{"id":11570,"date":"2000-11-15T00:00:00","date_gmt":"2000-11-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11570"},"modified":"2013-02-04T22:08:30","modified_gmt":"2013-02-05T04:08:30","slug":"los_muros_del_silencio","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2000\/los_muros_del_silencio\/","title":{"rendered":"LOS MUROS DEL SILENCIO"},"content":{"rendered":"
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Por donde el Remedios rompe la cordillera en un voluntarioso afán de avance, la Sierra Madre Occidental tiene una bravura de puma acosado. Con ella en torno, no es cosa de estar al descuido. Es mediodía y vamos avanzando envueltos de otates verdes y negros, multicolores, que impiden nuestro rápido avance. Es mediodía. Por encima de nosotros, un muro de cientos de metros que arranca desde el río y despunta al cielo, como previniéndolo de nuestra presencia.<\/p>\n

Alto. Unos centímetros delante de mi bota, una huella de puma, fresca como el rocío de la mañana. Quedamos pendientes de ella y la consigna es elevar la voz, no dejar de platicar para que jabalíes y pumas nos escuchen y eviten. No sea que tengamos un encuentro desagradable para ambas partes, aunque sabemos bien quienes llevarían la de perder. No llevamos armas, pese a la advertencia de que “Si no tienen un buen rifle, tengan mucho cuidado porque es donde anda el lión”.<\/p>\n

EL RÃ?O LOS FRESNOS<\/b><\/p>\n

Cuando abandonamos la zona de Tárula, nos dividimos en grupos de dos para abarcar la mayor superficie posible en nuestras exploraciones. Cuatro nos dirigimos a la barranca del río Los Fresnos, o Río Chiquito, como le llama la gente. Nos establecimos en una cueva revestida de muros de adobe que fue habitada hace veinte años por el señor Faustino Delgado. Desde ahí haríamos viajes pequeños y rápidos en todas direcciones. El río Chiquito cruza la sierra por barrancas profundas y verticales que son propicias para el resguardo de animales como el puma, el jabalí y el venado. Para ellos, salir de ahí significa la muerte. La zona nos atraía. “Yo conozco algunas gentileras. Si quieren, los puedo llevar”, nos dijo Faustino y como aceptamos, fue él quien nos guió.<\/p>\n

El día de la cita, amaneció lloviendo. A poco de haber abandonado el cauce del río, atravesamos una zona amplia y limpia donde distinguimos basamentos. Había sido una zona habitada Â?había un metate Â? de unos quince metros por lado y podíamos considerar que se trataba de una población relativamente grande porque estaba a unos quince minutos del agua. Completamente mojados llegamos a un pequeño resguardo de la enorme pared donde los antiguos habitantes levantaron unos muros. Estábamos impresionados. El “conjunto habitacional” abarcaba cinco estructuras. “Sería aventurado llamarlas casas porque no se identifican con el concepto que tenemos de ellas; mas bien podemos llamarlas estructuras o construcciones”.<\/p>\n

Dos de estas estructuras nos llamaron la atención: un muro de piedra recubierto de adobe que parecía haber tenido una mesa. La altura de todos los muros no excedía los 120 centímetros aunque podíamos suponer que llegaron a tener hasta 140 porque faltaba el techo. En el piso, estaban regados adobes grandes, partidos hacía quién sabe cuánto tiempo, pero que tenían una marca común: los innumerables surcos sugerían que habían estado sobre un entramado de varas de otates. Si íbamos a encontrar una construcción completa, esta debería tener el techo de troncos de pino, encima otates y finalmente una capa de adobe.<\/p>\n

La segunda estructura fue una olla hecha con zacate y lodo que estaba semienterrada. En el Museo de Historia en la ciudad de Durango habíamos visto una similar y si ésta era igual, dentro de ella debía haber un cuerpo con todos sus implementos para vivir en el otro mundo: puntas de flecha, adornos, maíz. La tentación era grande, tentación que finalmente dejamos atrás. No éramos arqueólogos y sabíamos que podíamos arruinar una información valiosa.<\/p>\n

El conjunto también tenía ollas construidas en la pared, seguramente para almacenamiento de agua. Después de todo, ¿quién iba a bajar tantas veces al río?<\/p>\n

UNA VERDADERA CASA<\/b><\/p>\n

“Cansados de escurrirnos entre la otatera, comenzamos a subir directo hacía el cielo. Teníamos enfrente una gran pared que escalar antes de llegar a los resguardos, mas era preferible hacerlo y no tratar de hacer surcos imaginarios en una vegetación que se prendía, arañaba y no soltaba su presa con facilidad. Una pequeña pared siguió a otra, y otra y otra… interminablemente. Se nos atravesaron magueyes, nopales, cardos y mil plantas más. Algunas cayeron cercenadas a nuestro paso; otras vengaron a sus vecinas clavándonos sus espinas en las partes mas sensibles de las manos, de las piernas. Pero seguimos. De repente, nos dimos cuenta de nuestro error: habíamos confundido una terraza (“patilla”, le llaman aquí) del cerro con el lugar donde estaban los resguardos, muy lejanos todavía. Regresar por donde habíamos subido no era posible, así que debíamos seguir hacia el cielo para buscar otro lado por donde bajar a lo profundo de la barranca”.<\/p>\n

El encuentro con “La Ciudadela” nos hizo sentir más optimistas respecto a lo que podríamos hallar. Alguno de nosotros dijo que sólo nos faltaba encontrar una habitación completa, con todo y techo. Si bien al principio no creíamos hallar tal maravilla, teníamos ya la certeza de lo que podríamos encontrar. No se trataba sólo de documentos describiendo una habitación utilizada en el siglo XVII. Ahora que las habíamos visto, sabíamos de qué se trataba.<\/p>\n

Dos días después del encuentro con la Ciudadela, subíamos al Cerro del Mono, abriendo camino con nuestros cuerpos y tratando de dejar un rastro que pudiéramos seguir a la bajada con rapidez. Iván y Mario llegaron primero y no ocultaban su sorpresa cuando regresaban a comentar lo que habían hallado. Las palabras murieron en su boca antes de salir porque ya lo tenía ante mí: un lugar plano donde habían sido construidas cinco habitaciones. Una de ellas, la primera, tenía el techo completo, que, aunque destrozado en una esquina, podía considerarse como un prodigio de conservación, una verdadera casa. Nuestra suposición acerca de la manera de construcción estaba confirmada. Cada vez que miro con detenimiento un edificio colonial, me admiro de su antigüedad. Pero entonces estaba observando con detenimiento una construcción que nadie había visto desde hacía quién sabe cuanto tiempo. ¿Cuándo habrán sido construidas?<\/p>\n

El resto de las construcciones estaban destruidas en diferentes grados por los jabalíes, quienes las convertían en sus madrigueras. Había detalles interesantes, como una construcción de cinco metros de largo, una dimensión extraordinaria porque hasta el momento, cualquier habitación encontrada tenía no más de 3.5 metros de largo, 1.5 metros de ancho y lo mismo de alto. La segunda habitación, pese a no tener el techo completo, tenía algo que en ningún otro lugar habíamos visto: una pintura frontal en forma de triángulos adornaba el frente. Era asombroso ver una delgada capa de pintura natural �la que veíamos � cubriendo otra que cubría a una tercera: había sido pintada varias veces.<\/p>\n

HACE 950 AÃ?OS<\/b><\/p>\n

“La sed comienza a atosigarnos. Olvidamos cargar agua en el río y ahora lo estabamos pasando mal. Muy arriba hay un escurridero que promete refrescarnos. Para llegar allá debemos pasar primero por los resguardos. También tenemos hambre, mas si comemos algo, nos dará mayor sed. Con increíble rapidez, las paredes comenzaron a escasear para dar lugar a una vegetación que nos rasgaba la piel y la ropa, una vegetación que también cedió de súbito. Frente a nosotros estaba el premio: más habitaciones. Mientras las observábamos y tomábamos datos y fotografías, cada uno de nosotros pensábamos en la bajada.”<\/p>\n

Frente a esa estructura completa, la interrogante de cuánto tiempo habrían vivido ahí los xiximes nos volvió a asaltar. Por lo general es una pregunta sin respuesta y sólo se llegan a hacer cálculos aproximados. Este sitio nos dio una respuesta más concreta: justo encima de la segunda habitación, había una pintura rupestre que semejaba una luna en creciente y, por encima de ella, como colgado de una hamaca, un pequeño sol. En el año 1054 de nuestra era, estalló una supernova en la constelación de Tauro que pudo verse en la Tierra durante mucho tiempo e incluso a plena luz del día. El fenómeno, estudiado por los arqueoastrónomos, fue espectacular y se registró en Asia y América. En Europa no porque se vivía en plena Edad Media y se pensó en el fin del mundo. América tiene representantes de ese fenómeno en la roca, tanto petroglifos como pinturas. Lo interesante de la pintura es que en realidad no era una representación, sino dos, una al lado de la otra. Cada pequeño sol tenía dieciocho rayos (¿meses?). Así, podíamos suponer que los xiximes estuvieron ya ahí desde, por lo menos, fines del milenio pasado.<\/p>\n

¿CASAS DE ENANITOS?<\/b><\/p>\n

“El atardecer nos sorprendió cerca del río. Habíamos bajado por la inclinada pendiente del cerro La Otatera a toda velocidad porque no queríamos pasar otra noche en el cerro. Cuando nos enfrentamos a esa posibilidad, surgió de no se sabe dónde una mayor agilidad en las piernas y hasta en los brazos porque también descendíamos de rama en rama, como buenos primates que somos. Atravesamos nuevamente los basamentos de construcciones que nos habían sugerido que arriba podríamos hallar lo que buscábamos y llegamos al río. A partir de ahí, caminamos Â?corrimos sería más adecuado Â? durante una hora hasta nuestra base. Había sido la exploración mas larga y dificil… y la que nos había gustado mas”.<\/p>\n

El tamaño de las habitaciones sorprendía y la gente creía que en ellas había vivido una raza de enanitos. Alguien comenzó este rumor y ahora es tan fuerte que las más altas personalidades y los diarios de Durango lo creen y siguen sin hacer un análisis más profundo.<\/p>\n

Como había vuelto a llover, llegamos empapados al tercer sitio de gran importancia para nuestra expedición: cinco estructuras con todos los elementos para deducir lo que hubiera que deducir. Yo llevaba solamente mi playera puesta y mientras los muchachos se dedicaban a recorrer la base de la pared bajo la que estabamos, me di a la tarea de topografiar el lugar. En esta labor me enfrié y cuando terminé me había dado cuenta de muchos detalles. Topografiar es algo así como tomar una fotografía, como dibujar. Se notan muchas cosas a las que no damos importancia. La habitación uno, la principal, había tenido una cama separada del suelo construida con otates, un fuego que se hacía en un cuenco hecho de barro en el suelo y una pequeña ventilación.<\/p>\n

Tiritando de frío, opté por meterme a la habitación mientras realizaba apuntes antes de olvidarlos. Meterme y quitarse el frío fue uno solo. El reducido espacio y los materiales de que estaba compuesta, daban por resultado un aislamiento térmico excelente. Considerando que los xiximes sólo vestían algunas prendas hechas de fibras vegetales y que en el invierno el frío era intenso, las construcciones realizadas con esas dimensiones eran excelentes. En verano también serían útiles porque el calor no penetraría a ellas. Estas consideraciones y las relaciones de los misioneros echaban a tierra los “firmes” argumentos de la existencia de los “enanitos”.<\/p>\n

UNA FUERTE NEVADA<\/b><\/p>\n

Por la noche comimos todo lo que pudimos para recuperarnos. Descansaríamos del viaje al cerro La Otatera y al otro día saldríamos río arriba una vez más, en esta ocasión todavía mas lejos. Pero en la noche comenzó a llover y al amanecer nuestro refugio de varios días amenazaba inundarse. Tuvimos que improvisarle canales que nos permitían cierta libertad de movimientos estando secos. También pusimos un techo improvisado. La temperatura bajó mucho y ese día lo dedicamos a descansar y a cocinar unos frijoles que tardaron ocho horas en estar duros y, podríamos decir, “comibles”. Descansamos hasta donde fuera posible, porque el nivel del río aumentaba a cada momento y eso dificultaría nuestro regreso.<\/p>\n

Al otro día, Miguel gritaba desde fuera: “!Miren, está nevado!” La nieve había cubierto las partes altas de la sierra y se veían blancas. Blanco de nieve sobre blanco de roca con una mancha aquí y allá de verde vegetal. El lugar donde antes nos bañáramos y laváramos ropa y trastes estaba un metro por debajo del agua… El río seguía subiendo y bajando su temperatura. Como no podríamos atravesarlo, debíamos buscar un camino que rodeara por lo alto de la sierra, no importaba cuán alto fuera, para llegar nuevamente a Sapiorís. No debíamos retardar el regreso porque seguramente la gente de Sapiorís y San José estarían al tanto de nosotros.<\/p>\n

El camino fue largo, aunque no pesado, y al anochecer los perros del rancho de don Faustino nos recibían con sus ladridos. Habíamos estado una semana y media dentro de otro mundo y ahora estábamos casi con un pie en la civilización. Con Faustino nos entretuvimos un par de días porque uno de los muchachos enfermó y después la familia no nos dejaba partir. Una mañana vimos bajar del cerro a don Nicolás Herrera, un anciano de setenta y cuatro años que es la autoridad en San José. Nos estaba buscando porque “con esa nevada uno nunca sabe… y luego se meten a lo mero fragoso de la barranca… Todos están con pendiente.”<\/p>\n

Al día siguiente nos encaramábamos a una camioneta que nos llevaría a la ciudad de Durango. Comenzamos a subir por la terracería para dejar atrás todas las vivencias de un mes. Antropológica y arqueológicamente, la expedición había tenido éxito. Pese a la falta de apoyo del gobierno del estado, habíamos señalado un lugar en lo mas agreste de la Sierra Madre Occidental donde habían restos arqueológicos de gran importancia. Señalamos nada más. Esa es la labor del explorador. Tocaba el turno a los especialistas. Mesoamérica tenía una frontera noroccidental y si se quiere saber más acerca de los dos mundos �Mesoamérica y Aridoamérica � es necesario concluir el trabajo y llevarlo hasta sus últimos fines, antes que nos despojen de las maravillas que todavía existen ahí.<\/div>\n

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LA CIUDADELA<\/b><\/p>\n

“El esfuerzo es intenso. Cuando los otates son verdes, son prácticamente irrompibles. Los doblamos con nuestro propio peso pero vuelven a tomar su posición original en cuanto dejamos de hacer presión. De esta manera, todos hacemos la labor de ir abriendo camino. Una labor infructuosa porque al volver la vista atrás, se ve la vegetación como si nadie hubiera pasado. Cuando el otate es negro significa que está podrido y puede romperse con facilidad; esto también es un inconveniente porque cada vara rota representa un agudo filo que puede desgarrar la carne. Seguimos aquí porque si estamos rodeados de otates, uno de los materiales de construcción para las habitaciones, es muy probable que en los resguardos que se ven en lo alto del risco, encontremos algunas”.<\/p>\n

El segundo día fuimos río arriba. Había que cruzar una gran cantidad de veces el curso y eso nos retrasaba. Pero al mediodía, Othón Delgado, un callado muchacho de trece años, nos hizo llegar a otro resguardo. Nos hizo llegar, literalmente. Corría ladera arriba mientras nos arrastrábamos �eso parecía � sobre la pendiente pedregosa. Se detenía a esperarnos y nos mostraba plantas que curaban, cerros que podían albergar las construcciones de los xiximes.<\/p>\n

Quedamos sorprendidos: en una pequeña cueva aparecían ante nuestra vista lo que tanto buscábamos: construcciones de no más de metro y medio de alto. Dos de ellas hacían del techo del resguardo su final, por lo que podían considerarse como completas. La entrada medía (topografiábamos todo para elaborar un reporte) 60 cm de altura por 33 de ancho. Prácticamente una ventana que podía ser traspasada sin dificultad. El dintel de una de esas habitaciones era de madera de pino, un árbol que traían quién sabe desde donde porque en los alrededores no existe.<\/p>\n

Lo sensacional se presentó en forma de una pintura sobre la entrada de una de las habitaciones. Parecía tener la forma de un caracol encerrado en un cuadrado. En total eran 13 las construcciones, lo que se salía del numero convencional de cinco o menos que siempre habíamos hallado, por lo que surgió el nombre de Ciudadela. Parecía ser tal. Aunque a tres horas sobre el río, a un lado estaba un canal del cerro por donde escurría agua. El lugar fue importante porque había varios metates, olotes diminutos que tenían mucho de haberse roído por los animales y algunos huesos humanos, incluyendo una mandíbula que estaba muy a la vista.<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

La información recabada en el recorrido en solitario de 1987 sirvió para plantear una exploración importante: si la barranca Bacís estaba llena de leyendas y de tradición oral sobre los “antiguos”, habría que ir en busca de los restos de sus habitaciones,.de los cuales se hablaba fuertemente. Este fue el primer paso en la exploración de lo que se llamaría posteriormente “Explorando un mundo olvidado”.<\/div>\n

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