<\/p>\n

\"\"La mayor parte del tiempo la pasamos en la parte abierta que une los vagones, sintiendo el viento, platicando entre nosotros y viendo el paisaje. El tren aumentó la marcha y con eso el paisaje cambió y empezamos a ver las montañas. El paisaje seguía siendo muy seco, pero los puentes y los túneles eran increíbles. Una y otra vez nos preguntamos cómo era posible que el tren pasara por ahí. El Chepe se detenía en estaciones en donde sólo parecía haber tres casas en medio de las montañas. <\/p>\n

Pareciera que vivieran aislados del mundo y que lo único que los conectaba era el tren en el que íbamos. Y por fin lo que estábamos esperando: la vegetación cambió y ahora sí estábamos viendo los verdes bosques. Pero el gusto duró poco pues al poco rato el tren llegó a Bahuichivo. Ahí nos teníamos que bajar, así que nos despedimos de Roberto, quien seguiría en el tren hasta Creel. Un fuerte abrazo y le deseamos lo mejor.<\/em><\/p>\n

\"\"COMIENZO DE LA TRAVESÍA<\/strong> <\/p>\n

Ese día llegamos hasta el poblado de Cerocahui donde nos alojamos en un modesto pero confortable hotel. Conseguir de cenar ese día fue imposible, parecía un pueblo fantasma pues la población se había trasladado a la boda que se celebraba en Bahuichivo de la que, desafortunadamente, no supimos antes. <\/p>\n

Cerocahui es un pueblito muy chiquito en medio de la sierra muy bonito con un pequeño quiosco y una iglesia de solo una torre, que parecía una vieja abadía Europea.<\/em> <\/p>\n

Como es tradicional en la provincia, el tiempo y el espacio nunca tienen la misma dimensión entre los que allí habitan y los que sólo la visitan. Era 28 de diciembre, y tal vez nos sonó a broma cuando nos dijeron que el recorrido entre Urique y Batopilas se podía cubrir en siete horas a caballo. Una camioneta nos acercó a un sitio conocido como La Mesa de Arturo, para lo cual se había tomado 20 minutos, que bien hubieran podido ser dos horas a nuestro paso. <\/p>\n

Luego seguimos a pie en nuestro propósito de cubrir en dos horas lo que nos restaba de camino. Llegamos a uno de los puntos más altos de la carretera a 2,400 msnm, donde se divisaban los majestuosos cañones por donde atraviesa el Río Urique. <\/p>\n

…una vez que llegamos al mirador. La vista fue de película, de hecho yo no recordaba una vista así desde mi visita al Gran Cañón del Colorado. Pero lo que más me impresionó fue una montaña que estaba a la mitad de lo que podíamos ver de la barranca de Urique. Esta montaña parecía una gran pirámide en medio del cañón. Todos disfrutamos muchísimo esa vista durante la bajada. Y empezamos a comprender en qué expedición nos habíamos metido.<\/p>\n

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Allí afortunadamente otra camioneta, nos bajó por toda la Barranca hasta el pueblo de Urique, a 700 msnm y se había gastado más de dos horas, dada la cantidad de curvas y precipicios de la vía. No quisimos imaginar cuánto tiempo hubiéramos tardado en descender a pie, pero seguramente nos hubiera tomado un día más de excursión. <\/p>\n

De Guapalainas, un pequeño caserío posterior a Urique, llegamos a Las Lajas donde se termina la carretera y empieza la vereda que habríamos de seguir los siguientes días. Una plática, a manera de interrogatorio con la gente que iba en la camioneta, nos detuvo por un momento. Luego de algunas recomendaciones, proseguimos nuestro camino. <\/p>\n

En nuestro camino nos encontramos con un borrachín, quien le pido algo de dinero a Karel. Este hombre confundido a Karel con un gringo, pues se lo pido en ingles. Al ver que Karel no le hacia caso este hombre supongo dijo algo en rarámuri, pero Karel finalmente le hablo en español y le dijo que era mexicano. El pobre borracho enojado por el desprecio se fue maldiciendo y dejo a Karel enojadísimo por haberlo confundido con un gringo.<\/em> <\/p>\n

Atravesamos un puente colgante, nos internamos por montañas secas y áridas y empezamos un suave pero constante ascenso. Nuestra meta era llegar a Los Alisos a mil msnm, un sitio donde se podía acampar y pasar la noche, según figuraba en las guías. Allí llegamos, luego de extraviarnos en el camino por espacio de una hora y retormarlo. <\/p>\n

Seguimos con las dudas hasta que nos encontramos con un jinete. Es extraño pero aquí aprenderíamos que la gente del lugar acostumbrada a los turistas extranjeros siempre pide algo a cambio por lo que nosotros consideramos un simple favor. Así que este jinete nos pidió dinero para conducirnos a la vereda. Nosotros nos negamos y nos conformamos con sus gratuitas indicaciones. Pero cuando comenzamos a movernos dijo que lo siguiéramos que él nos llevaría.<\/em> <\/div>\n

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Un tarahumar (“el de los pies ligeros”) con su niño viaja a una velocidad mucho mayor que nosotros con nuestras mochilas.<\/div>\n

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Cruce del río Batopilas. En temporada de lluvias, sólo se puede cruzar por los puentes<\/div>\n

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En el fondo de la barranca de Batopilas, uno de los numerosos cerros se yergue. A su pie, está la barranca de Munérachi, que es por donde llegamos.<\/div>\n

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SUEÑOS EN LOS ALISOS<\/strong> <\/p>\n

Finalmente casi sin luz, llegamos a los Alisios. La subida fue como cualquier otra, pero la incertidumbre de en realidad no saber que tan lejos estaban los dichosos Alisios no fue un pensamiento agradable. La bienvenzida nos la dio un perro con sus ladridos, así supimos que alguien vivía ahí.<\/p>\n

Entonces una señora nos dijo que estábamos en los Alisios. Saber esto fue un descanso tanto físico como mental. Muy amablemente, una señora mandó a dos niños para mostrarnos el lugar para acampar. Pero los niños de una casita de abobe sacaron unas sillas plegables tipo campamento. Así que cambie el suelo en donde poco después de llegar me eché, por una cómoda silla. <\/p>\n

\"\"Descansamos un tiempo, en este tiempo los niños empezaron un fuego con el cual nos quitamos el frío. Jorge y yo decidimos cambiarnos las playeras mojadas. Y al poco tiempo empezamos a cocinar la cena. Estábamos en eso cuando llegó alguien. Igual que en nuestro caso los ladridos del perro fueron los que nos aviso de su presencia. Eran tres extranjeros: un estadounidense, un alemán y un australiano.<\/em> <\/p>\n

Esa noche la pasamos entre pláticas, tanto serias como divagantes, con el dueño del rancho don Próspero Torres y con un grupo de extranjeros (un alemán, un australiano y un estadounidense), quienes venían en sentido contrario al nuestro, y quienes amablemente nos dejaron el mapa que habían utilizado, donde estaba la ruta trazada que posterior y afortunadamente nos habría de sacar de otro extravío y nos habría de llevar a nuestro destino final: Batopilas. <\/p>\n

\"\"Don Próspero era el encargado del lugar, pues la casita pertenece a un estadounidense, quien deja que los viajantes la ocupen. Don Próspero era un hombre muy diferente de los que habíamos visto por ahí. Un hombre trabajador que nos contó de sus ideas para ayudar a una rarámuris. Y dentro de la plática nos dijo que aspiraba a tener unas tierras como las del valle del Fuerte, con maquinaria para trabajarlas.<\/em><\/p>\n

DURMIENDO CON MOFETAS<\/strong> <\/p>\n

El siguiente día 29 de diciembre libramos en tres horas un duro ascenso desde nuestro campamento hasta los 1,900 msnm, donde la vereda se internaba entre pinos y oyameles acompañados del frío propio del invierno y la altura. Karel y yo coronamos con mucha alegría esta cima. Alfredo venía de último, pero su fuerza interior lo acompañaba y le permitía superar todos los retos que nos significaba para todos esta travesía. <\/p>\n

Era necesario cargar el agua pues luego de Los Alisos no encontramos otra fuente sino hasta llegar al próximo campamento. En la tarde, llegamos a un punto conocido como “La Estación” a 2,200 msnm, allí armamos por primera vez la tienda de campaña, pues las demás noches nos había bastado con nuestra bolsas de dormir, pero esta vez el frío ameritaba un techo que no sólo fueran las estrellas y el firmamento, que por tantas noches despejadas nos habían acompañado, desde el inicio de nuestro viaje.<\/p>\n

Algo que no puedo olvidar fue en el momento que me quite las botas dentro de la tienda de campaña. No lo podía creer era como si dentro de mis calcetines estuviera un animal muerto. Yo recuerdo un olor así desde que me tope con una mofeta.<\/em><\/p>\n

DONDE ESTABA LA MAJESTUOSIDAD<\/strong> <\/p>\n

Muy temprano del 30 de diciembre, con la carpa escarchada, nuestros pies congelados y el hielo flotando sobre las tinajas de agua, caminamos en dirección Sur hacia El Trigo, zona de cultivos, donde por primera vez tuvimos la oportunidad de observar algunas casas de indígenas tarahumaras, y donde luego nos extasiamos en uno de los mejores miradores que puede ofrecer la Sierra.<\/p>\n

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Estando ahí, sentados en el filo de una piedra a 1,900 metros, con el Río Urique en todo el fondo de la Barranca, pregunté a mis compañeros si creían en Dios, la respuesta no fue un “sí” o un “no”; simplemente la misticidad del lugar demostraba que existía una fuerza responsable de moldear esos pliegues caprichosos y fantásticos con que se visten las montañas que estábamos admirando.<\/p>\n

Para ese momento me empezaba a acalambrar. Y desde unos descansos anteriores empecé a estirar y flexionar las piernas. Una vez arriba Karel nos gritó que teníamos que subir porque la vista era espectacular. Lo hicimos. La verdad yo no lo quería hacer pues me sentía muy casado y no quería acalambrarme por ir a un lugar innecesariamente. Pero me decidí y la vista valió la pena con creces. Era un vista magnifica de la cañón de Urique.<\/em> <\/p>\n

Definitivamente para los tres, estar en aquel lugar representaba algo más que otro punto del camino, allí estaba la majestuosidad de la naturaleza que siempre se presenta a quienes alejándose de las comodidades de la ciudad, son capaces de adentrarse por lugares mágicos de la creación. <\/p><\/div>\n

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\"\"EN LA OTRA BARRANCA<\/strong><\/p>\n

Siguiendo la vereda que se mostraba en el mapa pasamos por algunos puntos claves del camino como la Piedra Redonda y el Cerro del Manzano y comenzamos a observar las paredes que forman el cañón del Río Batopilas y la Barranca de Munérachi. Ya habíamos atravesado prácticamente una de las Barrancas y nos quedaba luego descender nuevamente desde los 2000 msnm hasta el valle del Río Batopilas que debía estar a los 700 msnm, similar en altura al Río Urique. En un camino que parecía interminable, sobre todo para Alfredo, quien en las últimas horas de la tarde perdió nuestras huellas, se desvió de la vereda y fue recibido no muy gratamente por una familia de cactus. <\/p>\n

…encontré lo que tanto estaba deseando: la bajada. Era, en palabras textuales de Karel, “una bajada chinga-rodillas”. Karel y Jorge empezaron a bajarla lo más rápido posible. Yo intenté seguir su paso, pero las rodillas me empezaron a temblar. “¡Maldita sea!” No lo podía creer. Todo ese día estuve esperando la bajada y ahora que estaba en ella se me hacia mas pesada que la subida. Cuando vi hacia abajo un caserío, me alegré mucho pues estábamos por fin cerca de terminar esa jornada. Las casitas se veían más grandes pero cada vez había menos luz. Una vez más estábamos presionados por que no se nos fuera a terminar la luz de día. En un descuido, me perdí. \"\"<\/p>\n

Llegó un momento en que los vi más abajo —y en otro cerro— de lo que yo estaba. Fue en es momento cuando perdí toda la calma y, en lugar de regresarme por donde venia, pensé que tendría que seguir subiendo para encontrar la bajada. Pero de repente me encontré peleando con las espinas de las plantas que obstaculizaban mi camino. Si tener más en la mente les grité desesperado que donde estaba el camino.<\/em> <\/p>\n

CERRO COLORADO<\/strong> <\/p>\n

Llegamos a las 6:30 de la tarde a Cerro Colorado, una pequeña población hasta donde llega la carretera proveniente de Batopilas. Su nombre lo debe al color de su cerro tutelar. Lo primero que escuchamos al arribar fue la música norteña del grupo “El Exterminador”, melodía que en ese momento sonaba bien a nuestro oídos luego de muchas horas de caminar con el único ruido de nuestro pasos y las conversaciones que eventualmente manteníamos. <\/p>\n

Teníamos a varios niños a un lado de nosotros, siguiéndonos y preguntándonos por las lámparas, mochilas, estufas. Recuerdo un niñito de tres a cuatro años que nos tenia muy fastidiados. Era de esos niños súper despiertos y algo cabrón para la edad. Una vez más, estos niños le dijeron a Karel que no hablaba “como de México” y que debería de ser gringo. Una vez más, Karel se disgustó mucho.<\/em> <\/p>\n

\"\"El 31 de diciembre, los amigos que habíamos hecho en Cerro Colorado, luego de relatar nuestra travesía por la Sierra, nos llevaron hasta Batopilas. Nuestro interés de encontrar comunidades tarahumaras ya se desvanecía en este punto donde dejábamos atrás la Sierra y entrábamos en la civilización. <\/p>\n

Pero cual sería nuestra sorpresa cuando sin esperarlo, llegaron adonde estábamos una familia de tarahumares, con quienes por fin tuvimos la oportunidad de compartir algunas palabras, observar sus peculiares tradiciones y hacer algunas fotografías. <\/p>\n

Llegar a Creel ese mismo año (2003), distante 120 km de Batopilas, era imposible de lograr, pues el único camión que cubre esta ruta salía a diario a las 4 de la mañana. Entonces con la ilusión de vivir la fiesta del año nuevo en medio de la Sierra y descansar de la travesía, nos quedamos todo el día conociendo la tierra donde nació Manuel Gómez Morín, quien fuera rector de la UNAM, presidente del Banco de México y fundador del Partido de Acción Nacional PAN. <\/p><\/div>\n

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\"\"LOS MINEROS DEL BARRANCO<\/strong> <\/p>\n

Una hacienda de mineros, abandonada en la época porfirista fue la mayor atracción que descubrimos en el poblado. Luego de visitarla nos abandonamos en las playas que formaba el Río Batopilas, hasta entrada la noche, cuando vestidos como mejor pudimos, nos dispusimos a gozar de la fiesta de año nuevo, en la Plaza Principal de Batopilas. <\/p>\n

En medio de las celebraciones populares, soportamos más de ocho horas seguidas de música norteña con “Los Mineros del Barranco” entre canciones que se repetían una y otra vez a la voz de “¡Suénele Compae!”. Eso nos hizo revaluar nuestro repentino gusto por este ritmo. Pero en medio de todo, quedaba la alegría de haber gozado de una fiesta tradicional del Norte y recibir el año donde seguramente quisiéramos estar en alguna otra ocasión, inmersos en las barrancas de la Sierra Madre Occidental de México.<\/p>\n

Estábamos sentados en la banqueta cuando a Karel se le ocurrió preguntarme a hora. Yo contesté: “las cinco y cinco, hora de nuestro señor”. Así había contestado siempre durante el viaje, medio broma, pues nunca cambié el la hora en mi reloj y tenia la hora “verdadera de Nuestro Señor”. Nomás terminé de decir esto, Karel, con una cara de pocos amigos, me dijo: “Maldita sea. Estoy hasta la chingada de que digas eso. ¿Quién es mi señor?” <\/p>\n

\"\"Me quedé sorprendido mientras Karel seguía mentándome la madre. Pero mi sorpresa aumentó cuando Jorge empezó a decir: “Estoy harto de «la hora del señor» y además deja de hablar de la Piedad estoy harto de eso”. Yo no podía salir de mi asombro y me quedé mudo, hasta que encontré la causa. Por supuesto que no les gustaba que lo dijera, pero se tardaron mucho en decirlo. ¿Por qué ahora? La respuesta era muy clara: estaban hartos de música, casi al borde de la desesperación y de alguna manera sacaron todo eso.<\/em> <\/p>\n

FIN DEL VIAJE<\/strong> <\/p>\n

El 1 de enero llegamos a Creel, centro turístico y comercial de la región tarahumara, que toma su nombre de Enrique Creel quien, siendo gobernador del Estado de Chihuahua inició la construcción del Chepe. Luego de dar un pequeño recorrido por este poblado muy ordenado al estilo estadounidense, viajamos a la ciudad de Chihuahua donde dábamos por terminada esta gran excursión. Ya a los tres se nos notaba un sentimiento un poco de nostalgia luego de haber vivido y convivido por 18 días. Sin embargo, la alegría y satisfacción de lo que habíamos logrado superaba esa nostalgia y nos animaba para pensar en las exploraciones que debíamos emprender en el año nuevo.<\/p>\n

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Este recorrido por las Barrancas de la Sierra Tarahumara había sido definitivamente algo muy especial, nos dio a conocer la majestuosidad de los cañones por donde atraviesan poderosos ríos que surten de agua a gran parte de la población de los estados norteños, y habíamos descubierto, como bien lo decía Karel, un nuevo país, una zona donde las tradiciones y formas de ser difieren mucho de aquellas a las cuales estamos acostumbrados.<\/p>\n

Como colombiano, me sentía muy orgulloso de haber tenido la oportunidad de conocer un lugar tan espectacular en el Norte de México, digno de conocer por cualquier nacional, pero que por desgracia no es el destino predilecto de muchos mexicanos, como lo pudimos constatar con el gran número de extranjeros que nos topamos y ningún otro mexicano, a no ser claro está, de mis compañeros de travesía y los habitantes propios de la Sierra. <\/p><\/div>\n

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\"\" Galería fotográfica =><\/strong><\/div>\n

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El “Chepe”; comienza a subir la Sierra Madre Occidental<\/div>\n

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Un rancho en el fondo de la barranca<\/div>\n

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La misión de Cerocahui<\/div>\n

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Uno de los muros del antiguo beneficio minero de Batopilas. Considerada por mucho tiempo unas ruinas sin beneficio, ahora se cobra la entrada a los visitantes.<\/div>\n

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La gente de la sierra siempre está ahí, jugando a ser mayores, callados o transportándose de un lugar a otro, pero siempre amables.<\/div>\n

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…una vez que llegamos al mirador. La vista fue de película, de hecho yo no recordaba una vista así desde mi visita al Gran Cañón del Colorado. Pero lo que más me impresionó fue una montaña que estaba a la mitad de lo que podíamos ver de la barranca de Urique.
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