{"id":11452,"date":"2000-11-01T00:00:00","date_gmt":"2000-11-01T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11452"},"modified":"2013-02-04T22:08:14","modified_gmt":"2013-02-05T04:08:14","slug":"un_mundo_olvidado","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2000\/un_mundo_olvidado\/","title":{"rendered":"UN MUNDO OLVIDADO"},"content":{"rendered":"
Después de viajar por diez horas en un autobús que rodaba con pereza sobre una terracerÃa, tenÃamos ya la seguridad de estar al borde de la barranca. El dÃa y el bosque tupido de pinos fueron disminuyendo lentamente y ya para el crepúsculo comenzamos a ver un profundo surco en la tierra. Al fondo, corrÃa el rÃo Remedios y ahÃ, entre el cielo y lo más profundo de la barranca, deberÃamos vivir un mes.<\/p>\n
Anduvimos sobre una vereda fangosa Â?”zoquetosa”, dicen ahÃÂ? que hacÃa difÃcil cualquier transito. Estabamos rodeados de una vegetación abundante que era el preludio, al bajar de la sierra, del calor del fondo de la barranca. En un mirador excelente, observamos el cerro La Campana. Excepcional, pensábamos entonces, porque hacÃa allá nos dirigÃamos. La Campana era el lugar donde con toda seguridad hallarÃamos lo que buscábamos. Al menos eso nos habÃan dicho los pilotos que alguna vez sobre volaron la zona. Al mediodÃa Â?tardamos demasiado en bajar debido al terrenoÂ? llegamos al rancho Tárula. Don Ventura de la Cruz y su familia, viejos amigos, nos recibieron como si apenas ayer nos hubiéramos despedido. “Usté no si queda dormir fuera dista casa. ¿No somos amigos?” “¿Como va comer eso? Aquà hay tortillas de las buenas?”<\/p>\n
Además de la bienvenida, nos dio noticias, malas noticias: toda la zona que Ãbamos a explorar estaba “vedada”. Sin necesidad de que lo explicara, supimos lo que eso significaba: narcotraficantes que jamas permitirÃan dejarnos llegar hasta allá. Sin embargo, abundó en detalles para que no hubiera duda. Los restos arqueológicos tendrÃan que esperar…<\/p>\n
PRIMEROS ENCUENTROS<\/b><\/p>\n
A unos metros, junto al rÃo, visitamos la enorme roca ilustrada por cada lado con petroglifos de todos tipos: coyotes, venados, ratones, hombres, figuras geométricas y las siempre presentes espirales. Ernesto Vargas, arqueólogo, nos iba explicando lo que podÃan representar y si a simple vista producen una sensación de estupefacción, al ir recorriendo figura tras figura y conocer un posible significado, nos hizo sentirnos en otro tiempo.<\/p>\n
Al dÃa siguiente encontramos una cueva funeraria que tenÃa un esqueleto tan viejo que muchas partes de los huesos se han desmoronado; también hallamos varias construcciones o, mejor dicho, los basamentos de ellas. Ã?bamos descubriendo paso a paso, a través del ojo experto de Ernesto, detalles que con toda seguridad habrÃamos pasado por alto. Tárula no nos dejarÃa partir sin una buena recompensa adicional: la señora Francisca Núñez, una anciana de ochenta años y tan delgada que parecÃa quebrarse a cada momento, en cuclillas y con una expresión inalterable, nos platicó alrededor de la fogata:<\/p>\n
“Conque buscan las casas de los gentiles, ¿no? SÃ, yo las conozco. Son asà de pequeñitas y apenas puede uno andar en el cerro sin hallar una. Tamién conocà unos gentiles cuando era una plebita. Una vez, mientras estaba moliendo maÃz para hacer tortillas, se me acercó un enanito y me dio a entender que tenÃa hambre. Yo no lentendÃa nada pero le di unas gordas de maÃz y salió corriendo hacia La Campana sin darme las gracias. Nunca lo volvà a ver, pero mi abuela decÃa quen sus tiempos eran muchos. ¡Cómo habrán vivido, los pobres!” Mientras doña Francisca hablaba, la luz remarcaba sus arrugas y su voz, cada vez mas baja, nos sumergÃa en un mundo diferente que duró una eternidad. Leyenda para nosotros, realidad para los habitantes de la sierra. Pero no dejaba de ser fascinante contada por esos labios duros como cecina recién salada.<\/p>\n
Después de esa primera exploración, todos los vecinos de Cardos, SapiorÃs y San José, estaban enterados de nuestra presencia y objetivos. Nos alegraba eso porque ya no nos tomaban por “soldados, fayuqueros o gringos”, en ese orden, con que frecuentemente suelen confundirnos. Esto no deja de tener sus inconvenientes porque las puertas se cierran sin poder evitarlo y eso equivale a no poder realizar ninguna exploración, por pequeña que fuera. Nos enfrentábamos al punto crucial del contacto de dos realidades que no se comprenden. Nos correspondÃa romper el hielo porque estabamos en su tierra. A partir de que establecimos nuestra personalidad y comenzamos a hacer amigos, nos esperaban a cada retorno, en cada vuelta de la esquina.<\/p>\n
Decidimos trabajar en grupos más pequeños para tener mayores resultados en una zona mucho más extensa, además de rapidez. Claudia y Arturo visitaron la Cueva del Chivo, cerca de Cardos, una oquedad con una pintura que le da su nombre porque parece chivo. El tamaño de la pintura principal es de dos metros de largo sin contar las pinturas adicionales. Nada habÃa más. Said y Miguel se dirigieron al cerro La Tijera, hacia lo alto de la sierra y hallaron algunas cuevas con vestigios antiguos de viviendas. Ernesto y Antonio subieron al Cerro del Mono para encontrar una pequeña cueva donde se encontraban cinco calaveras.<\/p>\n
Justo bajo el TacotÃn se unen el RÃo Las Vueltas y el RÃo de los Fresnos. La gente los conoce como rÃo Chiquito o rÃo Grande y la diferencia la hace el caudal que llevan. El rÃo de los Fresnos fue la amplia zona donde los demás nos dispusimos a explorar. ¿Por qué? Era la región mas abrupta, la menos conocida, aun por los lugareños. Inaccesible… desconocida… Esa serÃa la región donde seguramente los xiximes se refugiaron cuando la llegada de los beneficios de la civilización. ¿Acaso no hicieron lo mismo todos los pueblos de América?<\/p>\n
UN ENCUENTRO HUMANO<\/b><\/p>\n
Los diferentes equipos de trabajo habÃamos convenido reunirnos el 31 de diciembre en San José de BacÃs para conocer los resultados y festejar el año nuevo. Ese dÃa regresábamos de una exploración que habÃa durado cinco dÃas, hambrientos y cansados, e hicimos un alto en la casa del señor Faustino Delgado, a orillas del RÃo Chiquito. Lo conocimos desde la primera vez que pasamos por su pequeño rancho y era ya obligatorio para nosotros el detenernos a escuchar una de sus múltiples anécdotas acompañadas de un humeante pocillo de café. Narrador nato, nos mantenÃa verdaderamente embelesados durante el tiempo que hablaba, por largo que fuera, y sólo nos permitÃamos la palabra cuando habÃa terminado su relato. En esa ocasión nos invitó a pasar el año nuevo con ellos y fue muy doloroso para ambas partes tener que posponer la oportunidad, aunque sólo fuera un dÃa.<\/p>\n
El primero de enero todavÃa exploramos la parte cercana al Camino Real que baja de San Miguel de Cruces, pero para la tarde ya todos estabamos con ellos, unos preparando buñuelos y otros alrededor de la fogata; yo me sentÃa feliz. Apenas tenÃamos dos semanas de conocernos y ya éramos los invitados especiales a la velada de año nuevo, aunque fuera un dÃa después, ¿qué importaba? Toda la familia habÃa guardado sus galas que iban a usar en el año nuevo para esa noche y los relatos eran más abundantes que las veces anteriores. Seguramente nos resplandecÃa la cara de felicidad como a ellos, desde Clotilde, la niña más pequeña, hasta Faustino.<\/p>\n
Sentado ante el fuego, olvidaba la penetrante civilización y todas sus consecuencias. Un mano se recargó en mi hombro y me sacó de mi abstracción. Era Faustino. He tenido y hecho muchos amigos en el desierto, en la sierra, en la selva, en los lugares mas recónditos. Pero ninguno destilaba la sonrisa fraternal de Fautino. Deveras estaba feliz por tenernos consigo y sus hijos. Nos habÃamos hecho amigos. “¿Qué van a hacer a esos lugares tan feos si hay playas tan bonitas? !Y luego en invierno, questá el frÃo que no se halla uno!” La pregunta provenÃa de varias personas de la ciudad de Durango. Esa noche fue una especie de respuesta porque lo que allà encontramos no se puede hallar en la ciudad. La otra parte de la respuesta la encontrarÃamos en lo alto de los riscos mas escarpados del rÃo de Los Fresnos. Y entonces, también estarÃamos juntos como amigos de toda la vida.<\/p>\n
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Que sus habitaciones eran casas de adobe y terrados, pintadas a su manera en forma muy primitiva, y […] las cinco o seis casas que formaban cada rancherÃa […] sólo tenÃan unas puertas muy pequeñas colocadas a bastante altura del suelo, lo que les daba más apariencia de ventanas, pero que en cambio hacÃan el acceso a la casa mas difÃcil, pues que para cruzarlas habÃa que meter primero solamente la cabeza, enseguida los brazos, y luego, dejándose caer sobre las manos pasaba el resto del cuerpo, lo que los ponÃa a cubierto de un asalto […]<\/i><\/p><\/blockquote>\n<\/blockquote>\n
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LA ARQUEOLOGÃ?A OLVIDADA<\/b><\/p>\n
Cuando queremos saber algo de arqueologÃa de nuestro paÃs, invariablemente nos topamos con los portentos de los habitantes de Mesoamérica: mayas, aztecas, olmecas… Harto estudiada y fundamentada, a esta arqueologÃa sólo le queda por resolver aspectos verdaderamente nimios. Al norte de esta inmensa superficie que ocupa gran parte de México y llega hasta América Central, hay pocos sitios arqueológicos. Aridoamérica le llaman los especialistas a todo lo que hay en el norte, incluyendo Las Cuarenta Casas y Paquimé, en Chihuahua. Dos zonas muy claramente marcadas. Pero, ¿qué habÃa en la zona “fronteriza”. ¿Nada?<\/p>\n
Carl Lumholtz, el explorador noruego que recorrió toda la Sierra Madre Occidental en la última década del siglo pasado, descubrió una gran cantidad de estos sitios. Sin embargo, no entró a una zona muy quebrada, arrugada como cara de viejo bueno: barrancas que habitaron muchos grupos étnicamente diferenciados. Una zona arqueológicamente virgen, sin datos de ninguna especie, incluso entre los especialistas, quienes se lamentan de lo escueto de algunas descripciones; una región demasiado aislada del mundo para que los arqueólogos pudieran hacer su trabajo.<\/p>\n
De entre todas las barrancas escogimos la de BacÃs porque yo tenÃa más conocimiento de ella por la exploración de 1997 y porque el misionero jesuita Hernando Santarén habÃa escrito algo sobre ellos que correspondÃa con la imagen viva del canÃbal. El Club de Expedicionarios de México organizaba la primera expedición de reconocimiento arqueológico en el paÃs a una zona completamente desconocida de la que Harry Möller habÃa quedado impresionado en 1980. Hacia allá fuimos. ¿Buscando una quimera? No. Más bien tratando de concretizar esa quimera, esa labor dejada de hacer por los arqueólogos porque no tenÃan la seguridad de encontrar algo tangible. ¿ValÃa la pena intentarlo? !Por supuesto!<\/p>\n
EL CERRO TACOTÃ?N<\/b><\/p>\nLa Campana estaba vetada, asà que nos trasladamos rÃo arriba, al oriente, y en San José de BacÃs establecimos nuestra base de operaciones. Nuestra primera exploración la dirigimos hacia el TacotÃn, encima del cual Â?nos decÃa la genteÂ? habÃa muchas casas de gentiles. El TacotÃn es un cerro enorme que semeja elevarse del fondo de la barranca solo y aislado pero que en realidad es la última manifestación de una pequeña cordillera que viene desde lo alto. Se cuentan algunas leyendas sobre el cerro en San José y en SapiorÃs.<\/p>\n
Nos dividimos. La mitad del grupo comenzamos a subir, entre espinas y roquerÃos que se alzaban hacia el cielo más rápido que nosotros, en busca del único paso hacia la cumbre. Todo el cerro es una muralla rocosa que alcanza casi 200 metros en las partes mas elevadas, pero en algún lugar debÃa estar el paso. Nos detuvieron todas las defensas que es capaz de poseer una verdadera cima en la Sierra: impenetrabilidad mezclada con espinas o pasos verdaderamente estrechos y verticales. A las tres de la tarde alcanzamos un punto alto desde el que vimos el accidentado camino hacia la cumbre. Accidentado y largo. TardarÃamos tres horas más en llegar allá y debÃamos regresar a nuestro campamento ese mismo dÃa. Es invierno y el frÃo es muy severo. Ese punto es, además, un mirador que tiene construida una terraza… sobre la que hallamos fragmentos de cerámica. Nos estremecimos. Comenzábamos a materializar todo lo que habÃamos investigado en bibliotecas y que nos habÃa llevado hasta allÃ<\/p>\n
El segundo grupo se dirigió hacia una pequeña cueva que alcanzaba a vislumbrarse desde nuestro campamento. Los caminos, si existÃan en verdad, se volvÃan perdedizos y era frecuente hallar huellas de “jabalines” tan recientes que parecÃan haber espiado el avance. La sorpresa de los muchachos fue grande cuando llegaron a la cueva: lo que de lejos parecÃa una simple rajada en la roca granÃtica, se habÃa convertido en una oquedad de enormes dimensiones: mas de veinte metros de altura y cincuenta de profundidad. Ahà estaban algunas habitaciones en muy mal estado, destruidas por los jabalÃes y los visitantes ocasionales de SapiorÃs que buscan su ganado. Pinturas rupestres en color rojo, un metate Â?signo inequÃvoco de la presencia prolongada del hombreÂ? y pequeños olotes de unos siete centÃmetros de largo completaban el cuadro.<\/p>\n
Por la noche, comentábamos nuestras experiencias. SabÃamos que vivÃan en lugares tan inaccesibles para defenderse de sus enemigos, pero… ¿de dónde sacaban el agua? La falta de explicación a esta pregunta habÃa llevado a la gente del lugar a sostener que los gentiles la sembraban.<\/p>\n
¿QUIÃ?NES ERAN LOS XIXIMES?<\/b><\/p>\nLa zona visitada por los exploradores durante la Expedición Barranca de BacÃs, en el estado de Durango, corresponde a la parte más septentrional de lo que ahora se conoce como Mesoamérica, posiblemente uno de sus lÃmites.<\/p>\n
Aunque ya a mediados del siglo XVI una expedición de Francisco de Ibarra habÃa penetrado en lo más profundo de la Sierra Madre Occidental, fue hasta el siglo XVII que comenzó a llegar la conquista, una conquista espiritual, por supuesto, porque la armada no habÃa tenido éxito.<\/p>\n
Eran las extensas regiones dominios de los “chichimecas”. Desde la entonces provincia de Sinaloa, llegaron misioneros jesuitas en busca de los “gentiles”. Hallaron una diversidad de grupos étnicos (algunos consideran que hubo en la Sierra más de cien) que aún dejan atónitos a los especialistas. Dominaron sus lenguas y los “redujeron” a misiones en lugares adecuados.<\/p>\n
Lo que vieron estos misioneros fue descrito en varias relaciones. La zona que nos ocupa comenzó a atenderla el padre Hernando Santarén y estaba habitada hacia principios del siglo XVII por los Xiximes, unos “voraces comedores de carne humana” con cualidades de supervivencia excepcionales.<\/p>\n
Eran enemigos de sus vecinos del norte, los Acaxées, y con frecuencia establecÃan batallas contra ellos. Acaso sea erróneo calificarlos como antropófagos ya que no se tiene mucha información de ellos. Quizá ese tipo de alimentación era el equivalente de los sacrificios humanos entre los aztecas.<\/p>\n
No lo sabemos y poco se puede deducir de la información que los cronistas nos dejaron, incluso las descripciones de las habitaciones de los “antiguos” son tan escasas y confusas que la gente ha optado por creer que ahà vivieron “enanitos”.<\/p>\n
Quizá lo que más nos dé información sea el medio en que vivÃan: una barranca que puede ser calificada entre las más abruptas de la sierra, considerando incluso las del estado de Chihuahua.<\/p>\n
Durante el invierno, neva en las partes altas y el frÃo es intenso; en verano el calor es tan alto que muchas veces se pierde la cosecha de maÃz. Ahà dejaron todo lo que poseÃan: pinturas, petroglifos, habitaciones de adobe y piedra, cuevas funerarias.<\/div>\n
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La información recabada en el recorrido en solitario de 1987 sirvió para plantear una exploración importante: si la barranca Bacís estaba llena de leyendas y de tradición oral sobre los <\/a><\/p>\n","protected":false},"author":1001,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1007],"tags":[10177],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-2YI","_links":{"self":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/11452"}],"collection":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/1001"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=11452"}],"version-history":[{"count":1,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/11452\/revisions"}],"predecessor-version":[{"id":23509,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/11452\/revisions\/23509"}],"wp:attachment":[{"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=11452"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=11452"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"http:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=11452"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}}