{"id":11451,"date":"2000-09-15T00:00:00","date_gmt":"2000-09-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11451"},"modified":"2013-02-04T21:19:30","modified_gmt":"2013-02-05T03:19:30","slug":"huertos_tropicales_y_minas_de_oro","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2000\/huertos_tropicales_y_minas_de_oro\/","title":{"rendered":"Huertos tropicales y minas de oro"},"content":{"rendered":"
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El agua cae con violencia y en pocos minutos se forman grandes arroyos donde antes hab\u00eda solamente tierra s\u00f3lida. A lo lejos, hacia el norte, los haces de luz que recortan las nubes se desmenuzan en lo alto de la sierra, en lo profundo de las barrancas. As\u00ed llueve aqu\u00ed, en la Sierra Madre Occidental. Aqu\u00ed, las m\u00faltiples direcciones a que estamos acostumbrados se reducen s\u00f3lo a dos: arriba y abajo, sea en los r\u00edos o en las monta\u00f1as. S\u00f3lo dos direcciones. <\/p>\n

Hace 12 d\u00edas que salimos de La Ciudad, un pueblo situado en la carretera que une Durango con Mazatl\u00e1n. Llevamos ese tiempo de caminar y todav\u00eda falta mucho para dar por terminada la Expedici\u00f3n UNAM-M\u00e9xico Desconocido a la Sierra Madre Occidental del estado de Durango, cuyo punto final es el mineral de Topia, la hist\u00f3rica Topiam\u00e9, conquistada a fuerza de armas por los espa\u00f1oles del siglo XVI al mando de don Francisco de Ibarra. Era entonces el 3 de mayo de 1563. <\/p>\n

Escurrimos agua y sudor por todos lados, pero mantenemos la marcha porque estamos cerca de San Miguel de Cruces, el fin de la primera etapa de un recorrido por la sierra que calculamos en 600 kil\u00f3metros. Pueden ser m\u00e1s, pueden ser menos.<\/p>\n

Al filo de la barranca<\/b><\/p>\n

A partir de La Ciudad caminamos unos trece kil\u00f3metros sobre una carretera sinuosa hasta Borbollones, un pueblo peque\u00f1o y \u2014eso lo aprender\u00edamos pronto\u2014 caracter\u00edstico de toda la sierra: casas hechas de madera lo mismo que los techos de donde sal\u00edan columnas de humo a las horas de las comidas. En el camino adivinamos, m\u00e1s que ver, la presencia de una barranca. No la vimos porque era ya tarde y la neblina cubr\u00eda hasta a la neblina misma, aunque de vez en cuando nos dejaba ver un poco m\u00e1s all\u00e1 de los 10 metros. La adivinamos por el viento que sub\u00eda, por ese sentir el viento que ven\u00eda desde abajo. All\u00e1, en alg\u00fan lado que no alcanz\u00e1bamos a ver, hab\u00eda una barranca de las legendarias de lo que los camioneros llaman “Espinazo del Diablo”. <\/p>\n

En Borbollones fuimos notados inmediatamente. “¿De d\u00f3nde vienen?”, “¿Qu\u00e9 hacen aqu\u00ed?” Preguntas normales en una persona que ve llegar a su tierra a otros con pantal\u00f3n corto y una mochila a la espalda. Eran hechas con mucha cordialidad y simpat\u00eda, pero precisamente por eso las preguntas requer\u00edan respuestas que satisficieran a todos los que estaban cerca del lugar al que llegamos: una tienda de abarrotes. Tambi\u00e9n de madera. <\/p>\n

El propietario nos aconsej\u00f3, ya que \u00edbamos a la barranca, que sigui\u00e9ramos hasta el rancho Arroyo del Agua, a una hora de camino, todo de bajada. De seguro ah\u00ed el ranchero nos dar\u00eda alojamiento porque era muy buena persona. “Claro que s\u00ed: \u00e9l les puede dar alojamiento”. Y claro, una hora de caminar no es mucho. Si en realidad es una hora. Pero para nosotros la luz de d\u00eda y todo vestigio de orientaci\u00f3n se perdieron tres horas despu\u00e9s sin haber llegado al rancho. <\/p>\n

No sab\u00edamos en qu\u00e9 lugar est\u00e1bamos y ni siquiera ten\u00edamos idea del lugar en que el rancho podr\u00eda estar. S\u00f3lo baj\u00e1bamos. De todos modos, esa ser\u00eda nuestra ruta del d\u00eda siguiente. M\u00e1s tarde, linterna en mano, escuchamos ruidos de hombres: Arroyo de Agua estaba cerca, justo bajo nuestros pies, tras un risco de cuarenta metros. <\/p>\n

Con la noche encima, llegamos al rancho y llamamos a voces. La gente no sal\u00eda. Comenz\u00f3 a lloviznar y entonces pas\u00e9 el cerco alambrado para llegarme hasta la puerta de la casa y tocarla. Hab\u00eda una columna de humo, hab\u00eda aroma de comida. Ten\u00eda que haber gente. Finalmente, tras algunas ocasiones en que toqu\u00e9 y no contestaron, se escuch\u00f3 una voz. “No va a pasar nada”, dec\u00eda a otras personas que no hablaban. Un hombre de estatura regular y de amplio bigote abri\u00f3 la puerta y despu\u00e9s de un rato sonri\u00f3.<\/p>\n

Silencio y sorpresa<\/b><\/p>\n

En nuestra b\u00fasqueda del camino hacia Tayoltita, el lugar en donde tendr\u00edamos claro por primera vez el camino que habr\u00edamos de recorrer hacia el norte, nos enviaron barranca abajo. El bosque de pinos y encinos fue quedando atr\u00e1s y aparecieron \u00e1rboles tropicales entre los cuales serpenteaba una vereda llena de hojas caf\u00e9s de tan secas. <\/p>\n

La subida por los innumerables cerros de la sierra es bastante pesada, pero se aligera un poco cuando llueve como si cayera el mismo diluvio universal, como entonces nos suced\u00eda. \u00edbamos empapados, con s\u00f3lo las mochilas cubiertas por las mangas para que no se mojara la ropa que nos pondr\u00edamos al dormir. Es el atardecer y el fr\u00edo aumenta, pero nuestro \u00e1nimo no disminuye. <\/p>\n

La meta es El Palmarito, un reducido caser\u00edo enterrado en el fondo de la barranca que no dista del rancho “m\u00e1s de cuatro o cinco horas para ustedes, que llevan buena carga”. Nuevamente el tiempo, un tiempo que no es aquel con el que estamos acostumbrados. Comenzamos a andar a las siete de la ma\u00f1ana por un camino de herradura que a veces pierde su claridad y a la una de la tarde nos detuvimos en un arroyo. Javier y Ubaldo, mis compa\u00f1eros en esta parte de la expedici\u00f3n, se adelantaron en alg\u00fan sitio, mientras yo tomaba fotograf\u00edas. Ellos ya sab\u00edan que yo los alcanzar\u00eda porque me deten\u00eda constantemente a fotografiar el paisaje, la tierra. <\/p>\n

Cuando guard\u00e9 la c\u00e1mara, me sent\u00e9 a descansar recostado en la mochila. Todo estaba mojado, menos la roca donde la hab\u00eda puesto para fotografiar libremente. De repente me descubr\u00ed inmerso en un profundo silencio. El ruido que llegaba a nuestros o\u00eddos era el que hac\u00edamos al caminar o el de nuestra conversaci\u00f3n. Incluso la respiraci\u00f3n se escuchaba. Pero cuando me qued\u00e9 solo, el silencio me abrum\u00f3. En realidad no sab\u00eda qu\u00e9 era lo que me ten\u00eda extasiado, sentado bajo un gran cedro. S\u00f3lo escuchaba. Ni las voces ni los pasos de mis compa\u00f1eros se escuchaban. Estaba solo. ¿Era el preludio de lo que deber\u00eda pasarme cuando mis compa\u00f1eros se fueran? ¿As\u00ed de fuerte ser\u00eda la sensaci\u00f3n?
<\/p>\n

Silencio. Delante de m\u00ed, la gran tajada en la tierra. Una inmensidad que no acababa de abarcar con los ojos. Vertiginosa toda ella, vestida con el silencio era m\u00e1s inasequible a\u00fan. As\u00ed que me qued\u00e9 mudo, con el o\u00eddo atento. A lo lejos, escuch\u00e9 a un caballo y un minuto despu\u00e9s, ruidos en la hojarasca. Voces de personas platicando. <\/p>\n

No son serranos. La gente de la sierra no habla cuando camina. Tom\u00e9 todo con calma. Eran voces que se acercaban a m\u00ed, que bajaban por la misma vereda que nosotros est\u00e1bamos usando. Trat\u00e9 de adivinar el tiempo que tardar\u00edan en llegar hasta el lugar en que estaba. Como yo estaba oculto por un par de rocas (hab\u00eda ido hasta ah\u00ed para colocar la mochila sobre rocas) y la vegetaci\u00f3n, esperaba que no me vieran y pasaran de largo. Era, claro, un juego que siempre llevo a cabo con algunos amigos en el bosque para aprender a rastrear. No hab\u00eda que hacer ruido, uno deb\u00eda confundirse con el paisaje de ser necesario. As\u00ed era como hab\u00eda podido burlar un par de veces a quienes me “persegu\u00edan” mientras yo permanec\u00eda quieto y silencioso sobre el \u00e1rbol bajo el cual pasaban. <\/p>\n

Los ruidos llegaban cada vez m\u00e1s fuertes y en diez minutos estaban junto a m\u00ed.<\/p>\n

Eran soldados.<\/p>\n

Soldados novatos, por lo que parece. Hacen mucho ruido. <\/p>\n

As\u00ed que permanec\u00ed callado. Uno de ellos gir\u00f3 su cabeza un poco m\u00e1s hacia m\u00ed por ver una roca que le hab\u00eda llamado la atenci\u00f3n y se asust\u00f3 al verme. Llev\u00f3 su mano al rifle y grit\u00f3 a sus compa\u00f1eros. En segundos, estaba rodeado por los soldados y ten\u00eda apuntados hacia m\u00ed al menos tres rifles. Y montones de preguntas. Todo se solucion\u00f3 cuando mostr\u00e9 mi identificaci\u00f3n de la universidad y el oficio dirigido a las autoridades del estado explicando lo que nosotros hac\u00edamos ah\u00ed. <\/p>\n

\u2014¿Pero por qu\u00e9 se qued\u00f3 callado, amigo? No lo vuelva a hacer porque pa’ la otra se puede encontrar a un soldado raso que no tenga experiencia y entonces ni va a preguntar. <\/p>\n

Por supuesto, estuve de acuerdo y marchamos todos barranca abajo, hacia donde corr\u00eda el r\u00edo Presidio. Ellos tambi\u00e9n aprendieron la lecci\u00f3n porque caminaron silenciosos.<\/p>\n

\nHuertas de mangos<\/b><\/p>\n

A las cinco llegamos a Palmarito. Don Emilio Hern\u00e1ndez y su esposa nos dijeron que pod\u00edamos pasar la noche en su casa. Vino entonces la pl\u00e1tica alrededor de los \u00e1rboles de mango a los cuales nos llev\u00f3 don Emilio para que comi\u00e9ramos. Por supuesto que no tuvimos ning\u00fan remordimiento en deleitar nuestro paladar con jugosos mangos que pod\u00edamos elegir de entre cientos que pend\u00edan del \u00e1rbol m\u00e1s cercano. Inclusive de cualquiera de los muchos \u00e1rboles de mango que hab\u00eda. Porque eran cientos y los vecinos de Palmarito nos invitaron a llevarnos tantos como pudi\u00e9ramos cuando parti\u00e9ramos al otro d\u00eda. <\/p>\n

Si pudi\u00e9ramos vender todo este mango, las cosas para nosotros ser\u00edan mejores, pero no hay caminos y uno tiene que sacar la fruta a lomo de bestia. Aqu\u00ed los comemos cuando hay, todos los que podemos porque es una fruta muy buena. Pero con todo, son muchos y las vacas, los cerdos y las mulas tambi\u00e9n se los comen. <\/p>\n

Tuve la certeza de que as\u00ed era porque en ese momento un cerdo pas\u00f3 cerca de nosotros y comi\u00f3 dos de ellos. Hasta el hueso se trag\u00f3. <\/p>\n

Seg\u00fan don Emilio, cada a\u00f1o se echan a perder noventa toneladas de mangos de buena calidad que podr\u00edan venderse en borbollones o La Ciudad, incluso hasta El Salto. Pero con el hambre, no pens\u00e1bamos en otra cosa que comer mangos: cinco, diez, quince. Los que fueran antes que echarse a perder porque “es un pecado dejar que la comida se eche a perder”. “Ustedes dispensen que sean de los corrientes, pero no hemos plantado los finos porque no tiene caso”. <\/p>\n

Y luego, una comida: frijoles, tortillas y un huevo frito para cada uno. Caf\u00e9 endulzado era el complemento. As\u00ed es la gente en la sierra: nunca preguntan cu\u00e1ntos son ni cu\u00e1nta hambre tienen; siempre le dan de comer a todo viajero. Y adem\u00e1s, su casa y su amistad.<\/p>\n

Las laderas \u00e1ridas<\/b><\/p>\n

Al d\u00eda siguiente, caminamos con lentitud tanto por la cantidad de mangos que a\u00f1adimos a nuestras provisiones como por lo adoloridos que ten\u00edamos los m\u00fasculos de las piernas: bajar una barranca no es tan sencillo como parece. Se cansan todos los m\u00fasculos de las piernas porque el esfuerzo es completamente diferente al que estamos acostumbrados a hacer. Sin embargo, estos dos inconvenientes desaparecieron de nuestra mente cuando cruzamos el r\u00edo Presidio por un puente colgante bastante viejo, con los cables de acero muy flojos y los maderos ya podridos; abajo, un caudal tremendo de agua sucia por las lluvias que ca\u00edan en lo alto de la sierra. Era verano. <\/p>\n

Una vez que pasamos a la otra orilla, nos enfrentamos a la parte m\u00e1s ardua de toda la barranca: la subida. Ã?sta, como la mayor\u00eda de las pendientes que dan al sur en la Sierra Madre Occidental, era bastante \u00e1rida, a comparaci\u00f3n de las pendientes de la otra vertiente: verdes, tropicales y frescas. Si la bajada nos hab\u00eda costado varias horas de caminar, la subida ser\u00eda un esfuerzo bastante prolongado, que tratar\u00edamos de atenuar con el jugo de los mangos. Pero no podr\u00edamos evitar el sol, a menos que lloviera todo el d\u00eda y ya sab\u00edamos que despu\u00e9s de un par de horas querr\u00edamos evitar estar empapados sin lograrlo.<\/p>\n

As\u00ed que como la subida se presentaba bastante pronunciada y con el inconveniente del sol, pensamos en pasar la noche en Malanoche que, seg\u00fan nos dec\u00edan, estaba bastante arriba del r\u00edo. Eso har\u00eda que nuestro ascenso fuera cortado en dos etapas menos pesadas. Subimos por una vereda que se doraba al sol y quedamos exprimidos en poco rato. El calor seco contrastaba notoriamente con el de Palmarito, h\u00famedo y sofocante. Poco despu\u00e9s de una hora desembocamos en una terracer\u00eda y la seguimos hacia arriba; una hora m\u00e1s tarde, nos detuvimos en un mirador desde el que se divisaba Malanoche a 300 metros bajo nuestros pies. Nos resistimos a regresar por donde hab\u00edamos subido y descendimos por una vereda empinada que desembocaba en una mina abandonada. Nos hab\u00edamos preguntado el porqu\u00e9 del nombre del pueblo y nuestra curiosidad se vio satisfecha esa misma noche: los jejenes estaban hambrientos y sus armas tan puntiagudas que por la ma\u00f1ana parec\u00edamos enfermos de sarampi\u00f3n. <\/p>\n

A pesar de haber pernoctado en Malanoche, la cuesta la subimos en dos d\u00edas m\u00e1s. El primero fue el m\u00e1s pesado a causa del calor. Tuvimos que escondernos en la sombra de arbustos raqu\u00edticos de hojas durante las horas m\u00e1s c\u00e1lidas. Sobrevivimos a base de los mangos que carg\u00e1bamos desee Palmarito. Por la tarde llegamos a un excelente mirador natural. Ninguno sab\u00edamos cu\u00e1nto nos faltaba ni por d\u00f3nde hab\u00eda que andar, as\u00ed que decidimos acampar para tomar fotograf\u00edas al d\u00eda siguiente. Poco despu\u00e9s, el agua de lluvia rebotaba contra el toldo de la tienda. Salimos y nos ba\u00f1amos a cuerpo desnudo: deb\u00edamos aprovechar la ocasi\u00f3n. <\/p>\n

El amanecer fue grandioso. Nos levantamos cuando todav\u00eda era de noche. Doblamos la tienda y guardamos todo en las mochilas. Despu\u00e9s, nos sentamos a esperar el amanecer. Hacia el oriente, vimos crecer poco a poco la luz y las pe\u00f1as de toda la barranca fueron matiz\u00e1ndose de colores hasta descubrirnos un paisaje impresionante. <\/p>\n

“Era como si la tierra se hubiese dejado morir y vi\u00e9semos s\u00f3lo las costillas de ese gran cad\u00e1ver que era la Sierra Madre, todas cubiertas con un pliego delgado verde y caf\u00e9 que las uniera. Es un espacio donde vive el hombre, aferrado a sacar el sustento de ese cad\u00e1ver viviente. Pero no era cad\u00e1ver. La residencia del hombre lo demostraba: la Sierra viv\u00eda con mucha fuerza y nuestra apreciaci\u00f3n demostraba lo poco que la pod\u00edamos comparar con algo majestuoso. Todo aquello era hermoso, muy hermoso.” <\/p>\n

El segundo d\u00eda de ascenso fue extenuante. La ladera de la barranca no ofrec\u00eda una sola gota de agua y nuestra reserva se fue agotando poco a poco, conforme pasaba el d\u00eda. Comenzamos a medir el calor por la rapidez con que se mojaban nuestras playeras despu\u00e9s de secarse en cada descanso. Poco a poco, me qued\u00e9 atr\u00e1s, m\u00e1s atr\u00e1s que ninguna otra ocasi\u00f3n. Tomaba fotos y caminaba. Pas\u00f3 una hora, dos, tres sin ver a mis compa\u00f1eros. Sab\u00eda que iban delante de m\u00ed por sus huellas, pero me inquietaba la distancia que pudiera haber entre nosotros. <\/p>\n

Era la una de la tarde. Caminaba y platicaba con mi amigo y \u00e9l me contestaba o platicaba algo m\u00e1s cuando pod\u00eda. Era el calor, el esfuerzo de estar ah\u00ed. Sab\u00edamos que platicar, aunque fuera a intervalos, nos har\u00eda la caminata m\u00e1s ligera y avanzamos con mayor rapidez. Pero lleg\u00f3 el momento en que me cans\u00f3 la mochila y nos detuvimos a descansar bajo un \u00e1rbol. Me acerqu\u00e9, como de costumbre, a una roca donde puse la mochila despu\u00e9s de quit\u00e1rmela. Extraje el bid\u00f3n y di tres tragos. Cada uno lo divid\u00eda en ocho peque\u00f1os tragos. Hab\u00eda aprendido que as\u00ed era como se aprovechaba m\u00e1s el agua. Despu\u00e9s, le ofrec\u00ed a mi amigo… En ese instante se esfum\u00f3. No estaba ya cuando dos segundos antes me platicaba todav\u00eda algo sobre la Zona del Silencio. No estaba… Me di cuenta que comenzaba a alucinar por el calor. Deb\u00eda hacer algo y lo hice: a partir de ah\u00ed camin\u00e9 por toda la vereda mientras me hablaba. No pod\u00eda dejar que me sucediera otra vez. <\/p>\n

Cuando alcanc\u00e9 a los muchachos estaba muy cansado y ten\u00eda mucha sed. Hab\u00eda bebido de un charco lodoso que encontr\u00e9 entre varios arbustos. Sab\u00eda a lodo, pero me mantuvo despierto. Lo curioso fue que manten\u00eda un estado de lucidez que aparece con frecuencia en las personas que est\u00e1n llegando al l\u00edmite de sus fuerzas. Un estado al que hab\u00eda llegado varias veces.<\/p>\n<\/div>\n

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Sierra y selva<\/b><\/p>\n

Anochece y debemos apurarnos. Sin embargo, vamos a un ritmo m\u00e1s lento. No es por la lluvia por lo que estamos disminuyendo la marcha, porque desde hace rato ya no cae. Tampoco es por cansancio. Se trata de una raz\u00f3n especial y personal: Javier pierde la noci\u00f3n de las tres dimensiones en la oscuridad y todo le parece un retrato que no tiene profundidad. Un \u00e1rbol, un charco o un agujero puede estar a diez o a cincuenta metros para \u00e9l en el crep\u00fasculo. Tenemos que apurarnos. Bien podr\u00edamos pasar la noche en pleno bosque, pero sabemos que ya estamos cerca: a lo lejos se escuchan los perros ladrando y ya percibe nuestro olfato el humo de los “calentones”.<\/p>\n

Caminamos todo un d\u00eda lluvioso por La Mesa. As\u00ed es como llaman a la parte alta de la sierra. “Mesa”. No tiene mejor palabra con qu\u00e9 describir la planicie de bosque donde uno se siente muy extra\u00f1o despu\u00e9s de haber caminado por horas o d\u00edas en las pendientes de las barrancas. Pasamos pueblos y aserraderos que est\u00e1n detenidos porque no hay gente que los trabaje. “Es la \u00e9poca en que todos se van al monte de troceros o le\u00f1eros; ganan m\u00e1s”.<\/p>\n

En Cebollas nos quedamos extasiados por la extrema nitidez con la que divisamos la barranca Tayoltita. Al fin Tayoltita a la vista. Est\u00e1bamos nuevamente al filo de la barranca, pero \u00e9sta era m\u00e1s impresionante que la del r\u00edo Presidio. Bajamos tranquilamente porque nos hab\u00edan dicho que s\u00f3lo necesit\u00e1bamos seguir la carretera hasta el pueblo, as\u00ed que lo hicimos con calma porque el camino estaba en muy buenas condiciones y era inconfundible. Pod\u00edamos caminar por \u00e9l de noche si era necesario. Tan ancho era.<\/p>\n

Frente a nosotros, a varios kil\u00f3metros de distancia, estaba un pueblo a mitad del barranco. A mitad del barranco implicaba que por ah\u00ed habr\u00eda gente. Quiz\u00e1 mucha. Ubaldo se adelant\u00f3 y dos horas despu\u00e9s lo encontramos sentado en mitad del camino.<\/p>\n

\u2014¿Cansado?<\/p>\n

\u2014No. Adelante se acaba la carretera y sigue una vereda.<\/p>\n

¡No era posible! Desde arriba, de lo alto de la mesa, se nota muy claramente el camino que gira y rodea entre cerros hasta llegar al r\u00edo, al fondo de la barranca, a Tayoltita. No hab\u00edamos cambiado de camino. El mapa (a partir de ah\u00ed ya pod\u00edamos tomar alternativas con los mapas que llev\u00e1bamos) tampoco indicaba desviaci\u00f3n ni interrupci\u00f3n.<\/p>\n

La verdad era que nos hab\u00edamos enga\u00f1ado con el mapa. Airosos de salir de una zona que no conoc\u00edamos y de la cual no ten\u00edamos noticias topogr\u00e1ficas, cre\u00edamos que con tenerlo y usarlo en la regi\u00f3n tendr\u00edamos todo. Nos olvidamos de los muchos errores que pueden contener. Nos olvidamos de pedir detalles m\u00e1s precisos a le gente. Por eso cre\u00edmos en la existencia de un camino que no estaba terminado, cre\u00edmos que nos faltaba poco para llegar y que incluso de noche podr\u00edamos caminar. La realidad era diferente y nos encontr\u00f3 cara a cara, desconcertados. Hab\u00eda que caminar por una peque\u00f1a vereda que poco despu\u00e9s se transform\u00f3 en el camino m\u00e1s dif\u00edcil que hab\u00edamos andado hasta entonces: lleno de rocas y hojas sueltas que ocultaban agujeros donde pod\u00eda caer un pie o un animal peque\u00f1o, fui quien prob\u00f3 por dos veces esas trampas. Todo se resum\u00eda a dolerme un rato, caminar poco a poco y en minutos estaba nuevamente normal.<\/p>\n

Eso cre\u00eda yo. La verdad es que dese\u00e1bamos llegar pronto a Tayoltita y hac\u00edamos lo posible por llegar ese mismo d\u00eda. Pero la rapidez y un tobillo lastimado no son buenos amigos y lleg\u00f3 la tercera torcedura, m\u00e1s fuerte que las anteriores. Tuve que sostenerme de Javier porque sent\u00eda que la fuerza del cuerpo me abandonaba. As\u00ed de sencillo. Est\u00e1bamos aproximadamente a una hora del pueblo al que desde hac\u00eda d\u00edas quer\u00edamos llegar. Una hora. El tobillo cambi\u00f3 los planes. Tuve que usar como bast\u00f3n una rama gruesa. A partir de ah\u00ed, casi sin peso en la espalda porque Javier y Ubaldo se lo repartieron en su mayor\u00eda, tuve que cojear por d\u00eda y medio para llegar al pueblo. ¡D\u00eda y medio! La paciencia de mis amigos estaba en su l\u00edmite.<\/p>\n

Al cabo de ese tiempo llegamos a Tayoltita. Hab\u00edamos cruzado una espesa selva donde recog\u00edamos mangos de las orillas de la vereda y sudamos hasta por los brazos. Ah\u00ed dentro fuimos alimento para los mosquitos y no era de extra\u00f1ar que la gente nos viera como seres de otro mundo con el aspecto que ten\u00edamos. No tanto por la mugre pues la gente de la sierra conoce muy bien de los trabajos en la tierra y no se asusta por ello. Lo que m\u00e1s llamaba la atenci\u00f3n fueron las mochilas a la espalda, las c\u00e1maras al hombro y yo con una gruesa rama a manera de bast\u00f3n. Adem\u00e1s, nadie acostumbra descender por donde lo hab\u00edamos hecho nosotros. <\/p>\n

¿De d\u00f3nde ven\u00edamos?<\/p>\n

\n El tesoro de la Sierra Madre<\/b><\/p>\n

Yo ten\u00eda que restablecerme de la torcedura de mi tobillo, que result\u00f3 ser un esguince de mediana fuerza. Cuando la doctora del centro de salud me lo dijo, lo \u00fanico que tem\u00eda era que no pudiera seguir con la expedici\u00f3n. Lo m\u00e1s sensato era quedarse en Tayoltita un par de d\u00edas para que el tobillo descansara, as\u00ed que nos colocamos en el mejor lugar de todo el pueblo: el balc\u00f3n de la presidencia municipal. Hasta all\u00e1 no llegaban los mosquitos y estaba fresco todo el tiempo, incluyendo la noche.<\/p>\n

Desde que comenz\u00e1ramos a caminar all\u00e1 en La Ciudad, la gente nos hab\u00eda asegurado que Tayoltita era una de las poblaciones m\u00e1s importantes del estado. Una semana despu\u00e9s, llegamos a ella. Hab\u00eda mucha distancia de por medio y a\u00fan as\u00ed, la gente sab\u00eda de la existencia de Tayoltita. La raz\u00f3n de ello era de lo m\u00e1s sencilla: se trata de una poblaci\u00f3n minera donde extraen oro y plata. De esta manera, la gente acud\u00eda desde muy lejos en busca de trabajo, de esa bonanza que les permitir\u00eda salir de pobres. De hecho, antes de llegar al poblado, pasamos cerca de la mina y cuando me acerqu\u00e9 a preguntar, lo primero que me dijeron fue “¿Buscas trabajo?” Al parecer necesitaban mano de obra.<\/p>\n

Nos dirigimos a un peque\u00f1o restaurante donde com\u00edan mineros. En una mesa cercana a la nuestra estaba el prototipo de un gambusino: un hombre con sombrero de fieltro, terroso ya, con manos y cara endurecidos. Frente a \u00e9l ten\u00eda un trozo de mineral que ve\u00eda con mucha insistencia mientras com\u00eda los burritos que le hab\u00edan llevado. Yo estaba fascinado por todo lo que ese hombre representaba: un trabajador de las profundidades de la tierra. Entonces se volvi\u00f3 a nosotros y nos pregunt\u00f3 si \u00e9ramos fayuqueros. No. “¿Entonces buscan trabajo?” Y como respondi\u00e9ramos negativamente, se acerc\u00f3 a nuestra mesa y comenzamos platicar.<\/p>\n

Se llamaba Justino pero no quiso darnos su nombre completo, raro en un hombre que vive en la sierra. Al parecer, su nombre hablaba por s\u00ed solo: todo mundo en Tayoltita y alrededores lo conoc\u00eda. Nosotros no, pero nos bastaba que estuvi\u00e9ramos platicando. Ã?l fue quien nos habl\u00f3 de las minas.<\/p>\n

\u2014All\u00e1 abajo encontraron una veta de un metro de espesor. Es oro camarada y de la mejor ley. Llevan diez a\u00f1os explot\u00e1ndola y no se acaba. Dicen que esa mina es la m\u00e1s rica del mundo. Sacan trozos completos de oro y no necesitan ni fundirlos. Claro, eso lo sabemos los mineros, pero la mina s\u00f3lo dice que extrae plata, para enga\u00f1ar al gobierno. Cada semana viene un avi\u00f3n y lo cargan de oro. Dicen que es plata, pero s\u00f3lo est\u00e1 recubierto. Y el carajo avi\u00f3n se va a Estados Unidos. Todo nuestro trabajo va para los americanos. ¡Carajo!<\/p>\n

Pero no s\u00f3lo habl\u00f3 de minas. Como gambusino, hab\u00eda recorrido gran parte de la barranca de Tayoltita y cuando explicamos lo que hac\u00edamos ah\u00ed, nos habl\u00f3 de cuevas “donde los gentiles pintaron. Hay gente y manos y otras figuras que nadie entiende. De seguro son mapas para llegar a minas.” Y nos ense\u00f1\u00f3 las fotograf\u00edas que hab\u00eda tomado para estudiarlas continuamente en busca del indicio de las minas m\u00edticas. Nos las mostr\u00f3 a la vez que cre\u00eda que podr\u00edamos darle la pista deseada. “No est\u00e1n lejos. Son como cuatro horas en burro.” El dolor en mi tobillo cada vez que caminaba me hizo renunciar al proyecto de visitar aquel lugar con petroglifos y pinturas rupestres.<\/p>\n

Al d\u00eda siguiente ten\u00edamos m\u00e1s datos sobre la fabulosa veta, puesto que el rumor estaba en boca de todos los mineros y todos quer\u00edan trabajar en ella, s\u00f3lo para maravillarse, para sentir que se extrae de la tierra algo muy valioso. Hab\u00eda quien dec\u00eda que se iba a juntar con la mina de San Jos\u00e9 de Bac\u00eds, m\u00e1s al norte, a muchos kil\u00f3metros de distancia. ¿Qu\u00e9 no pod\u00eda ser? Era m\u00e1s dif\u00edcil pensar en los tres kil\u00f3metros que ten\u00edan que bajar para trabajar en la mina y todos los d\u00edas bajaban. ¿Por qu\u00e9 no pensar en que se unir\u00eda a San Jos\u00e9 de Bac\u00eds?<\/p>\n

En la vida de la mina hab\u00eda accidentes. Muchos. A veces ten\u00edan que usar escaleras de madera de mala calidad. Al instante, comenc\u00e9 a asociar lo que me platicaban con la novela “Germinal”: el elevador que bajaba y sub\u00eda a los tres turnos de trabajadores, los accidentes que se produc\u00edan a veces, los gritos de los mineros, ya no s\u00f3lo personajes de unas p\u00e1ginas escritas el siglo pasado, sino personas que ten\u00eda ante m\u00ed y que platicaban c\u00f3mo hab\u00edan escapado o ayudado a escapar a compa\u00f1eros; las escaleras por las que escapaban de las profundidades de la tierra… Y a pesar de ello quisimos entrar a la mina. <\/p>\n

Nos dirigimos a la presidencia municipal para averiguar c\u00f3mo podr\u00edamos visitar la mina y ver el tesoro de la Sierra Madre que B. Traven que hab\u00eda obsesionado a tanta gente. La secretaria del municipio prometi\u00f3 hacer lo posible por lograr que entr\u00e1ramos. Por la tarde nos confirm\u00f3 la visita: ser\u00eda al d\u00eda siguiente a las diez de la ma\u00f1ana. ¡\u00cdbamos a entrar! Estar\u00edamos a m\u00e1s de tres kil\u00f3metros de profundidad y ver\u00edamos los sitios desde los que se extra\u00eda la plata, el oro, ver\u00edamos trabajar a los mineros y estar\u00edamos como ellos durante un par de horas, pendientes de que el sistema de ventilaci\u00f3n no se detuviera.<\/p>\n

Al d\u00eda siguiente estuvimos a las nueve en la entrada de las instalaciones de la Compa\u00f1\u00eda San Luis, la que tiene la concesi\u00f3n de extracci\u00f3n. Nos recibieron bien y sali\u00f3 un ingeniero que nos llevar\u00eda al fondo. Mand\u00f3 traer cascos de seguridad para nosotros y de repente se fij\u00f3 en mi c\u00e1mara. ¿Para qu\u00e9 es? Era obvio. Se volvi\u00f3 a meter y despu\u00e9s de quince minutos sali\u00f3 y nos dijo que nadie pod\u00eda entras a la mina sin contar con la autorizaci\u00f3n expresa, preferentemente escrita, de la Compa\u00f1\u00eda San Luis, con oficinas en Durango. En pocas palabras: nos vetaban la entrada gracias a mi c\u00e1mara.<\/p>\n

Entonces tomamos nuestras mochilas y salimos de Tayoltita rumbo al norte, hacia el lejano poblado de San Miguel de Cruces. A mitad de la ladera, colgada del barranco, est\u00e1 San Dimas, antigua cabecera municipal rodeada por varias colonias de mineros que no dejan descansar las entra\u00f1as de la tierra un solo momento. San Dimas era tambi\u00e9n el pueblo que d\u00edas antes, cuando baj\u00e1bamos por la otra vertiente, hab\u00edamos visto a mitad del cerro.<\/p>\n

El camino nos llev\u00f3 a la cumbre, cerca de donde, dicen, un individuo vendi\u00f3 su alma al diablo. Luego, al fondo nuevamente, esta vez con la lluvia encima. All\u00e1 abajo, en un arroyo, nos atrevimos a ba\u00f1arnos en el crep\u00fasculo. Agua fr\u00eda y escenario infinito. M\u00e1s adelante, por una equivocaci\u00f3n, quedamos separados. Ubaldo y Javier tomaron por una vereda mientras yo me fui por el camino ancho de los camiones, un camino malo como no hab\u00eda visto antes. Un cami\u00f3n tuvo que hacer maniobras por diez minutos s\u00f3lo para dar vuelta a una de las tantas curvas de la terracer\u00eda. M\u00e1s adelante, cay\u00f3 un enorme bloque de roca en la mitad del camino, a pocos metros del transporte. Tuvieron que usar cadenas y al propio cami\u00f3n para quitar el obst\u00e1culo que, por supuesto, no pod\u00eda quedarse ah\u00ed. Entonces entend\u00ed por qu\u00e9 es que transportan el oro y la plata en avi\u00f3n, adem\u00e1s de la seguridad.<\/p>\n

No los pude encontrar y no pod\u00eda caminar lo suficientemente r\u00e1pido como para alcanzarlos, as\u00ed que segu\u00ed mi camino: ellos llegar\u00edan a San Miguel de Cruces. Ah\u00ed nos encontrar\u00edamos.<\/p>\n

\n Preludio<\/b><\/p>\n

San Miguel de Cruces. Es la una y media de la tarde. Nos levantamos a las 7:30 y fuimos a desayunar a una casa que funciona como peque\u00f1o restaurante para camioneros. Comimos con tranquilidad y alegres. Bromeamos y re\u00edmos. Porque hoy tenemos una celebraci\u00f3n por partida doble. Lo primero es que terminamos la primera fase del recorrido tal como estaba planeado. Hemos aprendido mucho. Los tres. Llevamos cerca de 300 kil\u00f3metros caminados (algo m\u00e1s de 70 leguas) y apenas completamos una de tres partes.<\/p>\n

La celebraci\u00f3n pretende ser un anticipo del \u00e9xito total de la expedici\u00f3n puesto que hemos salido con bien de esta primera parte. S\u00e9 bien que celebrar antes de terminar toda la empresa es anticipar una victoria que no se tiene todav\u00eda. Nunca lo hago, pero m\u00e1s que celebrar el \u00e9xito, mis compa\u00f1eros han decidido darme una especie de despedida porque ellos regresan a la ciudad de M\u00e9xico y yo me quedar\u00e9 solo. Estar\u00e9 treinta d\u00edas en la sierra completamente solo sin que nadie sepa en d\u00f3nde podr\u00eda encontrarme.<\/p>\n

Regresamos al hotel y tomamos cada quien su mochila. Ellos esperar\u00edan un “raite” hacia Durango. Yo ir\u00eda en direcci\u00f3n opuesta, hacia el poniente. Nos despedimos con un apret\u00f3n de manos y yo comenc\u00e9 a caminar. Despu\u00e9s de un rato, antes de llegar a una curva que me perder\u00eda definitivamente de su vista, me gritaron: “Buena suerte”. Volv\u00ed la vista y vi sus brazos agitados al viento, en se\u00f1al de despedida. Me desped\u00ed y segu\u00ed mi camino.<\/p><\/div>\n

<\/p>\n

\n Leyenda: la tuber\u00eda del diablo<\/b><\/p>\n

Cerca de San Dimas, poblaci\u00f3n ubicada un poco al norte de Tayoltita, hay ?dicen? evidencias de un pacto con el diablo. Hace muchos a\u00f1os, los habitantes de San Dimas quisieron colocar una tuber\u00eda para surtir de agua a su pueblo, entonces cabecera municipal. Sin embargo, ning\u00fan ingeniero, por bueno que fuese, mexicano o extranjero, se atrev\u00eda a aceptar el reto despu\u00e9s de haber visto el terreno: se trataba de atravesar un cerro de roca maciza. De entre todos los que se acercaban a ver el reto, un hombre apellidado Mil\u00e1n, pidi\u00f3 unos cuantos millones de pesos por hacer el trabajo sin trabajadores. Le dieron el dinero por dos razones: la primera, que el pueblo necesitaba agua; la segunda, porque nadie cre\u00eda que pudiera hacerlo, por lo que esperaban que el dinero les fuese devuelto cuando se cumpliera el plazo y el trabajo no estuviera hecho. <\/p>\n

Pero el dinero no regres\u00f3 porque a la ma\u00f1ana siguiente de haberlo pagado, la tuber\u00eda estaba colocada exactamente como se quer\u00eda y circulaba por ella el agua que necesitaba el pueblo de San Dimas. “Usted no puede meter ni un alfiler entre la roca y el tubo porque el agujero est\u00e1 hecho a la medida. Dicen que Mil\u00e1n vendi\u00f3 su alma al diablo y que cuando la tuber\u00eda estuvo colocada, el mismo diablo lo avent\u00f3 contra las rocas que est\u00e1n en el fondo. La mera verdad es que yo no cre\u00eda y dec\u00eda que eran puras habladas, pero un d\u00eda me llev\u00f3 un se\u00f1or al lugar. Parece como si el tubo hubiera atravesado un cerro de manteca. Y no se crea que es un tubo grande. No. Tiene cinco pulgadas de di\u00e1metro. <\/p>\n

“Arribita hay una laja donde se ven los cascos del caballo del diablo (porque en la sierra hasta el diablo anda a caballo). Es pura roca, pero se ven claritas las huellas del animal, como si las hubieran hecho en lodo. Y hasta abajo hay unas pe\u00f1as donde se ve una mancha roja de sangre. Las han querido limpiar, pero la mancha no se quita. Ya hasta un cura fue a bendecir el lugar. Y de todo esto, la \u00fanica que sali\u00f3 ganando fue la viuda porque se qued\u00f3 muy nueva (joven) y con los millones. La tuber\u00eda creo que nunca la usaron porque dicen que est\u00e1 maldita y que quien tome agua de ah\u00ed est\u00e1 regalando su alma al diablo.”<\/p>\n

La Onza<\/b><\/p>\n

La gente no hab\u00eda salido a averiguar qu\u00e9 o qui\u00e9nes produc\u00edan las voces que d\u00e1bamos desde mucho antes de llegar al rancho. Era extra\u00f1o en gente serrana pero todo ten\u00eda una explicaci\u00f3n y pronto nos la dieron.<\/p>\n

\u2014Yo escuchaba voces, pero le dije a mi se\u00f1or que no saliera porque pod\u00eda ser la onza.<\/p>\n

\u2014¿La onza?<\/p>\n

\u2014S\u00ed.<\/p>\n

\u2014¿Qu\u00e9 cosa es la onza?<\/p>\n

\u2014Es un animal que come gente. Imita cualquier ruido. Hasta voces de gente para atraparlas.<\/p>\n

\u2014¿Y c\u00f3mo es? <\/p>\n

La descripci\u00f3n que hac\u00edan del animal era excesivamente vaga (“Parece un le\u00f3n, pero con cabeza de oso.” “Es parecido al lobo, s\u00f3lo que m\u00e1s grande”, y descripciones por el estilo que me hac\u00edan recordar los bestiarios fabulosos de la Edad Media). Con el paso de los d\u00edas y conforme avanz\u00e1bamos en la sierra, la gente nos sigui\u00f3 hablando de la onza y de sus malignos poderes. Todos la describ\u00edan como algo feroz, capaz de quitar la vida a quien se le atravesara en el camino. Tras estas descripciones y miedos hab\u00eda algo claro: la onza era algo respetado por la gente. Era un mito de la sierra, el primero con el que nos encontr\u00e1bamos. Tiempo despu\u00e9s, comenc\u00e9 a creer que la onza era el equivalente serrano al nahual de los pueblos del centro de M\u00e9xico. Lo curioso era que, pese a lo detallado (y disparatado) de las descripciones, nadie la hab\u00eda visto en realidad. “Yo no la he visto, pero mi compadre dice que un amigo suyo…” <\/p>\n

Arroyo del Agua est\u00e1 al borde de la barranca o, como dicen aqu\u00ed, “al filo”. Es uno de esos lugares que tienen la magia del paisaje: en los cantiles rosados que rodean la peque\u00f1a terraza donde est\u00e1 el rancho, el sol se hace polvo tanto al amanecer como al inicio de la noche, como si el crep\u00fasculo ?el portero del sol y las estrellas? dejara reposar su llave para resaltar cada arruga de la tierra. <\/p>\n

A todo esto, hab\u00edamos llegado al rancho a ciegas tanto por la carencia de luz como por la ausencia de dos mapas que nos fue imposible conseguir. As\u00ed que naveg\u00e1bamos a ciegas, siempre hacia el norte, hacia Tayoltita, que era el primer poblado grande que aparec\u00eda en el primero de los mapas que llev\u00e1bamos. Era el m\u00e9todo m\u00e1s antiguo, pero funcionaba. Ten\u00eda que servirnos como lo hizo a tantos exploradores que se adentraron en lugares de los cuales no ten\u00edan la m\u00e1s remota idea.<\/p>\n<\/div>\n

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He preferido utilizar el término legua por varias razones. La primera es que esta medida es más antigua y da la idea de profundidad en tiempo y distancia. Hay otra más real: la gente de la sierra y de las barrancas miden las distancias en tiempo aproximado de recorrido, un tiempo muy personal y subjetivo que nosotros, malamente acostumbrados a la exactitud como si en ello nos fuera la vida, nos hace malas jugadas. Finalmente, pueden escucharse términos de medida como varas y fanegas en vez de metros y kilos; así pues, al hablar de leguas recorridas estoy refiriéndome de una manera sutil al hombre que vive en la sierra. Aunque varía de país en país, la legua en México equivale a 4,190 metros aproximadamente.<\/i><\/div>\n

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